Está en tierra de nadie, entre la avanzadilla
de la exigua expedición, y la retaguardia de la misma. Su inquietud y bravura
han hecho que, a diferencia de sus compañeros de escuadra, precavidos ellos…no
porte ningún farol con que iluminarse.
El trío rezagado continuará por terreno favorable unas cuantas leguas mas, pero en un cruce, el apagado Acedo se desorienta, perdiéndose de nuevo en las tenebrosidades del bosque. Harán falta otros lóbregos minutos para reencontrar al pródigo, reprenderlo de nuevo y alcanzar la población, donde hallan al desmoralizado manchego saboreando, ahora, huevos cocidos con morcilla y patatas.
Quedan atrás 101 kilómetros de sufrimiento y cansancio, pero
también de parajes agrestes y de gentes amables y dispuestas.
Queda atrás
también un largo e inédito ascenso aaaa... San Pedro de Trones, no sin pasar antes por su famosa cantera de pizarra que iniciaría la
rotura del grupo: mientras el brigada aguador, el espigado Villa y el afeitado
Acedo subían con fuerzas, el resto lo hacía con desgana manifiesta,
deteniéndose en cualquier sombra de jara que encontraran.
El final de ese tramo
consistía en un sendero estrecho y empinado que provoca una enorme montonera de
jinetes, algunos de de los cuales optan por tirar su montura al barranco antes
que bajar encima de ella. Pero las penurias persisten en una larguísima
ascensión a Las Médulas. Aquí el sol mella
las voluntades de los gauchos, deshaciendo definitivamente ya el mermado
clan. En la cima sólo aguarda un descansado Antonio, que aún no sabe de futuras
negruras. El quinteto reunido desciende hacia Cornatel y Villavieja donde la
noche y un cocido de jabalí les aguarda…..............
En una de las vaguadas, justo al acometer una pasarela fluvial, el deslucido pierde la luz de su compañero, a la vez que la montura, que huye por la foresta, con el consiguiente revolcón por el polvoriento suelo. Pero el sureño es robusto y los daños son mínimos. Una vez recobrado corcel y arreos, el dúo sigue camino. Les quedan
La llegada a la capital es solitaria, apenas unos pocos ciudadanos libertinos animan a la pareja, que recorre los últimos metros con decisión y cansancio. Al fin, tras 15 horas de trote alcanzan la posada, donde ya les aguarda el hidratado Barcáiztegui. El grupo se reúne con los juveniles, que a esas horas ya están ahítos de pasear por las animadas calles del barrio viejo, y consiguen de la amable posadera unas viandas
con que calmar los ruidos intestinales. Entre bocado y trago, van pasando los minutos a la vez que la preocupación por el dúo de cierre aumenta.
con que calmar los ruidos intestinales. Entre bocado y trago, van pasando los minutos a la vez que la preocupación por el dúo de cierre aumenta.
Al final, justo a la hora del diablo (las tres de la madrugada) un callado y extenuado jinete atrona las puertas del hostal, atravesando estas con su polvorienta montura. En sus ojos late un orgullo genuino, ha logrado rematar la faena tras casi 17 horas de dura travesía, al igual que su compañera, la gentil Vanesa que, a esas horas, recorre ya el camino de vuelta a su morada.
El taburete cruje por todos los costados cuando el barbudo hombretón, ante las expectantes y temerosas miradas de sus compañeros, se sienta sobre él. Sin mediar palabra alarga la mano, tostada por el sol y sucia por el sudor, hasta la jarra de limonada que la nocturna mesonera ha puesto en la barra.
Tras unos largos minutos de silencio, en los que sólo se escucha la fuerte respiración del sediento fortachón, éste, por fin, pronuncia las primeras palabras…
...lo sabemos Juan, lo sabemos...y nos quitamos el sombrero ante ti y ante Vanesa...bueno, los cascos.
Pd. Y no me habléis más de Peregrinos hasta el año que viene.
-“¡¡¡...ME
DUELEN HASTA LAS UÑAS...!!!...
Pd. Y no me habléis más de Peregrinos hasta el año que viene.
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