viernes, 30 de marzo de 2012

A LA LUZ DE LAS CANDELAS

El hombre es un animal de costumbres, de arraigadas y tenaces costumbres, la fuerza del tiempo y de las comodidades actuales, han conseguido que, a diferencia de nuestros antepasados, siempre al filo nocturno de un dientes de sable o de cualquier otro depredador sediento de rosada carne fresca, podamos conciliar el sueño durante toda la noche, sin más solivianto que lloros intempestivos, visitas al excusado en caso de cenas excesivamente copiosas, o acciones de guerrilla encubierta. Por eso es aún más llamativo, que 14 hombres y una dulce fémina, hechos a los placeres de las zapatillas de franela, pijamas de algodón y batas de chinela, tomen sus monturas a la hora de la cena y comiencen una aventura que los habría de llevar hasta los confines del día siguiente. Pero así fue, y así he de narrarlo, como memoria de tal hazaña. La citada agrupación de ¿locos?, partió de la zona del Carmen, adonde habían ido a despedir a los valientes un reducido grupo de amigos, todavía en estado de sorpresa por la iniciativa. Allí se presentaron, pretrechados de luminarias, chalecos y demás parafernalia bélica los 13 + una. Y pronto el Senescal Marín, señor de los mapas y de sus asuntos, tomó la voz cantante y, aunque entonar, entona mal el pobre, el resto de la cuadrilla siguió sus pasos como ratones hamelinenses. Los despiertos montunos prendían sus fanales de proa acometiendo los primeros altos de La Pedrera y Pinzales para encontrarse ante el solícito Guzmán y su carruaje, repleto de viandas, ropas y otros enseres que hicieran más cómoda nuestra oscura odisea. No sería esta la única vez que el citado nos ofreciera sus servicios, puesto que si a alguien hay que agradecer que se hiciera posible esta locura colectiva es al querido Guzmán, sacrificando su sueño, su afición y casi su familia por apoyarnos con su auxilio durante toda la noche.
Los continuos subeybajas caleyeros de la zona ocasionaban un ligero percance en la jineta de la bella Emma, arreglada silenciosamente por el siempre dispuesto Juan Blas. Oportuno y vigilante, Barcaiztegui retransmitía la operación al resto de oyentes de la siguiente curva, mientras que la avanzadilla formada por Morís y de La Vara lidiaban con un celoso can y su dueña, asombrados ambos ante el baile de luces. Un par de revueltas del camino, a las que tan acostumbrados nos tiene el salesiano y cruzábamos saludos de nuevo con Guzmán, atento a nuestras lámparas.

La noche estaba calma, Marte y Júpiter en vigilia y una ligera brisa sureña propiciaba que nos acercáramos con comodidad y buena temperatura a Llanera. Pero poco nos duró la alegría, en las cercanías del Forcón, la humedad reinante imponía un gélido ambiente que hacía emblanquecer los prados, empañar los cristales y erizar los pelos; de tal guisa, erizados, llegamos a La Fresneda, donde nos esperaba el posadero ambulante y su cargamento alimenticio, del que dimos buena cuenta.
Nos aproximábamos al Naranco y su Paisano y arrancamos en esa dirección, tapados hasta las orejas y exhalando vapor como toros en primavera. Tras el paso por Puente Viejo del Nora, las sendas se empinaban en dirección SurOeste. El ascenso al Monte fue como siempre: prolongado y fatigoso, con rampas inaccesibles y pasillos estrechados. El ir todos bastante agrupados, ya fuera por el frío o por el miedo a las tinieblas más allá de nuestras farolas, propició una solemne montonera con despliegue de epítetos de todo estilo, entre destellos luminosos y ruido de manillares, en la que caímos casi todos, casi. Dolor de tripa me da el recordar que no todos, no, dos hubo, dos, que superaron la prueba, llegando a la cima sin soltar pedal: el inquebrantable Joaquín, y el de la marcha lenta pero continua, cuyo nombre acabamos de olvidar. Arriba, nos aguardaba una increíble vista del Oviedo nocturno, un calido viento meridional, un surtido de pastelillos y hojaldres, y un servicial Guzmán y su barra portátil.
Eran ya las tres de la mañana, esa hora en la que algunos locales decentes recogen mesas y clientes, unas para adentro y otros hacia afuera.. El descenso hacía el Valle de Loriana fue rápido y húmedo, la cercanía en la espesura del río Nora restaba esos pocos grados de diferencia entre ir cómodo o tembloroso. Ceñidos senderos y alguna pindia trialera según se perdía cota nos depositaban en Brañes y sus búnkeres, atravesando de nuevo el río por un puente medieval y haciendo un pequeño receso en Tuernes. De aquí, y ya en la hora límite, las cinco de la mañana, hora fronteriza entre la lucidez y la ofuscación, entre el aguante o la claudicación, el silencio se impuso en el pelotón. Solo el sonido del pedaleo y del rechineo de las cadenas se hacía oír por encima de los ladridos de los canes vigilantes. El cansancio se palpaba y los kilómetros no pasaban…También la tecnología acusaba el esfuerzo: faroles sin batería, navegadores apagados, móviles sin cobertura...
Premió, locanda de nombre estiloso, nos recibía con igual sigilo. Solo un joven pony saludaba con cierta gracia a la cuadrilla de ateridos y callados ciclistas que coronaban la última rampa. Prontamente, el preboste Echevarría y el brigada de La Vara ocuparon la delantera de la calesa, exhortando al mesonero a que caldeara algo el interior a fin de evitar la posible congelación de sus extremidades inferiores. Afuera, mientras, una docena de hombres se desperdigaba en silencio por el borde del camino, algunos zapateando el helado suelo, otros descansando al borde del mismo y los menos intentando ingerir algo de comida con sus dedos entumecidos, todos bostezando como manada de leones somnolientos. Algún tiempo después, que no veíamos la Luz, Morís, siempre en vanguardia, avisó del despunte del día por Levante, y eso si que lo vimos, como una tenue claridad que iba diluyendo las sombras a nuestra espalda. Los gallos de una casería cercana también presagiaban el arranque vespertino, compitiendo entre sí. Se resolvió ponerse pronto en marcha, quedaba poco menos de hora y media de noche y deseábamos coronar el Gorfolí amaneciendo. Desperezados por Marín, y tras concertar nueva cita con el chigrero portatil, proseguimos camino en ascenso, no sin antes recoger del carromato al lirón de Rubén, que se había quedado un poco traspuesto. Al poco entrábamos en zona boscosa y de pistas anchas por la zona Sur del Pico, con un rodar más que alegre, las negruras nocturnas retrocedían con rapidez y un ligero fulgor rojizo iluminaba las copas de los pinos. Por aquí sufría mas de la cuenta el joven Marguerido, perjudicado en una de sus rodillas y que caminaba vigilado por el boticario Blas. Metros por delante, Morís y Vicente, embizcados ellos, tomaban un camino en escalada, siendo seguidos por Barquín. Al darse cuenta de que no era el correcto, decidieron esperar a que Manuel llegara a su posición para retornar sobre sus pasos. El resto del grupo, descansaba pausadamenteo, en espera de la llegada del trío, oyendo los improperios del citado, algo terciado al demorarse entre unas piedras.
Una vez reunidos todos, y ya con otros ánimos, puesto que el astro Rey acechaba tras las lomas tomamos senda hasta la zona de La Hoya, que alcanzamos a las siete horas, llevando en aquellos momentos nueve horas de ruta sobre nuestras mochilas.
Allí contemplamos un amanecer de los de postal, viendo como el sol iba ganando terreno minuto a minuto sobre las lomas lejanas, eran exactamente las siete y pico…En ese mismo instante olvidábamos la fatiga, el frío, el hambre (bueno, la verdad es que hambre no pasamos, no…), y los sustituíamos por unas buenas y francas sonrisas. En fin, que nos dimos unos castos abrazos, de lo exultantes que estábamos, (Emma echó a correr), y nos lanzamos monte abajo, asustando a un par de gamos que desayunaban en una vaguada. Vendrían a continuación las zonas de Piniella, donde despediríamos a Morís, de vuelta a su casa, La Luz, Las Vegas, donde saludaríamos a un despeinado Muñiz, el embalse siderúrgico de Trasona, un ligero repecho en la zona deTamón, Tabaza, lugar de cita previa con Don Guzmán y, ya con el sol en la cara y una temperatura sumo agradable, la conocida como Senda del torpedo, que nos acercaría hasta Veriña y su carretera. Solo restaba en los mapas acceder al Alto del Cerillero y esperar a que el bueno de Alberto y su paciente novia nos acercaran unos croissants, café, chocolates y zumos diversos, como fin de etapa.
Los relojes marcaban las 10:30, con lo que se sumaban doce horas de ruta, 98 kilómetros, unos cuantos concejos y un montón de gratos recuerdos. Del resto me acuerdo poco, estampida general a casa, ducha larga, vermouth en el lugar de inicio, al que solo acudieron 5 asistentes, vuelta a casa, comida y siesta. Pero de lo que sí me acuerdo y no olvidaré es de los 15 bravos que participaron en esta primera Impensable, y de los que aquí dejo buena constancia.: GUZMÁN, la encantadora Emma, Pepe, Juanjo, Félix, Adrián, Fran, Blas, Rafa, Josmar, Vicente, Barquín, Joaquín, Rubén, y un servidor. Ahí están.
Pd. ¿Dónde se metió Joaquín????

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi enhorabuena ,valientes,locos en el mejor d los sentidos,bendita locura la vuestra,una pasada de crónica,es como si hubiera pedaleado con vosotros...seguir así d locos.un abrazo

CIMAFERMIN dijo...

Impresionante ruta y encima realizarla de noche, bravo, bravo, sois unos fieras.

Adri dijo...

Gran crónica como siempre del señor de la Mancha.

Y muchas gracias a nuestro director de eventos y al señor mapas por la magnífica organización, un recorrido impecable, hasta la salida del sol parecía planificada!

Mención aparte se merece Guzmán (de aquí en adelante, Don Guzmán) por aguantar como un jabato toda la noche y no mandarnos a todos a tomar vientos y echarse a dormir.

Lamento haber hecho de ancla al final, os veía con ganas de acabar en once horas... eso para el año que viene! Todavía estoy de recuperación psico-psicológica del rutón, tiempo al tiempo...

¿Qué será lo siguiente?