jueves, 24 de noviembre de 2011

ATRINCHERADOS

Hastiales, clastos, brechas, derrabes, hundimientos,....la jerga minera es rica en términos, que, aún no exentos de lirismo, sitúan al espectador lego en una ambiente de oscuridad y peligro, de humedad y sufrimiento, siempre con la sombra del grisú a las espaldas, y con el polvo de carbón royendo los pulmones. Son palabras que nos retraen a un pasado de hombres recios y determinados, de los que no se arredraban ante las adversidades del destino, ante las inclemencias del tiempo, ante las inclinaciones de las rampas...NO, eso no eran hombres...eran PAISANOS...!!!...

lunes, 24 de octubre de 2011

BRAÑAGALLONES 2011.....¡POR LA PATILLA!!

El hombre (homo burrus ) siempre tropieza dos veces en la misma piedra...y a veces más. La ruta propuesta era ya conocida, por su dureza y por su perfil altimétrico (menudo palabro). Y, sin embargo, allí que estábamos en Bezanes, después de un buen madrugón, rodeados de unos cuantos grupos de ciclistas, cada cual a lo suyo, los endureros, los que bajarían desde el Puerto, los que ascenderían a la Braña desde allí mismo, y nosotros, que tomaríamos el camino mas largo y empinado. ¡Vaya!, que parecía un día de mercado. Tras unos minutos de pertreche y compadreo, Pablo Gruñón hace honor a su apellido y latiguea sin compasión a las huestes, que atemorizadas, echan a rodar sin decir esta boca es mía, venía caliente y sanguineo el mozo....
Está fresco, que no frío, y recordamos tiempos pasados, 5 ºC decían los mercurios, que descendiendo hacia Soto de Caso, nos hacen castañetear los dientes. Pero este otoño, todo hay que decirlo, disfrutamos de un clima excelente, y al poco de girar, con los primeros rayos de sol lamiendo nuestras monturas, nos desprendíamos de ropajes gruesos y lucíamos palmito. El grupo era numeroso: docena justa de Pelayos, manita de montañeros del Abz, alpinista y mozalbete incluidos y un trio de independientes, conformaban la expedición. Ya con menos abrigo sobre las carnes, y, tras atravesar Belerda, el pelotón afrontó rápido el ascenso hacía La Gallera, tramo duro, aunque algunos rellanos ayudaban en el esfuerzo.

martes, 4 de octubre de 2011

VAYA CALÓ PISHA, PILOÑA 2011

Los sollozos del misionero resuenan en el asfixiante pasillo por el que transitan los frailes, surgen de su reseca garganta sin que pueda contenerlos...-“¡¡El infierno Padre!!,. ¡¡El INFIEEERNO!!!"..., gimotea el infeliz religioso tragando saliva a duras penas...... A su lado, caminando con rapidez, hierático en la postura y escuchando atento, el padre Moya resopla tenso; siendo conocido por sus duras amonestaciones, sus silencios son todavía más temidos. –"Cálmate hermano Modesto, cálmate, no sería tan grave....”, la voz, profunda, pero cargada de energía, presagia un estallido de furia arrasadora ...-“¿Acaso fueron tratados con desdén, víctimas de pillaje o abandonados sin comida..?.”...El interpelado, que, aunque flojo de carnes mantiene un espíritu fuerte, respondiole cauto... -"No Padre Moya, todo lo contrario, fuimos tratados con sumo cuidado, bien atendidos y decentemente alimentados, pero no fue ese el causante de nuestras desgracias, sino el Calor, Padre, ese Calor abrasador, que tal parecía que el diablo atizara con aguardiente sus calderas...”... –“Entiendo, pues, que no tendrían motivo alguno para estar en la enfermería, eludiendo así sus labores monacales, por un poco de canícula...”. Un espasmo de angustia cruzó la cara del canoso fraile, que se temía ya la excomunión y el suplicio...Ambos religiosos han llegado ya a las puertas de la enfermería, tras las cuales se oyen tenues lamentos, Fray Moya empujó decidido las dos hojas y penetró en la estancia, que le sorprendió con un fuerte olor a rancio y sudor, seguido por el humilde capellán…-“¡¡Por el Santo Pau!!!"... Dijo, recordando a un mártir de la causa…Ante sus ojos se encontraba la atestada enfermería del convento, a un lado y a otro, oíanse quejidos de angustia y dolor. Al fondo de la sala, atinó a vislumbrar a las monjas Sor Beatriz y Sor Emma, atendiendo como podían a los heridos. Sor Emma con su fuerte carácter, retorciendo extremidades allí y allá, escoltada por el párroco Don Nespral de la Jaca y Sor Beatriz rodeada de interesados postulantes, que iban detrás de ella como abejorros a la miel…. Ambas religiosas no daban abasto repartiendo agua a aquella caterva de sedientos.

Distinguió pronto a un desmadejado Fray Morís, espatarrado sobre una camilla, acompañado del consternado monaguillo Mulero, que aún asumía la pérdida de su montura y, desde entonces, cabalgaba en rocines prestados un día sí y otro también. Iba a preguntar a su auxiliar el motivo de su tristeza cuando una mano recia, rugosa y calluda le agarró el cordón del hábito fuertemente...-“¡¡AGUA...AGUA!!"- decía la súplica…Sorprendido, Moya descubría a un deshidratado y transpirado Ángel V., al que unos morrones en la pierna teñían la fuerte extremidad de oscuro. -"¿Qué le ha pasado?"...-“Fue derribado en el descenso de San Pedro, padre, al intentar ajustar la grupa trasera de su montura, salió despedido de ella”…respondió solicito el ayudante, mientras apartaba la mano mendiga con un firme varazo… la siguiente camilla, aparecía vacía, a la inquisitoria mirada respondió Fray Modesto…-“El hermano Juan Ardura, desgraciadamente no logró finalizar con éxito, padre”.

Un profundo lamento sobresaltó entonces a ambos, girados a la diestra, descubrieron a un lloroso fraile, se trataba del larguirucho y escuálido hermano Guardado, que gimoteaba sin parar…-“¿Y a este???”...pregunto estupefacto el prior...-“Despeñado, Don Pablo, descendiendo El Corralín, pero no llora por él, sino por su joven potra, que a punto estuvo de dejar este mundo, se cuentan por decenas las vueltas que dio la misma sobre la pendiente hasta lograr acomodo, sin embargo, a él apenas le pasó nada, unos coscorrones y un par de astillas clavadas”-“¡¡¡UUUUffffff!!”, terciaba el desdichado. A su vera, reclinado sobre un almohadón el licenciado José Blanco oraba unas jaculatorias en voz baja, mientras reojeaba a las Hermanas. El superior de la orden apenas dio un par de pasos más cuando tropezó con otra camilla…en la misma, yacía el serio y adusto cartujo Del Fierro, bautizado Ramón, que miraba al techo sin ver, los ojos abiertos como escudillas, el informe médico rezaba …-“...abatido de su jamelgo en la zona de La Pereda, todavía no se ha hecho a la idea...”…. El alto misionado se giró hacia el grupo de frailes que le acompañaban, allí, sedientos y macilentos, podía distinguir a los hermanos Rendueles, Marín, Acedo y al ceñudo de la Vara. Este último, con gesto esquivo y torvo, se adelantó del grupo...-“Fue muy duro Padre...las rampas eran excesivas, los descensos peligrosos, las veredas tomadas por zarzas y aligustres y...y...el calor...el calor...” hipo el joven, tirándose hipnótico de la rala perilla. Asintiendo con la cabeza, Fray Moya iniciaba la retirada de la calurosa enfermería, cuando, de repente, unas voces al fondo de la sala llamaron la atención de los frailes…en una de las esquinas, varios celadores, intentaban introducir a un exhausto y acartonado Mancha en una tina de agua fría…-“ Un recalentón Fray Moya, apenas era un pellejo seco cuando lo recogieron...a punto estuvo de no retornar aquí... ” Moviendo la cabeza, el misionero salió del pabellón apesadumbrado por lo que acababa de ver...-“Hermanos, acudan a las cocinas a que les sirvan unas jarras de cerveza que mitiguen su sed y calmen sus espíritus, y consigan algo también para estos pobres infelices...”. Nada mas pronunciar estas palabras, se oyó un gran estruendo, como de camastros cayendo al suelo, que atronó en la cercana enfermería, y todos los dolientes salieron corriendo en camisón por el estrecho pasillo en dirección a las cocinas, hasta las enfermeras sujetaban sus cofias para no perderlas en la carrera...
El feroz místico, arrebató de las temblorosas manos del pasante el cayado que este portaba, y acelerando el paso...

jueves, 29 de septiembre de 2011

REGALOS INESPERADOS

Los mejores regalos son los inesperados. Aquellos que se entregan sin pensar en que realmente lo son, sin motivo alguno ni fecha señalada, y que se reciben con la frente arrugada, las cejas levantadas y la boca entreabierta, o lo que es lo mismo, con cara de sorpresa. Seguro que cualquiera de vosotros sabe de qué hablo, porque quien más quien menos, a todos nos han alegrado el ánimo un instante, unas horas, unos días con uno de esos detallinos. Y uso el diminutivo en su acepción de cariño, que no de medida, pues esos regalos no se cuantifican ni por su volumen ni por su valor.

La pereza que arrastraba durante la mañana del viernes pensando en los preparativos del viaje y en los 430 kilómetros hasta San Martín del Castañar se fue tornando en diligencia por la tarde, a medida que organizaba la maleta con precisión ingenieril para embutir todo lo que mis dos chicas habían colocado encima de la cama y cuadraba, con no menos dificultad, las bicis en el thule. Salida de Gijón un tanto tortuosa y, tras 5 horas de viaje, avanzada la noche, súbitamente a la vuelta de la última curva, aparecieron las lucecillas que iluminan las apretadas calles de San Martín. Ese fue el primer regalo, para la vista, del fin de semana. San Martín ha sido incluido en mi lista de rincones del mundo donde no me importaría dejar un tiempo de mi existencia. Sus calles y sus casas, como ya he dicho apretadas y dibujando maravillosos rincones, el castillo, la fuente, el portalón, la plaza de toros, conforman un pueblecito de cuento medieval. Los 5 metros de eslora de nuestra nave se mueven mal por los entresijos de San Martín, a la búsqueda del que va a ser nuestro hogar por dos noches. Un lugareño, que gracias a las bicis nos identifica como amigos de Nacho, enseguida reconoce nuestro despiste y orienta la proa hacia La Abadía de San Martín. Desembarcamos, damos buena cuenta de las viandas que fugazmente ocupan los platos, un pis y a la cama, “que mañana es día escuela”.

Ya es sábado. El claqueteo de las calas por los pasillos del hotel despierta primero a nuestras santas, que todavía duermen o lo intentan; más tarde el mismo ruido, corregido y aumentado gracias al empedrado de las calles, hace lo propio con las almas que habitan el trecho que dista desde La Abadía hasta casa de Nacho, donde reposan nuestras monturas.
A buen seguro que alguna pestaña entreabierta se habrá acordado de nuestra familia o, a lo peor, habrá imaginado de buen agrado las northwave, shimano o sidi alojadas en cierta parte de nuestra anatomía. Tras una breve tournée por la villa nos abastecemos del agua que mana de los dos hermosos caños de la fuente de la Plaza Mayor, nos retratamos con el castillo y el atípico coso rectangular de fondo y salimos a toda prisa hacia La Peña de Francia. ¿Y por qué lo de la urgencia? Todavía me lo estoy preguntando, porque cuando vas en un grupín de amigos, lo que ganas en pedaleo lo pierdes en esperas. Pero lo cierto es que unos cuantos integrantes del mini pelotón no se encontraban a gusto con el hueco dejado por las zapatillas que los importunados vecinos nos hubieran introducido en salve sea la parte, y decidieron ocuparlo con unas buenas guindillas. El picante hizo su efecto y los susodichos devoraron sin piedad los 7 primeros kilómetros de asfalto.

Abandonamos la carretera, dejando atrás El Casarito, y comienza el duro ascenso a la Peña. El camino dibuja un apretado zig-zag, lo que se traduce en …, para qué os lo voy a contar, si todos los que estáis leyendo estas letras sabéis de sobra el significado de esos trazados: sangre, sudor y, para desgracia de Josmar, rotura del buje trasero y final de su aventura. Una pena Josmar, no te va a quedar más remedio que repetir el año que viene. Poco a poco el resuello no da para más y las piernas pierden la batalla contra la pendiente. Me veo obligado a echar pie a tierra, aprovechando como excusa la falta de tracción ante un tramo de piedra suelta. La jugada me sale mal, porque el habilidoso escalador de la GT amarilla ¡qué bici más cojonuda! me pasa sin necesidad de apearse. A partir de aquí como ir a San Fernando, un ratito a pie y otro … bueno, pedaleando. Según se gana altura, los castaños y robles dejan paso a los pinos y el matorral. Llegamos ya al via crucis, a escasos aunque exigentes metros de la cima. El tramo es duro pero ciclable. Subo al tran-tran, padeciendo mi propio calvario, y ocupo mi cabeza en mirar las rocas sobre las que avanzamos y su contenido, distraídamente, a medida que las sobrepaso. Cuarcitas y pizarras del Ordovícico, de unos 480 millones de años de edad. Voy dejando atrás, permítame el lector una pequeña licencia geológica ya que uno padece degeneración profesional, varias crucianas, unos restos de trilobites, una laja con ripples y un gran afloramiento de roca donde se observa perfectamente la esquistosidad. Y así, embebido en la curiosidad científica, alcanzo la cima y encuentro de nuevo un regalo para la vista: Sierra de Gata a un lado, Monsagro al otro, y allí enfrente, Las Batuecas y La Alberca.


Un descanso para recuperar fuerzas mientras visitamos el enclave dominico, aunque lo realmente impresionante es el paisaje, y a continuar la ruta. Nacho, sabedor de la desbandada que se avecina dado lo técnico de la bajada, que disfrutaremos como nenos, y de que cada cual se toma su tiempo en el negociado de las curvas y del pedregal, advierte: “el cruce está marcado con carteles. TOMAD EL QUE SALE A LA IZQUIERDA”. Pero Trapote, rebosante de adrenalina, sordo y ciego de ansia, dispuesto a batirse contra el sendero tras haber subido por carretera, se va por su otra izquierda, y no oirá los gritos de Nacho y el teléfono de Vicente hasta 2 kilómetros más abajo. Le toca subir y al resto del personal esperar, para alegría de los tábanos. Y como a perro flaco todo son pulgas, tras el esfuerzo de reintegrarse al pelotón, el desdichado Trapote primero cata el suelo y luego se envalentona contra una piedra que sobresalía del suelo con muy mala leche; la contienda se salda con un llantazo de la rueda trasera de su Spe.

Con tanto contratiempo acumulamos un retraso de dos horas, y se me informa por vía telefónica que en el punto de avituallamiento cunde la impaciencia, que las viandas están más que preparadas, a la vista y el olfato de infantes y mayores, que salivan más que los perros de Pávlov. Por fin arribamos a El Cabaco, donde aguardan las familias y …. la pitanza. Un nuevo regalo, por supuesto por reencontrarnos con los nuestros y por el cariño puesto en el recibimiento y en los preparativos, pero como la cosa va por lo sensorial, esta vez le toca al gusto. ¡Ay Esther!, insuperable esa tortilla patria (con permiso de cada una de nuestras madres que, como todo el mundo sabe la mejor tortilla de patata es la de mamá), qué embutidos, menudo vino y de postre un bizcochín para mojar en el café y chuparse uno a uno estos diez que aporrean el teclado.

Tras la opípara ingesta toca seguir disfrutando del pedaleo y del paisaje de la sierra salmantina. Nos guía Nacho hasta unas labores mineras donde los romanos nos dejaron su impronta y, de paso, sin oro. Los muy jodidos no necesitaron las modernas técnicas de exploración geofísica y geoquímica para dejarnos a dos velas. Continuamos hacia Nava de Francia, atravesando magníficos bosques de robles y castaños, con algún alcornoque y madroño dispersos, que sobresalen entre las jaras. Pienso en que me gustaría ser testigo de la explosión de colores que debe acompañar al inmediato otoño. Y al poco de abandonar Nava, nuestro anfitrión, tan esplendido como el rey de Tebas al que debemos ese palabro, nos condujo hacia el siguiente regalo. El camino se estrecha hasta desaparecer y nos adentramos en un berrocal. Entre los tolmos de granito crece lavanda y algún tomillo, un verdadero obsequio para el olfato. Rodamos despacito entre el laberinto de berruecos, sorteando piedras, hoyas y maderas, en un “pasa tu delante que a mí me da la risa”. Y a medida que avanzamos rodando sobre los arbustos el olor se intensifica; y me vienen a la cabeza recuerdos de mi infancia que, no os preocupéis, no voy a relatar; y vuelvo a disfrutar como ese niño.

Como quien no quiere la cosa nos acercamos a San Martín, pero Nacho aún nos guarda una última sorpresa. Nos detenemos en un cruce con un angosto sendero advirtiéndonos que el camino se las trae, por la abundancia de piedra grande y suelta. Vamos, que las tiene todas para que alguno acabe la jornada dejándose los cuernos. Deserción de algunos integrantes de la tropa, que optan por tomar la vía rápida. Otros aún lo dudan, pero el oficial al mando sabe a quién debe obligar a seguirle, conocedor de que ese último tramo será una recompensa para los que disfrutamos de la bici de montaña. Y a tenor de los comentarios y expresiones de los que seguimos al salmantino, estaba en lo cierto.

Volvemos a la fuente de donde partimos. Volvemos a refrescar el gaznate. Y volvemos a retratarnos. Pero esta vez aplacadas las ansias mañaneras y cansados, con ganas de remojarnos debajo de una buena ducha. Dejamos las burras aparcadas en el establo de casa Nacho hasta mañana. El que ha rememorado la jornada del sábado dedicará el domingo a dar pío cumplimiento del tercer mandamiento de la ley de Dios, a santificar la fiesta, léase dar un paseín con sus chicas, que son eso, unas santas. Así que dejo a la voluntad de algún otro la crónica ciclista dominical.


Gracias Esther y gracias Nacho, por esos regalos inesperados, y sobre todo por el cariño con el que nos los habéis entregado.

jueves, 22 de septiembre de 2011

NOREÑA 2011, ¿COMARCA DESCONOCIDA?

"No estamos locos", no, pero reconocerlo, algunos piñones nos saltan en la sesera.
Cuando hombres hechos y derechos
, de los de paseo de domingo con señora del brazo, zapato fino y chaqueta de punto, agarran sus bicicletas recién lavadas y engrasadas, en un amanecer gris y lluvioso, de temperatura más bien fresca, con posibilidades de que la lluvia se convierta en chubasco, cogen el coche, y ponen dirección a una concentración de btt, indica que muy cuerdos no estamos, no.
Y no solamente nosotros, reducido grupo de Pelayos que por apoyar a un amigo dejamos familia en cama y perro en sofá, sino los más de 190 ciclistas que nos acompañaron en ese húmedo día. Algo tendrá que ver la concienzuda preparación de la ruta por parte de Rebollines y colaboradores, con el activo Pachu a la cabeza, con sus correctos marcajes, nunca excesivos, con sus avituallamientos, siempre correctos y autóctonos, y, por encima de todo, con el cariño y la atención por parte de estos noreñenses a todos los participantes.
No llovía
cuando nos reunimos en el parque algunos supervivientes de la Travesía: el trío Jorge-Juan-Camilo, montados desde Gijón, y los señores Camarero, Patricio, Rendueles y Mancha; También estaban allí los siempre dispuestos Modesto, Toni Acedo y Rafa, y el ojeroso y noctámbulo Juan Blas.
Que no
llovía, que no!!!, pero algunos equipamos chubasquero antes de la salida, por lo que pudieran soltar las nubes, que, apretadas y cercanas sobre nuestras cabezas, dejaban caer alguna que otra gota.
La salida
, neutralizada por Noreña, pronto dio paso a pistas y senderos que nos alejaron de la villa con
dal. Rendueles, motivado por un evento familiar, desapareció pronto hacia la cabeza del pelotón, el resto, trotábamos en compañía. Para esta ocasión, la ruta se apartaba de lugares ya hollados anteriormente y discurría por unos parajes desconocidos para la mayoría. Caminos que de repente se convertían en unos maravillosos senderos de tierra suelta por los que transitábamos con la boca abierta y los ojos entornados, (según decía Pachu, era el bosque de Ordiales). Caminos que nos sorprendían con repentinos cambios de nivel, que obligaban a esforzarse en el manejo del cambio. Caminos que se iban estrechando cual embudo repostero y luego se abrían a otros más cómodos, que, (¿Pachu??...-"rodeando Peña Careses".."Aaah"), nos llevaban al ordenado avituallamiento, justo a la salida de un túnel. Y seguíamos el desfile por la zona rural. Al poco, el túnel de San Pedrín nos dio la bienvenida con sus angosteces y oscuridades, aminoradas en esta ocasión gracias a las gestiones del licenciado, (la última vez que pasamos por allí, algunos salieron montados en la bicicleta de otros...).
Por La Rimáa
, un muy particular microclima, nos permitía pasar de un ambiente claro aunque húmedo a otro en el que parecía que estuviéramos en la cima de las montañas, rodeados de nubes. A estas alturas, ya el trío montuno había retornado a sus cuarteles, aprovechando un paso cercano a La Collada; Ivan era un desconocido y Juan ya esperaba en la Villa... Y los senderos se convertían, ahora en trialeras empedradas, en las que empujar la bicicleta era una necesidad, ahora en estrechas veredas descendentes por Muncó, Ceyes, Lavandera. Entre sanjuaninos y aldeanos con sus podadoras, pasamos por túneles vegetales, por fuentes de agua, por regatos... Ya dábamos la vuelta y recorríamos de nuevo el....¡Palacio de Celles! (gracias...), del año 1673, tristemente abandonado por las instituciones, y que a duras penas subsiste. De aquí unas cuantas curvas, una de ellas muy cerrada y resbaladiza, HUY!, que resbaladiza, ¡¡¡!!!... (...ayyyyyyy...sssshhh...trash! no pasa nada estoy
bien, ¡HOP!...), nos acercarían de nuevo a la capital chacinera, donde dimos rienda a nuestra gula con unos cuantos bollos preñados dispuestos por la organización, que en aquellos momentos peleaba con algún edil para conseguir duchas calientes, cosa que consiguieron en breve, y que es de agradecer.
El final de la ruta
para los que nos quedamos fue el habitual, una excelente y agradable comida de fraternidad con Los Rebollines, en el lugar que también viene siendo habitual. Allí, disfrutamos de una entretenida comida,
rodeados de esa simpatía y habilidad que caracteriza a estos amigos y a sus familias.

Del sorteo
no nos tocó nada esta vez, no por que no estuviera atento Rubén Patricio, que, con cuatro dorsales que llevaba, tenía todas las de ganar, si no, quizás, porque lo que si trajimos fueron muchas ganas de recorrer esos caminos de nuevo con estos mismos amigos y otros ausentes salmantinos.

Y como de bien nacido es ser agradecido...¡Como no nos toque el jamón, no volvemos!!!., (perdón, perdón, ha sido un lapsus mental...)...Muchas gracias por todo Rebollines.

lunes, 19 de septiembre de 2011

TERRITORIO VAQUEIRO, TRAVESIA 2011

Sumetum, tierra de altas brañas y profundos valles, de solitarios y altivos vaqueiros, de frondosos bosques y abruptas cañadas, de animales fieros y de otros tiernos…
En silencio, la columna descendía por el cortado que a duras penas contenía a los jinetes y a sus monturas. Era un tramo harto peligroso, cualquier paso en falso conllevaba una caída fatal al fondo del barranco. Los infantes extremaban las precauciones y sujetaban las yeguadas para evitar que un inoportuno traspiés diera con sus tristes huesos en la profunda sima.
“En silencio”..., había dicho el Guarda Mayor al dar salida a la expedición - “el enemigo está cerca, al otro lado del valle, frente a nosotros...En silencio..., caminaban los soldados, uno tras otro con gran lentitud...solo el ulular del frío viento y el seco graznido de los cuervos (croark…croark…) era audible en la collada.
...En silencio....el licenciado Camarero iba a la cabeza de la soldada, guiando a los soldados con mucho tiento, con mucha precaución, con mucha prudencia, con mucha cautela, con ... -"¡PAAAACHUUUU!!!, ABREEVIA, QUE NOS DAN LAS UVAS!!!!... El citado, veterano de varias batallas y cuyas patillas blancas denotaban su avanzada edad, miró hacia atrás con dificultad, mientras trastabilleaba a punto de perder el equilibrio...-“es que el estribo derecho no me suelta...JOOOH...”...
Estaban las tropas en el segundo día de los dos que duraba la travesía, siempre amenazadas por hostiles grupos de rebeldes úrsidos, que aunque no se veían, por aquellos lares pasteaban........

Allí estábamos, en una mañana luminosa y alegre, en Huergas, 16 efectivos más un joven tamborilero, vigilado de cerca por el siempre vocinglero Barredo. Rodeando nuestro exiguo batallón, otros 330 jinetes con monturas de variado pelaje. El bienconocido Hermano Parra, saludonos con afecto, repartió unos cuantos consejos, y, ya sin más, dio la salida a la expedición de este año. De nuestro Tercio se adelantaron ya, rápidos, los competitivos Juanes (Juanín, Xuan y Juan Ardura), Jorge, y los felices cuñados Rendueles. El resto de la cuadrilla se repartía por la zona intermedia del pelotón, que iba ganando metros y se estiraba al pasar por Torre de Babia. A partir de aquí, todavia se alargaría aún más, al encontrarnos ya con las primeras rampas que, aún siendo totalmente ciclables (que palabra más relativa…) obligaron a nuestros caballeros a hincar zapato en suelo y tirar de las grupas de sus compañeras de fatigas. Después de una larga caminata por pastizales de altura, (de bastante altura, que no había quién los subiera…) dimos bien en llegar a la famosa Laguna de Los Verdes, donde gracias al erúdito don Ángel Victor, supimos del origen de dicha herbacea charca (pensaba yo que lo de morrena se decía a las mujeres de rompe y rasga, pero no…). Unos momentos de solaz asueto, que el cansancio ya era notorio y proseguimos la marcha, aprovechando que los pastizales dejaron paso a las pistas que permitían un trote alegre por momentos. Llegando a la cascada del río Sañeu, estaba dispuesto un estupendo refrigerio, que aprovechamos para agrupar la cuadrilla. Formaban este corro los señores Gordejuela, Ángel Victor, Marguerido, Camarero, Zarate, Ardura con su inseparable Camilo, y el somnoliento Garrido, entre otros. Cerrando la expedición y a cola de la misma, oíanse, como un eco en las montañas, las voces del duo Barredo. Desde esta zona, y a través de unos hermosos valles, alternando de nuevo praderas con pistas con senderos, acometeríamos el largo y polvoriento ascenso al Alto de La Farrapona. Tocaba de nuevo avituallamiento, esta vez de postín, con multitud de viandas y refrescos. Y servía en este punto el siempre dichoso don Patricio, que nos recomendó, muy vivamente, echáramos mano o mejor boca, de los alimentos energéticos, pues nos quedaban algunos tramos complicados que vencer. Así lo hicimos, y tras los saludos de rigor, los miembros de la brigada fueron emprendiendo la marcha, según terminaban sus raciones. Arrancamos en descenso hacia el Lago de La Cueva, y desde este, en un feroz ascenso entre piedras, excursionistas y la sin par bella Emma, hasta la majada de Cerveriz, asomándonos al lago del mismo nombre, allá, en la lejanía. Una vez en las alturas, y, superada la Vega de Camayor, la ruta giraba hacia la diestra para enfrentarnos a unos de los hitos del camino: ¡¡¡EL PORTEO!!! asín, con mayusculas, una escalada con la jumenta a cuestas durante unos largos, pero que muy largos, 20 minutos. Durante ese espacio de tiempo inmaterial, por la mente del jinete desfilan un sinfín de consejos: -“cógela por el tubo diagonal…”…” no, no, mejor por el horizontal”…” Bah, qué sabrán estos ceporros, tíratela a la espalda”…a donde apetecía tirarla era al abismo!!!...ya queda menos, solo 50 metros….25…10…arghhh!!!, en un postrer esfuerzo, se logra la cima…por cierto, ¡que paisaje!. Allí nos daba la bienvenida un Asturcón con banderola al viento, que no había peña en la que no te toparas con uno, o con dos...;un ligero y tenue sendero nos depositaba en una elevada campiña, que había que descender...¡EN PICADO!!, por lo que menester era desmontar de nuevo y confraternizar con la pradera; algunos osados y bienaventurados jinetes sí que lograron descender montados, el resto de los mortales ora caminando, ora paseando, hicimos nuestro peculiar via-crucis hacia el fondo del valle. Allí nos esperaba una corta pero muy exigente trialera, en la que había que ir ganando palmo a palmo el terreno, y, si el descenso no era manco, todavía nos esperaba la madre de todas las rampas…los mismos valientes que habían descendido a lomos de sus jacas, veían como estas rehusaban a los pocos metros y daban la vuelta. Solo eran 2500 metros de camino, -"¡pero qué camino señores!...“ y que inclinación!!”. En fin, todo se acaba y antes de que nos abandonáramos a la desesperación y al desánimo, conseguimos hacer cumbre y descender de forma pausada, sin fuerzas para frenar…hacía el pueblo de Valle de Lago, donde recuperar nuestras fuerzas, ya muy escasas y nuestro humor. Y aquella tranquilidad tan típica de esas tierras vaqueiras vino a romperse como un cántaro en la cabeza del enamorado al aparecer por el lugar el hiperactivo Barredo y su mozo (...pero, Pablo…¿no lo habíamos dejado atrás???). La explicación llegó pronto: acompañados de los célebres César y don Paco, asturcones viejos, habían descendido por el camino de Valle de Lago, evitando así todos nuestros males. Salimos al poco de los arrabales de la aldea y, tras una ligera subida en la que el ímpetu de Barredo desmontó a un sudoroso Mancha, el resto fue un descenso rápido y veloz hacia los cuarteles en la Pola. Allí nos reuniríamos con el resto de compañeros, con los que compartimos unos momentos de relajo y disfrute por las tabernas locales y su posterior cena; algunos con fuerzas visitarían, más tarde, un oscuro, pues era de noche, lugar de juego y alterne…servido por una recia y menesterosa mesonera…exceptuando, claro está, la caterva de marmotas que se quedó en la fonda a dormitar.


La mañana siguiente amaneció fresca y nublada, y algunos reclutas, a juego con la misma, se levantaron grises y plomizos, esto es, pesados de ancas...Salimos de la misma Pola de Somiedo, ascendiendo por la rampa que habíamos disfrutado el día anterior. Llegando a Coto, tomamos el camino de La Sombra, aunque sol no había, no, que las nubes lo tapaban . A partir de aquí, el ascenso se hizo largo y cansino, pero muy cansino, o quizás éramos nosotros los que estábamos cansados. Al cabo de bastante tiempo,, y arrastrando nuestros sacos de huesos, llegamos a la cresta de aquella loma, entre acebos y piornales y nos dejamos caer hacia la Braña de Mumian, donde los Guardas nos agruparon a todos para descender hacia Llamardal de una forma silenciosa, vista la cercanía de la población Úrsida, que nos observaba con desidia desde el otro lado del monte, mientras mordisqueaban unos endrinos. Estaba la Braña Mumián recorrida por un viento frío y descarnado, que helaba los huesos de los reclutas poco preparados, allí mismo, tuvimos de asistir al aguerrido Ángel Víctor, que temblaba como hoja carcomida, el pobre, quizás por un deficiente equipaje, quizás por la excesiva ingesta nocturna de licores varios la nocheee...la madrugada pasada.. Como ya relaté, fue aquella una caminata tensa e insegura, por un lado el barranco, y por el otro el pedrero. A la mitad de la misma, hallábase la incomparable doncella Emma con algunos invitados animando a los infantes a seguir con mas brío (bueno...animando...animando, menuda guerra nos dio...casi nos tira abajo con su ímpetu…). Y con maña y recato descendimos, unos mejor que otros, hasta enlazar con la subida al Puerto, por agujereados senderos vacunos al lado de la cómoda carretera. Del Puerto a la aldea de La Cueta, se corría por una blanca y virginal pista de hormigón, con lo que en breve nos encontramos almorzando en esta última villa, eficazmente atendidos por la dulce Susana. La senda, unos plátanos después, iniciaba un suave ascenso por el fondo de la cañada, hasta desembocar en un pedrazal que hubo que atravesar andando...y con las jacas a hombros de nuevo. Era el último esfuerzo, vislumbrando ya la braña de Murias Llongas, con sus pocos teitos arrinconados contra la montaña. A partir de aquí, una rápida pista nos depositaría de nuevo en el pueblo de Coto, y de este a Pola, donde finalizarían las cabalgadas. Para celebrar el final de las incursiones, la intendencia Asturcona había preparado un gran festín, con profusión de alimentos y bebidas, contando incluso con maestros parrilleros que brasearon unos cuantos kilos de costillares y embutidos para las milicias. Y allí estábamos, entre chascarrilos y alabanzas a la ruta cuando al fin nos alcanzaron (a los postres, arroz con leche) la familia Barredo, que venían de sufrir lo indecible, averías incluidas, por los montes sometanos. Detrás de ellos, el atribulado Alperi, que también había sufrido lo suyo escoltando a la familia. Al zagal, compensaronlo con el trofeo al mas joven, y al padre, con una rueda nueva. Y así, fartucos y contentos, retornamos a nuestro hogares con un sonrisa en el rostro…-"Vicente!!!, despierta, que ya acabé…que cruz...si no fuera porque no ronca, el bendito..."

Muchas más historias quedan en el papel, pero lo que no puede quedar es el sentimiento de gratitud a nuestros amigos Asturcones por obsequiarnos estos dos días de maravillosas rutas por el concejo de Somiedo.
Muchísimas gra
cias

jueves, 14 de julio de 2011

VUELTA AL CONCEJO DE GIJON 2011

¡¡SABOTAGE!!, Sire, sans doute…a ete un sabotage…el capitan Briansoix (lease Briansuâ) remató la frase clavando el mellado sable en el suelo mientras se destocaba del sucio barboquejo que ceñía sus sienes. La frase había silenciado, bruscamente, el murmullo de la atestada tienda de campaña. El Sire en cuestión, recio, callado, amenazante, inclinado sobre el mapa pero con pose digna, apenas esbozó un gesto frío mientras acariciaba su corta y canosa barba con la mano libre, la otra, la diestra, permanecía en el interior de su chaleco índigo…la pregunta sonó ronca, merced a años de expediciones en las minas...-¿Cuántos hemos perdido Emmanuel???...Conocía bien al capitán, y le tenía en aprecio, un individuo de verbo fácil, aunque con tendencias histriónicas... -"Pocos Sire, acaso una cuadrilla, los batidores se dieron cuenta pronto y redirigieron el avance", -" ¿Se ha descubierto al responsable…?"...Un silencio opresivo, asfixiante, se extendió entre los asistentes como un sudario húmedo…El temible sargento Jean du Blas, convaleciente de una herida en el Sitio de Le Peinete, respondió seguro de sí, a la par que pasaba una piedra de afilar a la hoja de su daga, su voz era como una sentencia…-"Ha sido reconocido Milord, anda proclamando su hazaña por los boletines locales...”…- El pequeño Mariscal asintió satisfecho, mientras seguía estudiando el mapa, todo un año de preparación se podía ir al traste por lances como aquel; no habían comenzado las maniobras y ya tenían los primeros percances en ciernes...un añejo infante al que los galenos habían tenido que coserle medio brazo y ahora aquello...en estas estaba, maldiciendo en arameo por lo bajini cuando un cabo gastador algo desastrado y flojo de belfo irrumpió tropezando en la tienda en la que se cobijaban los generalatos...-“¡François de Le Polê, Cuádrese!- ordenó el untuoso y socarrón mariscal Reubenoir (Rubenuâ...), siempre dispuesto a encontrar una buena fonda o mesón donde almorzar con su señoría......-¿Qué sucede ahora?...-“ –“ Si Su Ilustre, el comandante Echevarrieux comunica el avance por la zona de Fario, las fuerzas afrontan el descenso hacía el Valle de Sariego, también hace saber a su Insigne que la vanguardia se ha quedado sin rancho”. Respondió el aludido...Bueno, lo del desayuno no era importante, por lo menos Echevarrieux y sus lugartenientes mantenían el orden, empresa harto difícil con mas de 300 integrantes, entre exploradores, bisoños, veteranos, chusqueros, gañanes y alguna que otra infanta, amén de tres o cuatro carromatos con la intendencia. Ya se había superado el tercio de la ruta y la cosa no pintaba nada mal, el clima se mantenía estable y los caminos limpios y seguros, excepto alguna charca embarrada. Ojeaba el mapa cuando la calma fue de nuevo interrumpida por el voceador Barredoux (Barreduâ), encargado de que las tropas no se durmieran...ante la llegada del ya veterano militar, todos los presentes echaron las manos hacia sus oídos, en previsión de evitar posibles sorderas:...-“SIREEE, DOS BAAJAS...EN LA COLLADAAA!!!...” Destapando sus imperiales orejas, el Mariscal requirió el catalejo al intendente Paulinê, hombre serio y circunspecto, de oronda cabeza que mantenía cubierta por un chacò. Oteo la zona y descubrió a los heridos, protegidos por algunos batidores mientras los cirujanos procedían a su traslado al hospital de campaña...-“Bien teniente, bien, encárguese de que sean bien atendidos por los cirujanos...y localíceme a Chemoix, donde diantres esté...”. El citado Barredoux espoléo su montura, como siempre hacía y salio disparado, seguido de su delfín, como bala de cañón torcido hacia la zona. Mientras tanto, en las alturas de la foresta Múñica, un irritado brigada Trapeaux (Trapuax), reprendía vivamente a un quinto: -“¡¡Guzmanoir!! (Guzmanuá), le tengo dicho que apague la corneta, que nos está dando el día, Mondieu!!!...Unas leguas por delante, uno de los jinetes daba con sus huesos en una trinchera de la zona, quedando en tal mala postura que nadie osaba moverlo, y en una de las rampas posteriores, otro mas, aterrizaba de mala manera en una pedregosa vereda, sin consecuencias serias para ninguno de ellos....-Los correos informaban de la llegada de las fuerzas al área de avituallamiento, en Varé, donde reposarían y darían buena cuenta de las viandas allí dispuestas. Seguía el tiempo tranquilo, sin riesgo de lluvia, que siempre empuerca los caminos y desasosiega las monturas. De ahí a PeñaFerruz, las fuerzas harían un despliegue sencillo, sin grandes contratiempos, excepto algunos desmontes forzados que dieron con un par de reclutas en suelo... Al cuartel general, llegaba en esos mismos momentos el Húsar Êmile du Batôn, correoso funcionario, toda una garantía de la disciplina castrense, y cuyas invectivas eran bien conocidas por algunos. A pesar de mantener un espíritu juvenil y dispuesto, los achaques ya le eran frecuentes. -“Milord, l`armeê sobrepasa ya la venta Romarí sin sombra de deterioro, se dirigen al Monte Areo”, comunicó mientras hacía oscilar su garrote arriba y abajo, ante la asustada mirada de los edecanes...Al paso, en el área citada, con ya pocas fuerzas, los integrantes, bajo una lluvia fina que se filtraba entre la arboleda, afrontaban la última rampa, temible como pocas...Solo quedaban unos pocos kilómetros por la urbe para fascinación de los pocos ciudadanos paseantes, con llegada final a los cuarteles de Las Mestas, donde recoger enseñas y diplomas.
El Ilustre, sabiendo lo poco que restaba a la marcha, solo unas pocas leguas por terrenos urbanos con escolta oficial, exhaló un suspiro de alivio al que se unieron el resto de asistentes. Ya se veía disfrutando de un merecido descanso en sus tierras salmantinas, rodeado de sus viñedos y sus colegas...Sin embargo, algo quedaba por hacer todavía...
…Anochecía, y la claridad se difuminaba rápidamente. Buscando las sombras, un hombre embozado y vestido de negro, que a pesar de su corpulencia, se movía ágil y silencioso como una pantera con calzas, llegose hasta la puerta. Allí, en silencio, abrió su chaqueta y extrajo una siniestra daga cuyo filo, recién afilado, lanzaba acerados destellos a pesar de las penumbras. Su mano enguantada en cuero negro abrió, con sumo cuidado, la portezuela, que apenas exhalo un débil quejido, y se introdujo, zahino, en el zaguán de la casa…su presa estaba cerca, lo presentía…era hora de cobrar una deuda reciente, y a fe del sargento, que iba a quedar liquidada en menos de lo que se tardaba en decir un amén…

lunes, 13 de junio de 2011

LA TRASTIENDA DEL INFIERNO (Soplao 2011)

Al igual que ocurre con los seres vivos, las ideas nacen, crecen, se reproducen (o no) y mueren. La de participar en “Los 10000 del Soplao” nació hace un año, durante la convalecencia tras la operación por rotura del ligamento cruzado anterior de mi rodilla. Pensé que, a modo de esas promesas marianas consistentes en alcanzar algún Santuario de Nuestra Señora, sito a tropecientos kilómetros por camino de guijo, descalzo, o mejor aún, hincado de hinojos para mayor sufrimiento, podría meterme 165 kilómetros entre pecho y espalda para ver como respondía la pierna. Con el tiempo y la lentitud de la recuperación la idea quedó aparcada, dormida pero latente. Hasta que retomé las salidas sabáticas y, en una de esas, el que se hace llamar “De la Mancha” se acercó pedaleando y me dijo: -"Pepe, ¿nos apuntamos al Soplao?". Ese día la idea despertó tímidamente, pero a base de chinchar un sábado sí y otro también, entró en fase de crecimiento.
La inscripción a la prueba fue seguida del arrepentimiento de haberlo hecho, no sólo porque pensaba en la locura y sufrimiento de pasar más horas que nunca encima del sillín, sino porque me estaba obligando a entrenar, a robarme tiempo o quitárselo a mi familia para entregárselo a la bici. Pero ya estaba decidido: a partir de ese día me propuse salir todos los sábados, sin importar la meteorología, y también los miércoles, amparado por la nocturnidad. Aconsejado de nuevo por el Manchego de Asturias, me inscribí en dos rutas que bien podrían indicarme si “progresaba adecuadamente” con vistas a alcanzar el objetivo.Todos los pelayos que acudimos a la Maratón Montes del Sella y los 101 Peregrinos acabamos ambas pruebas. En el grupo de cola los de siempre, los que tenemos como meta llegar a ella sin importar el tiempo que invertimos para alcanzarla. Y en ambas pruebas el mismo comentario una vez acabadas: -"¿te das cuenta de que en El Soplao nos quedarían aún 100 kilómetros?; ¡65 kilómetros más para acabar El Soplao!" . Como se dice en el argot ciclista, los dos días tuve “buenas sensaciones” y, aunque mentiría si dijera que no deseaba ver el final, no me hubiera costado mucho pedalear durante unos cuantos kilómetros más.Este fue todo el bagaje que metí en el petate para ir a Cabezón. ...Menudas batallas nos cuenta ahora el abuelo … Pues sí, pero creo que no está de más para desengañar a los que piensan que nunca podrán hacer este tipo de pruebas por falta de tiempo para entrenar. Es más, como soy un tío de ciencias y me gusta apuntar, observar, analizar, … mis piernas hicieron 1416,10 kilómetros repartidos en 34 salidas desde el 1 de enero, lo que hace un promedio de 41,7 kilómetros por salida. Ya lo veis, no se puede ir a El Soplao con cuatro paseínos previos, pero que no os cuenten milongas; si no pretendes hacer un “buen tiempo” tampoco es necesario entrenar un día sí, otro no, en series de frecuencia cardiaca máxima-mínima, subidas del 20% seguidas de suave pedaleo en llano durante 5 kilómetros (quién cojones encuentra un llano de 5 kilómetros seguidos en Asturias), etc, etc. Y por fin llegó el momento de llevar a término la idea. Llegamos a Cabezón de la Sal y me quedé alucinado del ambiente y la cantidad de gente que atestaba la villa. Si Don Pascual Madoz levantara la cabeza reescribiría la página correspondiente de su diccionario geográfico e incluiría tal evento, no me cabe duda. Recogida de dorsales, traslado a Casar de Periedo, cena a base de carbohidratos y a la cama, si así puede denominarse un catre por el que me sobresalían los pies, olía a gasoil y estaba equipado con una almohada cuyo espesor necesitaba ser medido con un micrómetro. La noche fue un eterno duermevela. -"Los nervios, así estamos todos...", dijo uno de mis compañeros a la mañana siguiente. A estas alturas de la vida, con 46 primaveras a mis lomos y habiéndome colgado ya las medallas que considero importantes, puedo afirmar que la excitación, de haberla, no tenía relación con el evento deportivo, sino más bien con la mala leche que me provocaba la íntima sensación de que me habían tomado el pelo. Pero como diría el Sr. Ende en su interminable relato -“esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión”.
Ya estamos casi a la cola de un infinito pelotón que se desparrama por las calles de Cabezón. A la espera de que los AC/DC indiquen el momento de la salida, pasan por mi mente los bienintencionados consejos de los que han completado los 165 kilómetros en anteriores ocasiones: -"El Soplao se entrena haciendo kilómetros en bici de carretera; usa cubiertas rodadoras, que no hay tramos técnicos; si acabaste los peregrinos, El Soplao está chupao; llévate un culotte de repuesto y échate crema; el verdadero Soplao empieza en Ruente; márcate un objetivo (el mío era hacer todo el recorrido en la bici, sin caminar, y doy fe que lo cumplí, salvo el tramo de embotellamiento en el que todos tuvimos que echar pie a tierra)". Ya da igual, ya hemos empezado a rodar. Mi inicio es lento y cansado, como acostumbro. La explosividad de los años mozos se tornó hace tiempo en la constancia de los motores diesel de antaño: costaba arrancarlos, pero cuando calentaban después de los primeros 20 kilómetros, eran capaces de ir sumando los que fueran. Por eso, y porque pronto llega la primera meadita, enseguida me quedo atrás. No importa, me uniré a mis compañeros de fatiga en la Ermita de San Antonio y continuaremos cada uno a su ritmo, pero agrupándonos en los avituallamientos. Mi rodar fue más o menos ligero, mejor de lo que pensaba, y aunque algún “maloso” insinuó que comía algo más que plátanos, pastelitos y bocatas de jamón, os juro que hubiera pasado todos los controles antidopaje. No os detallaré el recorrido e incidencias pormenorizados; ya lo hemos vivido, leído, contado u oído. Tuve la sensación de estar haciendo una prueba en etapas en las que se repetía la misma situación una y otra vez: salida torpe y costosa tras cada avituallamiento, mejora progresiva adelantándome a mis compañeros de grupo y nueva parada de vituallas hasta configurar el mismo grupo (Arturo, Adrián, Juan, Pedro, Josmar, Vicente y el que suscribe). Algunas esperas fueron largas, y aunque el cuerpo te pide arrancar para no enfriarte más de la cuenta, un “no sé que” te retiene, algo que te dice que es mejor disfrutar comiendo acompañado mientras comentas cómo estás, das ánimos al que encuentras desfallecido, compartes barritas, cremas, dichas y desdichas,…Y tras una escapada subiendo El Moral por donde previamente habíamos descendido (lo siento chicos, tenía que seguir mi ritmo o no acababa), después de 165 kilómetros y 15 horas de bici, con las nalgas escocidas a causa de la íntima relación de las susodichas con el sillín (y dicen que el roce hace el cariño, ¡ja!), cansado y emocionado, atravesé la meta. La idea se había consumado, pero no tengo tan claro que, a diferencia de lo que ocurre con los seres vivos, haya muerto.
-"...Señor De La Mancha.................

..........¿VOLVEMOS EL AÑO QUE VIENE?........"


Autor confeso del relato: Don Pepe Marín de Barcaiztegui