¿CALIDAD O CANTIDAD?
Ayyy…eterna pregunta ante la
que siempre decidimos la primera de las palabras, no en vano presumimos de
buena escuela…pues es harto conocido el dicho de que “la esencia fina viene en
frascos pequeños, ¡no en cántaros de a quince!”, y para finos, unos servidores.
(Ahora bien, no es menos cierto que en la dura elección entre filete, chuletón
o cachopo, de estos dos cercanos no quedan ni las migas del rebozado, mientras
que el triste escalope resiste en los platos de los infelices a dieta, cosas
de los genes...)
Pero esta máxima es aplicable
a otros campos:…¿para qué sufrir en marchas de 50 o más kilómetros, si en una
de 32 o menos, el disfrute es netamente superior?, Ahaa!!!, pues sí hermanos, o ¿no es menos verdad que este sábado pasado retozamos como lechones de bellota en
una ruta corta pero intensa en sensaciones, que, de hacerse más larga, hubiera
provocado deserte de las tropas y anarquía en general?
Pero aún así, es nuestra perdición y
descarrío, que el subconsciente siempre, siempre, escoge la segunda…la cantidad….¡MECACHIS!!!,
trae otra ración de callos, Pablo, que con esta no me llega…gracias.
Decía yo que este sábado, (¡este soleado sábado!, menos mal que la climatología nos da un respiro, porque entre galernas, ciclogenesis y tormentas tropicales extraviadas, vaya invierno que llevamos!!!) el
moderado Marín, por una vez, desplegó de nuevo su ingenio en una excursión por el
suroeste de esa misteriosa cordal que conocemos como monte Areo. Y por esta
vez, se portó como un verdadero amigo, sin los típicos excesos y encerronas a
los que nos tiene acostumbrados.
Fue el inicio y el final de
la ruta la archiconocida tienda-bar de Guimarán, regentada por una más que
buena cocinera, cuyas dotes a los fogones deleitamos año tras año, y culpable,
juntamente con el galán Patricio, de la alta concurrencia a la ruta. Veinte y siete
ciclistas se presentaron a la convocatoria, a los que hay que sumar a otros
cuatro comodones que asistieron, mas tarde, al condumio.
Iniciaba la marcha el tenaz
geólogo, al que últimamente se le ve muy rápido y dispuesto, situado siempre en las
primeras posiciones, con un descenso fácil y rodado hacía Tabaza, para
continuar hacia tierras de Tamón y Cancienes. Amén de los habituales al
pedregal, contábamos en esta ocasión con la asistencia de los foráneos Susana y
Vega y de los noreñenses Pachu y Manuel. El resto, kilo arriba o kilo abajo,
los de siempre.
También deambulaba por allí un silencioso Arguelles, faceta
esta desconocida para el resto de mortales, que echaban de menos su vocerío y
algarabía...; molestias laborales aducía el finado…de amoríos decían otros…quiera
pronto recuperarse el zagal, sin él hay
demasiado sosiego en las rutas.
Y ya que hablamos de silencios, qué tiempos
aquellos en los que la llegada de Blas a los agrupamientos era motivo de temor
y zozobra, pues sus improperios y maldiciones aterrorizaban al más bregado, pero sufre el infeliz tamaña dieta que no le queda fuerzas ni para vocear...come algo Juanillo, que no se lo diremos a nadie.
Al otro extremo de la balanza
encontramos al feliz como una perdiz, (perdiz cebada, eso sí) el fotogénico
Echevarría, que impulsa con alegría ese cuerpo afinado y brioso, rampa arriba,
rampa abajo. Si, va a cola, si, pero ahora, por lo menos…habla.
Por la zona de Aguera, y
poco después de rodear la cuidada iglesia de Solís, lugar minero y restaurador,
Vicente agotaba la paciencia con su rueda trasera, y decidía recortar la ruta,
cansado ya de insuflar aire a la condenada interina. Estaba allí Tino, pero no le
dejamos acercarse a la bomba, no fuera a arrancar la cubierta de la llanta.
Aprovecharía
la retirada de Garrido, el tristón Blas, que haría un discreto mutis por el
foro, en dirección a sus ensaladas y macrobióticos. Y ya corríamos alegremente, dejando atrás
Campañones, como gamos y gacela, y sucedía que, descendiendo por el bosque que cierra Cogersa por su cara…vamos a
ver…si el sol está en lo alto, la luna en lo bajo, el viento sopla a lo lejos…OESTE!!!,
(Ayyy, que necesidad del cursillo del GPS..), el grupo de cabeza, abandonando
temores y recelos, y de paso a sus compañeros, se saltaba el oportuno cruce,
escuchando toda clase de requiebros y epítetos del feroz Pablo. Algunos
retornaron cuesta arriba entre maldiciones y amenazas, pero Acedo, Manu Pedal y
Gaztelu continuarían su derrota por el valle de Serín.
Como decía en aquellos
momentos el jefe de ruta:,-“con lo bien señalizado que está el cruce (sombrío
giro a la izquierda, portilla oscura cerrada con alambre y madera…) cómo se
podía despistar alguien!!”...ya…ya…este escríbano también se saltó la
encrucijada…
La cancela estaba protegida por su correspondiente llendador, cuya
traducción pongo corchetada (Alambrera que suelta descargues llétriques que s'usa pa llendar el Ganau), de lo que nos dimos cuenta al observar cómo el licenciado y alguno más daban saltitos de forma rítmica y acompasada.
Una vez superada la electrizante prueba, el sendero descendía a través de unos troncos convenientemente colocados para disfrute del personal. Aquellos que cedían al impulso de atajar la curva, hundían sus ruedas en una charquera, y en el caso de Paulino, hasta las mollejas.
Esperaban en lo hondo los audaces Moya y Modesto, que espoleaban al resto de montunos, dirigiéndoles una especie de ruidos gallineros. Desde aquí, el camino suavizaba su pendiente y se convertía en un riachuelo empedrado que exigía cierta dosis de pericia a los jinetes.
La ruta perdía altitud hacia El Monticu, y una vez superado este punto, ascendía de forma continua hacia los altos del Areo, en un ascenso largo y fatigoso. Ya en las alturas, se imponía la célebre visita al dolmen y la despedida de aquellos que ya fuera por prisas, obligaciones o porque ya soñaban con callos, debían retornar a sus casas, perdiendo de esa guisa a los ilustres Marín, Felix y Josechu, a los que despedimos entre epítetos cariñosos y de los otros. El resto, o sea los paisanos, afrontamos los últimos metros hacia la fonda con rapidez y decoro.
Precavidos y dispuestos disfrutarían de un buen aseo en el estrecho vestuario, que siempre ocasiona mas de una comparación de barrigas…en la que siempre gana Tino por goleada, exhibiendo sin recato sus bien modeladas formas, para vergüenza del resto de triperos.
En la soleada terraza mientras, aguardaban los “pedestres” Vazquez, Juan Ardura y el joven Fraile, que se habían sumado al evento sin mancharse siquiera la zapatilla...tendrían que pagar de mas...
¿Y qué se puede contar de lo que hubo allí?, pues lo de siempre en estos casos: buena comida, bebida, risas y compadreo, lo acostumbrado.
Los callos estaban buenos, el picadillo y el adobo mejor y el arroz con leche delicioso.
Una vez superada la electrizante prueba, el sendero descendía a través de unos troncos convenientemente colocados para disfrute del personal. Aquellos que cedían al impulso de atajar la curva, hundían sus ruedas en una charquera, y en el caso de Paulino, hasta las mollejas.
Esperaban en lo hondo los audaces Moya y Modesto, que espoleaban al resto de montunos, dirigiéndoles una especie de ruidos gallineros. Desde aquí, el camino suavizaba su pendiente y se convertía en un riachuelo empedrado que exigía cierta dosis de pericia a los jinetes.
La ruta perdía altitud hacia El Monticu, y una vez superado este punto, ascendía de forma continua hacia los altos del Areo, en un ascenso largo y fatigoso. Ya en las alturas, se imponía la célebre visita al dolmen y la despedida de aquellos que ya fuera por prisas, obligaciones o porque ya soñaban con callos, debían retornar a sus casas, perdiendo de esa guisa a los ilustres Marín, Felix y Josechu, a los que despedimos entre epítetos cariñosos y de los otros. El resto, o sea los paisanos, afrontamos los últimos metros hacia la fonda con rapidez y decoro.
Precavidos y dispuestos disfrutarían de un buen aseo en el estrecho vestuario, que siempre ocasiona mas de una comparación de barrigas…en la que siempre gana Tino por goleada, exhibiendo sin recato sus bien modeladas formas, para vergüenza del resto de triperos.
En la soleada terraza mientras, aguardaban los “pedestres” Vazquez, Juan Ardura y el joven Fraile, que se habían sumado al evento sin mancharse siquiera la zapatilla...tendrían que pagar de mas...
¿Y qué se puede contar de lo que hubo allí?, pues lo de siempre en estos casos: buena comida, bebida, risas y compadreo, lo acostumbrado.
Los callos estaban buenos, el picadillo y el adobo mejor y el arroz con leche delicioso.
y, como siempre, lo mejor...¡¡la compañia...!!
¡¡Vengaaa!! a repetir el picadillo de nuevo!!!
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