martes, 29 de mayo de 2012

SOPLAO 2012...¡¡¡ESE GRIFOOO!!!

Nunca estuve más de acuerdo con mi profesor de química (Don Ángel se llamaba, nos conectaba en serie a la corriente eléctrica, por aquella de 125 V..., y a alguno le daba un buen calambrazo...), que el sábado pasado. Decía el bueno de Don Ángel, ante nuestras imberbes y espinilladas caras de asombro, que el agua era conocida por ser el disolvente universal, y que lo disolvía todo, todo, todo, dándole tiempo claro, y nos enseñaba la Garganta del Cares, las cuevas de los Picos, el Cañón del Colorado y demás accidentes geográficos. Pues bien, no fue hasta este húmedo sábado, en Cabezón de la Sal, bella tierra hay que decirlo, donde comprendí en todo su esplendor la máxima de aquel buen hombre. Cierto es, el agua lo disuelve todo, pero no solo aquello sustancioso como la caliza, los feldespatos, la arcilla, las pastillas de freno, las cadenas, los riñones…,no, ese aciago día descubrimos que también ataca de forma lenta e inexorable a las cosas intangibles, como la autoestima, la confianza, el pundonor, el decoro, la honra, …etc.…etc. (También es cierto, que a poco que nos tienten, cambiamos rápidamente de tercio y nos vamos de cervezas, con honra o sin ella...)…
Pero entremos en detalles, y pongámonos en cuestión. Tras una larga semana de debates meteorológicos y consultas astrofísicas a los gurús del tema, quedó bastante claro que en Cantabria iba a llover. Existía la duda razonable de si lo iba a hacer de forma suave y ladina o por el contrario de manera abrupta y rotunda.
Diose el caso, que todo el mundo tuvo razón, pues ya como en unas elecciones nadie pierde, en esta ocasión todos quedaron la mar de contentos…digo los gurues, no los participantes. Así, mientras nuestros propios albergados en dos buenas casas de Ucieda, disfrutaban de una copiosa y opípara cena, preparada por dos excelentes chefs y regada con abundante sangría de sidra, en el exterior desencadenábase feroz tormenta que bañaba las calles del pueblo, y ponía algo de recelo en los alegres jinetes. Algo asustados, y tras una buena sobremesa, mecieron prontos sueños intranquilos, no por el aguacero en cuestión, si no por los feroces ronquidos vicentinos en una de las casas y el exceso de ajo del cocinero minero en ambas.
Y llegó el día, y las tropas se pusieron en marcha, y cada uno ocupó su lugar, los rápidos Fran, Junco, Rubén, Iván y Mulero en vanguardia, con claras intenciones, un poco mas atrás el resistente Angel Victor, agazapados bajo una toldilla aguardaban Zarate y Félix, y al final de la calle, la totalidad de la casa restaurante, con Marín, Josmar, Acedo, Bycent y Mancha. Apartados, pero empujando al arco de salida, se encontraban los duatloneros Briansó y Valeiro. También frecuentaban los andurriales Xuan Angel, Juanín y el incansable Barquín, que en buena compañía haría de paseante. Dar la salida y empezar a caer una fina lluvia fue todo uno, el agua comenzaba su lento pero seguro trabajo.
El paso por la Ermita de San Antonio y su avituallamiento fue rápido para todos, y nos presentamos en La Cocina con rapidez, allí el menú del día regalaba a los jinetes una buena receta de barro y piedras, lo que unido a la marabunta que allí circulaba, hacia imposibles dar mas de dos pedaladas seguidas. Y seguía lloviendo, in crescendo, cada vez mas, sin parar, y, aunque el ascenso hacia El Soplao calentaba las extremidades y las prendas mantenían todavía la integridad de los concursantes, estos sentían ya la humedad dentro de sus calzones. Con poco descanso, el aire era húmedo y seguía jarreando, se acometió el embarrado descenso, adelantando sin piedad a temerosos ciclistas de ruedas finas. El líquido elemento penetraba ya sin recato por pliegues, puños, cremalleras, mentes…
A la altura de Puentenansa, la lluvia arreció y lo poco que quedaba seco sucumbió ante el frío fluido. Apretar los puños era asistir a una cascada de agua. Peor lo estaban pasando en esos momentos los trotones, que, mientras sorteaban torrenteras en medio del bosque, eran sorprendidos por una feroz granizada que los dejaba mas tiesos que la mojama, que diría un moro. El brigada Valeiro, separado de su compadre Briansó, fracturaba el IV metacarpo de la diestra en un mal paso, aunque no lo sabría hasta la transición. Muy por delante, los Moris, Varas y Junco, sufrían la soledad y el frío de las alturas, entre abandonos de ciclistas peor preparados, y el grupúsculo de Marín, mas o menos desperdigado, cargaba kilómetros y agua dentro de sus jubones con mayor o menor decoro. Las duras rampas hormigonadas del Monte AA suponían otro esfuerzo, para algunos postrero, que servía de reagrupe de las unidades zagueras.
Después de un veloz y largo descenso, entre deportistas timoratos y charcales amarronados, y breve y mojado paso por Ruente y su estrecho puente, se llegaba a Ucieda. Allí, Marín y Acedo, exultantes en energía y barro, dejarían pesarosos (por no quedarse ellos) a un Mancha desriñonado. Tras secarse un poco las calzas, el dúo geológico continuaría, ruta al Moral, por donde circulaban ya los Ivan, Chema, y el mítico Angel Victor, en adelante Mr. 141, justo por delante del corajudo Zarate y su compaña Gordejuela.
En esos mismos momentos, la Generala comunicaba el corte del acceso a Fuentes y Ozcaba, por congelamiento de la mayoría de ciclistas que habían subido. Los pocos que descendían rodando, sufrían hipotermias al combinarse la humedad, el airecillo serrano y los calderos de agua que caían de las nubes, con la poca ropa que portaban los osados, en un intento de aligerar peso y ganar segundos...
Y a partir de aquí, la debacle: Mulero, con la tripa retorcida, decide dar vuelta a la grupa y se presenta en Ucieda, balbuceando algo de una llave perdida y sorprendiendo a Mancha, que lo ingresa en la ducha que se estaba preparando; al poco, mientras este pega fuego a la chimenea, aparece un inmaculado Vicente, feliz como una perdiz tras haberse zampado dos bocadillos de jamón en el avituallamiento, y, cuando el escriba se prepara para meterse en la ducha por fin, dos golpes en la puerta dan paso al banquero, también con aviesas intenciones.
Por las alturas, rodeados de niebla y frio, los aventureros que logran descender el Moral, se encuentran con la cerrazón de la ruta; Zarate, haciendo gala de la célebre tozudez riojana, que tan buenos caldos proporciona a esta hermandad, vuelve a subir, acompañado de Junco, Mr 141 y alguno más que no distingo desde aquí. El resto, cogen carretera y retorna a Cabezón, no sin antes recibir una buena chubascada de recuerdo. Mas arriba todavía, entre truenos, granizo y ventisca, Morís y su contrapunto Varas sacan fuerzas de la flaqueza y tiran hacia abajo, encomendándose al santo de su devoción, un poco por detrás, el incansable Briansó pedalea como un poseso para evitar la congelación y el peatón Barquín, a la vez que baja de forma poco ortodoxa una senda, decide también acortar el barrizal. Aguas abajo, en el valle, limpios y aseados, y sorteando centenas de retirados, los cuatro eméritos, deciden disimular su tristeza con unas buenas viandas cántabras, mientras esperan la llegada del resto de la compañía, que cabizbajos y ateridos siguen entrando en los cuarteles.
Como sabiendo que la ruta finaliza, el cielo cierra mangueras y permite la recogida de los infiltrados, que van trasladando sus mojados huesos desde el lugar de llegada o desde el Hospital en el caso del pastelero, hasta las residencias. Al anochecer y aún con las extremidades entumecidas, pero duchados, peinados y arreglados convenientemente, los exploradores indagaron por las cercanías en busca de lugar adecuado para celebrar que nadie se hubiera ahogado, y de paso alimentar a las huestes, lo que lograron en tiempo record. Y en un lugar de cuyo nombre no me acuerdo, atendidos por una más que montaraz posadera, dimos por finalizada la jornada. Bueno…la verdad es que no la cerramos ahí, pero del otro local no hay fotos…

El año pasado se cerraba esta crónica y la del doctor Barcaiztegui con una pregunta ¿volveríamos al Soplao???, este año no hay tal pregunta, solo una respuesta…¡¡¡Por supuesto!!!

Y para que quede constancia del descubrimiento, con permiso del Sr. Rosón, dejo aquí la receta de la magnífica sangría de sidra que nos preparó en cantidades vergonzosas la víspera de la carrera; ¡OJO!, sigan ustedes estrictamente las indicaciones, ya que el citado barmán tiene un gusto inmejorable y todavía anda buscando quién le echó mas licor de la cuenta a una de sus preparaciones…
Sangría de sidra by Junco:
1 botella de sidra
1 tapón whiskey
1 tapón ron
1 tapón ginebra!!!
1 tapón licor almendras
1 vaso grande refresco de limón
1 vaso grande refresco de naranja
4 cucharadas soperas azucar
hielo
mezclar y servir.

2 comentarios:

πR Nodoyuna dijo...

Cómo no vamos a volver, aunque sólo sea para que su merced nos regale otra crónica. Te sales, amigo

Pepe

El Correcaminos dijo...

Qué bien explicado, es como si lo viviera yo mismo (así me ahorro ir a sufrir)