Tras una semana de deliberaciones, proposiciones decentes e indecentes, idas y venidas…Pepe a dónde vamos, y Pepe por dónde, y Pepe cuánto tardamos en volver, y Pepe dónde comemos, y Pepe dónde paramos, se había llegado a un punto crítico… Y es que las misivas de embarcar a los miembros de la orden a la aventura de Geras no daban frutos, incluso llegados al extremo de “sobornarlos” con una buena caldereta. Nada, el asunto no cuajaba ni a perdigonazos (¿seguro que esto es leche?). Finalmente nuestro comanche rastreador, el Jinete Barcáiztegui, decidió tomar el toro por los cuernos, y pese a que Menganito tenía una boda, Fulanito tenía un bautizo y “Susanito” tenía malo al ratón, se las arregló para embaucar a 10 jinetes, estibar los velocípedos en los cuadricípedos, y ponernos en camino hacia un lugar de la Ribera, de cuyas caleyas saldría nuestro camino y posteriormente este bonito relato. ¡La peregrinación se hacía o se hacía! ¡Sólo eso nos faltaba, hombre ya!
Se concertó la reunión junto al bazar del camino carbonero y, en fila de a uno, los jinetes en sus vehículos fueron llegando. Aunque había inquietud entre los jinetes, o quizá aún se estaban despertando, pero aquello no tenía ni pies ni cabeza. Alguno escapaba como un tiro a por el café de rigor, a ver quién ye el guapo que lo aguanta sin tomar el brebaje. Otro llegaba, para marcharse a por el velocípedo, sí, sí, como lo oyen, uno no hizo acto de presencia debido a un caso de “morritis aguda”, y un jinete impaciente dejó abandonados la mitad de sus enseres en medio de todo el tejemaneje de enseres y velocípedos. Vamos que aquí hay para todos y de todos los gustos señores, y solo acabamos de empezar.
La llegada a Soto de Ribera, quedó enmarcada por la sorpresa, cuando el Joven Escudero, llamado Cortés, se percató de que le faltaba un enser vital para todo buen jinete, el yelmo. No soy capaz de acertar cuan desazón se apoderó de su corazón, dando vueltas para encontrar un yelmo de repuesto, mientras cierto pícaro bribón se lo pasaba pipa. Reconozco que me puede la bondad… (¡Que me puede, he dicho!) … y tuve la decencia de hacer entrega del yelmo, justo cuando ya al pobre mozalbete le estaba dando algo. ¡Dieguín, que no voy durar toda la vida!
También el veterano Jinete Gordejuela sufría contratiempos con sus frenos; era muy curioso el asunto, le frenaban para subir, pero no para bajar…Misterios de la alquimia, o brujería quizás oiga. Pero tenaz y arduo jinete cuyas posaderas han recorrido cinco de los siete mares, no se deja amedrentar por tamañas nimiedades y fue el primero que, sin dudar, se tiró monte arriba como manda el regio monarca, “con una sonrisa y un cuchillo entre los dientes”
Comenzaba el día y cuando ni una legua se había recorrido, no quedaba lugar a dudas, al ya conocido Jinete Válvulas le va haciendo falta pasar el agua, porque está cogiendo mucha afición a bajarse del velocípedo sin antes poner el pie. ¡Que ya ye mayorín el rapaz y no todo es llevar un velocípedo resultón! Los caminitos y la posterior subida fueron un buen calentamiento, con unas panorámicas espectaculares y una esplendida vegetación, siempre viene bien variar de cotoyas y espinos varios. “¡Nos van a comer las garrapatas!” esgrimía un preocupado Jinete viendo cómo aumentaba la vegetación alrededor de la comitiva. ¡Prubines! ¡Tendrán fame!
Para esta ruta nos acompañaba un nuevo jinete, virgen completamente, en asuntos pelayeros, malpensados, al que en alguna ocasión habrá que explicarle que esta es una peña “gastrobetetera”, como bien dice nuestro compañero Juan Blas. ¡Joer! ¡¿De dónde has sacado esa máquina?! Me preguntó un pálido Joaquín que se preguntaba si la ley de la gravedad actúa sobre todos por igual. No supe qué responderle, bueno más bien no tenía aire para ello, si acaso casi me apetecía tirarle un guijarro al casco al maldito, a ver si así lo parábamos. Por su estilo dando pedal se ha ganado el nombre de Jinete Molinete.
La bajada, preciosa, empinada pero muy llevadera, demostraría que no había manera de refrenar la montura del Jinete Gordejuela, que tuvo que hacerse la bajadita a pie por si acaso se embravecía su montura durante el descenso. Más adelante, en un sendero nos encontraríamos a unos compañeros del Jinete Margarido, a los que pediríamos las buenas nuevas sobre el estado de los caminos que planeábamos atravesar. ”El primero está bien y el segundo bastante mal” esas fueron las nuevas. Agradecidos continuamos nuestro periplo.
Los aullidos de dolor eran audibles en todo el valle… ¡Ay como pincha! ¡Ay, ortigueme! Los amigos del Jinete Margarido nos habían tendido una elaborada emboscada. Y dado que ese era el camino “bueno” ¿Quién se atrevía con el “malo” que se avecinaba por el horizonte? Tras que unos lugareños nos advirtieran del inminente peligro, el Jinete Barcáiztegui no dio con voluntarios para adentrarse tras las líneas enemigas, fue menester batirse en retirada y buscar otra manera de alcanzar San Andrés, incluso algunos, presos del pánico, salieron como saetas saltándose las indicaciones de un cansado Barcáiztegui, que no daba abasto para dar caza a estas vigorosas juventudes y mantener la cohesión del grupo.
La Senda del Oso nos dejaba reposar las piernas y disfrutar de unas vistas espectaculares, compartir algunas amenas conversaciones, echar fotos e incluso acordarse de anécdotas de rutas anteriores. No todo va a ser sufrir en esta vida, hombre.
Dosango señores, con sus largas y tortuosas subidas, fue castigando a la tropa, que ni ganas de toser nos dejaba. El Jinete Gordejuela ya iba resignado con su rueda posterior medio frenada, o quizás era la rueda quien se resignaba con él. El Jinete Villarene, que quería disfrutar de la panorámica, o eso decía él, se tomó la subida al tran tran. ¡Y cómo no!, nuestro comanche rastreador el Jinete Barcáiztegui, al cual todos queremos el 90% del tiempo y odiamos injustamente el 10% restante. Pues él, que es un chaval estudiado y se olía la que iba a haber, se apresuró a dar zapato cuesta arriba a ver si así le pitaban menos los oídos; la cosa no debió resultar, porque la brisa traía el lamento de los caídos a los que ya habíamos llegado arriba. ¡¿Pepe, dónde nos has metido?! ¡¿Pepe, qué es esto?! ¡Pepe, acabas con nosotros! Claro que eso no les importaba al Jinete Molinete y al Joven Escudero, que llevaban media hora tomando un refrigerio en la cima, más frescos que una lubina del Cantábrico. ¡Demonio de críos, no hay quien pueda con ellos!
En la llegada a Pedroveya la moral de las tropas se resentía, por lo que empezaron las deserciones; 3 jinetes huyeron como alma que lleva el diablo caminito de la taberna, mientras que los demás ascendimos aún una pista para llegar al mismo sitio dando un pequeño rodeo. Aunque fue una pista que se agradeció mucho, muy entretenida y con unas vistas espectaculares. Fue ahí donde el Joven Escudero demostraría de nuevo de qué pasta estaba hecho, con una buena acrobacia que impresionó hasta al Jinete Margarido. También el Jinete Molinete dio el susto del día, que casi se dio un buen revolcón por el polvoriento suelo, si ya dicen que la potencia sin control…
A su salida nos encontramos con los desertores bien repanchingados con cerveza, tapa y todo. ¡Ya os dijimos que por ahí no se atajaba! Nos espetaron. ¡Qué semblante tenéis! ¡Pelayus traditoribus non praemiat, avisados estáis! ¡La próxima ronda no os invitamos, hala! Tras un ameno refrigerio, donde nació la idea de la “Fragoneta Pelayera” (ya me echo a temblar), las nubes comenzaban a amenazar. Decidimos arrancar dirección al embalse de los Alfilorios, donde nos encontraríamos una buena subida más y un tramo precioso campo a través donde el joven escudero pudo tomarse la revancha contra el Jinete Molinete, y es que sobre el velocípedo todo lo que sube ha de bajar alguna vez, hasta el tenaz orgullo de jóvenes mozalbetes apresados por la impetuosidad de la juventud.
¡Contra! ¡Si en esta también andaba el Jinete Josmarín! Tan discreto siempre este hombre, no me ha dejado ninguna anécdota que contar sobre él. ¡Ya te pillare para la próxima!
Una fantástica jornada en una gran compañía, los jinetes de Btt Pelayo habían vuelto de la batalla, con algunas heridas sin importancia y resbalones tontos, de los que uno se puede reír porque nadie se hizo daño, demostrando una vez más que no todo es el físico en el velocípedo, ya que el compañerismo y la camaradería también son capaces de mover montañas.
¡Me siento honrado de haber compartido con vosotros la ruta ribereña y ha sido un placer escribir su crónica! ¡Espero que os guste!
¡Hasta la próxima!
Fdo. Jinete Válvulas
1 comentario:
Estimado Saul, me inclino con fervor ante tal demostración de prosa e imaginación. Un relato estupendo, ¡vamos! que sin ir, ¡ya estoy arrepentido!.
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