Cinco eran los convocados a la hégira mas solo cuatro acudieron a la llamada, mal presagio, por aquello del Apocalipsis y los Jinetes; para colmo lo mejorcito de cada casa oiga usted, no podía ser de otra manera:
El Jinete Normando, valeroso caballero, recio como una muralla, implacable como un ariete y sagaz como una pantera (¿roja?)
El Jinete Alquimista, un entendido en el asunto del metal, la forja y la mezcla de sustancias varias, vaya usted a saber cuáles...
Un Jinete que aun mantiene el rango de escudero, dado que apenas alcanza tres lustros, aunque todo sea dicho, en su haber obra un gran talento que muestra con desparpajo y a veces incluso con cierta desidia, lo que probablemente sea menester en tales edades.
En último lugar pese a ser el prefecto (que no perfecto) de ruta, llegaba el tristemente conocido Jinete Válvulas, titulo honorífico que se le otorgó tras un ligero percance, del cual no quiero, o vale mas no acordarse. El día comenzaba bajo el rocío del alba, ya que en aquellos momentos el astro rey aun no había hecho su aparición. Tal nimiedad no iba a detener el arranque de la comitiva, que comenzaba con un ritmo moderado, pero sostenido, el camino del Curbiellu, al encuentro del primer rayo del amanecer.
Pasado ese trecho, con pedalada firme y mantenida, encontraríamos los primeros repechos del camino, en la conocida subida a la Cruz donde la tan ansiada luz solar nos esperaba para darnos la bienvenida y calentarnos las posaderas. Cabe destacar algún encontronazo y posterior resbalón en el barro de algún jinete impetuoso, que no entendía aun el dicho aquel de “no por mucho correr se termina primero”, y las hazañas del joven escudero subiendo tramos técnicos, en los cuales, durante algunos momentos, temimos por su vida.
He aquí donde se verían los primeros indicios, de lo que más adelante se convertiría en la eterna lucha de la juventud y la vigorosidad, contra la vejez y sabiduría.
Se palpaba cierta incertidumbre y nerviosismo en el ambiente cuando enfilábamos las bajadas trialeras a Amandi: los jóvenes mozuelos, desconocedores del alcance del sube y baja de la zona, se encontraban un poco a merced del Jinete Válvulas, el cual los dirigía a buen paso y con eficacia, todo sea dicho, por las enrevesadas caleyas, reteniéndolos al principio de las mismas para poder tomar las mejores instantáneas que inmortalizaran el evento.
Superado Amandi topábamos con el camino del río, un tramo corto pero intenso, donde los jinetes vejetes (que sabían donde se metían) echaron pie a tierra, quizás al principio para honrar los vergeles interminables y majestuosos de la naturaleza asturiana, aunque al final se desvelara que era para ir porteando por las piedras. Fue aquí donde el Jinete Escudero, en un arranque estrepitoso, se enfrentaría a rocas, barro, musgos y todo aquello que se le pusiera por el camino, hasta que éste puso a él donde debía estar, con los pies en la tierra.
Fue también en esta zona donde el Jinete Alquimista, fiel a sus enseres, los cuales no es partidario de mojar ni ensuciar, bajo concepto ni tratado de paz alguno, iría hila
ndo con sumo cuidado los pasos a recorrer. No fuera a ser que hubiera que echar mano de los calcetines de repuesto, que seguro llevaba a buen recaudo en el petate.
Sietes y la subida a Anayo nos daban la respetuosa bienvenida que se le debe dar a las huestes pelayeras, con un buen y prolongado ascenso, lleno de piedras y barro, por el cual no se subía ni con un tractor. En la carretera ya se vislumbraba el desenlace inesperado de la ruta, el cual iremos desvelando a su debido tiempo.
A la llegada a Anayo nos esperaba un merecido reposo y piscolabis, consistente en bocata tortiella, barritas y geles varios. Allí nos llegaron las buenas nuevas, esperanzadoras y reconfortantes, de la mano de Lalo, compañero de aventuras y andanzas que, preocupado por nuestras integridades (probablemente con más razón que un santo), se apresuro a ofrecernos alojamiento, y todo aquello que precisáramos, en caso de sufrir cualquier percance inesperado durante la travesía. Tras tan noble gesto, el cual le agradeceremos siempre de todo corazón, enfilamos la bajada en dirección a las Arriondas, a través del "Camín de la Reina". Y ahí llego el tan inesperado imprevisto que suele ser raro no tener alguno en estos laboreos: el joven escudero se desvanecía, o al menos perdía el equilibrio en una parada estratégica, desplomándose sobre su bicicleta y provocando un doblez de patilla, que en otras circunstancias habría puesto serias trabas a la comitiva. Pero en la Orden Pelayera nuestros preceptores son bien conocidos por instruir concienzudamente a todos los grumetes de agua dulce: a consecuencia de vérselas con nuestro Maestre Pedro Pablo, bien conocido por poner presta y eficazmente derecho lo que antes estaba torcido, ya fueran bien cañerías enrevesadas o jóvenes mozalbetes respondones.
Para estos menesteres, y ya que el Jinete Válvulas estaba ya un poco saturado de quehaceres (organización, emisora, teléfono, comidas, guía, fotografiado y solo Dios sabe que más) el Jinete Normando, fiel a su cultura dio un firme paso al frente ("anda quitar pa'lla que estorbáis") y tomando las riendas de la situación, soluciono el escollo en un plis-plas.
Dejado el percance atrás, continuamos la travesía por los absorbentes parajes que rodean Cangas de Onís y Arriondas, los cuales son dignos de contemplar.
Debemos reseñar que por aquestas tierras son frecuentes y comunes los “cernícalos” y “animales de bermellón”, a los cuales podemos encontrar haciendo de las suyas por estos parajes, que le vamos a hacer…
El camino avanzaba, y Cuadonga se veía cada vez más cercano, fue aquí donde comenzó todo: la eterna lucha de la juventud por abrirse paso y la de la vejez por persistir un poco más. Se estableció una encarnizada lucha entre el Jinete Normando y Válvulas, por un lado, contra el Jinete Alquimista y el Escudero, por el otro, los cuales pugnaban con saña para ser los primeros en coronar la Santa Basílica de Cuadonga.
Ya en la subida de la Cueva, tras la rotonda, los jóvenes mozalbetes empezaban a mostrar signos de fatiga y extenuación, por lo que la contienda se estableció entre el Jinete Normando, en 2º lugar y el Jinete Válvulas en 1º, al menos hasta el último repecho, donde las piernas del Jinete Válvulas, comenzarían a quejarse de las interminables leguas del camino, mientras que las del Jinete Normando, fieles a su casta guerrera, no cejaban en su empeño de vencer en la contienda.
Finalmente fue la casta vikinga, recia y vigorosa, la vencedora, aunque seguida muy de cerca de la casta asturiana. Tras ellos llegaba el Jinete Alquimista, y en un humilde pero instructivo puesto final el Escudero, más feliz que unas castañuelas.
Ya en la meta, bajo el temblequeo incesante de las que fueron los motores que nos llevaron,
recuperándose lentamente y tras una generosa ingesta de carbohidratos y agua, los jinetes de la Orden Pelayera rindieron honores a su patrón, y se realizó la foto conmemorativa de tamaña ruta, en la que debemos destacar el clima que nos acompañó, y el inesperado buen estado de la mayoría de los caminos.
Se palpaba cierta incertidumbre y nerviosismo en el ambiente cuando enfilábamos las bajadas trialeras a Amandi: los jóvenes mozuelos, desconocedores del alcance del sube y baja de la zona, se encontraban un poco a merced del Jinete Válvulas, el cual los dirigía a buen paso y con eficacia, todo sea dicho, por las enrevesadas caleyas, reteniéndolos al principio de las mismas para poder tomar las mejores instantáneas que inmortalizaran el evento.
Superado Amandi topábamos con el camino del río, un tramo corto pero intenso, donde los jinetes vejetes (que sabían donde se metían) echaron pie a tierra, quizás al principio para honrar los vergeles interminables y majestuosos de la naturaleza asturiana, aunque al final se desvelara que era para ir porteando por las piedras. Fue aquí donde el Jinete Escudero, en un arranque estrepitoso, se enfrentaría a rocas, barro, musgos y todo aquello que se le pusiera por el camino, hasta que éste puso a él donde debía estar, con los pies en la tierra.
Fue también en esta zona donde el Jinete Alquimista, fiel a sus enseres, los cuales no es partidario de mojar ni ensuciar, bajo concepto ni tratado de paz alguno, iría hila
Sietes y la subida a Anayo nos daban la respetuosa bienvenida que se le debe dar a las huestes pelayeras, con un buen y prolongado ascenso, lleno de piedras y barro, por el cual no se subía ni con un tractor. En la carretera ya se vislumbraba el desenlace inesperado de la ruta, el cual iremos desvelando a su debido tiempo.
A la llegada a Anayo nos esperaba un merecido reposo y piscolabis, consistente en bocata tortiella, barritas y geles varios. Allí nos llegaron las buenas nuevas, esperanzadoras y reconfortantes, de la mano de Lalo, compañero de aventuras y andanzas que, preocupado por nuestras integridades (probablemente con más razón que un santo), se apresuro a ofrecernos alojamiento, y todo aquello que precisáramos, en caso de sufrir cualquier percance inesperado durante la travesía. Tras tan noble gesto, el cual le agradeceremos siempre de todo corazón, enfilamos la bajada en dirección a las Arriondas, a través del "Camín de la Reina". Y ahí llego el tan inesperado imprevisto que suele ser raro no tener alguno en estos laboreos: el joven escudero se desvanecía, o al menos perdía el equilibrio en una parada estratégica, desplomándose sobre su bicicleta y provocando un doblez de patilla, que en otras circunstancias habría puesto serias trabas a la comitiva. Pero en la Orden Pelayera nuestros preceptores son bien conocidos por instruir concienzudamente a todos los grumetes de agua dulce: a consecuencia de vérselas con nuestro Maestre Pedro Pablo, bien conocido por poner presta y eficazmente derecho lo que antes estaba torcido, ya fueran bien cañerías enrevesadas o jóvenes mozalbetes respondones.
Para estos menesteres, y ya que el Jinete Válvulas estaba ya un poco saturado de quehaceres (organización, emisora, teléfono, comidas, guía, fotografiado y solo Dios sabe que más) el Jinete Normando, fiel a su cultura dio un firme paso al frente ("anda quitar pa'lla que estorbáis") y tomando las riendas de la situación, soluciono el escollo en un plis-plas.
Dejado el percance atrás, continuamos la travesía por los absorbentes parajes que rodean Cangas de Onís y Arriondas, los cuales son dignos de contemplar.
Debemos reseñar que por aquestas tierras son frecuentes y comunes los “cernícalos” y “animales de bermellón”, a los cuales podemos encontrar haciendo de las suyas por estos parajes, que le vamos a hacer…
El camino avanzaba, y Cuadonga se veía cada vez más cercano, fue aquí donde comenzó todo: la eterna lucha de la juventud por abrirse paso y la de la vejez por persistir un poco más. Se estableció una encarnizada lucha entre el Jinete Normando y Válvulas, por un lado, contra el Jinete Alquimista y el Escudero, por el otro, los cuales pugnaban con saña para ser los primeros en coronar la Santa Basílica de Cuadonga.
Ya en la subida de la Cueva, tras la rotonda, los jóvenes mozalbetes empezaban a mostrar signos de fatiga y extenuación, por lo que la contienda se estableció entre el Jinete Normando, en 2º lugar y el Jinete Válvulas en 1º, al menos hasta el último repecho, donde las piernas del Jinete Válvulas, comenzarían a quejarse de las interminables leguas del camino, mientras que las del Jinete Normando, fieles a su casta guerrera, no cejaban en su empeño de vencer en la contienda.
Finalmente fue la casta vikinga, recia y vigorosa, la vencedora, aunque seguida muy de cerca de la casta asturiana. Tras ellos llegaba el Jinete Alquimista, y en un humilde pero instructivo puesto final el Escudero, más feliz que unas castañuelas.
Ya en la meta, bajo el temblequeo incesante de las que fueron los motores que nos llevaron,
recuperándose lentamente y tras una generosa ingesta de carbohidratos y agua, los jinetes de la Orden Pelayera rindieron honores a su patrón, y se realizó la foto conmemorativa de tamaña ruta, en la que debemos destacar el clima que nos acompañó, y el inesperado buen estado de la mayoría de los caminos.
De regreso a tierras baldías, el Jinete Normando, quizás por un subidón de azúcar, quizás porque en cada parada ingería indiscriminadamente esas barritas proteicas del Decartón, o quizás porque iba dopado y no lo reconocía, nos fue dando estopa sin piedad ni decoro durante todo el camino de vuelta a Arriondas, provocando que el joven alquimista desfalleciera, y tuviera que detener a las huestes para recuperarse. Aun no sabemos por qué, pero se veía una extraña luz en los ojos del Normando, el cual estaba más contento que unas pascuas al traernos a todos a rastras por el camino con la lengua fuera, supongo que fuera esa vena sádica de los vikingos, que a nadie deja indiferente.
También tuvimos la buena ocurrencia de agradecer como es debido el gran detalle que tuvo nuestro compañero Lalo, invitándolo a tomar algo, aunque al final fuere él quien terminó por invitarnos a todos. Lalo te estamos muy agradecidos, eres un gran compañero.
Debo indicar que debido a que no había comido nada, o porque disfrutaba mucho en compañía de todos, se me olvidó echar alguna foto de la reunión que tuvimos en una
Y así termina mi primer relato de las andanzas montañesas, las cuales espero seguir poder relatando, cada vez con mayor destreza, tanto en la pluma como en el velocípedo.
¡¡¡Hasta la próxima!!!
Firmado: El Jinete Válvulas
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