martes, 1 de abril de 2014

DÍA DE CHUZOS EN CHOZAS

Qué tiempos aquellos en los que ir a León (Castilla, se decía entonces) eran sinónimo de buen clima, de vacaciones, de opípara comida y sobre todo, de un tiempo seco y placentero. 
Era cuando, a la primera fiesta de cambio, nuestros padres empaquetaban maletas, fiambrera, niños y perro en el interior de minúsculos coches y tomaban camino de la casa de los abuelos, de los tíos, de los hermanos o hasta de los primos si no había más remedio. Y en aquellos pueblos de frescas casas de barro disfrutábamos de una libertad sin igual, solo interrumpida por la inapelable hora de la siesta, cuando, contra nuestra voluntad, éramos recluidos en el interior de alguna estancia a la espera de que el astro rey aflojara un poco el ritmo de sus calderas. 
Eran tiempos de trigo, de alfalfa, de tractores, de aventuras con amigos de otras ciudades, de paseos en gigantescas bicicletas de frenos de varillas.., en suma de disfrutar de otro ritmo de vida, solo influenciado por ese implacable y eterno sol que lucía día tras día, de la mañana a la noche. Pero los tiempos han cambiado, hoy en día nuestros padres suben por el Pajares sin importarles si han cargado mucho el coche, si llevan agua suficiente para el radiador o si se acuerdan de cómo hacer el doble embrague para las rampas del
21%!!! (de aquella tenía mi progenitor cierto pique con un cuñado suyo, propietario de un flamante Simca 1000, feo como él solo...al que siempre batíamos por goleada en las dichosas cuestas…vengándose luego de nuestro triste 600 en las rectas de La Robla, el condenado, hasta el día en que se hizo un recto por el viñedo familiar…jejejjj…).
Y, lo que es más importante, también ha cambiado la meteorología: de aquellos luminosos y calurosos días hemos pasado a unas jornadas grises, húmedas y lluviosas…espera… ¿estamos en Asturias?, no que en el Principado no llovía, no.
Vienen estas memorias a colación de la ruta que el siempre dispuesto terrateniente don Vega hace, año tras año por tierras leonesas, y a la que fuimos invitados el sábado pasado.



Ya durante toda la semana las páginas electrónicas, los informativos, los partes, avisaban de posible
inestabilidad en la vecina comunidad, pero nada que asustara a deportistas fornidos y resueltos (o quizás ¿debería decir testarudos?) como los que forman parte de las dos peñas decanas de la región.
Y allí nos presentamos, dos docenas de buenos jinetes, amazona incluida. 
Históricos del pedal acompañaban a las tropas: el locuaz Don Cesar y el circunspecto Paco por las fuerzas capitalinas y los montañeros Ángel Victor y Joseba por las de la costa, amén de los habituales por ambos bandos. 
No hubo Pajares en esta ocasión, que fuimos por el Huerna, pero primero el aguanieve y mas tarde la nieve, imponían cierto recelo en nuestras mentes. Y el recelo se convertía en canguelo al observar a los motoristas de la Benemérita varados entre la nieve a la altura de Rioseco, mientras nuestra nave y su remolque navegaban por aquel mar blanco…pero las noticias del destino no alegraban la procesión: -“llueve mucho, ‘ta feo, f'ai frío..” contaban por las ondas. 
Y el paso por los pueblos de la comarca tampoco animaba, ¡no se veía ni a las cigüeñas!!. Total, que nos presentamos en casa del oriundo Vega, entre chubascos y lloviznas. 
Una vez rehechos del  enfriamiento gracias a unas buenas tazas de chocolate caliente que los anfitriones prepararon con esmero, y tras un breve debate sobre las posibilidades del día: acometer la ruta, desviarse a León por carretera, paseo y visita al barrio “húmedo”, devorar ya las viandas preparadas, etc., etc., el sentido del deber (que no el sentido común, que prefería quedarse en la cocina) decidió hacer la excursión programada. Así que para allá que nos fuimos, en un multicolor desfile de impermeables y chubasqueros. 
32 kilómetros de un rodar tranquilo y pausado sobre terrenos ora mojados ora encharcados, entre paisajes de jaras y acacias también empapadas. Suerte hubo que al ser terrenos poco transitados, las arcillosas tierras se mantenían en un estado decente de sujeción, y no hubo que lamentar embarramientos peligrosos. La marcha discurría con la placidez típica de día de verano, sino fuera porque acabamos calados hasta los huesos. 
Sin embargo, las condiciones meteorológicas no hacían ninguna mella en el ánimo de los jinetes, que entre charlas, bromas, pullas y chanzas iban rodando con total tranquilidad. 
Hubo tiempo para columpiarse, para charlar con una lejana peregrina (de Sudáfrica venía) y hasta para probar una montura clásica. Y metro a metro, charco a charco, alcanzamos de nuevo la meta, previa visita a una laguna cercana…llena de agua claro…
Llegaba el momento más esperado del día: el de vestirse con ropas secas y salir pitando hacia el bar, a degustar unas estupendas setas picantes, una excelente empanadilla (si, empanadilla…como la de Encarna…¡EMPANADA!) y una más que gloriosa tortilla, regado todo ello con la típica limonada leonesa, (aunque también había refrescos que nadie probó). 
Y como sonoro colofón a los postres, disfrutamos de un recital de gaita a cargo de Susana, que logró que algunos hasta entonaran cancios de chigre. 
Agotadas viandas y cafés, tocaba retirarse del mesón y el atento Vega haría de cicerone en la visita a una bodega cercana, aprovechando que no llovía...Triste visita, no quedaba ni una sola gota de vino en los toneles!!!. 
Tocaba despedirse de la feliz pareja, y retornar a la tierriña, donde mira tu que casualidad!, ¡no había llovido en todo el día!...menos mal que el viaje de vuelta se nos hizo corto, recordando historias y batallas de antaño, de cuando los Simca 1000...
Y aunque lloviera e hiciera fresquillo, muchas gracias a Vega y Susana por organizarnos esta húmeda excursión...para el año que viene, se acuerden de contratar mejor tiempo.


Pooor cierto...repasando las fotos...¿donde estaban los jamones y los chorizos???

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