¿Nunca habéis sentido la presencia de alguien o algo a vuestras espaldas?, ¿de una presencia oscura e inquietante, pero a la vez invisible? que aunque no podáis verla, ¿la sentís cercana?, de un ente que os acecha, que está detrás vuestro y ¿qué no sois capaces de dejar atrás? Son sensaciones conocidas por todos. No me digáis que no. Ahora mismo, mientras leéis estas líneas en la oscuridad de vuestra habitación, con el silencio solo roto por el suave zumbido del ordenador, seguro que estáis mirando por el rabillo del ojo a esa cortina que se mueve, al crujido que resuena bajo la cama, a ese ruido que sale del aparador (¿para qué diablos tenéis un aparador en la habitación…?)…. A estas percepciones, muchas veces infundadas, los entendidos del tema les ponen varios nombres: espectros, fantasmas, apariciones. Las causas de su presencia son desconocidas aunque muchos expertos señalan como posibles la relación anterior con personas o lugares conocidos.Y cuando uno intenta tomar una imagen de tal visión, esta se convierte en algo de formas intangibles aunque lejanamente familiares…Y la tribulación que padecen los desafortunados aumenta cuando comprueban que por más que corran, la sombra no se despega de ellos…(cago’n too…esto no pasaba antes…)
Viene todo
esto a colación para que entendáis lo que sufrimos algunos de los participantes
durante nuestra excursión a la Degaña-Ibias de este año. Y para que lo
comprendáis todo en su plenitud, os relato lo ocurrido…
Al principio
todo iba bien, excepto un ligero calentón en el vehículo; allí nos presentamos,
en tierras mineras, aunque ahora andan un poco atribulados entre empresarios
piratas y ministros incapaces, en buena hora y mejor estado.
Gracias a las buenas gestiones del incólume Pachu, habíamos encontrado fonda en casa de un conocido, cuyo hijo a la sazón también participaría en la ruta. Y eso que éramos una buena cuadrilla: a los habituales Blas y Mancha, sumábanse en esta ocasión Acedo, Moya, el propio Pachu y un rezagado Manu "Pedal"…sumando…somos..¡seis!
Gracias a las buenas gestiones del incólume Pachu, habíamos encontrado fonda en casa de un conocido, cuyo hijo a la sazón también participaría en la ruta. Y eso que éramos una buena cuadrilla: a los habituales Blas y Mancha, sumábanse en esta ocasión Acedo, Moya, el propio Pachu y un rezagado Manu "Pedal"…sumando…somos..¡seis!
La ya conocida tranquilidad de la zona hacía
que nos relajáramos entre los quehaceres del alojamiento, con reparto rápido de
habitaciones y catres, el almacenaje de nuestras monturas, y la tardía cena
(tardía porque nos moríamos de hambre) organizada por los gestores del asunto.
A la mañana siguiente, luminosa y soleada, ya
éramos unos cuantos en la zona de la salida. Nosotros, con buen acierto este
año, nos decidimos por un desayuno en el bar cercano (el hogar de jubilados, que
premonitorio..,) a la carpa del evento. Unos cafés, acompañados de pinchos de
tortilla y unos excelentes bizcochos, lograron despertarnos con amabilidad, que siempre se acometen mejor las rutas con la barriga llena.
La salida, como suele suceder, siempre se retrasa un poco, en espera de los participantes alojen sus mochilas y bolsas en el vehículo que las llevara a San Antolin de Ibias, y algo después de las nueve de la mañana, se dio inicio a la marcha.
Por aquellos lares deambulaban también los compañeros Espantaliebres con Pablo y Eugenio como líderes de su agrupación, y nuestro estimado Juan Carlos, eficaz y recio como suele ser él.
La salida, como suele suceder, siempre se retrasa un poco, en espera de los participantes alojen sus mochilas y bolsas en el vehículo que las llevara a San Antolin de Ibias, y algo después de las nueve de la mañana, se dio inicio a la marcha.
Por aquellos lares deambulaban también los compañeros Espantaliebres con Pablo y Eugenio como líderes de su agrupación, y nuestro estimado Juan Carlos, eficaz y recio como suele ser él.
Para aquellos
que nunca han participado en la misma, comentaré, muy por encima, que esta ruta
es más cicloturista que las que estamos acostumbrados, pero ojo!, son 72 km el
primer día y otros 50 el segundo, con un desnivel positivo de 3.400 metros,
tampoco es para tomárselo a broma.
Los obligados reagrupamientos obligan a esperar por todos los jinetes, y hasta que no llegue el último, no se reanuda la marcha. Con lo cual, aunque cada uno va a su ritmo, no hay grandes diferencias. El segundo día, es más libre, permitiéndose las escapadas.
También, a diferencia de las rutas asturianas, los terrenos a rodar son mas…pues eso, rodadores; de menor nivel técnico si acaso, lo que permite disfrutar de las grandes vistas que rodean la ruta, sin preocuparse demasiado por mantener una velocidad elevada. Dicho lo cual, sigamos con el pedaleo.
Tras dar una vuelta al soleado pueblo por unos senderos en ocasiones un poco estrechos y empinados, lo que obliga a cerrar dientes y piñones, toda vez que las fuerzas están frescas y el pelotón va muy agrupado…(si te paras te pasan 50 de una vez…los conté…), se enfila la serpenteante (sí, es una víbora, sí...) senda que conecta Cerredo con Degaña, pasando por fuentes y áreas recreativas hasta llegar a la aldea de Rebollar.
Tras superar un par de rampas, cambiamos de vertiente y ya se asciende a la cuidada aldea de El Bao, lugar de cunqueiros o tixileiros como los llaman por allí, y de reposado avitualle, también.
Pablo aprovechó para intercambiar impresiones con un vecino de la zona, utilizando el dialecto habitual, en el que es tan ducho. Cómo hasta allí los desniveles no eran exagerados, nos manteníamos en un estado de salud decente y con cierta unidad en las fuerzas, marchando en vanguardia el entrenado Manuel, a continuación un no menos entregado Pachu, y soplándole el aire a este, el trío calaveras Pablo-Antonio-Mancha, seguidos de cerca por el barbudo Blas. A partir de aquí se iniciaba un suave pero continuo ascenso al Alto de la Campa, asfaltado, sí, pero son 11 km de pendiente continua, hay que tomárselo con calma y disfrutar de las vistas.
Al llegar al alto, y después de refrescar gaznates en uno de los muchos avituallamientos líquidos que pone la organización en la ruta, comenzaba el tramo montuno: una pista de piedra fina y con repechos a ratos fuertes y a ratos más fuertes,
que lograría que las distancias entre ciclistas aumentaran y ya fueran definitivas hasta la comida. La senda asciende a las alturas de Villares, creo que son solo 6 km, ¡pero menudos 6!...se escala hasta los 1380 metros; la suerte es que te entretienes con los paisajes de impresión por los que pasa el recorrido. Es un sube-baja-sube-sube y trepa por suaves valles y colladas, rodeados de pizarras, jaras y piornales, y siempre en senderos cuya mediana está ocupada por fresco herbazal.
Fue Antonio el primero que se dio cuenta, con certera perspicacia, labrada en años de oscuridad y silencio, y mientras descansábamos en una de las revueltas del camino, acertó a decir, retorciendo su cuello sobre la montura…-“...Creo que nos siguen…”. A lo que tanto Pablo como yo, no dimos mayor credibilidad (craso error, que el de Fuente Obejuna no erraba): con rendimientos deportivos claros y conocidos, cada uno ocupaba su lugar en el pelotón y era lo que había.
Pero es verdad que cierto resquemor erizaba los pelos de nuestras nucas (las de Pablo y la mía, que Toni va pelao...), como si algo siniestro y velludo cercara nuestros pasos, como si un contorno oscuro y amenazador acosara nuestras honras...bueno, sigamos.
El terreno se abre un poco en la cantera de Tormaleo y a continuación se rueda de forma favorable en dirección a Pelliceira, donde sirven el amuerzo: bocadillos de tortilla, de chorizo, de empanada, todo ello regado con sidra, refrescos o tintorro, que también había. Los postres consistían de frutas variadas, yogures refrescados en la Fuente de la SAlud y en un bizcocho casero de 19 pulgadas, que había que tener valor para probarlo y estómago para digerirlo.
Y allí nos reunimos, bajo la carpa azul que mitigaba los efluvios solares, degustando las viandas, algunos en mejor estado que otros.
Después de una buena sobremesa, con reposo y estiramientos varios, el pelotón se pondría en marcha de nuevo para discurrir por caminos muy anchos y ya en descenso.
Se pasa por los lugares de Santiso y Caldevila y se inicia el tramo final hacia San Antolín, cuyas casas vemos desde lo alto.
Este año habían hecho una variante al recorrido, y se perdía altitud por una preciosista y deliciosa trialera, en la que disfrutamos como lechones en jardín de bellotas. Al final de la misma, con un giro cerrado sobre pizarra, estábamos Moya y un servidor, todavía con la sonrisa en los labios, cuando llegó Pablo, de los espantalibres, con el susto aún en el cuerpo…dos revolcadas y media que le había costado la trocha, y estaba el pobre todo dolorido. Poco después aterrizaba Acedo, mirando hacia atrás sudoroso…-”...¡¡¡lo tengo detrás, no me lo quito de encima!!!”...decía el mellariense, secándose el sudor con un roto guante, pero por más que miramos, no había nada a su retaguardia. Solo el tranquilo Juan Blas, que paseaba por la zona, y que, aunque no lo veíamos muy bien, iba pegado a nuestros sillines como llámpara al pedrero.
Los obligados reagrupamientos obligan a esperar por todos los jinetes, y hasta que no llegue el último, no se reanuda la marcha. Con lo cual, aunque cada uno va a su ritmo, no hay grandes diferencias. El segundo día, es más libre, permitiéndose las escapadas.
También, a diferencia de las rutas asturianas, los terrenos a rodar son mas…pues eso, rodadores; de menor nivel técnico si acaso, lo que permite disfrutar de las grandes vistas que rodean la ruta, sin preocuparse demasiado por mantener una velocidad elevada. Dicho lo cual, sigamos con el pedaleo.
Tras dar una vuelta al soleado pueblo por unos senderos en ocasiones un poco estrechos y empinados, lo que obliga a cerrar dientes y piñones, toda vez que las fuerzas están frescas y el pelotón va muy agrupado…(si te paras te pasan 50 de una vez…los conté…), se enfila la serpenteante (sí, es una víbora, sí...) senda que conecta Cerredo con Degaña, pasando por fuentes y áreas recreativas hasta llegar a la aldea de Rebollar.
Tras superar un par de rampas, cambiamos de vertiente y ya se asciende a la cuidada aldea de El Bao, lugar de cunqueiros o tixileiros como los llaman por allí, y de reposado avitualle, también.
Pablo aprovechó para intercambiar impresiones con un vecino de la zona, utilizando el dialecto habitual, en el que es tan ducho. Cómo hasta allí los desniveles no eran exagerados, nos manteníamos en un estado de salud decente y con cierta unidad en las fuerzas, marchando en vanguardia el entrenado Manuel, a continuación un no menos entregado Pachu, y soplándole el aire a este, el trío calaveras Pablo-Antonio-Mancha, seguidos de cerca por el barbudo Blas. A partir de aquí se iniciaba un suave pero continuo ascenso al Alto de la Campa, asfaltado, sí, pero son 11 km de pendiente continua, hay que tomárselo con calma y disfrutar de las vistas.
Al llegar al alto, y después de refrescar gaznates en uno de los muchos avituallamientos líquidos que pone la organización en la ruta, comenzaba el tramo montuno: una pista de piedra fina y con repechos a ratos fuertes y a ratos más fuertes,
que lograría que las distancias entre ciclistas aumentaran y ya fueran definitivas hasta la comida. La senda asciende a las alturas de Villares, creo que son solo 6 km, ¡pero menudos 6!...se escala hasta los 1380 metros; la suerte es que te entretienes con los paisajes de impresión por los que pasa el recorrido. Es un sube-baja-sube-sube y trepa por suaves valles y colladas, rodeados de pizarras, jaras y piornales, y siempre en senderos cuya mediana está ocupada por fresco herbazal.
Fue Antonio el primero que se dio cuenta, con certera perspicacia, labrada en años de oscuridad y silencio, y mientras descansábamos en una de las revueltas del camino, acertó a decir, retorciendo su cuello sobre la montura…-“...Creo que nos siguen…”. A lo que tanto Pablo como yo, no dimos mayor credibilidad (craso error, que el de Fuente Obejuna no erraba): con rendimientos deportivos claros y conocidos, cada uno ocupaba su lugar en el pelotón y era lo que había.
Pero es verdad que cierto resquemor erizaba los pelos de nuestras nucas (las de Pablo y la mía, que Toni va pelao...), como si algo siniestro y velludo cercara nuestros pasos, como si un contorno oscuro y amenazador acosara nuestras honras...bueno, sigamos.
El terreno se abre un poco en la cantera de Tormaleo y a continuación se rueda de forma favorable en dirección a Pelliceira, donde sirven el amuerzo: bocadillos de tortilla, de chorizo, de empanada, todo ello regado con sidra, refrescos o tintorro, que también había. Los postres consistían de frutas variadas, yogures refrescados en la Fuente de la SAlud y en un bizcocho casero de 19 pulgadas, que había que tener valor para probarlo y estómago para digerirlo.
Y allí nos reunimos, bajo la carpa azul que mitigaba los efluvios solares, degustando las viandas, algunos en mejor estado que otros.
Después de una buena sobremesa, con reposo y estiramientos varios, el pelotón se pondría en marcha de nuevo para discurrir por caminos muy anchos y ya en descenso.
Se pasa por los lugares de Santiso y Caldevila y se inicia el tramo final hacia San Antolín, cuyas casas vemos desde lo alto.
Este año habían hecho una variante al recorrido, y se perdía altitud por una preciosista y deliciosa trialera, en la que disfrutamos como lechones en jardín de bellotas. Al final de la misma, con un giro cerrado sobre pizarra, estábamos Moya y un servidor, todavía con la sonrisa en los labios, cuando llegó Pablo, de los espantalibres, con el susto aún en el cuerpo…dos revolcadas y media que le había costado la trocha, y estaba el pobre todo dolorido. Poco después aterrizaba Acedo, mirando hacia atrás sudoroso…-”...¡¡¡lo tengo detrás, no me lo quito de encima!!!”...decía el mellariense, secándose el sudor con un roto guante, pero por más que miramos, no había nada a su retaguardia. Solo el tranquilo Juan Blas, que paseaba por la zona, y que, aunque no lo veíamos muy bien, iba pegado a nuestros sillines como llámpara al pedrero.
San Antolín
de Ibias nos recibía con calor, eran poco más de las cinco de la tarde, pero
aquello es una sartén al fuego señores.
La espera para el lavado de bicicletas (obligatorio este año) se amenizaba un poco entre cervezas y charla con los participantes; merece una mención especial el lavandero, se pulió el solito las ciento y pico bicicletas, amén de quads y alguna moto, y siempre con una sonrisa en los labios, bravo por él..
Una vez limpias y aseadas las monturas, y tras depositarlas en el gimnasio del colegio, tocaba buscar la habitación; no había problema, aparte de estar nominada, ya descansaba en ella el rápido Manu, que fino como él solo, se había agenciado el único colchón de muelles de la estancia. Al resto nos tocaba blanda gomaespuma, lo mejor para cuerpos fibrosos y estilizados como los nuestros.
Unos momentos de desembalado de equipajes, y todo el mundo a ponerse el bañador y correr hacia la piscina. Todo el mundo menos los olvidadizos Manu y Pablo, que en su afán de hacer bien la maleta olvidaron la equipación bañística, y tuvieron que contentarse con ver los toros desde la barrera, o sea, desde la barra del bar piscinero.
La tarde en San Antolín se hace corta y pronto llega la hora de la cena, en uno de los dos restaurantes cercanos. No me preguntar por el menú…no me acuerdo, había algo de entremeses, un primero un segundo y fruta. Preguntarme por lo de detrás de la cena, que de eso si tengo memoria: el excelente orujo de hierbas al que nos invita siempre el comisionado Pelayo de la zona, Sr. Juan Carlos.
A Pachu no le inquiráis cómo estaba el orujo, no; su preparación físico-mental alcanza exigencias intolerables en cualquier hombre menos en él…tomó leche. En fin, después de unas cuantas rondas invitados por el jovial y un año mayor Srto. Moya, tocaba retreta y a los catres nos dirigimos.
Alguno, ya en el alojamiento, intentó cruzar verbos con las amazonas anexas, pero salió como el pollo que entra en corral ajeno: desplumado.
Y la noche se hizo oscura, que apagaron las luces, y nos sentimos abrazados por nuestros jergones y somieres, de forma tal que era imposible darse la vuelta, dormir boca abajo, o no pensar en Manuel, que dormía plácidamente en postura horizontal, mientras el resto probaba varias posturas de yoga, todas ellas inútiles, los colchones ganaban por goleada.
La mañana siguiente, fresquita, se desayunaba en el mismo local de la noche anterior; y a una hora más que recomendable, y tras recoger enseres, ajuares ropa y equipo, que Ibias está muy lejos para volver a por el móvil, se iniciaba el retorno a Cerredo.
Fue en ese momento, entre las prisas por la marcha y los nervios por la forma, cuando sospechamos el origen de nuestras desdichas, pero como buenos compañeros y preocupados siempre por el bienestar de los camaradas delicados, no dijimos nada.
A diferencia de otros años, en los que se recorría una parte del sendero fluvial, intrincado y engorroso a más no poder, en esta ocasión, la organización exhibía un recorrido en duro ascenso hacia Cecos y San Estebán, que aunque al principio facilitaba el rodaje por pistas alquitranadas, al pronto lo endurecía con una estrecha y herbosa senda, en la que el mariscal chacinero, fresco como una rosa, nos puso a todos a su trasera…al ocupar él todo el camino, claro…a ver quién lo pasaba, …llevaba silbato... Manuel ya rodaba lejos, muy lejos, y por detrás, sintiendo cada vez más cercana la presencia de esa sombra
inquietante y amenazadora (para nuestro ego…), la terna fraternal.
Pero el miedo y la desesperación mueven montañas, o por lo menos ayudan a subirlas, porque ascendimos como posesos, plantándonos en la emparrada aldea de Omente en menos de lo que se tarda en decir…: -¡”Qué viene!!!, no, no era eso lo que iba a decir, esto es lo que dijo Antonio, y era cierto, ahí venía, una silueta inmensa, oscura y amenazadora, resoplando cual morlaco enfurecido.
Dionos tiempo a recoger algo de agua y bollería y poner pies en polvorosa.
El camino se convierte en carretera y, tras rodear unos cuidados corros de colmenas, se toma el desfiladero del río de La Collada.
La entrada estaba custodiada por organizadores y galenos, ante la inclinación de inicio, pero tamaña era nuestra zozobra y premura que la tomamos al asalto, sin tiempo a oír lo que nos gritaban aquellas buenas gentes...-"Cuidado...qué os la dais!!!"… A decir verdad, el que se tiró al precipicio fue Pablo, tanto Acedo como un servidor tenemos esposas (santas y gloriosas) ante las que responder de cualquier arañazo en nuestra querida y generosa anatomía…
Aquí, la presencia de la temible visión era ya un hecho, a unas pocas decenas de metros, seguía nuestros pasos como el astado sigue al torero cojo, cercándonos poco a poco.
Ya daban igual los arreones que los atajos. Cada vez estaba más cerca y ya sentíamos en nuestras grupas su poderosa respiración, esperando de un momento a otro la fatal embestida. Pero el Dios de los jinetes, de vez en cuando echa una mano a los esforzados y, a la altura de El Bao, consintió que al feroz espectro le cayera encima un oportuno desfallecimiento, que por estos lares conocemos cómo “pajara”, y en otros por “sobredoping”, teniendo que reclamar la ayuda de la camioneta de reparto para ascender el largo puerto del Tablado.
Algo que el angustiado terceto superviviente lograría a duras penas, tras tener que guarecerse del temible sol en un espacio de medio metro en la que entraban jinetes, monturas, quitamiedos y un par de cotollas.
A la que reposaban de los duros calores, veían pasar entre vaharadas de vapor y de miedo a su temible perseguidor, oculto tras los velos de un siniestro carruaje.
El resto del ascenso fue solitario y solidario, rebasando por momentos a algunas unidades desperdigadas.
En la cima aguardaba de nuevo el amenazador nigromante, pero las meigas nos eran propicias y al carecer aquel de cabalgadura, por venir en otro carro, pudimos zafarnos de nuevo de sus embistes.
Se desciende a buena marcha en dirección a Rebollar, donde avisados por la organización, dos “aceitunas civiles” nos daban un giro hacía la diestra, en ruta a Degaña.
Es esta una zona en suave ascenso, pero tras pasar la capital del concejo, el desnivel se incrementa a la vez que las fuerzas, ya pocas, es verdad, desparecen de forma dramática, no, no desaparecen:…¡HUYEN LAS CONDENADAS!!!...
Son 9 kilómetros en los que da tiempo a pensar en muchas cosas: en que hay que entrenar más, en cómo demonios lo hacen esos dos que van delante, que te sacan dos piñones, en que menos mal que no hay un bar cerca, en que vaya mirada asesina que te acaba de echar el que acabas de dejar atrás…pero en cuanto de das cuenta, desembocas en la carpa que abandonaste ayer, delante de la cual humea un perol de dimensiones castrenses ante el que se agolpan, codo con codo, una decena de ciclistas, degustando el más exquisito hígado encebollado que probarás jamás…vale, el de tu progenitora también es bueno, pero este lo saborearás con un placer añadido, el de finalizar la ruta, que bien nos ha costado, y mojaras y rebañarás hasta que tu tripa supere los tirantes del culotte, amén.
Tras
el conveniente aseo, que algunos competimos en olor corporal con los osos
cercanos, toca pitanza: sabroso cordero allí mismo cocinado, con las uarniciones acostumbradas, y tras el convite,
la entrega de premios, divertida y campechana a cargo del presidente del Club
Rozón, encantador personaje.
Esta vez sacamos trofeo, y Pachu, pérfido y fullero individuo, también.
Del resto me quedo con un ejemplo: el de 300 comensales, toda la carpa, entre jinetes, organizadores y amigos, cantando el “cumpleaños feliz” a nuestro querido Pedro Pablo, que sorprendido y conmovido, asistía al cántico con la sonrisa entre los labios.
Del maligno fantasmón no supimos nada más, aunque desde entonces, no dejamos de mirar hacia atrás por si aparece de nuevo la tétrica sombra…
La espera para el lavado de bicicletas (obligatorio este año) se amenizaba un poco entre cervezas y charla con los participantes; merece una mención especial el lavandero, se pulió el solito las ciento y pico bicicletas, amén de quads y alguna moto, y siempre con una sonrisa en los labios, bravo por él..
Una vez limpias y aseadas las monturas, y tras depositarlas en el gimnasio del colegio, tocaba buscar la habitación; no había problema, aparte de estar nominada, ya descansaba en ella el rápido Manu, que fino como él solo, se había agenciado el único colchón de muelles de la estancia. Al resto nos tocaba blanda gomaespuma, lo mejor para cuerpos fibrosos y estilizados como los nuestros.
Unos momentos de desembalado de equipajes, y todo el mundo a ponerse el bañador y correr hacia la piscina. Todo el mundo menos los olvidadizos Manu y Pablo, que en su afán de hacer bien la maleta olvidaron la equipación bañística, y tuvieron que contentarse con ver los toros desde la barrera, o sea, desde la barra del bar piscinero.
La tarde en San Antolín se hace corta y pronto llega la hora de la cena, en uno de los dos restaurantes cercanos. No me preguntar por el menú…no me acuerdo, había algo de entremeses, un primero un segundo y fruta. Preguntarme por lo de detrás de la cena, que de eso si tengo memoria: el excelente orujo de hierbas al que nos invita siempre el comisionado Pelayo de la zona, Sr. Juan Carlos.
A Pachu no le inquiráis cómo estaba el orujo, no; su preparación físico-mental alcanza exigencias intolerables en cualquier hombre menos en él…tomó leche. En fin, después de unas cuantas rondas invitados por el jovial y un año mayor Srto. Moya, tocaba retreta y a los catres nos dirigimos.
Alguno, ya en el alojamiento, intentó cruzar verbos con las amazonas anexas, pero salió como el pollo que entra en corral ajeno: desplumado.
Y la noche se hizo oscura, que apagaron las luces, y nos sentimos abrazados por nuestros jergones y somieres, de forma tal que era imposible darse la vuelta, dormir boca abajo, o no pensar en Manuel, que dormía plácidamente en postura horizontal, mientras el resto probaba varias posturas de yoga, todas ellas inútiles, los colchones ganaban por goleada.
La mañana siguiente, fresquita, se desayunaba en el mismo local de la noche anterior; y a una hora más que recomendable, y tras recoger enseres, ajuares ropa y equipo, que Ibias está muy lejos para volver a por el móvil, se iniciaba el retorno a Cerredo.
Fue en ese momento, entre las prisas por la marcha y los nervios por la forma, cuando sospechamos el origen de nuestras desdichas, pero como buenos compañeros y preocupados siempre por el bienestar de los camaradas delicados, no dijimos nada.
A diferencia de otros años, en los que se recorría una parte del sendero fluvial, intrincado y engorroso a más no poder, en esta ocasión, la organización exhibía un recorrido en duro ascenso hacia Cecos y San Estebán, que aunque al principio facilitaba el rodaje por pistas alquitranadas, al pronto lo endurecía con una estrecha y herbosa senda, en la que el mariscal chacinero, fresco como una rosa, nos puso a todos a su trasera…al ocupar él todo el camino, claro…a ver quién lo pasaba, …llevaba silbato... Manuel ya rodaba lejos, muy lejos, y por detrás, sintiendo cada vez más cercana la presencia de esa sombra
inquietante y amenazadora (para nuestro ego…), la terna fraternal.
Pero el miedo y la desesperación mueven montañas, o por lo menos ayudan a subirlas, porque ascendimos como posesos, plantándonos en la emparrada aldea de Omente en menos de lo que se tarda en decir…: -¡”Qué viene!!!, no, no era eso lo que iba a decir, esto es lo que dijo Antonio, y era cierto, ahí venía, una silueta inmensa, oscura y amenazadora, resoplando cual morlaco enfurecido.
Dionos tiempo a recoger algo de agua y bollería y poner pies en polvorosa.
El camino se convierte en carretera y, tras rodear unos cuidados corros de colmenas, se toma el desfiladero del río de La Collada.
La entrada estaba custodiada por organizadores y galenos, ante la inclinación de inicio, pero tamaña era nuestra zozobra y premura que la tomamos al asalto, sin tiempo a oír lo que nos gritaban aquellas buenas gentes...-"Cuidado...qué os la dais!!!"… A decir verdad, el que se tiró al precipicio fue Pablo, tanto Acedo como un servidor tenemos esposas (santas y gloriosas) ante las que responder de cualquier arañazo en nuestra querida y generosa anatomía…
Aquí, la presencia de la temible visión era ya un hecho, a unas pocas decenas de metros, seguía nuestros pasos como el astado sigue al torero cojo, cercándonos poco a poco.
Ya daban igual los arreones que los atajos. Cada vez estaba más cerca y ya sentíamos en nuestras grupas su poderosa respiración, esperando de un momento a otro la fatal embestida. Pero el Dios de los jinetes, de vez en cuando echa una mano a los esforzados y, a la altura de El Bao, consintió que al feroz espectro le cayera encima un oportuno desfallecimiento, que por estos lares conocemos cómo “pajara”, y en otros por “sobredoping”, teniendo que reclamar la ayuda de la camioneta de reparto para ascender el largo puerto del Tablado.
Algo que el angustiado terceto superviviente lograría a duras penas, tras tener que guarecerse del temible sol en un espacio de medio metro en la que entraban jinetes, monturas, quitamiedos y un par de cotollas.
A la que reposaban de los duros calores, veían pasar entre vaharadas de vapor y de miedo a su temible perseguidor, oculto tras los velos de un siniestro carruaje.
El resto del ascenso fue solitario y solidario, rebasando por momentos a algunas unidades desperdigadas.
En la cima aguardaba de nuevo el amenazador nigromante, pero las meigas nos eran propicias y al carecer aquel de cabalgadura, por venir en otro carro, pudimos zafarnos de nuevo de sus embistes.
Se desciende a buena marcha en dirección a Rebollar, donde avisados por la organización, dos “aceitunas civiles” nos daban un giro hacía la diestra, en ruta a Degaña.
Es esta una zona en suave ascenso, pero tras pasar la capital del concejo, el desnivel se incrementa a la vez que las fuerzas, ya pocas, es verdad, desparecen de forma dramática, no, no desaparecen:…¡HUYEN LAS CONDENADAS!!!...
Son 9 kilómetros en los que da tiempo a pensar en muchas cosas: en que hay que entrenar más, en cómo demonios lo hacen esos dos que van delante, que te sacan dos piñones, en que menos mal que no hay un bar cerca, en que vaya mirada asesina que te acaba de echar el que acabas de dejar atrás…pero en cuanto de das cuenta, desembocas en la carpa que abandonaste ayer, delante de la cual humea un perol de dimensiones castrenses ante el que se agolpan, codo con codo, una decena de ciclistas, degustando el más exquisito hígado encebollado que probarás jamás…vale, el de tu progenitora también es bueno, pero este lo saborearás con un placer añadido, el de finalizar la ruta, que bien nos ha costado, y mojaras y rebañarás hasta que tu tripa supere los tirantes del culotte, amén.
Esta vez sacamos trofeo, y Pachu, pérfido y fullero individuo, también.
Del resto me quedo con un ejemplo: el de 300 comensales, toda la carpa, entre jinetes, organizadores y amigos, cantando el “cumpleaños feliz” a nuestro querido Pedro Pablo, que sorprendido y conmovido, asistía al cántico con la sonrisa entre los labios.
Del maligno fantasmón no supimos nada más, aunque desde entonces, no dejamos de mirar hacia atrás por si aparece de nuevo la tétrica sombra…
¡AY-AY-AY!..¿QUÉ SE MUEVE DETRÁS DEL ARMARIO...???
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