lunes, 13 de junio de 2011

LA TRASTIENDA DEL INFIERNO (Soplao 2011)

Al igual que ocurre con los seres vivos, las ideas nacen, crecen, se reproducen (o no) y mueren. La de participar en “Los 10000 del Soplao” nació hace un año, durante la convalecencia tras la operación por rotura del ligamento cruzado anterior de mi rodilla. Pensé que, a modo de esas promesas marianas consistentes en alcanzar algún Santuario de Nuestra Señora, sito a tropecientos kilómetros por camino de guijo, descalzo, o mejor aún, hincado de hinojos para mayor sufrimiento, podría meterme 165 kilómetros entre pecho y espalda para ver como respondía la pierna. Con el tiempo y la lentitud de la recuperación la idea quedó aparcada, dormida pero latente. Hasta que retomé las salidas sabáticas y, en una de esas, el que se hace llamar “De la Mancha” se acercó pedaleando y me dijo: -"Pepe, ¿nos apuntamos al Soplao?". Ese día la idea despertó tímidamente, pero a base de chinchar un sábado sí y otro también, entró en fase de crecimiento.
La inscripción a la prueba fue seguida del arrepentimiento de haberlo hecho, no sólo porque pensaba en la locura y sufrimiento de pasar más horas que nunca encima del sillín, sino porque me estaba obligando a entrenar, a robarme tiempo o quitárselo a mi familia para entregárselo a la bici. Pero ya estaba decidido: a partir de ese día me propuse salir todos los sábados, sin importar la meteorología, y también los miércoles, amparado por la nocturnidad. Aconsejado de nuevo por el Manchego de Asturias, me inscribí en dos rutas que bien podrían indicarme si “progresaba adecuadamente” con vistas a alcanzar el objetivo.Todos los pelayos que acudimos a la Maratón Montes del Sella y los 101 Peregrinos acabamos ambas pruebas. En el grupo de cola los de siempre, los que tenemos como meta llegar a ella sin importar el tiempo que invertimos para alcanzarla. Y en ambas pruebas el mismo comentario una vez acabadas: -"¿te das cuenta de que en El Soplao nos quedarían aún 100 kilómetros?; ¡65 kilómetros más para acabar El Soplao!" . Como se dice en el argot ciclista, los dos días tuve “buenas sensaciones” y, aunque mentiría si dijera que no deseaba ver el final, no me hubiera costado mucho pedalear durante unos cuantos kilómetros más.Este fue todo el bagaje que metí en el petate para ir a Cabezón. ...Menudas batallas nos cuenta ahora el abuelo … Pues sí, pero creo que no está de más para desengañar a los que piensan que nunca podrán hacer este tipo de pruebas por falta de tiempo para entrenar. Es más, como soy un tío de ciencias y me gusta apuntar, observar, analizar, … mis piernas hicieron 1416,10 kilómetros repartidos en 34 salidas desde el 1 de enero, lo que hace un promedio de 41,7 kilómetros por salida. Ya lo veis, no se puede ir a El Soplao con cuatro paseínos previos, pero que no os cuenten milongas; si no pretendes hacer un “buen tiempo” tampoco es necesario entrenar un día sí, otro no, en series de frecuencia cardiaca máxima-mínima, subidas del 20% seguidas de suave pedaleo en llano durante 5 kilómetros (quién cojones encuentra un llano de 5 kilómetros seguidos en Asturias), etc, etc. Y por fin llegó el momento de llevar a término la idea. Llegamos a Cabezón de la Sal y me quedé alucinado del ambiente y la cantidad de gente que atestaba la villa. Si Don Pascual Madoz levantara la cabeza reescribiría la página correspondiente de su diccionario geográfico e incluiría tal evento, no me cabe duda. Recogida de dorsales, traslado a Casar de Periedo, cena a base de carbohidratos y a la cama, si así puede denominarse un catre por el que me sobresalían los pies, olía a gasoil y estaba equipado con una almohada cuyo espesor necesitaba ser medido con un micrómetro. La noche fue un eterno duermevela. -"Los nervios, así estamos todos...", dijo uno de mis compañeros a la mañana siguiente. A estas alturas de la vida, con 46 primaveras a mis lomos y habiéndome colgado ya las medallas que considero importantes, puedo afirmar que la excitación, de haberla, no tenía relación con el evento deportivo, sino más bien con la mala leche que me provocaba la íntima sensación de que me habían tomado el pelo. Pero como diría el Sr. Ende en su interminable relato -“esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión”.
Ya estamos casi a la cola de un infinito pelotón que se desparrama por las calles de Cabezón. A la espera de que los AC/DC indiquen el momento de la salida, pasan por mi mente los bienintencionados consejos de los que han completado los 165 kilómetros en anteriores ocasiones: -"El Soplao se entrena haciendo kilómetros en bici de carretera; usa cubiertas rodadoras, que no hay tramos técnicos; si acabaste los peregrinos, El Soplao está chupao; llévate un culotte de repuesto y échate crema; el verdadero Soplao empieza en Ruente; márcate un objetivo (el mío era hacer todo el recorrido en la bici, sin caminar, y doy fe que lo cumplí, salvo el tramo de embotellamiento en el que todos tuvimos que echar pie a tierra)". Ya da igual, ya hemos empezado a rodar. Mi inicio es lento y cansado, como acostumbro. La explosividad de los años mozos se tornó hace tiempo en la constancia de los motores diesel de antaño: costaba arrancarlos, pero cuando calentaban después de los primeros 20 kilómetros, eran capaces de ir sumando los que fueran. Por eso, y porque pronto llega la primera meadita, enseguida me quedo atrás. No importa, me uniré a mis compañeros de fatiga en la Ermita de San Antonio y continuaremos cada uno a su ritmo, pero agrupándonos en los avituallamientos. Mi rodar fue más o menos ligero, mejor de lo que pensaba, y aunque algún “maloso” insinuó que comía algo más que plátanos, pastelitos y bocatas de jamón, os juro que hubiera pasado todos los controles antidopaje. No os detallaré el recorrido e incidencias pormenorizados; ya lo hemos vivido, leído, contado u oído. Tuve la sensación de estar haciendo una prueba en etapas en las que se repetía la misma situación una y otra vez: salida torpe y costosa tras cada avituallamiento, mejora progresiva adelantándome a mis compañeros de grupo y nueva parada de vituallas hasta configurar el mismo grupo (Arturo, Adrián, Juan, Pedro, Josmar, Vicente y el que suscribe). Algunas esperas fueron largas, y aunque el cuerpo te pide arrancar para no enfriarte más de la cuenta, un “no sé que” te retiene, algo que te dice que es mejor disfrutar comiendo acompañado mientras comentas cómo estás, das ánimos al que encuentras desfallecido, compartes barritas, cremas, dichas y desdichas,…Y tras una escapada subiendo El Moral por donde previamente habíamos descendido (lo siento chicos, tenía que seguir mi ritmo o no acababa), después de 165 kilómetros y 15 horas de bici, con las nalgas escocidas a causa de la íntima relación de las susodichas con el sillín (y dicen que el roce hace el cariño, ¡ja!), cansado y emocionado, atravesé la meta. La idea se había consumado, pero no tengo tan claro que, a diferencia de lo que ocurre con los seres vivos, haya muerto.
-"...Señor De La Mancha.................

..........¿VOLVEMOS EL AÑO QUE VIENE?........"


Autor confeso del relato: Don Pepe Marín de Barcaiztegui

2 comentarios:

De la Mancha dijo...

Gran relato Pepe, por cierto que volvemos, vaya si volvemos...

Adri dijo...

Gran crónica, sí señor... qué te pasó con la almohada del hostal? Si era de pluma de vaca, por lo menos.