domingo, 2 de junio de 2013

A Covadonga hemos de llegar...algún año


La estancia estaba en silenciosa penumbra, los velones de un par de tuferarios a duras penas lograban iluminar el pergamino que estudiaba el delgado religioso. Sus manos asían el papel con fuerza, mientras sus febriles ojos, escudados tras unos ahumados anteojos, recorrían los párrafos rápidamente. No era un monje cualquiera, bajo aquellos castos y oscuros ropones se hallaba uno de los más feroces inquisidores que la Orden jamás había nombrado: Pedro Pablo de Moyada ostentaba el cargo hacía ya varios años, y bajo su férreo yugo, no pocos herejes, renegados, ácratas y libertinos habían sido reconvenidos de dura y contundente manera.
Los cirios languidecieron brevemente, expulsando volutas de un humo negro y aceitoso, cuando la puerta se abrió dejando entrar a un cojeante fraile de pelo canoso. Los ojos del superior recorrieron de arriba a abajo al tembloroso dominico, riojano por más señas, y cuya facilidad para enfangarse era bien conocida en la comunidad, de hecho, sus hábitos lucían parches de lodo por algunos de sus pliegues frontales. –“Estamos preparados ilustrísima”. Al otro lado de la puerta veíase la comitiva que acompañaría al temible inquisidor en su inspección por las mazmorras. 
Estaba formada por el pausado y tranquilo procurador Roces, y por el no menos impasible licenciado Modesto, cuyo nombre hacia gala a su recato y decoro. Ambos eran los asesores de su eminencia en los autos de fe de aquel día. Asintiendo con la cabeza, el cruel místico avanzó con decisión por el largo y tenebroso pasillo en dirección a los sótanos. 
El calabozo principal se hallaba a poca distancia; alumbrado por varios hachones colgados de las paredes, era tan amplio como sucio y pestilente. El alguacil Acedo, un temible individuo de cuerpo ancho y bronca voz se apresuró al encuentro de grupo. Portaba en las manos una suerte de vigueta rota, a la sazón de una palanqueta o manubrio…-“Se ha roto de nuevo, ilustrísima, y con esta ya son tres, el hermano herrador esta preparando una de buen acero, para ver si aguanta”.
La traviesa en cuestión era parte importante del potro, temible instrumento de castigo, utilizado en aquellos mismos momentos para tensarle las jarcias a uno de los inculpados.
Pablo de Moyada giró su cabeza hacía el centro de la habitación, allí donde se encontraban los dos principales ajusticiados: Los hermanos Blas y del Real. El primero de ellos estirado cuan largo era sobre un maltrecho potro, que crujía sobre sus cuadernas como navío ante galerna, mientras el segundo aguardaba sentado en un triste taburete. Entre ellos se hallaba el silente verdugo Vázquez que, con cara severa y taciturna, sostenía la otra parte rota del garrote.
Los cargos, recogidos en el formulario que había leído el sacerdote, eran serios e irrebatibles: retraso en el proceder de la orden, incumplimiento de la misión encargada, quebranto del ayuno y abandono de las tareas monacales…
Fray Pablo de Moyada observó con gesto adusto al encausado de mayor edad, el del potro. Su envergadura era tal que las correas apenas lograban ceñirle la cintura; mirando con mayor atención, advirtió un movimiento en las mandíbulas del hombre, escondidas tras una espesa barba. A su gesto de extrañeza respondió rápido el alguacil, mientras se secaba el sudor con un sucio trapo: -“se trata del bocadillo del verdugo, eminencia, logró quitárselo en un descuido”.
El otro preso, de menor estatura y volumetría pero similar corpulencia, exhibiendo una tranquilidad rayana en la pachorra, esperaba su turno (toda vez que el potro no se desvencijara totalmente…) como quien espera a misa de doce. No estaban solos en la penuria, un poco más alejado se encontraba un hombre de tez morena y ojos vivaces, cuyas manos y cabeza tenía aprisionadas en un cepo.Acedo levantó la tea que manejaba con soltura, y de la que no se despegaba jamás, y la luz de esta iluminó las facciones del castizo jurista Lledó, penado por quebranto de conducta y espíritu respondón.
La celda, a disgusto de Fray Pablo se encontraba en aquellos momentos repleta de gentío. A los frailes de la orden se sumaban unos cuantos laicos procedentes de tierra adentro, que observaban la escena desde la seguridad del deber cumplido. Los acompañaban algunos conversos propios y ajenos, que también había ganado el jubileo correspondiente. Se reconocían, entre otros, los semblantes cansados de los oficiantes Mulero, Rendueles, Vara, Marguerido, y al circunspecto hermano René.
Rodeando el grupo, se acercó el catedrático Fray Modesto, coadjutor de la procesión, que, inclinando la cabeza con respeto comenzó su informe: -“Eminencia, ya tenemos los testimonios definitivos, no dejan lugar a dudas, los reos son culpables.” El cruel místico asintió en silencio, a la vez que hacía un gesto hacia el verdugo, que intentó apretar el tormento en vano, las cuerdas restallando como jarcias en temporal. –“…con su falta de pasión y convencimiento impidieron la llegada de nuestro monjes al Santo lugar …”- seguía desgranando el monje con entusiasmo.
Separose un poco el prior del leyente, observando como por la zona corría arriba y abajo un joven monaguillo, de nombre Arguelles, que iba de un lado a otro sin orden ni concierto. En estas estaba el zagal, deambulando, cuando acertó a pasar cerca del máximo religioso, que sin pensarlo ni un instante, soltole tan recio pescozón que de ahí en adelante el juvenil escolano anduvo tieso como vara de medir…-“y esta por hablar…” pensaba para sí el hosqueño padre.

El run-run de la explicación seguía llenando el espacio de la sala…
-“…acompañaron durante un trecho los hermanos Marín, Llorente, Briansó y Ángel Victor, y un poco más los cofrades de la agrupación de Noreña, aunque a la altura de La Cruz, todos decidieron volver a sus parroquias, cansados unos y apresurados otros. A continuación se siguió el camino que, en fuerte descenso…”...
Fray Pablo continuaba paseando por la espaciosa celda cuando tropezó sin querer con uno de los monjes, aguzó la vista (aquello estaba más oscuro que confesionario africano) y descubrió bajo la capucha al coadjutor Guzmán: este tenía la mirada pérdida y asustada, y hojeaba intensamente un libro de mapas que tenía colgado del cuello, a la vez que rezaba una corta jaculatoria: -“abandonar a los hermanos es la perdición, abandonar a los hermanos es …”
Siguió su paseó el abate, mientras por detrás, continuaba la disertación del graduado -”…una vez llegados a Breceña, acometimos la dura “subida de Buslaz, que nos llevaría al pueblo de Sietes y desde allí, llaneando al pueblo de Anayo…”.
De repente, un ruido como de jarcias estallando resonó en la trena: Vázquez, reservado él y encargado de darle cuerda al potro, sudaba en vano intentando apretar de nuevo el tormento, esta vez con una palanca de más longitud. El condenado, a su vez, se rascaba un sucio y ancho pie con las uñas del otro. Ante la inutilidad del castigo, el sumo Padre indicó al verdugo, con un gesto de su barbilla, que iniciara el suplicio del segundo de los reos, el de porte tranquilo.
A su espalda, entretanto, el domine Modesto, había cogido un tizón del suelo y estaba dibujando un croquis sobre la pared del fondo…-“...trazando una recta que pase por Millares, en dirección 120º estesudeste, con un azimut estimado de 112,5º, alcanzamos la localidad de La Goleta, que dejamos atrás para…”
El potrero en jefe ya había soltado al barbudo, y ahora intentaba sujetar a Del Real, cosa complicada, observaba Moyada, ya que la mitad de las correas estaban rotas, y el tranquilo fraile se empeñaba en no soltar una jarra de bebida que tenía asida. 
Siguiendo el paseo circular, alcanzole uno de los prohombres de la cofradía, el amanuense y coqueto padre Patricio, que llevaba bajo el brazo, una prenda de difícil clasificación, no por su forma, chaqueta tres cuartos de tejido suave e impermeable, si no por su colorido, similar al lucido por algún mandatario de las Indias Occidentales: -“Excelencia, he aquí el diseño para nuestra congregación, nos ha salido barato ciertamente, juntamente con él, proporcionamos un capuz oscuro-“ Aquello no pegaba ni con cola de pez calafatera, pero la intención del jesuita Patricio era honesta y salía bien de precio; otro asentimiento bajo la capucha y el de las prendas retornó a sus labores.
A estas alturas, las dos paredes del fondo ya lucían planos, croquis y extraños cálculos, el hermano Modesto, compás de madera al cuello y reglón en mano había cogido ritmo y no
paraba con su explicación: -“…y si llamamos Y1 al segmento Villanueva-Cangas de Onís, aplicando el teorema del Condensador de Fluzo de Emmett Brown, veremos que la línea espacio-tiempo resultante indica que era materialmente imposible alcanzar Covadonga en conjunción con el vector X2... -y seguía…-"...de las fuerzas..." Unos cuantos frailes asistían alelados a las explicaciones del erudito, entre ellos el siniestro comisario, aún sin soltar la candela, otros dormitaban sin recato alguno, y los condenados, ya libres ambos ante la imposibilidad de sujetarlos al potro, degustaban unos caldos de la zona.

Fray Pablo de Moyada, moviendo la cabeza con gesto contrariado abrió la puerta con intención de dirigirse al refectorio, seguido por el callado y atento Roces, cuando, a su espalda, un funesto estampido resonó sobre las piedras, sobresaltando a los monjes: el siniestro instrumento de tortura acababa de venirse abajo, quedando reducido a astillas, tornillos, clavos y restos de pitanza…

...el año que viene, monje que no llegue, escalopines que no cata...