La joven y lozana posadera entró despavorida en la sala de fogones, donde, entre perolas, guisos, estofados, pucheros y caldos se afanaba una mas que fogueada cocinera: - “¡Se han comido todos los mondongos !!, mi señora...". Dijo la doncella portando una docena larga de escudillas aún calientes, pero mas limpias que la patena del cura de Logrezana. -“No te apures hija, saca las patatas, y el picadillo frito”…poco tardó en volver la morena doncella, con los ojos abiertos de par en par, y otros tantos cuencos desocupados y apurados hasta el barniz…, -“ Bueno, a ver si pueden con estas chuletas de adobo…”… y vaya si pudieron, y con el jabalinesco hígado encebollado, y con los flanes caseros, yogures licuados y arroces lechados y con el tinto matamoros y con los licores, y con las infusiones…nada había que detuviera las ansias de engullir de aquellos viajeros. Solo al final, y tras cerrar decididamente la rubial cocinera sus peroles, diéronse por saciados tal caterva de rufianes, a decir de Barcaiztegui.
Pero,...¿cuál había sido el inicio de aquella febril orgía de viandas y bebercios?,...¿qué había sido el desencadenante de aquella sucesión de licencias y desenfrenos?,... ¿cómo habíamos caído en aquella espiral de gula y voracidad??...¿En que triste estado llegaría Echevarría a casa?...¿Donde estaba Juan Blas?,... estas y otras menudencias menores acechaban a aquellos infantes hasta sumirlos en el desasosiego y la inquietud...-(-"...hummm...pasa las papas Barquín, que el suspense me da hambre…").
Hay que remontarse a unos meses atrás, cuando el siempre inquieto Rubén Patricio, convocaba a las huestes a librar una escopetada por tierras de Carreño, alfoz de Avilés hasta el XVII, y que se remataría con una frugal comida de hermandad en una conocida fonda de Santa Eulalia, a la sazón lugar de inicio y fin de la expedición.
Para tales fines contaría con la inestimable ayuda del estudioso Marín, dada su habilidad en trazar rutas y retorcer senderos. Y no faltaban las alegres huestes, claro, cuyo alistamiento había sido tan rápido como numeroso, llegando a contar con mas de 20 jinetes, entre veteranos, legos y algún que otro bisoño en estas lides.
Así, tenemos por un lado a los que, en una clara y luminosa mañana parten desde la fría y oscura población cercana y hacen unas buenas leguas de mas, liderados por el erudito citado; y en la otra mano a los que se acogen al calor y comodidad de sus carruajes para acceder a la inicial posada, superando a los primeros en rapidez y desahogo. Una vez reunidas todas las fuerzas, y tras los saludos iniciales y las admiraciones por alguna jineta nueva, como la negra jaca del furriel Vazquez, tomose pronto camino Oeste, capitaneados por Marín y su feroz lugarteniente Acedo. Un corto trecho después se superaba con alegría el puente de Los Cuatro Curas, bajo el cual corre la vía férrea por donde transitan cansinos los vagones de la forja gijonesa (-“…cansino estoy yo de este vino, a ver si con Casera se arregla… ¡Zarate, ¿te queda vino en el maletero!!!”). Tras este, la románica Iglesia de Santa María La Real esperaba con paciencia y fervor la visita de las tropas, con sus capiteles y vidrieras. Desde aquí el camino superaba en estrecha ascensión el Monte La Cortina, tras el cuál las dudas e indecisiones acecharon a la brigada, que titubeaba ante la desazón de su adalid, cruelmente desorientado. Solucionados tales percances, y con las chimeneas de la denostada fragua avilesina a la vista, el grupo siguió rumbo noroeste por tierras de Llantero y La Machina, lidiando con otra vía ferrea, esta mas estrecha que la anterior, y cuyo convoy saludaba con oscura bocina a la agrupación montuna. Cruzado el paso se iniciaba un pindio tramo que llevaría a los bizarros a trotar por la cola del embalse de La Granda, y su gran casona, otrora lugar de reposo y bienestar de antiguos prebostes siderúrgicos. Se incursionaba ahora por el concejo de Gozón, rodeando la parroquia de Pie del Oro Y subiendo y bajando de nuevo por senderos y caleyas, llegarían los rudos jinetes en buen estado al camino local a Candás.
Aquí, en triste deber, el grueso de las fuerzas perdía a unos buenos valientes, que ya fuera por necesidad, amenazas conyugales, ayunos prometidos o planes dominicales en cercanías decidieron poner cascos en polvorosa, so pena de perder algo más que la honra en la cuchipanda final. De esta guisa se malograron los Rendueles, Garridos, Guzmanes y Blases, que fugaron raudos por la citada vía, entristeciendo a sus compañeros. Una vez repuestos de la pérdida (…-" pues Pau no se ha repuesto todavía, mira como trinca el plato de callos, que furor...”), la senda se internaba en un apretado y traicionero bosque, con hoyas, pozas y charcas traidoras que ocasionaban algún que otro desliz, en las cercanías del Monte La Parada. Al poco, una honda pradería en pendiente atraería ciertos problemas de equilibrio sobre el estrenado vigilante Acedo, los cuales solventó de forma satisfactoria desmontando cabeza abajo. El final de la misma desembocaba en una rampa infernal, cuyo desnivel infame oponía una dura resistencia al avance de aquellos valerosos que, tercos como ellos solos, apretaban dientes y ascendían a ritmo lento y agónico. Cerrando filas, fuertes como leones asmáticos, trepaban el recuperado Del Real y el silencioso Fraile. Arriba de la loma esperaban el resto de comparsas, rodeados de un paisaje de suaves herbazales y caseríos que reconfortaba el ánimo de los infelices, vislumbrando al Sur la Cordal del Areo.. Ya solo restaba dejarse caer suavemente hacia la fértil vega de El Valle, para de nuevo, hollar el conocido mesón. Y, tras unos momentos de apretado aseo, las tropas recuperaron en parte la pulcritud y compostura necesarias para acceder a la cantina y degustar los suculentos manjares, que allí se cocinaban. Poco antes de entrar en la cantina, tuvimos a bien en despedir al cabecilla de la revuelta, que juntamente con el tesorero Don Felix y en iniciado Eladio, volvían las grupas camino de sus cuarteles...también con profunda tristeza (-“..Nacho...suelta ese pan que es mió…y deja de rebañar el mantel…”)
En lo que concierne a la pitanza, baste decir a sus señorías, que, gracias a la hospitalidad y buenhacer de la ventera y de las oportunas maniobras de don Rubén, amigo afecto de la misma, todo fueron loas y lisonjas para ambos. Y poco hay mas que contar, que se acabaron los callos…
(-“…Trae para acá el chupito Rubén que no llego…¿no habías dicho que después había corzo?”…).
1 comentario:
¡Qué bien os lo pasáis! ¡Gamberros!
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