lunes, 23 de diciembre de 2013

Tellego-Escobín: un completo ANALÍS


Dice una renombrada enciclopedia de esta era digital (que no por renombrada y digital debiera ser el recurso ante nuestras inquietudes) que “la estadística es una ciencia formal que estudia la recolección, análisis e interpretación de datos de una muestra representativa, ya sea para ayudar en la toma de decisiones o para explicar condiciones regulares o irregulares de algún fenómeno o estudio aplicado, de ocurrencia en forma  aleatoria o condicional”. Pero no queda ahí la definición, sino que “sin embargo, la estadística es más que eso, es decir, es la herramienta fundamental que permite llevar a cabo el proceso relacionado con la investigación científica”.



Así que, como buen científico que lo soy (eh, eh, que no he dicho “científico bueno”, que es parecido, pero no es lo mismo) me dispongo a investigar esas condiciones regulares o irregulares que en nuestros cuerpos provocaron la quejumbre y fatiga asociadas a la ruta que nos llevó desde el encumbrado pueblecito de Tellego hasta los cordales de la Sierra de Fayéu, donde se emplaza el techo del concejo de Oviedo, de nombres tan variados com Pico Escobín, Pico Nieves o Picajo.

Lo primero que ha de hacerse para abordar esta empresa es descargar los datos del GPS al ordenador. Una vez estén los los datos transferidos, me gusta más la transferencia, que la descarga suena a esfuerzo gordo, deben ser tratados y procesados convenientemente mediante el uso de alguno de los muchos instrumentos que los desarrolladores de software y las altas tecnologías on-line ponen a nuestro alcance (o de nuestros bolsillos o de nuestros conocimientos sobre piratería). Bieeen!!, este análisis comienza con buen pie y rigor científico, haciendo uso de muchos términos anglófonos. Imaginaos qué poco sesudo si dijera “Sistema de Posición Global” o “aplicación informática” o “en línea”, o más bien “en conexión directa”, se supone que la conexión es a través de internet, ¡mierda!, otro palabro anglosajón, o sea “dentro de la red”, … bueno … olvidémoslo.




Lo dicho, que transfiero los datos y obtengo un fichero, documento o archivo que abro en primer lugar con la aplicación “Google Earth”. Confieso que aquí puede mi parte irracional sobre el rigor científico, prevaleciendo lo estético de la presentación: ¡¡vaya superchuli cuando se abre el programa y empieza a dibujarse la ruta, y según aumenta el zoom se ven las montañinas en relieve, y los valles allí abajo, y el Escobín leeeeejos y muyyyyy arriba!! Le ordeno al ordenador ¿¿?? que me muestre el perfil de elevación y … (bien, alguien que me obedece en casa) … voilà … ¡¡¡hostia!!! Algo falla en la ejecución del archivo, porque si los datos que observo fueran ciertos el ejecutado hubiera sido yo, por mis compañeros de ruta. Me dice Mr. Google que hicimos 38 kilómetros con un ascenso acumulado de 2045 metros. Vale, reconozco que el primer valor no es error ni estadística, es cierto, os mentí cual bellaco rastrero, pero si en vez de los 32 kilómetros que os prometí os digo de inicio que son los casi 39 que salieron, a buen seguro que alguno os rajáis o a lo menos hubiera tenido que variar la ruta porque “no me jodas”, “tas llocu”, “mira que no llegamos a comer”, … Pero lo de 2045 es más falso que un abrazo de la Aguirre al Gallardón. Ni mi tía-abuela, que la pobrecilla sufría un parkinson galopante, hubiera dibujado peor el perfil de alturas: hasta en los tramos llanos parece que no hicimos otra cosa que subir y bajar, y volver a subir y otra vez bajar. Hombreeeee, uno puede ser cabroncete, pero no un cabronazo. Así que, aunque Google Earth me permite calcular pendientes, analizar tramos y hasta reproducir el recorrido cual si de nuevo estuviera pedaleándolo, decido que no es una herramienta que merezca mi confianza, MENTIROSÓN!!
Ahora abro el archivo con el “Perfils” que, como se puede intuir, representa el perfil de alturas del recorrido. La presentación gráfica es más fea que pegar a un padre, pero el programa sorprende por las pijadillas que puedes hacer, a saber: añadir texto, insertar waypoints, situar las fotos de la ruta sobre el perfil, editar el recorrido (uy!, perdón, que queda más cienzoso decir track). Mola la representación tridimensional del track, que tú mismo puedes ir girando hasta conseguir una vista propicia para exclamar “¡coj…es!, pues sí que subimos”. Pero a lo que vamos, que se trata de hacer el análisis concienzudo del fenómeno; el Perfils dice que el ascenso acumulado fue de 1220,37 metros, ni uno más ni uno menos.



A eso se le denomina precisión centimétrica, por aquello de los dos decimales. Lo siento Juanjo, a toro pasado es más guay decir que subiste 2000 m, y que por eso están bien justificados los dos platos de fabada, déjame probar el pote, no está mal el cabritu pero me ha gustado más pitu caleya, vamos a catar este arroz con leche que tanta fama le ha dado a la casa, aunque el flan no se queda atrás y no le voy a hacer un feo a Cristina rechazando estas casadielles que con tanto cariño nos ofrece. No ahondo en lo que fue el comercio y el bebercio porque quien más, quien menos, todos cometimos el mismo pecado.

Pero si alguna herramienta es capaz de analizar todos los datos recogidos por el GPS y hacer medias, medianas, desviaciones, varianzas y covarianzas, porcentajes, histogramas y demás zarandajas estadísticas, esa es el "IBP índex". Se trata de conectar con la página web del programa y allí mismo se solicita que elijas el recorrido que quieres destripar. Una vez hecho ello, el ordenador torna a un estado de aparente letargo mientras los datos viajan a no sé dónde, y un montón de sabios y de doctores en matemáticas se ponen a trabajar sobre ellos para dar en pocos segundos ¡qué fieras!, el minucioso resultado que a continuación os muestro, queridos sufridores de ruta:




Vayamos pues a las interpretaciones y conclusiones extraídas. Os juro por lo más sagrado que aunque al parecer se registraron 196 puntos aberrantes, ninguno de los degenerados que componían el grupo hizo guarrería alguna. Y en todo caso preguntad a los que se despistaron en mitad del bosque. Lo de los 11 cambios de pendiente penalizables tampoco lo entiendo, a no ser que se refiera a la mucha pena que nos daba cuando teníamos que subir lo que previamente habíamos bajado. La distancia, 38 kilómetros y ¡¡¡666 metros!!!  (debieron ser los de la diabólica rampa final de Vegalencia a Tellego). Y el desnivel acumulado… ni pa ti ni pa mí, que salen 1335,15 m de ascenso. El tiempo total invertido en la ruta fueron 6 horas y 17 minutos (ohú, qué fatiga pisha!!), de los cuales 4 horas 22 minutos fueron de pedaleo y 1 hora 55 minutos de paradas. Pero ojo, que esos datos difieren mucho de un individuo a otro. Así, por ejemplo, se comprobó que Ramón paraba media hora por cada 5 minutos de pedaleo, mientras que Pau, a quien se le aplicaba aquello de “la parada del hideputa”, que consiste en reanudar la marcha según llega el último, o sea él, estuvo todo el tiempo pedaleando, o bueno, dejémoslo en constante movimiento. De lo que se deduce que el dato está íntima y directamente relacionado con la FCM (frecuencia cervecera máxima).
Y en cuanto a la lectura de porcentaje en los desniveles, el quesito de colorines no miente, los mismos kilómetros de subida que de bajada, y los mismos porcentajes de ascenso que de descenso. Useasé, que aparentemente daría igual hacer la ruta en un sentido que en otro. Y ahí es donde la estadística se equivoca, pues todos nosotros sabemos que si cada individuo de la población mundial toca a 1,5 pollos a la semana en su dieta alimentaria, unos comerán 2 pollos mientras que otros se tocarán la po…, vamos que se quedarán con las ganas de catar el pitu caleya, cero pelotero. Quiero decir con ello que los que hicisteis la ruta sabréis que algunas de las bajadas no eran aptas para subir, y tan es así que ciertos margaritos no fueron siquiera capaces de bajarlas.
Y tras esta sarta de pijaes, que no valen absolutamente para nada una vez acabada la ruta y que antes de empezarla sólo son útiles para asustar, vamos a los datos fundamentales, a lo tangible:
1.- El recorrido fue duro de cojones, pero tampoco para desfallecer, que lo peor era saber que teníamos la mesa puesta a las 15:30 h y no llegábamos.
2.- Tomada la población de individuos más quejicas, el grado de ayes, uys, joderes, improperios hacia mi persona y demás lindezas salidas por sus bocas durante la ruta fue directamente proporcional a las alabanzas e interjecciones de placer emitidas durante la pitanza (y algún eructo que otro)
3.- ¡¡¡LALO, DEJA YA DE COMER CASADIELLES!!! 
4.- Finalmente, para quien lea esto y aún así quiera hacer la ruta, aquí va un perfil con la información realmente importante

lunes, 9 de diciembre de 2013

A GERAS VOLVERAS

El “Castiello de Gordón”, hoy  en ruinas, resistió, en el año 997 el ataque de las huestes del moro Almanzor, que intentó tomar la plaza, sin éxito. Mas no pudo, el probe Almanzor, y mira que puso empeño..., doblegar la resistencia de los íberos y de aquel intento quedó la crónica: “En el XI anno deste rey vino Almanzor otra vez a esta tierra de cristianos, et corrio toda la tierra, et llego fasta Alba et Luna et Gordón et a otro Castiello Arborio; et combatiolos Almanzor, mas pero non los priso...vamos que nones...
El almocadén de las fuerzas atacantes entorna los ojos bajo el cruel viento gordonés,
ese aire seco y frío, capaz tanto de producir buenos embutidos y salazones como de arrancar hasta el alma de los huesos de aquellos que encuentre por su camino. Si además se acompaña de esta niebla encainada que humedece las ropas y enfría el espíritu, se convierte en un tormento letal y traicionero para los asaltantes. Hete aquí, sin embargo, que los sitiados en el interior de la fortaleza gozan de buena protección y mejor alimentación para resistir el asedio. Poco sabe de ellos el adalid de las fuerzas godas: parte integrante de sus propias tropas, rompieron la formación en un cruce de caminos y, recortando por colladas y honduras, fueron a refugiarse donde bien pudieron, dándose la casualidad (malditos ellos) de que el lugar en cuestión, además de casa de comidas, es ahumadero de fiambres y embuchados.
Un revuelo llama en estos momentos su atención, sus hombres, sucios y cansados, han apresado a dos elementos de la partida de huidos. No son ninguno de los tres líderes, que se cobijan escondidos en el mesón, no, estos dos son ralos de pelo, pero por lo demás, diferentes como la noche lo es del día. Mientras uno de ellos, delgado e inquieto como rabo de mastín, mira al suelo silencioso, el otro, más grueso y tranquilo, se mantiene a la espera, con cierta actitud indolente; de uno sus bolsillos cuelga un par de ristras del apreciado chorizo leones…: 
-“¡Los hemos pillado cuando iban al excusado, Señor, son parte de los desertores escapados”, se oye decir a uno de los alguaciles, un joven e impetuoso montañés que monta una yegua tres palmos mas alta de lo que le conviene. “Los cabos Amalio y Acedo, y la escuadra de la que son, después de superar Loma Espinosa cortaron por el hayedo de Vallistiriz, desentendiéndose de las órdenes de vuecencia y de la misión en general!”, añadía excitado el bisoño novicio, enfundado en unas calzas prietas como corsé de meretriz. 
El líder escucha en silencio, tras largos años como Maestre de Campo, don Ramón del Fierro y Calzada es hombre de naturaleza pausada y circunspecta. De hechuras adustas y rigurosas, se precia de no desconocer ningún camino o montaña por lejano que sea. Ojea al más robusto de los cabos, que no deja de lanzar aviesas miradas a su mesnada, la del interior del local, que degusta, tranquila, viandas y caldos en la confortable fonda.-”Don Antonio, ¿tiene algo que decir a las recriminaciones del alguacil Arguelles”. El aludido, a la par que se estira los calzones, dos tallas mas cortas de lo normal, contesta; es la suya una voz menos atiplada, más hecha, más rotunda, con cierto deje gallego, aunque el militar sea de cerca de Despeñaperros…-“O meu amigo e camarada Argüelles esaxera Maestre, non é certa que desertásemos, como malinterpreta erroneamente o meu querido compañeiro. É, máis ben, que decidimos, ante o incerto e malévolo clima, investigar certa derrota que nos suxeriu o Alférez Veiga, oriúndo da zona e bo coñecedor desta. Deste xeito, tras sufrir nos inicios do ascenso a Folledo e á lomba espinada, por camiños sumamente deteriorados polas forzas indíxenas, inclinámonos por terreos ao favorables tanto a ao misión como ao estado da nosa escuadra, menos profesional que a do meu correlixionario…”
Las palabras y la prosa del bien alimentado cabo dejan, por un momento, sin voz al alguacil, a la vez que atraen la atención de unos cuantos jinetes que se acercan, sorprendidos. Interviene ahora el lugarteniente de Del Fierro, que se ha mantenido hasta ahora en un discreto segundo plano: Horacio de la Grana, enjuto y espigado como vara de vid seca, tiene una mirada aguda y perspicaz: -“Cabo, ¿lo que decís es cierto, o fuisteis engañosamente apartados de la ruta por vuestros superiores, los edecanes Patricio, Echevarria y Vega…?”. El cenizo miliciano mira a su compañero, pero este encuentra muy interesante el cordón de sus botas…-“bo, é certo que o camiño ía cara a,,…"

-“¡TRAICIÓN…TRAICIÓN, que este no es gallego!!...”, irrumpe ahora en la conversación el riojano Zarate de la Cantera, veterano hidalgo y experto en luchas contra el terreno, o más bien en el terreno mismo, a tenor del estado de sus ropas…de la que habla se palpa la cantimplora, repleta de buen vino logroñés. 
A la par, pero tres cuartas por encima de todos, asoma el corpachón siniestro del gastador René de la Villa, que, desde sus alturas opina también…-“Yo creo, mi Señor, que lo que hay que hacer es escarmentar a estos desleales, puesto que ya en el ascenso a Folledo, comenzaron a tramar su huida, tanto estos ambos como el resto de renegados”. Suelta el torreón mientras espanta a un par de buitres de su cabeza.
Del Fierro mira hacia atrás, por donde ya viene el infatigable don Manuel Barquín de la Compañía, eficaz tesorero, en sus manos porta el manifiesto de desertores…al pronto comienza a leerlo en voz alta; su declamación es concluyente, la voz profunda, aunque algo cascada por malos hábitos nocturnos…: -“Don Joaquín de la Hora Fallida, don Rafael de la Fonda, don Julián de la Goma, don Jorge, don Camilo y don Juan de la Mesma Casa, don Javier de la Pérdida, don José Luis, don Paulino del Morral, don Juan de Blas, Don Arturo de la Mancha, los señores capitanes Echevarría, Patricio y Vega y los dos tunantes aquí apresados”
Duro es, para un comandante, reconocer una deserción, pero más duro es cuando escucha, desolado, los nombres de los prófugos. Aún cuando hay entre ellos gentes de dudosa inclinación, se asombra al descubrir a personal de renombre. Se esperaba algo parecido cuando, al ascender hacia la collada de Casares, buena parte de su escuadra se quedaba atrás y ya, tras alcanzar Cubilla de Arbás y comenzar el largo y farragoso repecho de la Loma Espinosa, las voces disonantes se escuchaban por todos lados, pero jamás hubiera creído de la titularidad de algunos de los que se apostan en el interior del mesón…Algo ruge en su interior (que bien puede ser hambre…), cuando exclama, con voz profunda y temblorosa (lo dicho era hambre…):- “Atacad sin piedad, no hagáis prisioneros, pinchad sus monturas, comeros sus raciones…!!!”. (...lo que uno decía…).
Sus hombres enfrentan sus cuerpos y sus armas  hacia la fachada de la locanda, a través de cuyas ventanas se puede observar a algunos hombres degustando caldos variados, y…¡NO!, algo llama la atención del guía espiritual, se trata del Licenciado Marín, que se dirige hacia él cargado de libros y mapas. Del Fierro alza la mano detentando la feroz acometida de sus huestes, que tropiezan entre sí…y atropellan al joven don Fabián, que intentaba reparar un nuevo roto en su jaca…-“¿Decíais Don Marín…”, ¿en que puedo ayudaros, si es merced???. El eficaz y portentoso rastreador de caminos y veredas exhibe un largo y retorcido mapa, repleto de cruces, líneas y guarismos que solo él puede entender y más aún comprender. Es la suya una profesión enigmática e impenetrable, solo al alcance de unos pocos elegidos: al arte de encontrar y seguir los rastros, los indicios, las trazas…(...AAaaahhhh....)Los hombres, amedrentados, dan un paso hacia atrás, el titulado les infunde mas temor que respeto, saben que sus conocimientos solo pueden ser cosa del demonio o de las artes diabólicas,  y por si acaso reculan mientras echan mano del escapulario…. 
Marín exhibe chorro de voz, contenida y atildada, pero inagotable…- “Que digo yo, mi Señor, que quizá estos desalmados no sean merecedores de tan mortal castigo, que con una buenas puñadas y con privarles del festín, que si nos enzarzamos en disputas a lo menos se nos enfría el cordero…”
La mención del lanudo animal irrita a Don Ramón – “¡A QUÉ VIENE ESA MELINDRE!! No me
digáis, licenciado, que se os están reblandeciendo los entresijos, que os tornáis pusilánime, acostumbrado como estáis a puyar al prójimo cuando desfallece, o cuando reniega de seguir vuestros pasos, amotinándose incluso e injuriando a vuestra familia, ¡¡EXPLÍCATE O CALLA DE UNA VEZ!!”, vocifera el Del Fierro.
El cartógrafo le tiende el susodicho mapa que trasmite e incrementa el temblor de la mano que lo sujeta, delatando así el temor que siente hacia su superior: - “Llllllla la tropa toda flojeaba a esas alturas, un tercio más de lo ya caminado aún faltaba por recorrer, y otro tercio más de penosa ascensión, y peor tiempo, y la lluvia enfangando los caminos, y …  - “¡NO ES EXCUSA!”, atajó el almocadén, dando un manotazo al pergamino y mandándolo a hacer gárgaras contra la cara del mozalbete Diego, que bien se le nombra mozo y no don, pues todavía no ha alcanzado el grado de bachiller.
A estas alturas todo el mundo fija su atención en la tensa escena, circunstancia que aprovecha el cabo Acedo para, con disimulo, hincar el diente al chorizo, incomprensiblemente aún no requisado por sus captores. 
Con la testuz gacha, un ojo puesto en el suelo y el otro mirando de soslayo a su capitán, por lo que pudiera llegar, el otrora chorro de voz se ha tornado en un hilillo que sale de la garganta seca del licenciado:
-“Habréis de reconocer que, cuando Pentapolín del Arremangado Brazo declaró su intención de desertar, vos mismo me interrogásteis sobre los quebrantos del camino, de si era dulce o tortuoso, de si se tornaba pindio o, por el contrario, en descenso, y la misma duda y deseo de retorno os invadió por momentos. Recordad que os tuve que convencer para continuar hasta la collada de Palancos y, en alcanzándola, se os desencajó la faz cuando señalé hacia Collarriondo”. –“SÍ, SÍ”- exclama sin sopesar sus palabras Alifanfarón de la Trapobana- “Daría un maravedí por volver a ver la cara que tornó voacé cuando preguntó si teníamos que trepar hasta aquel lugar”
Poco duran las risitas que en la tropa desata el comentario, atajadas por el chasquido una soberana colleja que Del Fierro santigua sobre su autor, que se duele más en el ego que en las carnes. 
– “No era por mí la preocupación, sino por la fatiga que veía en la soldada y por el castigo a que nos sometían los meteoros, que la vereda, cuando no era de GUIJO, habíase tornado de lodo toda ella, por obra y gracia de los aguaceros”. La explicación, improvisada sobre la marcha, sonó más a excusa que a defensa, y al capitán le vino su dios a ver cuando se oyó una voz que, sin lugar a duda, salía del reseco gaznate del gallego de Fuente Obejuna: -“¿Que non ten naide aínda sequera un mendruguiño de pan para facer compañía al embutido y un cuartillo de viño para empurrar..?”. El imponente René no se anda con contemplaciones y le arranca lo que queda del menguado chorizo que, en su viaje al interior del jubón del gigante, salpica unas gotillas de aromático aceite que quita la respiración a la concurrencia.
Entre el chorreo choricero y el olorcillo a lo que se guisa en el fuerte de los sitiados, los sitiadores muestran evidentes signos de nerviosismo: unos miran de soslayo el chorizo del sansón, otros se relamen imaginándolo acompañado de la cantimplora del riojano y los más se acercan a los ventanucos de la fortaleza, aspirando el aroma que por ellos se filtra. Ya casi nadie atiende a los argumentos de su capitán:
-“Las órdenes de un superior no se discuten, aunque estas no tengan fundamento yyyy…” un coro de tripas rugientes acalla la plática.
- “La satisfación del deber cumplido, el honor, la gloria, el… el,… “  
– “Para vos todo ello, que nosotros nos conformamos con cosas volátiles y de más sustancia”, responde un descarado Don Pablo de la Incontinente Lengua, al que el hambre infunde valor
- “La, la, …¡¡la belleza del camino!!..., bien merecía lo sufrido de su andar”. Todos se han dado la vuelta hacia el fortín, la envidia y la gula han ensordecido sus oídos.
- “Y además … ¡¡¡A MÍ NO ME GUSTA EL CORDERO!!!

La deserción de unos cuantos se ha tornado en motín de todos y a Don Ramón del Fierro no le ha quedado otra que sentarse a la mesa. Y es que, tratándose de pitanza, no hay grados ni galones, ni contiendas, ni venganza. 
Y cuentan los cronistas que le vieron comer el borrego, y las malas lenguas que incluso repitió.

Barcaiztegui & De la Mancha

sábado, 2 de noviembre de 2013

EL REGRESO DE PEÑA MAYOR, por el Caballero Menéndez, alias Jinete Válvulas

Hace mucho, mucho tiempo en una galaxia, bueno más bien provincia muy lejana, existía una orden, la Orden de los Pelayos, que recorría los caminos “a la fuerza”, debatiéndose entre el lado luminoso “ir pabajo”  y el reverso tenebroso “tirar parriba”, para que nos entendamos.
Había una prueba, que había estado prohibida durante el último año, que todo aprendiz debía pasar para poder llegar a ser caballero de la Orden Pelaya, pues el maestro Barcáiztegui había decretado: “Si un caballero Pelayo ser queréis, a Peña Mayor dirigíos debéis”  
Sí, queridos lectores, tenéis razón, ya se había realizado la prueba de Peña Mayor la semana anterior, pero el maestro Barcáiztegui no pudo acudir debido a una meditación pendiente que tenia, pero había dejado bien marcados los caminos “a la fuerza” que debíamos recorrer.
Dirigidos por el implacable y aguerrido maestro Moya, los aprendices habían pasado las duras pruebas a las que les sometería Peña Mayor, saliendo unos mejor parados que otros y jurando no volver, al menos hasta el año que viene, en especial un valiente caballero, de nombre Real que terminó la ruta si ya saber qué era reverso tenebroso y qué era lado luminoso, vamos que ya no sabía si tirar parriba o “bajar a aquel monte de allá arriba”. Hay que darle un aplauso por el coraje que gasta el rapaz.
Animados quizás por el éxito de sus compañeros, se organizó una segunda prueba, para que otros aprendices bien escoltados por los Maestros Barcaiztegui, Zárate, Lalo y Rubén, pudieran realizar las duras pruebas que les llevarían a ganarse el derecho de ser “Caballeros Pelayos”.
Pero hubo un aprendiz ahora con el rango de Caballero, de nombre Menéndez, al que por lo visto le va la marcha, que realizó las pruebas por segunda vez, por si acaso se había quedado con hambre la primera, los maestros le miraban con cautela, y el maestro Barcáiztegui lo dejaba claro: “El reverso tenebroso en el sentir puedo” vamos que “de la cabeza bien, el chaval no anda”, y es que ¿A quién se le ocurre repetir esta tortura?
En fin, que estaba hecho, la orden Pelaya había sido convocada en los alrededores de Montevil para encaminarse hacia las pruebas que pondrían a prueba su voluntad, buen hacer y criterio, el entrenamiento que hubieren realizado hasta la fecha se pondría a prueba.  ¡Vaya!
Los aprendices, de nombres Candelero, Modesto, Pachu, Acedo y de la Mancha se mostraban confiados y con ánimo, mientras que el reverso tenebroso aguardaba en lo alto de los riscos, a la vuelta de las curvas, tras los matorrales, bajo las rocas de los riachuelos, por todas partes, vaya.
Comenzaba el día con un aprendiz, de nombre Candelero, que no había traído su sable las….digooo su velocípedo en su debido buen estado, menos mal que el Maestro Lalo lo había acogido bajo su tutela, porque sino el chaval no nos llega ni a Laviana. Resumiendo, una rueda pinchada, un sillín flojo y una rueda sin apretar, todo a la vez, del tirón y con el estomago vacio oigan, para caerse uno en el sitio desmayado. Si es que no hacemos carrera del chavalín. El Maestro Lalo, presa de la desesperación, había renunciado a la esperanza, pero el Maestro Zarate, veterano de veteranos y gran luchador de los reversos tenebrosos del camino, se quedo atrás, y vara de avellano en mano, a falta de espada laser, puso al joven aprendiz a dar pedal a ritmo de la sarandonga. ¡Y menos mal que gasta una paciencia infinita el hombre! ¡Pero, lo que funciona, funciona!
Se notaba que había nerviosismo entre los aprendices, cuando hizo aparición la primera prueba del lado tenebroso, una bonita subida de 7 km de largo, en la que ganaríamos casi 800 m de altura, que nos llevaría por unos senderos preciosos, con unas vistas espectaculares, a la vez que empezaba a castigar nuestras aún descansadas piernas. Fue ahí donde el reverso tenebroso se apodero del joven Caballero Menéndez, confiado por “creer” conocer los entresijos de los caminos “a la fuerza”, raudo cual saeta se puso al frente para dirigir eficazmente al grupo…por el camino equivocado, y es que lo que el joven Caballero ignoraba es que hay “reverso tenebroso” y “tenebroso revés”,  revés porque cayo con todo el equipo, y tenebroso porque a ver quién era el guapo que les explicaba la situación. Con la cabeza baja, las gafas ocultando la deshonra y el casco algún que otro chichón, emprendió el camino monte arriba sin rechistar y a buen ritmo antes de que el Maestro Lalo encontrara un buen guijarro que tirarle a la cabeza.
La subida nos permitió encontrar unas vistas fabulosas del condado de Breza, unas instantáneas inmortalizaron el momento y nos permitían recuperar de vez en cuando el aliento, porque menudos “reversos tenebrosos” oigan, para ponerle a uno el corazón del revés  nada menos.

La llegada a lo alto de Breza también quedo enmarcada, por un desaparecido Maestro Barcáiztegui que no aparecía por ningún lado, menos mal que era él quien nos estaba buscando; con miradas de desconfianza y haciendo entrega de sus almas “a la fuerza” los aprendices confiaron la guía al Caballero Menéndez, que el chaval, confianza, lo que era confianza, pues no daba, para que nos vamos a engañar. 
Afortunadamente nos encontramos mas adelante con el Maestro Barcáiztegui, que asumió rápidamente la guía del grupo cuesta abajo, si señores hay “lado luminoso” en Peña Mayor, poco pero algo hay.
Fue en este descanso, donde el Maestro Zárate nos dio el susto del día, con un descabalgue que se saldó con el propio susto por fortuna. ¡Ayy Angelín cachis!
El “reverso tenebroso” aguardaba para atacarnos en todas partes, hasta en las verdes praderas, donde un cansado Maestro Rubén Patricio y un aprendiz conocido como “De la Mancha” decidieron combatirlo con firme pie a tierra, que la cosa era avanzar. Pero más de alguno se preguntará, ¿cómo “de La Mancha” un aprendiz? Si antaño era un valeroso caballero de gran destreza tanto con la pluma como con el velocípedo.
Muy cierto queridos lectores, pero este caballero casi se echó a perder, cuando descubrió las mieles de los velocípedos a motor, tanto, que ahora no hay quien lo apee del aparato y como la pluma la ha colgado en pos de las nuevas generaciones, al menos de momento, pues de aprendiz se queda en este relato…¡Hala! Aunque romperé una lanza a favor de nuestro literario amigo, y diré que puso todo su empeño y tenacidad en superar la prueba de Peña Mayor, ganándose nuevamente el título de “Caballero de La Mancha” (¡Por el pelo de una gamba Arturin!)
Llegábamos prestos por un “lado luminoso” al cruce fatídico, donde decidiríamos la dirección  a tomar, si proseguir la dura y ardua prueba, o retirarnos a descansar un poco a un bar donde un maravilloso café de pota, del de verdad, amén de una bella damisela, aliviarían nuestras posaderas del duro camino. La decisión estaba más que tomada. Repusimos fuerzas en la posada, y reparamos en que la bella damisela, debía estar de día libre “cachis”, y que además a la salida, nos esperaba de nuevo el “reverso tenebroso” de vuelta al camino original. Por supuesto pagó las culpas el Caballero Menéndez, el pobre chaval, desde que empezó con eso de la goma, no gana para disgustos. Por si fuera poco despertó la ira descontrolada de sus compañeros, al verle echar el pie a tierra mientras ellos sufrían en sus carnes sobre el velocípedo, ¡que el chaval ye diesel, ho!¡dejadlo calentar!
La cosa, queridos lectores, comenzaba a ponerse fea de verdad, ya que “el reverso tenebroso” no disminuía, ni en cantidad ni en inclinación; comenzaban a verse lenguas colgando y resoplidos caballunos, solo consolados por la belleza del entorno y  los sufridos fotógrafos, que echaban mano a sus maquinas a la mínima oportunidad.
Hubo una zona especialmente técnica, donde el Maestro Zárate demostró una vez más de qué pasta estaba hecho y que “el reverso tenebroso” no era rival para él; enfrentándose a las duras rocas y la empinada cuesta, dio una lección magistral sobre el velocípedo, luciendo el equilibrio y serenidad propia de los Maestros de la Orden Pelaya. También el aprendiz de La Mancha empezaba a recordar de qué iba aquello del “montanbike” y encaraba los escollos con tenacidad y bárbara violencia, pues había recuperado su esencia y templanza que el velocípedo a motor le había quitado.
¡Arriba montañés!
Íbamos arrastrando por el camino al díscolo aprendiz Candelero, que arrastraba un pinchazo durante toda la ruta, por lo que debía ir rellenando del gas noble de la vida, a la mínima ocasión. El Maestro Lalo se encargaba de que el muchacho se mantuviera templado como el acero y no se nos durmiera en los laureles, gracias a lo cual prácticamente no notamos retraso alguno.
Tras un encuentro ameno con un lugareño que nos contó un par de interesantes historias y un par de chistes, dejábamos atrás el “reverso tenebroso” para adentrarnos en la parte final del recorrido donde “el lado luminoso” nos recibía con los brazos abiertos, que ya iba siendo hora después de tanto castigo.
Fue ahí donde el Maestro Barcáiztegui perdió un poco el norte, quizás de jolgorio y alegría, y se adentró por las sendas del “lado luminoso” equivocadas, dándole la oportunidad al Caballero Menéndez de tomarse la revancha, que menos mal le sale algo a derechas al chaval.
Se echó de menos en esta ruta al Caballero Gelu y sus inseparables alforjas, al maestro Moya, por su insuperable sentido del humor, al Caballero Real, por su ánimo y coraje, al Caballero Chema, por su compañía, Maestros Rafa y Manuel, por experiencia y amistad y al resto de la Orden Pelaya,  que espero disfruten el relato de este aprendiz escribano, imbuido del carisma de nuestro habitual Maestro Escribano, Don Arturo de La Mancha.
¡¡Un saludo a todos!!

Fdo. Caballero Menéndez, alias Jinete Válvulas.

domingo, 18 de agosto de 2013

LA SOMBRA...Degaña-Ibias 2013



Mas de tres lunas han pasado ya desde entonces, desde aquellos aciagos días de finales de junio, pero hasta ahora no me he visto con el ánimo suficiente para contar lo sucedido, tal es mi congoja y desasosiego...
¿Nunca habéis sentido la presencia de alguien o algo a vuestras espaldas?, ¿de una presencia oscura e inquietante, pero a la vez invisible? que aunque no podáis verla, ¿la sentís cercana?, de un ente que os acecha, que está detrás vuestro y ¿qué no sois capaces de dejar atrás? Son sensaciones conocidas por todos. No me digáis que no.  Ahora mismo, mientras leéis estas líneas en la oscuridad de vuestra habitación, con el silencio solo roto por el suave zumbido del ordenador, seguro que estáis mirando por el rabillo del ojo a esa cortina que se mueve, al crujido que resuena bajo la cama, a ese ruido que sale del aparador (¿para qué diablos tenéis un aparador en la habitación…?)…. A estas percepciones, muchas veces infundadas, los entendidos del tema les ponen varios nombres: espectros, fantasmas, apariciones. Las causas de su presencia son desconocidas aunque muchos expertos señalan como posibles la relación anterior con personas o lugares conocidos.Y cuando uno intenta tomar una imagen de tal visión, esta se convierte en algo de formas intangibles aunque lejanamente familiares…Y la tribulación que padecen los desafortunados aumenta cuando comprueban que por más que corran, la sombra no se despega de ellos…(cago’n too…esto no pasaba antes…)
Viene todo esto a colación para que entendáis lo que sufrimos algunos de los participantes durante nuestra excursión a la Degaña-Ibias de este año. Y para que lo comprendáis todo en su plenitud, os relato lo ocurrido…
Al principio todo iba bien, excepto un ligero calentón en el vehículo; allí nos presentamos, en tierras mineras, aunque ahora andan un poco atribulados entre empresarios piratas y ministros incapaces, en buena hora y mejor estado. 
Gracias a las buenas gestiones del incólume Pachu, habíamos encontrado fonda en casa de un conocido, cuyo hijo a la sazón también participaría en la ruta. Y eso que éramos una buena cuadrilla: a los habituales Blas y Mancha, sumábanse en esta ocasión Acedo, Moya, el propio Pachu y un rezagado Manu "Pedal"…sumando…somos..¡seis!
 La ya conocida tranquilidad de la zona hacía que nos relajáramos entre los quehaceres del alojamiento, con reparto rápido de habitaciones y catres, el almacenaje de nuestras monturas, y la tardía cena (tardía porque nos moríamos de hambre) organizada por los gestores del asunto.
 A la mañana siguiente, luminosa y soleada, ya éramos unos cuantos en la zona de la salida. Nosotros, con buen acierto este año, nos decidimos por un desayuno en el bar cercano (el hogar de jubilados, que premonitorio..,) a la carpa del evento. Unos cafés, acompañados de pinchos de tortilla y unos excelentes bizcochos,  lograron despertarnos con amabilidad, que siempre se acometen mejor las rutas con la barriga llena. 
La salida, como suele suceder, siempre se retrasa un poco, en espera de los participantes alojen sus mochilas y bolsas en el vehículo que las llevara a San Antolin de Ibias, y algo después de las nueve de la mañana, se dio inicio a la marcha. 
Por aquellos lares deambulaban también los compañeros Espantaliebres con Pablo y Eugenio como líderes de su agrupación, y nuestro estimado Juan Carlos, eficaz y recio como suele ser él.
Para aquellos que nunca han participado en la misma, comentaré, muy por encima, que esta ruta es más cicloturista que las que estamos acostumbrados, pero ojo!, son 72 km el primer día y otros 50 el segundo, con un desnivel positivo de 3.400 metros, tampoco es para tomárselo a broma. 
Los obligados reagrupamientos obligan a esperar por todos los jinetes, y hasta que no llegue el último, no se reanuda la marcha. Con lo cual, aunque cada uno va a su ritmo, no hay grandes diferencias. El segundo día, es más libre, permitiéndose las escapadas. 
También, a diferencia de las rutas asturianas, los terrenos a rodar son mas…pues eso, rodadores; de menor nivel técnico si acaso, lo que permite disfrutar de las grandes vistas que rodean la ruta, sin preocuparse demasiado por mantener una velocidad elevada.  Dicho lo cual, sigamos con el pedaleo. 
Tras dar una vuelta al soleado pueblo por unos senderos en ocasiones un poco estrechos y empinados, lo que obliga a cerrar dientes y piñones, toda vez que las fuerzas están frescas y el pelotón va muy agrupado…(si te paras te pasan 50 de una vez…los conté…), se enfila la serpenteante (sí, es una víbora, sí...) senda que conecta Cerredo con Degaña, pasando por fuentes y áreas recreativas hasta llegar a la aldea de Rebollar. 
Tras superar un par de rampas, cambiamos de vertiente y ya se asciende a la cuidada aldea de El Bao, lugar de cunqueiros o tixileiros como los llaman por allí, y de reposado avitualle, también. 
Pablo aprovechó para intercambiar impresiones con un vecino de la zona, utilizando el dialecto habitual, en el que es tan ducho. Cómo hasta allí los desniveles no eran exagerados, nos manteníamos en un estado de salud decente y con cierta unidad en las fuerzas, marchando en vanguardia el entrenado Manuel, a continuación un no menos entregado Pachu, y soplándole el aire a este, el trío calaveras Pablo-Antonio-Mancha, seguidos de cerca por el barbudo Blas. A partir de aquí se iniciaba un suave pero continuo ascenso al Alto de la Campa, asfaltado, sí, pero son 11 km de pendiente continua, hay que tomárselo con calma y disfrutar de las vistas. 
Al llegar al alto, y después de refrescar gaznates en uno de los muchos avituallamientos líquidos que pone la organización en la ruta, comenzaba el tramo montuno: una pista de piedra fina y con repechos a ratos fuertes y a ratos más fuertes,
que lograría que las distancias entre ciclistas aumentaran y ya fueran definitivas hasta la comida. La senda asciende a las alturas de Villares, creo que son solo 6 km, ¡pero menudos 6!...se escala hasta los 1380 metros; la suerte es que te entretienes con los paisajes de impresión por los que pasa el recorrido. Es un sube-baja-sube-sube y trepa por suaves valles y colladas, rodeados de pizarras, jaras y piornales, y siempre en senderos cuya mediana está ocupada  por fresco herbazal. 
Fue Antonio el primero que se dio cuenta, con certera perspicacia, labrada en años de oscuridad y silencio, y mientras descansábamos en una de las revueltas del camino, acertó a decir, retorciendo su cuello sobre la montura…-“...Creo que nos siguen…”. A lo que tanto Pablo como yo, no dimos mayor credibilidad (craso error, que el de Fuente Obejuna no erraba): con rendimientos deportivos claros y conocidos, cada uno ocupaba su lugar en el pelotón y era lo que había.
Pero es verdad que cierto resquemor erizaba los pelos de nuestras nucas (las de Pablo y la mía, que Toni va pelao...), como si algo siniestro y velludo cercara nuestros pasos, como si un contorno oscuro y amenazador acosara nuestras honras...bueno, sigamos.
El terreno se abre un poco en la cantera de Tormaleo y a continuación se rueda de forma favorable en dirección a Pelliceira, donde sirven el amuerzo: bocadillos de tortilla, de chorizo, de empanada, todo ello regado con sidra, refrescos o tintorro, que también había. Los postres consistían de frutas variadas, yogures refrescados en la Fuente de la SAlud y en un bizcocho casero de 19 pulgadas, que había que tener valor para probarlo y estómago para digerirlo.
Y allí nos reunimos, bajo la carpa azul que mitigaba los efluvios solares, degustando las viandas, algunos en mejor estado que otros.

Después de una buena sobremesa, con reposo y estiramientos varios, el pelotón se pondría en marcha de nuevo para discurrir por caminos muy anchos y ya en descenso.
Se pasa por los lugares de Santiso y Caldevila y se inicia el tramo final hacia San Antolín, cuyas casas vemos desde lo alto. 
Este año habían hecho una variante al recorrido, y se perdía altitud por una preciosista y deliciosa trialera, en la que disfrutamos como lechones en jardín de bellotas. Al final de la misma, con un giro cerrado sobre pizarra, estábamos Moya y un servidor, todavía con la sonrisa en los labios, cuando llegó Pablo, de los espantalibres, con el susto aún en el cuerpo…dos revolcadas y media que le había costado la trocha, y estaba el pobre todo dolorido. Poco después aterrizaba  Acedo, mirando hacia atrás sudoroso…-”...¡¡¡lo tengo detrás, no me lo quito de encima!!!”...decía el mellariense, secándose el sudor con un roto guante, pero por más que miramos, no había nada a su retaguardia. Solo el tranquilo Juan Blas, que paseaba por la zona, y que,  aunque no lo veíamos muy bien, iba pegado a nuestros sillines como llámpara al pedrero. 
San Antolín de Ibias nos recibía con calor, eran poco más de las cinco de la tarde, pero aquello es una sartén al fuego señores. 
La espera para el lavado de bicicletas (obligatorio este año) se amenizaba un poco entre cervezas y charla con los participantes; merece una mención especial el lavandero, se pulió el solito las ciento y pico bicicletas, amén de quads y alguna moto, y siempre con una sonrisa en los labios, bravo por él.. 
Una vez limpias y aseadas las monturas, y tras depositarlas en el gimnasio del colegio, tocaba buscar la habitación; no había problema, aparte de estar nominada, ya descansaba en ella el rápido Manu, que fino como él solo, se había agenciado el único colchón de muelles de la estancia. Al resto nos tocaba blanda gomaespuma, lo mejor para cuerpos fibrosos y estilizados como los nuestros. 
Unos momentos de desembalado de equipajes, y todo el mundo a ponerse el bañador y correr hacia la piscina. Todo el mundo menos los olvidadizos Manu y Pablo, que en su afán de hacer bien la maleta olvidaron la equipación bañística, y tuvieron que contentarse con ver los toros desde la barrera, o sea, desde la barra del bar piscinero. 
La tarde en San Antolín se hace corta y pronto llega la hora de la cena, en uno de los dos restaurantes cercanos. No me preguntar por el menú…no me acuerdo, había algo de entremeses, un primero un segundo y fruta. Preguntarme por lo de detrás de la cena, que de eso si tengo memoria: el excelente orujo de hierbas al que nos invita siempre el comisionado Pelayo de la zona, Sr. Juan Carlos. 
A Pachu no le inquiráis cómo estaba el orujo, no; su preparación físico-mental alcanza exigencias intolerables en cualquier hombre menos en él…tomó leche. En fin, después de unas cuantas rondas invitados por el jovial y un año mayor Srto. Moya, tocaba retreta y a los catres nos dirigimos. 
Alguno, ya en el alojamiento, intentó cruzar verbos con las amazonas anexas, pero salió como el pollo que entra en corral ajeno: desplumado. 
Y la noche se hizo oscura, que apagaron las luces, y nos sentimos abrazados por nuestros jergones y somieres, de forma tal que era imposible darse la vuelta, dormir boca abajo, o no pensar en Manuel, que dormía plácidamente en postura horizontal, mientras el resto probaba varias posturas de yoga, todas ellas inútiles, los colchones ganaban por goleada. 

La mañana siguiente, fresquita, se desayunaba en el mismo local de la noche anterior; y a una hora más que recomendable, y tras recoger enseres, ajuares ropa y equipo, que Ibias está muy lejos para volver a por el móvil, se iniciaba el retorno a Cerredo. 
Fue en ese momento, entre las prisas por la marcha y los nervios por la forma, cuando sospechamos el origen de nuestras desdichas, pero como buenos compañeros y preocupados siempre por el bienestar de los camaradas delicados, no dijimos nada. 
A diferencia de otros años, en los que se recorría una parte del sendero fluvial, intrincado y engorroso a más no poder, en esta ocasión, la organización exhibía un recorrido en duro ascenso hacia Cecos y San Estebán, que aunque al principio facilitaba el rodaje por pistas alquitranadas, al pronto lo endurecía con una estrecha y herbosa senda, en la que el mariscal chacinero, fresco como una rosa, nos puso a todos a su trasera…al ocupar él todo el camino, claro…a ver quién lo pasaba, …llevaba silbato... Manuel ya rodaba lejos, muy lejos, y por detrás, sintiendo cada vez más cercana la presencia de esa sombra 
inquietante y amenazadora (para nuestro ego…), la terna fraternal. 
Pero el miedo y la desesperación mueven montañas, o por lo menos ayudan a subirlas, porque ascendimos como posesos, plantándonos en la emparrada aldea de Omente en menos de lo que se tarda en decir…: -¡”Qué viene!!!, no, no era eso lo que iba a decir, esto es lo que dijo Antonio, y era cierto, ahí venía, una silueta inmensa, oscura y amenazadora, resoplando cual morlaco enfurecido. 
Dionos tiempo a recoger algo de agua y bollería y poner pies en polvorosa. 
El camino se convierte en carretera y, tras rodear unos cuidados corros de colmenas, se toma el desfiladero del río de La Collada. 
La entrada estaba custodiada por organizadores y galenos, ante la inclinación de inicio, pero tamaña era nuestra zozobra y premura que la tomamos al asalto, sin tiempo a oír lo que nos gritaban aquellas buenas gentes...-"Cuidado...qué os la dais!!!"… A decir verdad, el que se tiró al precipicio fue Pablo, tanto Acedo como un servidor tenemos esposas (santas y gloriosas) ante las que responder de cualquier arañazo en nuestra querida y generosa anatomía… 
 Aquí, la presencia de la temible visión era ya un hecho, a unas pocas decenas de metros, seguía nuestros pasos como el astado sigue al torero cojo, cercándonos poco a poco. 
Ya daban igual los arreones que los atajos. Cada vez estaba más cerca y ya sentíamos en nuestras grupas su poderosa respiración, esperando de un momento a otro la fatal embestida. Pero el Dios de los jinetes, de vez en cuando echa una mano a los esforzados y, a la altura de El Bao, consintió que al feroz espectro le cayera encima un oportuno desfallecimiento, que por estos lares conocemos cómo “pajara”, y en otros por “sobredoping”, teniendo que reclamar la ayuda de la camioneta de reparto para ascender el largo puerto del Tablado. 
Algo que el angustiado terceto superviviente lograría a duras penas, tras tener que guarecerse del temible sol en un espacio de medio metro en la que entraban jinetes, monturas, quitamiedos y un par de cotollas. 
A la que reposaban de los duros calores, veían pasar entre vaharadas de vapor y de miedo a su temible perseguidor, oculto tras los velos de un siniestro carruaje. 
El resto del ascenso fue solitario y solidario, rebasando por momentos a algunas unidades desperdigadas. 
En la cima aguardaba de nuevo el amenazador nigromante, pero las meigas nos eran propicias y al carecer aquel de cabalgadura, por venir en otro carro, pudimos zafarnos de nuevo de sus embistes. 
Se desciende a buena marcha en dirección a Rebollar, donde avisados por la organización, dos “aceitunas civiles” nos daban un giro hacía la diestra, en ruta a Degaña. 
Es esta una zona en suave ascenso, pero tras pasar la capital del concejo, el desnivel se incrementa a la vez que las fuerzas, ya pocas, es verdad, desparecen de forma dramática, no, no desaparecen:…¡HUYEN LAS CONDENADAS!!!..
Son 9 kilómetros en los que da tiempo a pensar en muchas cosas: en que hay que entrenar más, en cómo demonios lo hacen esos dos que van delante, que te sacan dos piñones, en que menos mal que no hay un bar cerca, en que vaya mirada asesina que te acaba de echar el que acabas de dejar atrás…pero en cuanto de das cuenta, desembocas en la carpa que abandonaste ayer, delante de la cual humea un perol de dimensiones castrenses ante el que se agolpan, codo con codo, una decena de ciclistas, degustando el más exquisito hígado encebollado que probarás jamás…vale, el de tu progenitora también es bueno, pero este lo saborearás con un placer añadido, el de finalizar la ruta, que bien nos ha costado, y mojaras y rebañarás hasta que tu tripa supere los tirantes del culotte, amén. 
 Tras el conveniente aseo, que algunos competimos en olor corporal con los osos cercanos, toca pitanza: sabroso cordero allí mismo cocinado, con las uarniciones acostumbradas, y tras el convite, la entrega de premios, divertida y campechana a cargo del presidente del Club Rozón, encantador personaje. 

Esta vez sacamos trofeo, y Pachu, pérfido y fullero individuo, también. 

Del resto me quedo con un ejemplo: el de 300 comensales, toda la carpa, entre jinetes, organizadores y amigos, cantando el “cumpleaños feliz” a nuestro querido Pedro Pablo, que sorprendido y conmovido, asistía al cántico con la sonrisa entre los labios. 


Del maligno fantasmón no supimos nada más, aunque desde entonces, no dejamos de mirar hacia atrás por si aparece de nuevo la tétrica sombra…


¡AY-AY-AY!..¿QUÉ SE MUEVE DETRÁS DEL ARMARIO...???