miércoles, 24 de abril de 2013

¡¡QUÉ MAL LO PASEMOS ... PERO QUÉ PAISANOS SEMOS!!


Observe el lector la foto que encabeza esta crónica. En ella se puede ver a cuatro aguerridos ciclistas, sonrientes ellos, luciendo el uniforme de la Peña BTT Rey Pelayo, que es así como, según los estatutos, se denomina nuestro bien querido club.
Como la mayoría de los lectores de estas líneas, a buen seguro, serán integrantes de dicha agrupación, habrán reconocido al personal: de izquierda a derecha, Barquín, Ángel Zárate, Antonio y el que suscribe, Pepe. En la instantánea también aparece Yoli, ocasional acompañante en nuestras correrías, y no están presentes otros tres Pelayos que asistieron al evento, a saber, Manu pedal, el expatriado Juan Ángel y el noreñense Pachu. De la chica y de los dos primeros me olvido en lo que concierne a esta historia: son partículas virtuales, como los fotones, pura energía, se sabe que existen pero no dónde están, puesto que nunca ocupan un lugar fijo en el espacio. Es más, una vez liberados no se les vuelve a ver ni el pelo ni ninguna otra parte de su anatomía (sí, Ángel,sí, mira la clasificación de la prueba y reconoce que te equivocaste en la asignación de ese …, ejem, ejem, … culotte). En definitiva, que si las huestes del soberano astur hubieran estado constituidas por esta nutrida soldadesca (por lo de bien alimentada, que no por numerosa), todavía tenemos a Munuza y sus musulmanes descojonándose por la Península.
La foto está tomada minutos antes de dar comienzo la cuarta edición de la “Bike Maratón Montes del Sella” y, como acabo de señalar, se nos ve sonrientes (doy fe de que Pachu también sonreía, probablemente más que ninguno). Y me pregunto: ¿de qué carajo nos reímos? Ya lo sé.
PEPE - Joder! Tengo la rodilla como un botijo, no sé si podré acabar
ANTONIO - Pues yo estoy tomando antiinflamatorios para el hombro
BARQUÍN - Llevo la rueda frenada por culpa de las putas pastillas
ÁNGEL -  … de momento no dice nada, pero ya lo dirá dentro de unos cuantos kilómetros
PACHU - Toy raru, tengo el cuerpu como apajaraú
En efecto, ese gesto facial forzado exclusivamente para el momento del retrato es causado por el “tira tú, que a mí me da la risa” mientras pensamos en los 56 duros kilómetros, acompañados de calor, barro, 2000 m de desnivel acumulado y, según reza el rutómetro, tres subidas duras y dos bajadas peligrosas.
Peeero, hay que saber sobreponerse, y ya que hemos logrado escapar de la enfermería del geriátrico … “VAMOALLÁ, COMPAÑEIROS”

Comienza la prueba, que para nosotros no es carrera, que vamos a disfrutar, a pasarlo bien, -Antonio no te ciegues, que te veo venir-. Todos juntinos por las calles de Ribadesella durante el primer kilómetro, aunque la compañía lo será por poco tiempo. A la salida de la cuevona de Cuevas (es muy bonita, pero el que la bautizó fijo que no conocía otra gruta o era deGijóndetolavida) ya me he quedado solo. No sé dónde están mis compañeros. En el mismo pueblo comienza la subida. Voy despacio, pero logro no posar el pie a pesar de que he visto pasos de Semana Santa más rápidos. Sorteo a unos cuantos “cofrades” que empujan su cruz y llego a la zona de “menos cuesta”. Vale, pues ahora a relajar, a disfrutar del sol, de los paisajes sobre el río Kwai, a tomar unas fotillas. La rodilla se va portando, pero mejor no maltratarla, que ya se sabe que las rodillas son muy suyas y se mosquean a la mínima, no vaya a ser que se rompa el botijo. En un pispás –anda, anda, ya serían dos- llego a la carretera que atraviesa el Monte Moro. Ya sabéis los que conocéis la ruta, esa que subes un cachín y vuelve a llevarte a una pista de las de mirar hacia el final levantando muuucho la cabeza, que tiene muuuchas piedras sueltas; esa que empiezas bien, por la izquierda, aprovechando un poquiñín de yerba, si no hay ningún tocapelotas que por joder no se aparta cuando echa pie a tierra; esa que dices –joder, joder, que esta vez la subo toda de un tirón- y que finalmente la acabas subiendo de un tirón, sí, pero de un tirón de manillar y no te pases que igual también te da un tirón de gemelo. Seguimos ascendiendo hasta dejar atrás la primera de las tres subidas fuertes de las enumeradas en la ficha técnica de la prueba.

Por el camino he pasado a Pachu, con su nueva indumentaria de marcar abdominales y hacerle a uno cachas, y diviso al Sr. Zárate, que va como una moto, concretamente como una Sanglas 400e, las que llevaba la Guardia Civil de Tráfico cuando éramos nenos, con el casco de Calimero y las gafas de bucear. Llego a la altura de Barquín, que sigue frenado de la rueda delantera. El probe tiene que dar pedales incluso bajando y el roce de la pastilla con el disco ha hecho el cariño; con el cariño y el roce, ya se sabe, viene el calor y el aumento de volumen, el del aceite, malpensados, que cuando se calienta tiene muy mala leche, hazme caso, mira si no cuando fríes un huevo, porque alguna vez freirías un huevo ¿no?, ¡hostia, no jodas! ¿Y Antonio? ¿qué ye de Antonio? Mira que le dije… pues ya se cegó, lo del hombro chungo debía de ser una excusa.
Al poco encuentro a Ángel a la veredita del camino:
-¿Le pasa a usted algo, Sr. Zárate? He sabido que un parroquiano, ansioso de darle un ósculo, a poco más y le da por … tirarle de la bici. Y con él a medio pelotón.
- No, nada –responde el riojano- que estoy haciendo unas foticos.
Así que descabalgo y, previo requerimiento, un amable ciclista que pasaba por allí (¿de dónde saldría?) nos digitaliza de arriba a abajo. Y, hale, a seguir, que ya queda nada para parar a llenar el buche. La parada refrigerio ha lugar en un paraje sito a tiro piedra de Bustazán, donde el camino se bifurca en dos ramales: el que parte hacia el oeste va derecho al pinar de mi amiga Thaumetopoea pityocampa; el que baja hacia el sur … BIEN!!!, he dicho que baja … jajá! En lo que como, bebo, canto y folgo me vuelvo a quedar solo: Barquín ni se detiene, que ya va suficientemente frenado, que lo mismo se le agarrota la pinza, la del freno, y Ángel es de los que comen como un paxarín. Antes de arrear soy testigo de la estupidez humana, y perdón por la redundancia, pues la estupidez es siempre humana: un payaso (no, de los de reír no, de los otros) enciende un pitillo y, entre calada y calada, continúa su pedaleo. En fin, lo que hacen algunos para llamar la atención.

Definitivamente nos echamos monte abajo, por la que a todas luces es la primera “bajada peligrosa”, o eso creo, porque cuesta gobernar la nave en el ¿firme? deslizante. La jugada consiste en descender, perdiendo unos 175 m de desnivel para, según se pierden, volver a buscarlos subiendo otro tanto. Y todo por evitar a la pityocampa esa, la peluda que tiene la marcial costumbre de ir en fila de a una, la causante de que Pachu vista hoy de largo, con faja, refajo y refajillo, su camisita y su canesú, rebeca y chaquetilla, manguitos, guantes hasta el codo y mitones, calzones, polainas, cubrebotas, calcetines de lana y medias de canalé. A 23 grados de los centígrados a la sombra, ¡oiga!. Pero eso sí, la güinestoper serigrafíamela con unos buenos abdominales, que me dé un aire al Gerard Butler ese de la peli de los 300 espartanos. ¡¡¡Paaachu!!!, no te mosquees, que estás como una xiblata y no te hace falta para nada ir marcando tabletilla. Total, que no sé para qué tanta bajada y subida con el fin de evitar lo inevitable.  A mis amigas no las llegué a ver, pero haberlas habíalas porque según escribo estas letras, entre párrafo y párrafo, mis dedos abandonan el teclado para aliviar los picores de mi muslamen y otras partes más recónditas (las corvas, guarronzones).

La bajada hacia Arriondas reconforta, quizá porque supone que ya hemos completado la mitad del camino, que no del tiempo. A Ángel lo dejé atrás hace un rato y a Barquín me lo topo al poco de traspasar Pendás, donde un grupo de lugareños aplauden al paso de los esforzados, para darles ánimos. Ánimos tenemos, ¡leñe!, lo que faltan son fuerzas. Don Manuel suelta palabras irreproducibles por una casta pluma como la mía, y exhibe una tez en la que se entremezcla el rojo del esfuerzo con el blanco de la crema solar, todo ello salpicado de un punteado marrón cieno. En su espíritu afloran los primeros brotes verdes, ¡uy! perdón, quería decir los primeros brotes de estoyhastaloscojonesyvoyaabandonar. Le acompaño un rato para insuflarle ánimo, que como acabo de decir no sirve para mucho, a no ser que vaya acompañado de eritropoyetina.
Emprendemos juntos otra bajada, no sé si de las peligrosas, llena de barro y unos regodones húmedo-cabroncetes con muy mala leche. Al final del tramo se aposta un fotógrafo que comparte adjetivos calificativos con los citados pedruscos. Bueno, a decir verdad no sé si está húmedo, pero el tío apunta a todo bicho rodante a la espera, seguro, de que alguno se dé una galleta, para captar la instantánea del desastre. Pues en lo que respecta al dúo Barquín/Marín se quedó con las ganas, pues negociamos el roquedo con pericia, y sólo nos faltó hacer un posado sin manos; el fulano nos sacó todo lo guapos que somos: impresionantes imágenes, ¡qué porte, qué figura, qué perfil, qué a punto de darnos una hostia!
 Recién acabada la ingesta de hidratos de carbono y azúcares, y a punto ya de marchar hacia el Bustacu, aparecen los derrengados Zárate y Camarero.
Los dos emiten ayes de dolor, el primero acalambrado y el segundo apajarado. Si hay algo que nadie nos puede reprochar a los componentes de BTT Pelayo es el compañerismo ¡¡juntos hasta el infinito y más allá!! Así que, haciendo gala de esa camaradería, Barquín y yo decidimos por unanimidad dejar a nuestros amigos en compañía de sus calambres, de sus pájaras y de ellos mismos, y nosotros seguir, también acompañándonos uno a otro. Pero a mi socio le entran los remordimientos y decide dar la vuelta y acudir al auxilio de los quejumbrosos … y de paso tirar la toalla. Con la rueda agarrotada vuelve a Ribadesella vía Arriondas, por la carretera general, 15 kilómetros de más y el viento en contra: si hay que abandonar se abandona pero, ojo, mariconadas las justas.

Me quedo más tirado que el llanero solitario y llego al punto de control de la carretera del Fito. El señor controlador no me quiere dejar pasar, pero un “home no me jodas, que voy a tope” debe de resultarle convincente y me permite continuar. Detrás de mí todavía pasan otros dos o tres sufridores y, por lo que logro intuir, los siguientes ya no han tenido “razones” para convencer al cancerbero del Bustacu. Subo echando el hígado y el resto de casquería de mi derrotado cuerpo hasta la última rampa, que este año han cementado para solaz de los bikers más “pro” y descojone del resto, o por lo menos de un servidor; la afronto con ímpetu y gracejo los 9 primeros metros y al llegar al décimo, en vista de que el cuenta marca 0 km/h y el pulsómetro 185 ppm, decido apearme y hacer el resto andando. En el alto tampoco es posible el pedaleo, esta vez porque el tránsito por las praderías del Bustacu ha de hacerse a pie obligatoriamente. Y poco a poco, disfrutando del impresionante paisaje costero (uno de los incentivos de la ruta) he llegado al mirador del Fito.

Una grata sorpresa nos espera a todos nosotros en el aparcamiento de las antenas, donde el patricio Rubén nos ofrece vituallas, sombra, ánimos, masajes … ¿masajes? y se prepara para tomar unas espectaculares y nada posadas fotos de nuestro paso con los Picos de fondo; espectacular entorno y excepcional fotógrafo, que dan como resultado unas pedazo fotazas de “pelayos en acción”. Me informa el Asturpelayo (que suena mejor que Pelasturcón) que burla burlando van los tres delante, Antonio, Pachu y Ángel, éstos dos últimos obligados a tomar el “atajo” por carretera. Tiro monte abajo por la tercera, última y más peligrosa de las bajadas, con breves paradas para desentumecer los brazos del efecto vibropower.



Por fin, el campo de golf de Berbes, al que llegamos por una variante que evita tener que encomendarse a la Virgen del Carmen, patrona de los marineros, antes de atravesar las lagunas que se forman en la pista que recorríamos otros años, donde más de uno se ahogó al no dominar el noble arte de la natación. Con lo que ha caído estos meses atrás no quiero imaginarme el estado del camino. Y del campo a la playa en un santi, que no da tiempo al amén. La subida desde Vega hasta Tereñes siempre me ha gustado y como la rodilla sigue en su sitio pedaleo cegado de ansia por acabar. Tan ciego voy que a Ángel le espeto un “hasta luego Lucas” al pasar a su lado y a Jandrín ni le conozco cuando me dice –Eh, ya no saludas, ho!!. Lo siento Jandro, no te reconocí con el maillot de Jogar, acostumbrado a “no” verte en la oscuridad de las nocturnas y a asociarte con una bici llena de farolillos feria de abril.
Últimos metros a la verita vera de la ría del Sella. ¡Cagón tó!, tenía yo la cámara preparada para inmortalizar el registro de tiempo con mi nombre al pasar por debajo de la línea de meta y se les ha jodido el crono. Tampoco puedo tomar una foto de las hordas de riosellanos aplaudiendo mi llegada, que dicen los que quedan que la gente se ha ido a la playa y los vítores se les han acabado. Así que recojo la bolsa con el bollu preñaó revenido y la empanada reseca y le pido a Pablo espantaliebres que me saque una foto para dejar impronta de la hazaña. Y como en ese momento llega el tío calambres (de buen rollito, don Ángel) nos retratan juntos, pero no revueltos. Al final sí hay trofeo, de manos de Ángel recibo un delicioso cucurucho con una gran bola de helado. Mientras damos cuenta del manjar aparecen, ya lavados, peinados y espulgados, Antonio, Pachu y Barquín.
Observe de nuevo el lector la foto que encabeza esta crónica, y ésta de la izquierda que la cierra. Si en la primera nos entraba la risa en ésta ya podemos decir ¡qué paisanos semos! Todos peinamos canas ... ¿todos?, bueno, alguno unas pocas y otro no peina nada, pero no porque no pueda, sino porque no le sale de ... la cabeza. A todos nos metieron en la categoría de veteranos, corredores de más de 45 años, y es más, juntos sumamos dos siglos, diez lustros y dos años. Vamos, unos zagales. Se os ha echado de menos a los Arturo, Juan Blas, Vicente, Josmar, … y a todos los que habitualmente componemos el pelotón de rezagados en este tipo de eventos -que para nosotros no son carreras- para sentirnos menos solos y pasar un mejor rato. Y en la siguiente edición, a ver si se anima la chavalería de la peña, que alguien tendrá que acompañar y asistir a la tercera edad.

¡¡ANAAA!!, tráete la crema de corticoides, que esto pica que jode


lunes, 15 de abril de 2013

¡POR FIN LLEGÓ EL SOL!


Dixitque Deus: “Fiat lux”. Et facta est lux, (Libro de gënesis, cap. 1) y llegó la luz por fin, y con ella, el calor, el sudor en el rostro, la alegría, 
la vuelta a las costumbres hace tiempo perdidas: las risas, las puyas, las enviiidias.
Y llegó la luz, no tras meses de tinieblas, si no de agua, de lluvias incesantes que anegaron los caminos, los prados y los rodamientos de alguna bicicleta.
Pues así como al pobre Noe le tocó lidiar con aquellos cuarenta días y cuarenta noches de agua ("Adhuc enim et post dies septem ego pluam super terram quadraginta diebus et quadraginta noctibus et delebo omnem substantiam, quam feci, de superficie terrae”, Génesis, el 7), por estos lares no le anduvimos a la zaga y nos marcamos unos buenos 62 días colmados de persistentes y tenaces aguaceros…en lo que va de año!!!
La ruta escogida en un esplendoroso día primaveral, era la del cordal de Peón, pero ante las dudas por el estado de las sendas, colmadas de agua y de árboles tronchados, se decidió dar un tranquilo paseo por la zona de Candanal, Argañoso y Deva. Y de esa manera tranquila los computadores (que palabra más contundente hoy en día…) dieron fe de unos humildes 35 kilómetros, en un tiempo estimado (por la patrona al llegar a casa) de ¡cinco! buenas horas de pedaleo alterno, ese que alterna de forma elegante el pedalear con el caminar.
Docena y media de jinetes fueron esta vez los afortunados en disfrutar de una jornada soleada y calurosa, entre los cuales, se encontraba una joven ciclista recogida por la zona de Deva y convencida por el siempre amable Modesto para acompañarnos en nuestra sencilla excursión, inocente ella.
Hubieran sido más de no mediar el Maratón del Sella al día siguiente, que obligaba a guardar armas y antihistamínicos a sus temerosos participantes.
Dado el estado de la flora vegetal, radiante de salud y vitalidad, fue algo normal que los pinchazos atrasaran algo nuestro avance: hasta tres veces hubimos de detenernos para reparar los ojales de nuestras ruedas. Dos de ellas causadas por los afilados pinchos silvestres y la tercera por un contundente y recio zapatazo del joven Saúl, también rebosante de vitalidad y alegría, que, de certera y bien dirigida coz, cercenaba la frágil válvula frontal de Guzmán; un poco más arriba y al de la perilla le cambia la voz. 
Y los caminos seguían ascendiendo, entre prados y bardiales, entre vacas y  potrancos. 
Fue por aquella zona donde se afrontaba al temido repecho pedregoso, sendero imposible por inclinación y dificultad, con un comienzo empinado que sólo los más atrevidos y avezados intentan superar, aun a riesgo de su integridad física.
 Pero hete aquí que las nuevas tecnologías, armas del diablo, permiten guardar esos trances complicados que preferiríamos no protagonizar. ¡Ah!, qué momento para que al rojizo normando le entrara la tos…o la disentería, o ambas a la vez. Pero no, allí estaba, pletórico de energía y reflejos para inmortalizar al caído, pero dicho está:  “Mea est ultio, et ego retribuam in tempore”, o sea que la próxima, llevo yo la cámara… 
Una vez sofocadas risas y carcajadas, y comprobado el buen estado del finado, aguardaba una larga rampa peatonal culminando en una casería donde reposar y dejarse fotografiar, esta vez de forma ortodoxa. Fue allí donde el sagaz comandante, siempre atento a las oportunidades, se haría con una botella de añeja sidra, para engrosar su bien escondida colección particular. Como astuto hombre de negocios que es, y previniendo posibles encuentros con aldeanos avariciosos, disimuló la frasca dentro del petate de Guzmán.
El camino nos llevaría, ya sin muchos disgustos, a las alturas del cruce de Cuatro Jueces, y de allí, en rabioso descenso, cada uno por donde su montura quería, al lavadero de Rioseco. Unos instantes de descanso y se retomaba la marcha, por caminos ya trillados, hacia la senda de La Camocha, donde las fuerzas ya se separaban en franca retirada a sus cuarteles.
Y para poco más dio la jornada; monturas embarradas de nuevo, arañazos por doquier, alguno más que otros, y un suave tono rojizo sobre los pellejos de los participantes, que ocasionaría pequeñas observaciones conyugales.
En resumen, una perfecta jornada de bicicleta con buen tiempo, mejor compañía y un más que digno sartenazo que nos llevamos para casa.