Después de la impresionante ruta que nos llevó nuevamente a tierras somedanas, desde la Pola hasta la Farrapona pasando por Saliencia, y con vuelta por Valle de Lago, las partes blandas del cuerpo (el cerebro, no seais mal pensados), se dedicaron a hacer una recopilación de motivos por los que no se debe andar en BTT por la zona:
1º Las cuestas son muy largas, sobre todo hacia arriba, y las patas se cansan. Y los patos.
2º Si hace frío, se pasa frío; además, si hace calor, se pasa calor. Y si no hace ni frío ni calor, no se disfruta.
3º Si hay niebla, no se ven los lagos. De hecho, creo que los días de niebla no los ponen. Y casi perdemos a Willy.
4º Las vacas te lamen las ruedas de las bicis, y el guante si se lo arrimas. No comprobamos qué más lamen, porque tienen la lengua muy áspera.
5º Las bajadas están llenas de sorpresas; la más desagradable es el cucho (estiercol de vaca para los castellanoparlantes). Pero también te puedes comer una rama o un mosquito.
6º El paisaje es muy monótono: montañas, prados verdes, cabanas de teito, animales domésticos, animales salvajes (por ejemplo: un alimoche, un bicho saltarín que casi atropella a Manu, una cosa como una ardilla pero sin rabo, llimiagos...), ríos, cascadas, árboles, flores, lagos, etc. O sea, lo que vemos todos los días en la ciudad.
En resumen, que el año que viene volveremos a hacer la ruta, que quede claro que los que andamos en BTT tenemos que olvidarnos del cerebro de vez en cuando. Ya se sabe, los que pedalean no tienen los pies en el suelo.
Bip, bip
sábado, 28 de mayo de 2005
sábado, 21 de mayo de 2005
Rainy day, dream all day
La tentativa de realizar el recorrido de la Vuelta al Concejo, según los nuevos proyectos, se vio frustrada por la lluvia a la altura de la Ñora. A nuestro pesar, y tras refugiarnos un buen rato en el campo de golf de La Llorea, decidimos que valía más hacer unos cálculos estimados en función de las salidas anteriores, que arriesgarnos a un bonito catarro, que a estas alturas nos puede fastidiar la temporada...
Pero como los kilómetros recorridos hasta el momento eran pocos, no se nos ocurrió nada mejor que hacernos unos "ochos", rescatando viejas pistas que se estaban quedando en el olvido. Sube, baja, resbala, frena, y nos plantamos en el campo de golf de Castiello (teníamos el día golfo) y disfrutamos de un nuevo sendero, estrechito y empinado, que nos llevó a las inmediaciones de La Camocha.
Como nos quedaba cerquita, y pareciá que por aquí abajo la lluvia se estaba conteniendo, nos arrimamos hasta la base del Picu el Sol para realizar el último tramo del proyecto de la Vuelta al Concejo, con una bajada húmeda y resbalosa que hará la delicia de los más hábiles (no se lo que les parecerá a los menos hábiles), antes de introducirnos en la Vía Verde.
Y de postre, por si era menester, investigamos una subida de las que cortan el aliento que nos llevó al alto de Huerces, para acometer un par de bajadas, la primera ya conocida y la segunda con su dosis de riesgo. Pero nos la guardamos para otra ocasión, que siempre hay tiempo de preparar una buena encerrona...
PD: al final, para este sábado había prevista una ruta de 25 Km, que nosotros convertimos en 50 Km, aunque tampoco se puede decir que fueran demasiado duros.
Pero como los kilómetros recorridos hasta el momento eran pocos, no se nos ocurrió nada mejor que hacernos unos "ochos", rescatando viejas pistas que se estaban quedando en el olvido. Sube, baja, resbala, frena, y nos plantamos en el campo de golf de Castiello (teníamos el día golfo) y disfrutamos de un nuevo sendero, estrechito y empinado, que nos llevó a las inmediaciones de La Camocha.
Como nos quedaba cerquita, y pareciá que por aquí abajo la lluvia se estaba conteniendo, nos arrimamos hasta la base del Picu el Sol para realizar el último tramo del proyecto de la Vuelta al Concejo, con una bajada húmeda y resbalosa que hará la delicia de los más hábiles (no se lo que les parecerá a los menos hábiles), antes de introducirnos en la Vía Verde.
Y de postre, por si era menester, investigamos una subida de las que cortan el aliento que nos llevó al alto de Huerces, para acometer un par de bajadas, la primera ya conocida y la segunda con su dosis de riesgo. Pero nos la guardamos para otra ocasión, que siempre hay tiempo de preparar una buena encerrona...
PD: al final, para este sábado había prevista una ruta de 25 Km, que nosotros convertimos en 50 Km, aunque tampoco se puede decir que fueran demasiado duros.
sábado, 14 de mayo de 2005
Vuelta al Concejo de Gijón: 13 muertos y varios desaparecidos
Comenzó la bonita epopeya de realizar el recorrido de la reformada Vuelta al Concejo sin apoyo logístico externo, con 15 minutos de retraso sobre el horario previsto, entre otras cosas porque esperamos a algunos que se había comprometido a venir y finalmente no aparecieron. Para empezar con variaciones, los doce asistentes no dimos la vuelta prevista al velódromo, porque estaba cerrado por obras (la verdad es que no nos dimos cuenta de que había que hacerla).
El comienzo de la ruta transcurrió sin problemas, debido principalmente porque se rodó por asfalto, con poco suelo rabioso, hasta que acometimos la bajada a La Ñora, con su posterior subida al campo de golf de la Llorea. Disfrutamos de unas pistas poco castigadas por el barro, aunque uno de los nuestros aprovechó una de las bañeras del viscoso elemento para aplicarle las propiedades terapéuticas a su zapatilla izquierda: gratificantes chascarrillos salieron de tal acto. En el aparcamiento del campo de golf, (el deporte ese de darle con un palitroque a una bola y meterla en un agujero, casi, casi como en las canicas) a las 10:15, apareció otro de los nuestros, que se convirtió en el Guerrero Número 13, un árabe entre tantos vikingos.
Continuamos ruta hasta el Curbiellu para llegar a las 10:45, donde se hicieron tres grupos: el primero, de un solo miembro, que bajó por carretera para que le diese tiempo a lavar el zapato que había embadurnado de barro. El segundo, compuesto de tres pelayos y tres bikers de Laviana que nos acompañaban (un afectuoso saludo), bajamos por la pista del Garrapiellu, como estaba previsto, descubriendo que estaba mucho más ciclable que en anteriores ocasiones y, por lo tanto, más prestosa. Y el tercer grupo y más numeroso, que bajó por una pista que hay “más allá” (seguro que tiene nombre, pero ahora mismo ni me acuerdo), porque tiene menos barro, es más segura y más rápida; aquí se produjo el primer incidente de la marcha, con una caída en el hormigón (siempre se cae alguien, esto del hormigón tiene más peligro que las caleyas pedregosas), que provocó un pequeño retraso que permitió que llegásemos antes los de la senda del Garrapiellu.
Reunificados, acometimos la parte más dura del recorrido, con la subida a la Cordal de Peón desde Candanal, por una pista, de hormigón mayormente, que nos dejó ya tocados para el resto de la marcha a los más débiles del grupo. Una vez arriba, a las 12:10, unos charquitos de ná y luego el típico recorrido por la cordal, donde se produjeron dos nuevos incidentes de la ruta: un compi tuvo que parar a quitarse los calzoncillos… (no se dan explicaciones, el que quiera morbo que vea la tele por la tarde) y otro estuvo a punto de ser arrollado por un corzo. Una vez en La Fumarea (13:15 horas), perdimos a un miembro, al que su condición de papá reciente le obligó a acortar la ruta.
Subimos al Fario, cada uno a nuestro ritmo (yo llevo reggae, lentito), para coronar en 20 minutos. Los compañeros de Laviana abandonaron en dirección a Deva, aduciendo que no estaban preparados para sufrir el resto de la ruta (y los demás tampoco, pero somos más cabezones que Rompetechos). Entonces, llevados por la costumbre, la inercia o como quiera que se llame, tomamos un camino diferente al estipulado en el track del GPS, cuando en realidad deberíamos haber subido el Cerro Gavio para bajar por el sendero del bosque. En cualquier caso, descubrimos que el estado de la pista había mejorado respecto a anteriores recorridos (por ejemplo, ya se derritió el hielo). En dirección a la Collada, esta vez sí nos dimos cuenta del cambio y cogimos la ruta marcada y no la habitual.
Un poco de aceite en las cadenas y comenzamos la subida al Picu el Sol, donde se produjo el tercero de los incidentes: una cadena que se desengancha, un cambio que se mete entre los radios y una patilla de cambio que se va a hacer gárgaras; suerte que uno es previsor y va cargando con una patilla de repuesto que, con la combinación de la herramienta adecuada y muchos mecánicos oficiales en el grupo, no perdimos más de 10 minutos en la reparación. Mientras tanto, algunos aprovecharon para nutrirse. Continuamos, y a las 15:20 llegamos a Las Cabañas, donde decidimos comer y debatir el resto de la ruta: cuatro de los miembros decidieron retirarse por diversos motivos, aunque el cansancio era la excusa generalizada entre la mayoría; los cinco supervivientes retomamos la ruta a las 15:50 y nos saltamos el tramo que nos hacía bajar, luego subir al picu El Sol, bajarlo y volver a subir, cosa que acortamos en llano (casi) y por carretera con lo que nos ahorramos más de media hora de recorrido.
En la bajada a La Peral tuvimos un nuevo despiste y no encontramos la pista, sendero o lo que sea de bajada, aunque la línea del track no ayudó mucho en esta ocasión, debido a su simplicidad. En esta parte del recorrido comenzaron las dudas gordas, ya que ninguno de los participantes conocíamos el recorrido concreto, lo que nos provocó más de una duda y vuelta atrás, en la zona de Varé o el Forcón.
Tras muchos dolores y continuos sube-y-baja, nos plantamos en Carbaínos, a las 17:50. Aquí, engañados nuevamente por la simplicidad del track, tomamos una pista equivocada y, cuando nos dimos cuenta, ya habíamos bajado por una pendiente muy fuerte que daba miedo, a estas alturas, volver a subir. Consultamos el reloj, testeamos las patas, y vimos que era un buen momento para finalizar el recorrido oficial, aunque aún nos quedaba llegar a Gijón 50 minutos después, lo cual tampoco fue un camino de rosas, pero eso es otra historia.
El comienzo de la ruta transcurrió sin problemas, debido principalmente porque se rodó por asfalto, con poco suelo rabioso, hasta que acometimos la bajada a La Ñora, con su posterior subida al campo de golf de la Llorea. Disfrutamos de unas pistas poco castigadas por el barro, aunque uno de los nuestros aprovechó una de las bañeras del viscoso elemento para aplicarle las propiedades terapéuticas a su zapatilla izquierda: gratificantes chascarrillos salieron de tal acto. En el aparcamiento del campo de golf, (el deporte ese de darle con un palitroque a una bola y meterla en un agujero, casi, casi como en las canicas) a las 10:15, apareció otro de los nuestros, que se convirtió en el Guerrero Número 13, un árabe entre tantos vikingos.
Continuamos ruta hasta el Curbiellu para llegar a las 10:45, donde se hicieron tres grupos: el primero, de un solo miembro, que bajó por carretera para que le diese tiempo a lavar el zapato que había embadurnado de barro. El segundo, compuesto de tres pelayos y tres bikers de Laviana que nos acompañaban (un afectuoso saludo), bajamos por la pista del Garrapiellu, como estaba previsto, descubriendo que estaba mucho más ciclable que en anteriores ocasiones y, por lo tanto, más prestosa. Y el tercer grupo y más numeroso, que bajó por una pista que hay “más allá” (seguro que tiene nombre, pero ahora mismo ni me acuerdo), porque tiene menos barro, es más segura y más rápida; aquí se produjo el primer incidente de la marcha, con una caída en el hormigón (siempre se cae alguien, esto del hormigón tiene más peligro que las caleyas pedregosas), que provocó un pequeño retraso que permitió que llegásemos antes los de la senda del Garrapiellu.
Reunificados, acometimos la parte más dura del recorrido, con la subida a la Cordal de Peón desde Candanal, por una pista, de hormigón mayormente, que nos dejó ya tocados para el resto de la marcha a los más débiles del grupo. Una vez arriba, a las 12:10, unos charquitos de ná y luego el típico recorrido por la cordal, donde se produjeron dos nuevos incidentes de la ruta: un compi tuvo que parar a quitarse los calzoncillos… (no se dan explicaciones, el que quiera morbo que vea la tele por la tarde) y otro estuvo a punto de ser arrollado por un corzo. Una vez en La Fumarea (13:15 horas), perdimos a un miembro, al que su condición de papá reciente le obligó a acortar la ruta.
Subimos al Fario, cada uno a nuestro ritmo (yo llevo reggae, lentito), para coronar en 20 minutos. Los compañeros de Laviana abandonaron en dirección a Deva, aduciendo que no estaban preparados para sufrir el resto de la ruta (y los demás tampoco, pero somos más cabezones que Rompetechos). Entonces, llevados por la costumbre, la inercia o como quiera que se llame, tomamos un camino diferente al estipulado en el track del GPS, cuando en realidad deberíamos haber subido el Cerro Gavio para bajar por el sendero del bosque. En cualquier caso, descubrimos que el estado de la pista había mejorado respecto a anteriores recorridos (por ejemplo, ya se derritió el hielo). En dirección a la Collada, esta vez sí nos dimos cuenta del cambio y cogimos la ruta marcada y no la habitual.
Un poco de aceite en las cadenas y comenzamos la subida al Picu el Sol, donde se produjo el tercero de los incidentes: una cadena que se desengancha, un cambio que se mete entre los radios y una patilla de cambio que se va a hacer gárgaras; suerte que uno es previsor y va cargando con una patilla de repuesto que, con la combinación de la herramienta adecuada y muchos mecánicos oficiales en el grupo, no perdimos más de 10 minutos en la reparación. Mientras tanto, algunos aprovecharon para nutrirse. Continuamos, y a las 15:20 llegamos a Las Cabañas, donde decidimos comer y debatir el resto de la ruta: cuatro de los miembros decidieron retirarse por diversos motivos, aunque el cansancio era la excusa generalizada entre la mayoría; los cinco supervivientes retomamos la ruta a las 15:50 y nos saltamos el tramo que nos hacía bajar, luego subir al picu El Sol, bajarlo y volver a subir, cosa que acortamos en llano (casi) y por carretera con lo que nos ahorramos más de media hora de recorrido.
En la bajada a La Peral tuvimos un nuevo despiste y no encontramos la pista, sendero o lo que sea de bajada, aunque la línea del track no ayudó mucho en esta ocasión, debido a su simplicidad. En esta parte del recorrido comenzaron las dudas gordas, ya que ninguno de los participantes conocíamos el recorrido concreto, lo que nos provocó más de una duda y vuelta atrás, en la zona de Varé o el Forcón.
Tras muchos dolores y continuos sube-y-baja, nos plantamos en Carbaínos, a las 17:50. Aquí, engañados nuevamente por la simplicidad del track, tomamos una pista equivocada y, cuando nos dimos cuenta, ya habíamos bajado por una pendiente muy fuerte que daba miedo, a estas alturas, volver a subir. Consultamos el reloj, testeamos las patas, y vimos que era un buen momento para finalizar el recorrido oficial, aunque aún nos quedaba llegar a Gijón 50 minutos después, lo cual tampoco fue un camino de rosas, pero eso es otra historia.
miércoles, 4 de mayo de 2005
Herreros, pueblos abandonados y cuturrús
Una vez reintegrados a la vida normal, llega el momento de evaluar los daños, físicos y psicológicos, que genera una ruta betetera por tierras lejanas. Y cuando me refiero a la vida normal, me refiero a la rutina semanal de madrugar, trabajar, comer y dormir a horas fijas, tal como hacen los animales de granja.
El sábado 30 de Abril, un grupo de jóvenes de taitantos años optamos por abandonar el calor de los lechos para acercarnos al pueblo de Molinaferrera y acometer la ruta de la Herrería, armados de rocines metálicos y alguna que otra lanza digital para la captura de aquellos gigantes que nos amenazaren con sus terribles brazos: primer error, ya que los molinos encontrados debieron su pasada furia a la fuerza del agua, y no a la del viento.
Tras una bonita subida hasta Piedrafita, con avistamiento incluido de un orondo jabalí, llegamos a la bajada reina de la etapa, pasando por el pueblo abandonado de Palacios de Compludo, que está en plena restauración (vamos, que ya no está totalmente abandonado). De aquí bajamos hacia Compludo, donde rendimos honores al rey Chindasvinto y a su esposa Reciberga (si no lo escribo, reviento), no visitamos el Solar del Monasterio (porque quedaba a tomar por culo y encima solo se verían unas piedras y... un solar) y nos fuimos a visitar la única herrería visitable del recorrido.
Con el sol ya castigando en el cielo, emprendimos la subida hacia El Acebo, de la cual no hay mucho que decir, ya que fue por asfalto; aunque la vista del fondo del valle también merecía la pena, la circulación de carros motorizados limitaba las sensaciones. Alguno tuvo incluso la sensación de que la subida no se acababa nunca. En el Acebo, tras un frugal almuerzo y múltiples llamadas telefónicas para informar a los corresponsales en Gijón de nuestro estado de salud, emprendimos un descenso entre el bosque para llegar a la primera dificultad húmeda de la jornada.
El río nos esperaba juguetón, con un vado precedido de una represa que aumentaba la profundidad: el primero en cruzar decidió no mojar los zapatos ni las ruedas de la bici, mientras que el segundo decidió mojarlo casi todo; a partir de ahí, se alternaron los pies salpicados con los hundidos, finalizando con otros pies descalzos. Esto confirma la teoría de Schöner-Junng sobre las formas de cruzar un río: "El que no se moja, es que ha encontrado el puente".
Tras el refresco, el calentón, con la subida reina de la jornada, hasta el pueblo de Folgoso del Monte, también abandonado por los humanos, pero no por las vacas. Una fuente, unos alimentos, un olor a cucho que exaltaba los ánimos, y seguimos la ruta, ahora más suave, en dirección a la Cruz de Ferro, para hacer nuestras ofrendas a los Dioses.
Y finalmente, iniciamos lo que sería la bajada definitiva (ésta no es reina) hacia el final de la etapa. Eso sí, amenizado por un par de subidas, que mucho bajar es malo para el colesterol. Al final, tras socorrer a un cordero recién nacido, llegamos a Molinaferrera con apenas dos horas y media de retraso sobre el horario previsto, con dolores en puntos estratégicos y algún que otro dolor de cabeza (la que va por debajo del casco).
El grueso del pelotón retornó a Gijón, mientras que el que suscribe y un ratón de campo tiramos en dirección contraria, para patearnos las Médulas (un lugar del Patrimonio de la Humanidad, no es que nos hubiéramos dado patadas entre nosotros) y reponernos con unos chupitos del milagroso cuturrús que se hace en la zona. Pero eso es otra historia (a repetir).
El sábado 30 de Abril, un grupo de jóvenes de taitantos años optamos por abandonar el calor de los lechos para acercarnos al pueblo de Molinaferrera y acometer la ruta de la Herrería, armados de rocines metálicos y alguna que otra lanza digital para la captura de aquellos gigantes que nos amenazaren con sus terribles brazos: primer error, ya que los molinos encontrados debieron su pasada furia a la fuerza del agua, y no a la del viento.
Tras una bonita subida hasta Piedrafita, con avistamiento incluido de un orondo jabalí, llegamos a la bajada reina de la etapa, pasando por el pueblo abandonado de Palacios de Compludo, que está en plena restauración (vamos, que ya no está totalmente abandonado). De aquí bajamos hacia Compludo, donde rendimos honores al rey Chindasvinto y a su esposa Reciberga (si no lo escribo, reviento), no visitamos el Solar del Monasterio (porque quedaba a tomar por culo y encima solo se verían unas piedras y... un solar) y nos fuimos a visitar la única herrería visitable del recorrido.
Con el sol ya castigando en el cielo, emprendimos la subida hacia El Acebo, de la cual no hay mucho que decir, ya que fue por asfalto; aunque la vista del fondo del valle también merecía la pena, la circulación de carros motorizados limitaba las sensaciones. Alguno tuvo incluso la sensación de que la subida no se acababa nunca. En el Acebo, tras un frugal almuerzo y múltiples llamadas telefónicas para informar a los corresponsales en Gijón de nuestro estado de salud, emprendimos un descenso entre el bosque para llegar a la primera dificultad húmeda de la jornada.
El río nos esperaba juguetón, con un vado precedido de una represa que aumentaba la profundidad: el primero en cruzar decidió no mojar los zapatos ni las ruedas de la bici, mientras que el segundo decidió mojarlo casi todo; a partir de ahí, se alternaron los pies salpicados con los hundidos, finalizando con otros pies descalzos. Esto confirma la teoría de Schöner-Junng sobre las formas de cruzar un río: "El que no se moja, es que ha encontrado el puente".
Tras el refresco, el calentón, con la subida reina de la jornada, hasta el pueblo de Folgoso del Monte, también abandonado por los humanos, pero no por las vacas. Una fuente, unos alimentos, un olor a cucho que exaltaba los ánimos, y seguimos la ruta, ahora más suave, en dirección a la Cruz de Ferro, para hacer nuestras ofrendas a los Dioses.
Y finalmente, iniciamos lo que sería la bajada definitiva (ésta no es reina) hacia el final de la etapa. Eso sí, amenizado por un par de subidas, que mucho bajar es malo para el colesterol. Al final, tras socorrer a un cordero recién nacido, llegamos a Molinaferrera con apenas dos horas y media de retraso sobre el horario previsto, con dolores en puntos estratégicos y algún que otro dolor de cabeza (la que va por debajo del casco).
El grueso del pelotón retornó a Gijón, mientras que el que suscribe y un ratón de campo tiramos en dirección contraria, para patearnos las Médulas (un lugar del Patrimonio de la Humanidad, no es que nos hubiéramos dado patadas entre nosotros) y reponernos con unos chupitos del milagroso cuturrús que se hace en la zona. Pero eso es otra historia (a repetir).
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