lunes, 10 de marzo de 2014

A PLANEAR RUTAS!

...Datumm…Daatummm…Daaatummmm
La cartografía, el arte de hacer y entender los mapas, tiene ciertas dosis de ciencia infusa, cuyas variables físicas confieren a la misma ese cariz de misterio, de hermetismo, de brujeríiia. 
De ahí que los eruditos de esta disciplina sean a veces tachados de  adivinos, magos o nigromantes!! 
Confirma esta aseveración el hecho de que uno de los principales investigadores de la citada ciencia, Gerardo Mercator, cuyo apellido puebla infinidad de pergaminos, estuvo en un tris de acabar en la parrilla de la inquisición, allá por el 1544, por un “quítame de ahí esos puntos cardinales”. 
Y es así; mientras que los matemáticos demuestran fácilmente que dos más dos es igual a cuatro, uno de los principales vértices de la cartografía y la navegación, el Norte Magnético, se encuentra sujeto a los caprichos de la naturaleza: -"ahora estoy aquí, ahora no…"
Y toda una pléyade de científicos, como sacerdotes de una oscura iglesia, dedican sus esfuerzos a averiguar donde demonios se halla, el Polar dichoso. 
Los profetas de esta disidencia, hombres místicos y enigmáticos, cuasi dioses, a  veces deciden compartir sus secretos con la gente humilde, con el pueblo llano, incapaz de comprender los arcanos de los poderosos. Pero da igual que se esfuercen, que iluminen sus diatribas con mil y un explicaciones, que rebajen sus intelectos al nivel del plebeyo, ¡que no hay narices!, que seguimos sin enterarnos de nada. 
Y es que: puesto que comprendemos, más o menos, que un plano, mapa o cartografía nace de una proyección de la Tierra sobre una hoja de papel, más o menos grande, ¿a qué viene que el tipo de proyección varía según su punto cenital esté dentro del geoide, en el exterior de este o a años luz del globo terráqueo, en la mismísima Estrella de la Muerte???...y que…
ahondando más en el tema o ahogándonos en el mismo, si se modifica dicha proyección, ¿no se denomina con unos términos que me niego a reproducir en estas líneas?, recatado que es uno.
Aún así y con todo, hay que reconocer el gran valor que han tenido estos dos ilustres licenciados: los señores Marín y Garrido, al compartir su amplia y dilatada sabiduría con los pobres mortales. Sucedió un aciago y lluvioso sábado de Marzo, cuando los dos prohombres tuvieron a bien deleitarnos con sus vastos conocimientos sobre el tema. Agradecidos estaremos de por vida.
Iniciaba la conferencia el vivaz geólogo, ante un público bien atento y escogido, de dentro y fuera de la provincia, (hasta un cojo había...) con una cuidada presentación sobre el sen de la cartografía o χάρτις-ραφειν, como decían aquellos griegos.
En su ponencia aclaraba tanto la historia como los raros vocablos utilizados por los geógrafos, y establecía el hecho de la deformidad de los mapas y su oportuna corrección mediante el empleo del huso, no el que pinchó a la Bella Durmiente, no, el otro.
Descifraba también unos de los acertijos de la jornada: el Datum, palabra enigmática que
designa…¡madre mía!…¿qué designa???, pues digamos que la forma de la Tierra, nuestra querida naranjita achatada, según unos parámetros que cada región escoge a su voluntad, con lo que se hace indispensable el empleo del correcto Datum, so pena de extraviarnos en medio del bosque del Lobo Malo, por utilizar el que no es, recordaba también que el que se aplica por estos lares es el WGS84.
Seguía el estudioso detallando la forma de los mapas y sus líneas, fruto del traslado de las alturas y accidentes reales al papiro, pero ya no contaba con la apreciación de los asistentes, que se habían quedado embobados con el palabro anterior y apenas atinaban a repetir el mantra mientras movían las cabezas de forma rítmica y atolondrada. Solamente recuperaron, algo, su lucidez cuando el maestro extrajo de su zurrón diversos artilugios raros y extravagantes, con los que entretenerse un poco.
Tras unos momentos de esparcimiento y recreo, subía al estrado el aguerrido profesor Don
Vicente y Pérez, para dar a conocer los últimos avances en materia de navegación; el meollo de la cartografía, pues si es bien importante el encontrarse, no menos importante es el no perderse. Hablaba el profesor Garrido, con un estilo más aplomado y circunspecto que el de su compañero de pizarra, de cómo una aplicación de origen militar, destinada a guiar bien los zambombazos de origen bélico, había derivado en la utilización de un dispositivo o parato, de amplio uso entre la concurrencia y cuya principal misión era la de encaminar nuestros pasos hacía el destino escogido, fuera este senda, bardial o mesonera. Esta tecnología en cuestión, estaba presente en infinidad de artilugios, explicaba el bachiller, con lo que actualmente era posible saber con exactitud donde se hallaba una persona.

Dato muy importante de cara a nuestras esposas, a nuestros jefes o a nuestros enemigos (de nuevo el zambombazo…). Entre colorines y figuras, el ponderado doctor, iba desgranando cómo configurar unos de los artefactos más comunes entre los deportistas, con lo que se llegaba a la santa hora del almuerzo, lo que aprovecharían los allí reunidos para compartir mesa en un establecimiento cercano.
A la tarde, con los alumnos descansados y rellenos como pollos en cuaresma, tocaban prácticas sobre el terreno, pero al estar lloviendo todo el día, con los caminos y parques convertidos en charca de patos, los instructores decidieron cerrar el curso aclarando algunos conceptos cartesianos y de los otros.
Es de agradecer el esfuerzo y dedicación que ambos proceres ofrecieron durante sus intervenciones, logrando que los misterios de la técnica no parecieran tales, e incluso animando a los concurrentes a que diseñaran y trabajaran sus propias rutas. Algo que, a juicio del escribiente, es totalmente inadecuado, toda vez que a falta de la experiencia necesaria, las rutas pueden acabar en barrancos, despeñaderos, precipicios o en el extravío de todos los miembros de la cuadrilla, como en aquella famosa serie...


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