¡¡Mírenlos y búsquenlos!!, estos que posan en la foto más
algunos que se han escabullido, están entre los responsables de sacar adelante, un año más, la Vuelta al concejo de Gijón.
Fíjense bien en sus caras, ¡memorícenlas!, quédense con sus sonrisas, con sus atuendos, con sus posturas,
con su actitud ante las cámaras…si hasta parece que están orgullosos.
Indaguen un poco más y encuentren a dos de los cabecillas…los promotores de la ruta y de su diseño gráfico…pídanles explicaciones…responsabilidades…treinta euros…lo que quieran, …¿qué no los encuentran???, no se preocupen, ya se los busco yo…yaaa
Indaguen un poco más y encuentren a dos de los cabecillas…los promotores de la ruta y de su diseño gráfico…pídanles explicaciones…responsabilidades…treinta euros…lo que quieran, …¿qué no los encuentran???, no se preocupen, ya se los busco yo…yaaa
Pues sí señores, toda esta agrupación de menesterosos han
sido capaces…contra viento y marea, contra burocracia y asfalto, contra sol y
rampas, de presentar, un año mas y van veintiuno, (XXI según los romanos), una
Vuelta al Concejo de Gijón íntegramente en el mismo concejo, que ya es difícil.
Una marcha que se tuvo que fraguar de nuevo a una semana
vista de su arranque, modificando trazados, buscando caminos, encontrando atajos
y quemándose, de nuevo, las pestañas en los mapas.
Toda una declaración de principios de
lo que es capaz esta hermandad de filibusteros en su empeño por hacer sufrir a
los infelices deportistas que confían en su saber. Deportistas, por otro lado,
que también tienen algo de culpa: que en tres días se agoten las 250 plazas
previstas por la organización indica que algo debe de gustarles pasarlo mal,
sufrir calambres, sentir taquicardias, soportar sudores y resistir picazones.
76 kilómetros y 2.200 metros de desnivel positivo acumulado pregonaban las elegantes pancartas; cifras que, por otro lado, no asustan demasiado, pero ya se sabe:
no es la letra de la canción lo importante, si no la forma de cantarla…y ¡qué desafine!, señores: con un bochorno intolerable y un sol en estado de gracia,
los dos mil y pico metros se convirtieron en un Everest vertical donde no había cordadas que te ayudaran ni sherpas porteando material.
La ruta, como en sus primeros inicios, iniciaba camino por la cara Norte de La Providencia,
en un ascenso largo y prematuro que estiraba el pelotón y hacía saltar las
primeras cadenas de aquellos descuidados con sus monturas (sé yo de más de uno
que aprovecha a la excelente mecánica de la Vuelta para remendar los achaques
de su bicicleta; gracias un año más Úrsula…) que no miman demasiado a sus compañeras
de pedal.
Unas curvas después ya se descendía veloz hacia La Ñora, un icono
entre los ciclistas montunos.
Estaba la senda en esta ocasión no demasiado
encharcada, que los pozos de aquella zona son perpetuos, lo que animaba a
intentar atravesar los mismos de forma elegante, pero el tigre viejo sigue
teniendo uñas, y unos cuantos ciclistas acabaron embarrados hasta las pestañas.
La antigua Granja de La Llorea, abastecedora en los años sesenta
de la Universidad Laboral y hoy reconvertida en fino campo de golf era el primer
reagrupamiento y encuentro con los medios de asistencia; hasta allí llegaba uno
de los participantes con la bicicleta fracturada y Luis Madrazo, eficaz y
pausado motero donde los halla, con el cable de embrague de su motorizada
enrollado en el bolsillo. Las eficaces manos de Julián y el auxilio de los
operarios del golf, canibalizando una segadora, lograron que aquel continuara
su travesía.
Por delante quedaba la Olla, el ascenso al cementerio, La Arquera
y Rioseco, que continuarían mermando las capacidades de los ciclistas.
En el
Lavadero de Rioseco, y mientras las unidades de vanguardia, velozmente
dirigidas por los pirenáicos Ramón, Junco y Fran atacaban Cuatro Jueces, se
hacía el primer corte a los sufridores de la zaga, llevándolos por el fondo del
valle hacia Paragüezos, donde ya estaban los voluntariosos sirviendo desayunos.
Dicen los buenos montañeros que es más difícil bajar que
subir y en esta ocasión acertaban de pleno:la pista que descendía hacia La
Collada estaba suelta…muy suelta; a pesar de las advertencias de los guías, mas
de uno probó el guijo del camino (lo que me ha costao decirlo…solo yo lo sé…¡AY!…esa
erre…).
Uno de los infortunados se lesionaría de importancia en una de sus
muñecas, esperamos que ya se esté reponiendo, y el otro sería nuestro querido
Calo, que quiso emular a Marquez y marcaría el codo en una curva.
Si estaría mal el camino que el Nissan medicalizado (llevaba
un médico dentro, que no era la UVI) no se lleva al caído
y a los guías que lo acompañaban por un suspiro…y el resto de vehículos porque
los mandamos parar antes de la posible montonera.
El sol ya calentaba de lo lindo, aunque nada tiene de lindo
chorrear sudor por todos los poros (como bien nos dijo Barquín en una de las
paradas…-“oleis mal…muy mal!!!¡¡cochinos!!”), pero qué se va a hacer, no
tenemos suficiente glamour para sudar con estilo.
Cruzando La Collada , se tomaba la caleya de La Quintana, caleya hormigonada…¿por qué?, pues porque si no lo estuviera ¡no se subía ni con funicular!. Curvas imposibles, pendiente inaccesible, sombras escasas.
Por allí
se quejaba el otrora hostelero y repechín de pro: don Oscar “Barrancas”,
amenazando con reclamaciones, demandas y palizas a los promotores del asunto.
Lo que no contaba el penoso era la semana larga de playa y tumbona de la que
volvía…bueno si lo contó, por eso se sabe.
Y no era el único, de la dureza de
las rampas hablaría también otro de sus compañeros, aquejado de calambres en
uno de los trechos y la furgoneta de asistencia, hábilmente pilotada por Rafa Venta, cuyo olor a ferodo tostado atufaba a media parroquia gijonesa.
El pelotón ya no era que estuviera estirado, no, estaba roto
por completo, las grandes diferencias entre cabeza y cola por hacían
obligatorio otro recorte: Mientras los adelantados y los despistados bajaban a
las profundidades del valle de Llantones, el resto tomaba la tranquila
carretera de La Madera en dirección a Ruedes.
Fue por aquí, con el kilometraje
superando el ecuador de la prueba donde la desidia y desgana comenzó a causar
bajas entre los guías: a cada cruce, a cada esquina, a cada cuneta sombreada
que hubiera, allí se juntaban un buen grupo de Pelayos, cada vez más numeroso,
de tranquila charleta y compadreo. De nada valían las amenazas e improperios
del descansado Echevarría, la cifra de cicerones atravesados en las
veredas
crecía exponencialmente: Arguelles, Gordejuela, Hector, Pedro Pablo, el Mancha,
los estrenados guías Nando el galaico y Gaby…y la lista proseguía…René, Josechu, Gelu...etc, etc..
Solo bajo una feroz advertencia del Mister de dejarnos sin comida ni bebida consentimos
en continuar la marcha.Unas pocas curvas retorcidas y pistas despejadas acercaban a la cuadrilla de cola hasta Peñaferruz, donde ya estaban con el postre los doscientos y pico participantes, amén del resto de acompañantes.
En esos momentos nos enterábamos de la fuga de Zarate y su sobrino que, atenazados por el hambre, decidieron irse a un asador de la zona a degustar un fabuloso chuletón acompañado de buena sidra,,,tuvo suerte de que lo descubrimos tarde, porque hubiera tenido que invitar a todo grupo de vigías remolones!!!
El almuerzo estaba bien organizado, hay que decirlo para
que al año que viene sea mejor...: los sándwiches (…un acierto el dotar de rúcula
a los bocadillos….evita que se te pegue el panecillo al paladar y luego hagas
mil gestos obscenos para despegártelo…), fruta, barritas, agua, isotónicos y
hasta cervezas (agazapadas, eso sí, había que buscarlas..), juntamente con los
cafés que proporcionaba la asociación, el sol y la pradera recién segada donde
reposaban los ciclistas proporcionaban un placentero descanso a los agotados
corredores.
Tras la siesta y el parloteo, la autoridad obligaba a reanudar el
trayecto, ante las protestas de un exíguo grupo de uniformados que deseaban
seguir de parranda. Acalladas las quejas con mano dura por el comisario Marín,
que estaba feliz cómo una perdiz (aquí tienen a uno de los intrigantes…) la
escuadra descendía veloz hacía el arroyo Veranes para luego subir al alto del
mismo nombre y caer de nuevo al embalse siderúrgico de San Andrés de los
Tacones, cuyas aguas ayudan a enfriar los ánimos de los laminados de la
factoría.
Dábase la casualidad que al lado de dicho pantano, hállabase un mesón, bien conocido por los ciclistas y cuyos cafés con anís y aguardiente ayudan a alegrar los espíritus decaídos, y allí se detuvo toda la comitiva, en busca de esos deliciosos brebajes.
Dábase la casualidad que al lado de dicho pantano, hállabase un mesón, bien conocido por los ciclistas y cuyos cafés con anís y aguardiente ayudan a alegrar los espíritus decaídos, y allí se detuvo toda la comitiva, en busca de esos deliciosos brebajes.
Existía algo de respeto por el ascenso al monte Areo, plagado
de pistas y senderos empinados a más no poder, pero los directores de la prueba
ahuyentaban tales miedos exhibiendo una total falta de sinceridad, lo que
pudieron comprobar en sus carnes los corredores al verse incapaces de trepar
por la trocha (la mayoría, que algunos subieron como potros desbocados).
El
camino se tranquilizaba luego, con un relajante paseo por la senda del Regatón,
para concluir finalmente en Veriña, donde ya esperaba el grueso de los
corredores.
A partir de aquí, y acompañados ya por la municipalidad en sus
aparentes motos, el pelotón, algo cansado, eso sí, desembarcó en Las Mestas, previo desfile por
la playa para disfrute y satisfacción de los atletas, poniendo punto y final a la
edición XXI de esta Vuelta al Concejo, con la entrega de premios y distinciones
a grupos y ciclistas, y con el encuentro de familiares y amigos, que siempre
acuden por si hay que llevar a alguno al hospital.
Bueno, pues esto es, mas o menos, que la memoria de uno es
de pez globo, lo que dió de sí la VCG de este año.
Esperando que hayáis disfrutado de ella y de la compañía, recordar que esta ruta no es nada sin vuestra participación, nos despedimos hasta la próxima edición…que prometemos será, como
poco,…
¡¡¡igual de dura!!!
PD. Adjunto la foto del segundo de los intrigantes alevosos, el diseñador y grafista: Garrido Vicente.
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