martes, 29 de julio de 2014

ABANDONADOS!!

Una práctica habitual en la política militar dieciochesca, con claros ejemplos como la Guerra de la Independencia de Estados Unidos, era la utilizada por generales y mariscales de campo de comandar sus tropas a una distancia suficientemente segura como para no sufrir daños ni pupitas varias, mira tú…
Todos nosotros recordamos esas escenas de El Patriota, en que mientras Mel Gibson se bate el cobre en las primeras filas, donde le caen palos hasta al cámara, el general británico Charles Cornwallis, observaba el desaguisado desde una colina cercana, dirigiendo sus fuerzas a base de banderazos y trompetillas varias…Así le fue al elegante, derrotado finalmente por los rebeldes durante la batalla de Yorktown (Virginia), el 19 de octubre de 1781.
Pero dejémonos de clases de historia y entremos en materia, que ya veo a sus mercedes rascándose la cabeza con las dos manos y el calzador.
Este sábado pasado estaba prevista una incursión en la parroquia de San Pedro de Nora, dirigida y promovida por el, ya célebre, licenciado Marín, ducho en estas tareas y en otras más ocultas.
La correría no entrañaba mayores dispendios: sobre 35 kilómetros de desplazamiento y unos 1200 metros de desnivel acumulado…peccata minuta que dirían nuestros vecinos mediterráneos. 
Pero hete aquí (esto de hete siempre me atrajo…) que el ladino y muy malévolo geólogo, decidió velar armas y fuerzas (convencido por instancias mayores, en su descargo..) de cara a su cercana cruzada contra las insidiosas garrapatas tirolesas, perversas criaturas siempre en busca de inocentes sangres extranjeras, abandonando a sus huestes entre lamentos y sollozos de las mismas
Tomaría entonces el mando de la desamparada y huérfana cuadrilla el siempre eficaz teniente Moya, cuyas dotes de mando están de sobra probadas en batallas y escaramuzas varias, y ante el cual no valen remilgos ni disculpas, ni evasivas, ni nada de nada,
Formaban el reducido grupo de rebeldes: el circunspecto y callado Héctor como serio escolta de Moya; el sosegado y socarrón zaguero Paulino; el locuaz y hábil adiestrador de canes, Gaby; el apolíneo Juan Blas, la jovial y joven doncella Eva, y este escriba que anota.
Las instrucciones del ausente alto mando estaban claras: -“Seguir el mapa sin dudar y al mismo sitio, sanos y salvos habréis de llegar”””. Si, claro... ¡Hasta en cinco ocasiones! tuvo la partida que retomar sus pasos, toda vez que el camino correcto se hallaba perdido, escondido, ahogado o desaparecido. Y en esas cinco ocasiones, los dispositivos geoposicionadores (buen palabro este, ya nos valía la brújula…), también en número quinto, dejaban claro que el único capaz de entender sus indicaciones se encontraba lejos y a salvo, disfrutando de un placentero baño en su morada.

El primer despiste fue en Priañes, pueblo al que llegamos tras sufrir una ruda y abrupta cuesta que nos hizo ganar altura de forma escandalosa…por los quejidos de jinetes y monturas durante el ascenso. 
Unos metros por delante pasaríamos apuros, y de los buenos, al atravesar un serpenteante puente colgante, que hizo temer a más de uno/una por su integridad. Y al poco, el grupo encontraría su segundo reto del día; averiguar por dónde demonios iba la senda marcada…como no se encontró ni a la senda ni a los del tridente, que no tricornio, se optó por atravesar una bonita pradería, poblada por unas cuantas vacas y un buen toro tamaño Miura que no se dignó ni a saludar (menos mal, si se levanta estamos corriendo todavía…).
Una vez superado el trance, se rueda por tranquilas sendas y veredas hasta llegar al tercer
misterio de la peregrinación…¿cubre o no cubre el regato?, no, no cubría, como tampoco estaba marcado en la ruta a seguir, por supuesto. Y aprovechando que hacía un buen bochorno y que el agua estaba apetecible, atravesamos el cauce de forma tranquila y valerosa, bajo la atenta mirada de un buen gañan, vigilante de nuestros chapoteos
Hay que reconocer, en este punto, la valía del oficial Moya, todo coraje y arrojo; allá donde señalaran los instrumentos, allí se metía, sin importarle atravesar zarzas o bardiales, y guiando siempre de forma ordenada a su exiguo y dispar clan.
Las poblaciones de Fuejo, Báscones,  Borones, Belandres, que suenan a rellenos de chorizo o embutidos varios, quedaban detrás de nosotros, a la vez que afrontamos de nuevo rampas endiabladas y cruces atravesados.
Por aquellas alturas tomaba la palabra la gentil fémina, animosa y tenaz como ella sola, desgranando sus conocimientos de la zona de Grado y sus cercanías, por mor de un asunto amoroso, ya finalizado, no teman sus señorías. 
Tales conocimientos (los de la zona, no los otros) eran atentamente escuchados por el otrora hombretón y ahora convertido en escuálido mediofondista, don Juan de Blas, el cual jurando en arameo y otras lenguas extrañas, buscaba un atajo que le permitiera llegar pronto a su hogar sin sufrir males mayores. 
Pero la ruta no daba tregua alguna y el citado tuvo que proseguir con sus compañeros de hincada. 
Tales premuras pasarían factura al barbudo dietista, que hincaría su rodilla en tierra en la bajada a la cantera de Nalió, sin mayores consecuencias que un depilado de la zona y el oportuno grito de guerra al saltar de su montura.
El camino indicado por el lejano caudillo seguía envolviendo en curvas y mas curvas al cansado grupo, tal parecía que el final, en vez de acercarse, se alejaba cada vez más…como así era...¡carayu!…
Aún la meta a la vista, al alcance de la mano, el alejado y taimado comandante todavía reservaba una dolorosa sorpresa para sus acólitos: una sencilla senda verde en suave descenso hacía los vehículos; ¡sencilla y suave sería en su día!, cinco años atrás, cuando no estaba tomada por cardos, espinos, enredaderas, zarzas y escayos…toda una pleyade de arbustos malvados y resentidos cuyo único objetivo era arañar, pinchar, rasgar, ¡deshilachar! a los pobres y extenuados deportistas. 
Esta tortura finalizaría ya cerca de la iglesia parroquial, a la cual llegarían los insurrectos con algunos jirones en sus ropajes y otros en sus carnes sangrantes y rasponadas..
Todavía con ganas, Moya y Del Real se bañarían en uno de los meandros del embalse cercano, para presentarse lustrosos en la fonda requerida para la comida, acompañados por la gentil Eva; esta no se bañó, no sabemos si por decoro o por miedo a los otros dos.
El resto, con mayor o menor apuro, retornaría a sus cuarteles de origen para la sabatina comida familiar.
Del tránsfuga y escurridizo militar no se sabría nada más hasta la tarde, donde mostraría su extrañeza por los derroteros tomados, totalmente ajenos a su planificación...yaaaaa.
...suerte tuvo que estaba lejos y que tomaba la diligencia aérea con prontitud, que de estar cercano, hubiera acabado también en el embalse...atado a unas espadañas.

...mira que serios salimos!!!, parecemos de verdad...

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