jueves, 24 de noviembre de 2011
ATRINCHERADOS
lunes, 24 de octubre de 2011
BRAÑAGALLONES 2011.....¡POR LA PATILLA!!
martes, 4 de octubre de 2011
VAYA CALÓ PISHA, PILOÑA 2011
El feroz místico, arrebató de las temblorosas manos del pasante el cayado que este portaba, y acelerando el paso...
jueves, 29 de septiembre de 2011
REGALOS INESPERADOS
Los mejores regalos son los inesperados. Aquellos que se entregan sin pensar en que realmente lo son, sin motivo alguno ni fecha señalada, y que se reciben con la frente arrugada, las cejas levantadas y la boca entreabierta, o lo que es lo mismo, con cara de sorpresa. Seguro que cualquiera de vosotros sabe de qué hablo, porque quien más quien menos, a todos nos han alegrado el ánimo un instante, unas horas, unos días con uno de esos detallinos. Y uso el diminutivo en su acepción de cariño, que no de medida, pues esos regalos no se cuantifican ni por su volumen ni por su valor.
La pereza que arrastraba durante la mañana del viernes pensando en los preparativos del viaje y en los 430 kilómetros hasta San Martín del Castañar se fue tornando en diligencia por la tarde, a medida que organizaba la maleta con precisión ingenieril para embutir todo lo que mis dos chicas habían colocado encima de la cama y cuadraba, con no menos dificultad, las bicis en el thule. Salida de Gijón un tanto tortuosa y, tras 5 horas de viaje, avanzada la noche, súbitamente a la vuelta de la última curva, aparecieron las lucecillas que iluminan las apretadas calles de San Martín. Ese fue el primer regalo, para la vista, del fin de semana. San Martín ha sido incluido en mi lista de rincones del mundo donde no me importaría dejar un tiempo de mi existencia. Sus calles y sus casas, como ya he dicho apretadas y dibujando maravillosos rincones, el castillo, la fuente, el portalón, la plaza de toros, conforman un pueblecito de cuento medieval. Los 5 metros de eslora de nuestra nave se mueven mal por los entresijos de San Martín, a la búsqueda del que va a ser nuestro hogar por dos noches. Un lugareño, que gracias a las bicis nos identifica como amigos de Nacho, enseguida reconoce nuestro despiste y orienta la proa hacia La Abadía de San Martín. Desembarcamos, damos buena cuenta de las viandas que fugazmente ocupan los platos, un pis y a la cama, “que mañana es día escuela”.
Ya es sábado. El claqueteo de las calas por los pasillos del hotel despierta primero a nuestras santas, que todavía duermen o lo intentan; más tarde el mismo ruido, corregido y aumentado gracias al empedrado de las calles, hace lo propio con las almas que habitan el trecho que dista desde La Abadía hasta casa de Nacho, donde reposan nuestras monturas.
A buen seguro que alguna pestaña entreabierta se habrá acordado de nuestra familia o, a lo peor, habrá imaginado de buen agrado las northwave, shimano o sidi alojadas en cierta parte de nuestra anatomía. Tras una breve tournée por la villa nos abastecemos del agua que mana de los dos hermosos caños de la fuente de la Plaza Mayor, nos retratamos con el castillo y el atípico coso rectangular de fondo y salimos a toda prisa hacia La Peña de Francia. ¿Y por qué lo de la urgencia? Todavía me lo estoy preguntando, porque cuando vas en un grupín de amigos, lo que ganas en pedaleo lo pierdes en esperas. Pero lo cierto es que unos cuantos integrantes del mini pelotón no se encontraban a gusto con el hueco dejado por las zapatillas que los importunados vecinos nos hubieran introducido en salve sea la parte, y decidieron ocuparlo con unas buenas guindillas. El picante hizo su efecto y los susodichos devoraron sin piedad los 7 primeros kilómetros de asfalto.
Abandonamos la carretera, dejando atrás El Casarito, y comienza el duro ascenso a la Peña. El camino dibuja un apretado zig-zag, lo que se traduce en …, para qué os lo voy a contar, si todos los que estáis leyendo estas letras sabéis de sobra el significado de esos trazados: sangre, sudor y, para desgracia de Josmar, rotura del buje trasero y final de su aventura. Una pena Josmar, no te va a quedar más remedio que repetir el año que viene. Poco a poco el resuello no da para más y las piernas pierden la batalla contra la pendiente. Me veo obligado a echar pie a tierra, aprovechando como excusa la falta de tracción ante un tramo de piedra suelta. La jugada me sale mal, porque el habilidoso escalador de la GT amarilla ¡qué bici más cojonuda! me pasa sin necesidad de apearse. A partir de aquí como ir a San Fernando, un ratito a pie y otro … bueno, pedaleando. Según se gana altura, los castaños y robles dejan paso a los pinos y el matorral. Llegamos ya al via crucis, a escasos aunque exigentes metros de la cima. El tramo es duro pero ciclable. Subo al tran-tran, padeciendo mi propio calvario, y ocupo mi cabeza en mirar las rocas sobre las que avanzamos y su contenido, distraídamente, a medida que las sobrepaso. Cuarcitas y pizarras del Ordovícico, de unos 480 millones de años de edad. Voy dejando atrás, permítame el lector una pequeña licencia geológica ya que uno padece degeneración profesional, varias crucianas, unos restos de trilobites, una laja con ripples y un gran afloramiento de roca donde se observa perfectamente la esquistosidad. Y así, embebido en la curiosidad científica, alcanzo la cima y encuentro de nuevo un regalo para la vista: Sierra de Gata a un lado, Monsagro al otro, y allí enfrente, Las Batuecas y La Alberca.
Un descanso para recuperar fuerzas mientras visitamos el enclave dominico, aunque lo realmente impresionante es el paisaje, y a continuar la ruta. Nacho, sabedor de la desbandada que se avecina dado lo técnico de la bajada, que disfrutaremos como nenos, y de que cada cual se toma su tiempo en el negociado de las curvas y del pedregal, advierte: “el cruce está marcado con carteles. TOMAD EL QUE SALE A LA IZQUIERDA”. Pero Trapote, rebosante de adrenalina, sordo y ciego de ansia, dispuesto a batirse contra el sendero tras haber subido por carretera, se va por su otra izquierda, y no oirá los gritos de Nacho y el teléfono de Vicente hasta 2 kilómetros más abajo. Le toca subir y al resto del personal esperar, para alegría de los tábanos. Y como a perro flaco todo son pulgas, tras el esfuerzo de reintegrarse al pelotón, el desdichado Trapote primero cata el suelo y luego se envalentona contra una piedra que sobresalía del suelo con muy mala leche; la contienda se salda con un llantazo de la rueda trasera de su Spe.
Con tanto contratiempo acumulamos un retraso de dos horas, y se me informa por vía telefónica que en el punto de avituallamiento cunde la impaciencia, que las viandas están más que preparadas, a la vista y el olfato de infantes y mayores, que salivan más que los perros de Pávlov. Por fin arribamos a El Cabaco, donde aguardan las familias y …. la pitanza. Un nuevo regalo, por supuesto por reencontrarnos con los nuestros y por el cariño puesto en el recibimiento y en los preparativos, pero como la cosa va por lo sensorial, esta vez le toca al gusto. ¡Ay Esther!, insuperable esa tortilla patria (con permiso de cada una de nuestras madres que, como todo el mundo sabe la mejor tortilla de patata es la de mamá), qué embutidos, menudo vino y de postre un bizcochín para mojar en el café y chuparse uno a uno estos diez que aporrean el teclado.
Tras la opípara ingesta toca seguir disfrutando del pedaleo y del paisaje de la sierra salmantina. Nos guía Nacho hasta unas labores mineras donde los romanos nos dejaron su impronta y, de paso, sin oro. Los muy jodidos no necesitaron las modernas técnicas de exploración geofísica y geoquímica para dejarnos a dos velas. Continuamos hacia Nava de Francia, atravesando magníficos bosques de robles y castaños, con algún alcornoque y madroño dispersos, que sobresalen entre las jaras. Pienso en que me gustaría ser testigo de la explosión de colores que debe acompañar al inmediato otoño. Y al poco de abandonar Nava, nuestro anfitrión, tan esplendido como el rey de Tebas al que debemos ese palabro, nos condujo hacia el siguiente regalo. El camino se estrecha hasta desaparecer y nos adentramos en un berrocal. Entre los tolmos de granito crece lavanda y algún tomillo, un verdadero obsequio para el olfato. Rodamos despacito entre el laberinto de berruecos, sorteando piedras, hoyas y maderas, en un “pasa tu delante que a mí me da la risa”. Y a medida que avanzamos rodando sobre los arbustos el olor se intensifica; y me vienen a la cabeza recuerdos de mi infancia que, no os preocupéis, no voy a relatar; y vuelvo a disfrutar como ese niño.
Como quien no quiere la cosa nos acercamos a San Martín, pero Nacho aún nos guarda una última sorpresa. Nos detenemos en un cruce con un angosto sendero advirtiéndonos que el camino se las trae, por la abundancia de piedra grande y suelta. Vamos, que las tiene todas para que alguno acabe la jornada dejándose los cuernos. Deserción de algunos integrantes de la tropa, que optan por tomar la vía rápida. Otros aún lo dudan, pero el oficial al mando sabe a quién debe obligar a seguirle, conocedor de que ese último tramo será una recompensa para los que disfrutamos de la bici de montaña. Y a tenor de los comentarios y expresiones de los que seguimos al salmantino, estaba en lo cierto.
Volvemos a la fuente de donde partimos. Volvemos a refrescar el gaznate. Y volvemos a retratarnos. Pero esta vez aplacadas las ansias mañaneras y cansados, con ganas de remojarnos debajo de una buena ducha. Dejamos las burras aparcadas en el establo de casa Nacho hasta mañana. El que ha rememorado la jornada del sábado dedicará el domingo a dar pío cumplimiento del tercer mandamiento de la ley de Dios, a santificar la fiesta, léase dar un paseín con sus chicas, que son eso, unas santas. Así que dejo a la voluntad de algún otro la crónica ciclista dominical.
Gracias Esther y gracias Nacho, por esos regalos inesperados, y sobre todo por el cariño con el que nos los habéis entregado.
jueves, 22 de septiembre de 2011
NOREÑA 2011, ¿COMARCA DESCONOCIDA?
"No estamos locos", no, pero reconocerlo, algunos piñones nos saltan en la sesera.
Cuando hombres hechos y derechos, de los de paseo de domingo con señora del brazo, zapato fino y chaqueta de punto, agarran sus bicicletas recién lavadas y engrasadas, en un amanecer gris y lluvioso, de temperatura más bien fresca, con posibilidades de que la lluvia se convierta en chubasco, cogen el coche, y ponen dirección a una concentración de btt, indica que muy cuerdos no estamos, no. Y no solamente nosotros, reducido grupo de Pelayos que por apoyar a un amigo dejamos familia en cama y perro en sofá, sino los más de 190 ciclistas que nos acompañaron en ese húmedo día. Algo tendrá que ver la concienzuda preparación de la ruta por parte de Rebollines y colaboradores, con el activo Pachu a la cabeza, con sus correctos marcajes, nunca excesivos, con sus avituallamientos, siempre correctos y autóctonos, y, por encima de todo, con el cariño y la atención por parte de estos noreñenses a todos los participantes.
No llovía cuando nos reunimos en el parque algunos supervivientes de
Que no llovía, que no!!!, pero algunos equipamos chubasquero antes de la salida, por lo que pudieran soltar las nubes, que, apretadas y cercanas sobre nuestras cabezas, dejaban caer alguna que otra gota.
La salida, neutralizada por Noreña, pronto dio paso a pistas y senderos que nos alejaron de la villa condal. Rendueles, motivado por un evento familiar, desapareció pronto hacia la cabeza del pelotón, el resto, trotábamos en compañía. Para esta ocasión, la ruta se apartaba de lugares ya hollados anteriormente y discurría por unos parajes desconocidos para la mayoría. Caminos que de repente se convertían en unos maravillosos senderos de tierra suelta por los que transitábamos con la boca abierta y los ojos entornados, (según decía Pachu, era el bosque de Ordiales). Caminos que nos sorprendían con repentinos cambios de nivel, que obligaban a esforzarse en el manejo del cambio. Caminos que se iban estrechando cual embudo repostero y luego se abrían a otros más cómodos, que, (¿Pachu??...-"rodeando Peña Careses".."Aaah"), nos llevaban al ordenado avituallamiento, justo a la salida de un túnel. Y seguíamos el desfile por la zona rural. Al poco, el túnel de San Pedrín nos dio la bienvenida con sus angosteces y oscuridades, aminoradas en esta ocasión gracias a las gestiones del licenciado, (la última vez que pasamos por allí, algunos salieron montados en la bicicleta de otros...).
Por
El final de la ruta para los que nos quedamos fue el habitual, una excelente y agradable comida de fraternidad con Los Rebollines, en el lugar que también viene siendo habitual. Allí, disfrutamos de una entretenida comida, rodeados de esa simpatía y habilidad que caracteriza a estos amigos y a sus familias.
Del sorteo no nos tocó nada esta vez, no por que no estuviera atento Rubén Patricio, que, con cuatro dorsales que llevaba, tenía todas las de ganar, si no, quizás, porque lo que si trajimos fueron muchas ganas de recorrer esos caminos de nuevo con estos mismos amigos y otros ausentes salmantinos.
Y como de bien nacido es ser agradecido...¡Como no nos toque el jamón, no volvemos!!!., (perdón, perdón, ha sido un lapsus mental...)...Muchas gracias por todo Rebollines.
lunes, 19 de septiembre de 2011
TERRITORIO VAQUEIRO, TRAVESIA 2011
En silencio, la columna descendía por el cortado que a duras penas contenía a los jinetes y a sus monturas. Era un tramo harto peligroso, cualquier paso en falso conllevaba una caída fatal al fondo del barranco. Los infantes extremaban las precauciones y sujetaban las yeguadas para evitar que un inoportuno traspiés diera con sus tristes huesos en la profunda sima.
“En silencio”..., había dicho el Guarda Mayor al dar salida a la expedición - “el enemigo está cerca, al otro lado del valle, frente a nosotros...En silencio..., caminaban los soldados, uno tras otro con gran lentitud...solo el ulular del frío viento y el seco graznido de los cuervos (croark…croark…) era audible en la collada.
...En silencio....el licenciado Camarero iba a la cabeza de la soldada, guiando a los soldados con mucho tiento, con mucha precaución, con mucha prudencia, con mucha cautela, con ... -"¡PAAAACHUUUU!!!, ABREEVIA, QUE NOS DAN LAS UVAS!!!!... El citado, veterano de varias batallas y cuyas patillas blancas denotaban su avanzada edad, miró hacia atrás con dificultad, mientras trastabilleaba a punto de perder el equilibrio...-“es que el estribo derecho no me suelta...JOOOH...”...
Estaban las tropas en el segundo día de los dos que duraba la travesía, siempre amenazadas por hostiles grupos de rebeldes úrsidos, que aunque no se veían, por aquellos lares pasteaban........
La mañana siguiente amaneció fresca y nublada, y algunos reclutas, a juego con la misma, se levantaron grises y plomizos, esto es, pesados de ancas...Salimos de la misma Pola de Somiedo, ascendiendo por la rampa que habíamos disfrutado el día anterior. Llegando a Coto, tomamos el camino de La Sombra, aunque sol no había, no, que las nubes lo tapaban . A partir de aquí, el ascenso se hizo largo y cansino, pero muy cansino, o quizás éramos nosotros los que estábamos cansados. Al cabo de bastante tiempo,, y arrastrando nuestros sacos de huesos, llegamos a la cresta de aquella loma, entre acebos y piornales y nos dejamos caer hacia la Braña de Mumian, donde los Guardas nos agruparon a todos para descender hacia Llamardal de una forma silenciosa, vista la cercanía de la población Úrsida, que nos observaba con desidia desde el otro lado del monte, mientras mordisqueaban unos endrinos. Estaba la Braña Mumián recorrida por un viento frío y descarnado, que helaba los huesos de los reclutas poco preparados, allí mismo, tuvimos de asistir al aguerrido Ángel Víctor, que temblaba como hoja carcomida, el pobre, quizás por un deficiente equipaje, quizás por la excesiva ingesta nocturna de licores varios la nocheee...la madrugada pasada.. Como ya relaté, fue aquella una caminata tensa e insegura, por un lado el barranco, y por el otro el pedrero. A la mitad de la misma, hallábase la incomparable doncella Emma con algunos invitados animando a los infantes a seguir con mas brío (bueno...animando...animando, menuda guerra nos dio...casi nos tira abajo con su ímpetu…). Y con maña y recato descendimos, unos mejor que otros, hasta enlazar con la subida al Puerto, por agujereados senderos vacunos al lado de la cómoda carretera. Del Puerto a la aldea de La Cueta, se corría por una blanca y virginal pista de hormigón, con lo que en breve nos encontramos almorzando en esta última villa, eficazmente atendidos por la dulce Susana. La senda, unos plátanos después, iniciaba un suave ascenso por el fondo de la cañada, hasta desembocar en un pedrazal que hubo que atravesar andando...y con las jacas a hombros de nuevo. Era el último esfuerzo, vislumbrando ya la braña de Murias Llongas, con sus pocos teitos arrinconados contra la montaña. A partir de aquí, una rápida pista nos depositaría de nuevo en el pueblo de Coto, y de este a Pola, donde finalizarían las cabalgadas. Para celebrar el final de las incursiones, la intendencia Asturcona había preparado un gran festín, con profusión de alimentos y bebidas, contando incluso con maestros parrilleros que brasearon unos cuantos kilos de costillares y embutidos para las milicias. Y allí estábamos, entre chascarrilos y alabanzas a la ruta cuando al fin nos alcanzaron (a los postres, arroz con leche) la familia Barredo, que venían de sufrir lo indecible, averías incluidas, por los montes sometanos. Detrás de ellos, el atribulado Alperi, que también había sufrido lo suyo escoltando a la familia. Al zagal, compensaronlo con el trofeo al mas joven, y al padre, con una rueda nueva. Y así, fartucos y contentos, retornamos a nuestro hogares con un sonrisa en el rostro…-"Vicente!!!, despierta, que ya acabé…que cruz...si no fuera porque no ronca, el bendito..."
Muchas más historias quedan en el papel, pero lo que no puede quedar es el sentimiento de gratitud a nuestros amigos Asturcones por obsequiarnos estos dos días de maravillosas rutas por el concejo de Somiedo.
Muchísimas gracias
jueves, 14 de julio de 2011
VUELTA AL CONCEJO DE GIJON 2011
El Ilustre, sabiendo lo poco que restaba a la marcha, solo unas pocas leguas por terrenos urbanos con escolta oficial, exhaló un suspiro de alivio al que se unieron el resto de asistentes. Ya se veía disfrutando de un merecido descanso en sus tierras salmantinas, rodeado de sus viñedos y sus colegas...Sin embargo, algo quedaba por hacer todavía...
…Anochecía, y la claridad se difuminaba rápidamente. Buscando las sombras, un hombre embozado y vestido de negro, que a pesar de su corpulencia, se movía ágil y silencioso como una pantera con calzas, llegose hasta la puerta. Allí, en silencio, abrió su chaqueta y extrajo una siniestra daga cuyo filo, recién afilado, lanzaba acerados destellos a pesar de las penumbras. Su mano enguantada en cuero negro abrió, con sumo cuidado, la portezuela, que apenas exhalo un débil quejido, y se introdujo, zahino, en el zaguán de la casa…su presa estaba cerca, lo presentía…era hora de cobrar una deuda reciente, y a fe del sargento, que iba a quedar liquidada en menos de lo que se tardaba en decir un amén…
lunes, 13 de junio de 2011
LA TRASTIENDA DEL INFIERNO (Soplao 2011)
La inscripción a la prueba fue seguida del arrepentimiento de haberlo hecho, no sólo porque pensaba en la locura y sufrimiento de pasar más horas que nunca encima del sillín, sino porque me estaba obligando a entrenar, a robarme tiempo o quitárselo a mi familia para entregárselo a la bici. Pero ya estaba decidido: a partir de ese día me propuse salir todos los sábados, sin importar la meteorología, y también los miércoles, amparado por la nocturnidad. Aconsejado de nuevo por el Manchego de Asturias, me inscribí en dos rutas que bien podrían indicarme si “progresaba adecuadamente” con vistas a alcanzar el objetivo.Todos los pelayos que acudimos a la Maratón Montes del Sella y los 101 Peregrinos acabamos ambas pruebas. En el grupo de cola los de siempre, los que tenemos como meta llegar a ella sin importar el tiempo que invertimos para alcanzarla. Y en ambas pruebas el mismo comentario una vez acabadas: -"¿te das cuenta de que en El Soplao nos quedarían aún 100 kilómetros?; ¡65 kilómetros más para acabar El Soplao!" . Como se dice en el argot ciclista, los dos días tuve “buenas sensaciones” y, aunque mentiría si dijera que no deseaba ver el final, no me hubiera costado mucho pedalear durante unos cuantos kilómetros más.Este fue todo el bagaje que metí en el petate para ir a Cabezón. ...Menudas batallas nos cuenta ahora el abuelo … Pues sí, pero creo que no está de más para desengañar a los que piensan que nunca podrán hacer este tipo de pruebas por falta de tiempo para entrenar. Es más, como soy un tío de ciencias y me gusta apuntar, observar, analizar, … mis piernas hicieron 1416,10 kilómetros repartidos en 34 salidas desde el 1 de enero, lo que hace un promedio de 41,7 kilómetros por salida. Ya lo veis, no se puede ir a El Soplao con cuatro paseínos previos, pero que no os cuenten milongas; si no pretendes hacer un “buen tiempo” tampoco es necesario entrenar un día sí, otro no, en series de frecuencia cardiaca máxima-mínima, subidas del 20% seguidas de suave pedaleo en llano durante 5 kilómetros (quién cojones encuentra un llano de 5 kilómetros seguidos en Asturias), etc, etc. Y por fin llegó el momento de llevar a término la idea. Llegamos a Cabezón de la Sal y me quedé alucinado del ambiente y la cantidad de gente que atestaba la villa. Si Don Pascual Madoz levantara la cabeza reescribiría la página correspondiente de su diccionario geográfico e incluiría tal evento, no me cabe duda. Recogida de dorsales, traslado a Casar de Periedo, cena a base de carbohidratos y a la cama, si así puede denominarse un catre por el que me sobresalían los pies, olía a gasoil y estaba equipado con una almohada cuyo espesor necesitaba ser medido con un micrómetro. La noche fue un eterno duermevela. -"Los nervios, así estamos todos...", dijo uno de mis compañeros a la mañana siguiente. A estas alturas de la vida, con 46 primaveras a mis lomos y habiéndome colgado ya las medallas que considero importantes, puedo afirmar que la excitación, de haberla, no tenía relación con el evento deportivo, sino más bien con la mala leche que me provocaba la íntima sensación de que me habían tomado el pelo. Pero como diría el Sr. Ende en su interminable relato -“esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión”.
Ya estamos casi a la cola de un infinito pelotón que se desparrama por las calles de Cabezón. A la espera de que los AC/DC indiquen el momento de la salida, pasan por mi mente los bienintencionados consejos de los que han completado los 165 kilómetros en anteriores ocasiones: -"El Soplao se entrena haciendo kilómetros en bici de carretera; usa cubiertas rodadoras, que no hay tramos técnicos; si acabaste los peregrinos, El Soplao está chupao; llévate un culotte de repuesto y échate crema; el verdadero Soplao empieza en Ruente; márcate un objetivo (el mío era hacer todo el recorrido en la bici, sin caminar, y doy fe que lo cumplí, salvo el tramo de embotellamiento en el que todos tuvimos que echar pie a tierra)". Ya da igual, ya hemos empezado a rodar. Mi inicio es lento y cansado, como acostumbro. La explosividad de los años mozos se tornó hace tiempo en la constancia de los motores diesel de antaño: costaba arrancarlos, pero cuando calentaban después de los primeros 20 kilómetros, eran capaces de ir sumando los que fueran. Por eso, y porque pronto llega la primera meadita, enseguida me quedo atrás. No importa, me uniré a mis compañeros de fatiga en la Ermita de San Antonio y continuaremos cada uno a su ritmo, pero agrupándonos en los avituallamientos. Mi rodar fue más o menos ligero, mejor de lo que pensaba, y aunque algún “maloso” insinuó que comía algo más que plátanos, pastelitos y bocatas de jamón, os juro que hubiera pasado todos los controles antidopaje. No os detallaré el recorrido e incidencias pormenorizados; ya lo hemos vivido, leído, contado u oído. Tuve la sensación de estar haciendo una prueba en etapas en las que se repetía la misma situación una y otra vez: salida torpe y costosa tras cada avituallamiento, mejora progresiva adelantándome a mis compañeros de grupo y nueva parada de vituallas hasta configurar el mismo grupo (Arturo, Adrián, Juan, Pedro, Josmar, Vicente y el que suscribe). Algunas esperas fueron largas, y aunque el cuerpo te pide arrancar para no enfriarte más de la cuenta, un “no sé que” te retiene, algo que te dice que es mejor disfrutar comiendo acompañado mientras comentas cómo estás, das ánimos al que encuentras desfallecido, compartes barritas, cremas, dichas y desdichas,…Y tras una escapada subiendo El Moral por donde previamente habíamos descendido (lo siento chicos, tenía que seguir mi ritmo o no acababa), después de 165 kilómetros y 15 horas de bici, con las nalgas escocidas a causa de la íntima relación de las susodichas con el sillín (y dicen que el roce hace el cariño, ¡ja!), cansado y emocionado, atravesé la meta. La idea se había consumado, pero no tengo tan claro que, a diferencia de lo que ocurre con los seres vivos, haya muerto.
-"...Señor De La Mancha.................