jueves, 29 de septiembre de 2011

REGALOS INESPERADOS

Los mejores regalos son los inesperados. Aquellos que se entregan sin pensar en que realmente lo son, sin motivo alguno ni fecha señalada, y que se reciben con la frente arrugada, las cejas levantadas y la boca entreabierta, o lo que es lo mismo, con cara de sorpresa. Seguro que cualquiera de vosotros sabe de qué hablo, porque quien más quien menos, a todos nos han alegrado el ánimo un instante, unas horas, unos días con uno de esos detallinos. Y uso el diminutivo en su acepción de cariño, que no de medida, pues esos regalos no se cuantifican ni por su volumen ni por su valor.

La pereza que arrastraba durante la mañana del viernes pensando en los preparativos del viaje y en los 430 kilómetros hasta San Martín del Castañar se fue tornando en diligencia por la tarde, a medida que organizaba la maleta con precisión ingenieril para embutir todo lo que mis dos chicas habían colocado encima de la cama y cuadraba, con no menos dificultad, las bicis en el thule. Salida de Gijón un tanto tortuosa y, tras 5 horas de viaje, avanzada la noche, súbitamente a la vuelta de la última curva, aparecieron las lucecillas que iluminan las apretadas calles de San Martín. Ese fue el primer regalo, para la vista, del fin de semana. San Martín ha sido incluido en mi lista de rincones del mundo donde no me importaría dejar un tiempo de mi existencia. Sus calles y sus casas, como ya he dicho apretadas y dibujando maravillosos rincones, el castillo, la fuente, el portalón, la plaza de toros, conforman un pueblecito de cuento medieval. Los 5 metros de eslora de nuestra nave se mueven mal por los entresijos de San Martín, a la búsqueda del que va a ser nuestro hogar por dos noches. Un lugareño, que gracias a las bicis nos identifica como amigos de Nacho, enseguida reconoce nuestro despiste y orienta la proa hacia La Abadía de San Martín. Desembarcamos, damos buena cuenta de las viandas que fugazmente ocupan los platos, un pis y a la cama, “que mañana es día escuela”.

Ya es sábado. El claqueteo de las calas por los pasillos del hotel despierta primero a nuestras santas, que todavía duermen o lo intentan; más tarde el mismo ruido, corregido y aumentado gracias al empedrado de las calles, hace lo propio con las almas que habitan el trecho que dista desde La Abadía hasta casa de Nacho, donde reposan nuestras monturas.
A buen seguro que alguna pestaña entreabierta se habrá acordado de nuestra familia o, a lo peor, habrá imaginado de buen agrado las northwave, shimano o sidi alojadas en cierta parte de nuestra anatomía. Tras una breve tournée por la villa nos abastecemos del agua que mana de los dos hermosos caños de la fuente de la Plaza Mayor, nos retratamos con el castillo y el atípico coso rectangular de fondo y salimos a toda prisa hacia La Peña de Francia. ¿Y por qué lo de la urgencia? Todavía me lo estoy preguntando, porque cuando vas en un grupín de amigos, lo que ganas en pedaleo lo pierdes en esperas. Pero lo cierto es que unos cuantos integrantes del mini pelotón no se encontraban a gusto con el hueco dejado por las zapatillas que los importunados vecinos nos hubieran introducido en salve sea la parte, y decidieron ocuparlo con unas buenas guindillas. El picante hizo su efecto y los susodichos devoraron sin piedad los 7 primeros kilómetros de asfalto.

Abandonamos la carretera, dejando atrás El Casarito, y comienza el duro ascenso a la Peña. El camino dibuja un apretado zig-zag, lo que se traduce en …, para qué os lo voy a contar, si todos los que estáis leyendo estas letras sabéis de sobra el significado de esos trazados: sangre, sudor y, para desgracia de Josmar, rotura del buje trasero y final de su aventura. Una pena Josmar, no te va a quedar más remedio que repetir el año que viene. Poco a poco el resuello no da para más y las piernas pierden la batalla contra la pendiente. Me veo obligado a echar pie a tierra, aprovechando como excusa la falta de tracción ante un tramo de piedra suelta. La jugada me sale mal, porque el habilidoso escalador de la GT amarilla ¡qué bici más cojonuda! me pasa sin necesidad de apearse. A partir de aquí como ir a San Fernando, un ratito a pie y otro … bueno, pedaleando. Según se gana altura, los castaños y robles dejan paso a los pinos y el matorral. Llegamos ya al via crucis, a escasos aunque exigentes metros de la cima. El tramo es duro pero ciclable. Subo al tran-tran, padeciendo mi propio calvario, y ocupo mi cabeza en mirar las rocas sobre las que avanzamos y su contenido, distraídamente, a medida que las sobrepaso. Cuarcitas y pizarras del Ordovícico, de unos 480 millones de años de edad. Voy dejando atrás, permítame el lector una pequeña licencia geológica ya que uno padece degeneración profesional, varias crucianas, unos restos de trilobites, una laja con ripples y un gran afloramiento de roca donde se observa perfectamente la esquistosidad. Y así, embebido en la curiosidad científica, alcanzo la cima y encuentro de nuevo un regalo para la vista: Sierra de Gata a un lado, Monsagro al otro, y allí enfrente, Las Batuecas y La Alberca.


Un descanso para recuperar fuerzas mientras visitamos el enclave dominico, aunque lo realmente impresionante es el paisaje, y a continuar la ruta. Nacho, sabedor de la desbandada que se avecina dado lo técnico de la bajada, que disfrutaremos como nenos, y de que cada cual se toma su tiempo en el negociado de las curvas y del pedregal, advierte: “el cruce está marcado con carteles. TOMAD EL QUE SALE A LA IZQUIERDA”. Pero Trapote, rebosante de adrenalina, sordo y ciego de ansia, dispuesto a batirse contra el sendero tras haber subido por carretera, se va por su otra izquierda, y no oirá los gritos de Nacho y el teléfono de Vicente hasta 2 kilómetros más abajo. Le toca subir y al resto del personal esperar, para alegría de los tábanos. Y como a perro flaco todo son pulgas, tras el esfuerzo de reintegrarse al pelotón, el desdichado Trapote primero cata el suelo y luego se envalentona contra una piedra que sobresalía del suelo con muy mala leche; la contienda se salda con un llantazo de la rueda trasera de su Spe.

Con tanto contratiempo acumulamos un retraso de dos horas, y se me informa por vía telefónica que en el punto de avituallamiento cunde la impaciencia, que las viandas están más que preparadas, a la vista y el olfato de infantes y mayores, que salivan más que los perros de Pávlov. Por fin arribamos a El Cabaco, donde aguardan las familias y …. la pitanza. Un nuevo regalo, por supuesto por reencontrarnos con los nuestros y por el cariño puesto en el recibimiento y en los preparativos, pero como la cosa va por lo sensorial, esta vez le toca al gusto. ¡Ay Esther!, insuperable esa tortilla patria (con permiso de cada una de nuestras madres que, como todo el mundo sabe la mejor tortilla de patata es la de mamá), qué embutidos, menudo vino y de postre un bizcochín para mojar en el café y chuparse uno a uno estos diez que aporrean el teclado.

Tras la opípara ingesta toca seguir disfrutando del pedaleo y del paisaje de la sierra salmantina. Nos guía Nacho hasta unas labores mineras donde los romanos nos dejaron su impronta y, de paso, sin oro. Los muy jodidos no necesitaron las modernas técnicas de exploración geofísica y geoquímica para dejarnos a dos velas. Continuamos hacia Nava de Francia, atravesando magníficos bosques de robles y castaños, con algún alcornoque y madroño dispersos, que sobresalen entre las jaras. Pienso en que me gustaría ser testigo de la explosión de colores que debe acompañar al inmediato otoño. Y al poco de abandonar Nava, nuestro anfitrión, tan esplendido como el rey de Tebas al que debemos ese palabro, nos condujo hacia el siguiente regalo. El camino se estrecha hasta desaparecer y nos adentramos en un berrocal. Entre los tolmos de granito crece lavanda y algún tomillo, un verdadero obsequio para el olfato. Rodamos despacito entre el laberinto de berruecos, sorteando piedras, hoyas y maderas, en un “pasa tu delante que a mí me da la risa”. Y a medida que avanzamos rodando sobre los arbustos el olor se intensifica; y me vienen a la cabeza recuerdos de mi infancia que, no os preocupéis, no voy a relatar; y vuelvo a disfrutar como ese niño.

Como quien no quiere la cosa nos acercamos a San Martín, pero Nacho aún nos guarda una última sorpresa. Nos detenemos en un cruce con un angosto sendero advirtiéndonos que el camino se las trae, por la abundancia de piedra grande y suelta. Vamos, que las tiene todas para que alguno acabe la jornada dejándose los cuernos. Deserción de algunos integrantes de la tropa, que optan por tomar la vía rápida. Otros aún lo dudan, pero el oficial al mando sabe a quién debe obligar a seguirle, conocedor de que ese último tramo será una recompensa para los que disfrutamos de la bici de montaña. Y a tenor de los comentarios y expresiones de los que seguimos al salmantino, estaba en lo cierto.

Volvemos a la fuente de donde partimos. Volvemos a refrescar el gaznate. Y volvemos a retratarnos. Pero esta vez aplacadas las ansias mañaneras y cansados, con ganas de remojarnos debajo de una buena ducha. Dejamos las burras aparcadas en el establo de casa Nacho hasta mañana. El que ha rememorado la jornada del sábado dedicará el domingo a dar pío cumplimiento del tercer mandamiento de la ley de Dios, a santificar la fiesta, léase dar un paseín con sus chicas, que son eso, unas santas. Así que dejo a la voluntad de algún otro la crónica ciclista dominical.


Gracias Esther y gracias Nacho, por esos regalos inesperados, y sobre todo por el cariño con el que nos los habéis entregado.

jueves, 22 de septiembre de 2011

NOREÑA 2011, ¿COMARCA DESCONOCIDA?

"No estamos locos", no, pero reconocerlo, algunos piñones nos saltan en la sesera.
Cuando hombres hechos y derechos
, de los de paseo de domingo con señora del brazo, zapato fino y chaqueta de punto, agarran sus bicicletas recién lavadas y engrasadas, en un amanecer gris y lluvioso, de temperatura más bien fresca, con posibilidades de que la lluvia se convierta en chubasco, cogen el coche, y ponen dirección a una concentración de btt, indica que muy cuerdos no estamos, no.
Y no solamente nosotros, reducido grupo de Pelayos que por apoyar a un amigo dejamos familia en cama y perro en sofá, sino los más de 190 ciclistas que nos acompañaron en ese húmedo día. Algo tendrá que ver la concienzuda preparación de la ruta por parte de Rebollines y colaboradores, con el activo Pachu a la cabeza, con sus correctos marcajes, nunca excesivos, con sus avituallamientos, siempre correctos y autóctonos, y, por encima de todo, con el cariño y la atención por parte de estos noreñenses a todos los participantes.
No llovía
cuando nos reunimos en el parque algunos supervivientes de la Travesía: el trío Jorge-Juan-Camilo, montados desde Gijón, y los señores Camarero, Patricio, Rendueles y Mancha; También estaban allí los siempre dispuestos Modesto, Toni Acedo y Rafa, y el ojeroso y noctámbulo Juan Blas.
Que no
llovía, que no!!!, pero algunos equipamos chubasquero antes de la salida, por lo que pudieran soltar las nubes, que, apretadas y cercanas sobre nuestras cabezas, dejaban caer alguna que otra gota.
La salida
, neutralizada por Noreña, pronto dio paso a pistas y senderos que nos alejaron de la villa con
dal. Rendueles, motivado por un evento familiar, desapareció pronto hacia la cabeza del pelotón, el resto, trotábamos en compañía. Para esta ocasión, la ruta se apartaba de lugares ya hollados anteriormente y discurría por unos parajes desconocidos para la mayoría. Caminos que de repente se convertían en unos maravillosos senderos de tierra suelta por los que transitábamos con la boca abierta y los ojos entornados, (según decía Pachu, era el bosque de Ordiales). Caminos que nos sorprendían con repentinos cambios de nivel, que obligaban a esforzarse en el manejo del cambio. Caminos que se iban estrechando cual embudo repostero y luego se abrían a otros más cómodos, que, (¿Pachu??...-"rodeando Peña Careses".."Aaah"), nos llevaban al ordenado avituallamiento, justo a la salida de un túnel. Y seguíamos el desfile por la zona rural. Al poco, el túnel de San Pedrín nos dio la bienvenida con sus angosteces y oscuridades, aminoradas en esta ocasión gracias a las gestiones del licenciado, (la última vez que pasamos por allí, algunos salieron montados en la bicicleta de otros...).
Por La Rimáa
, un muy particular microclima, nos permitía pasar de un ambiente claro aunque húmedo a otro en el que parecía que estuviéramos en la cima de las montañas, rodeados de nubes. A estas alturas, ya el trío montuno había retornado a sus cuarteles, aprovechando un paso cercano a La Collada; Ivan era un desconocido y Juan ya esperaba en la Villa... Y los senderos se convertían, ahora en trialeras empedradas, en las que empujar la bicicleta era una necesidad, ahora en estrechas veredas descendentes por Muncó, Ceyes, Lavandera. Entre sanjuaninos y aldeanos con sus podadoras, pasamos por túneles vegetales, por fuentes de agua, por regatos... Ya dábamos la vuelta y recorríamos de nuevo el....¡Palacio de Celles! (gracias...), del año 1673, tristemente abandonado por las instituciones, y que a duras penas subsiste. De aquí unas cuantas curvas, una de ellas muy cerrada y resbaladiza, HUY!, que resbaladiza, ¡¡¡!!!... (...ayyyyyyy...sssshhh...trash! no pasa nada estoy
bien, ¡HOP!...), nos acercarían de nuevo a la capital chacinera, donde dimos rienda a nuestra gula con unos cuantos bollos preñados dispuestos por la organización, que en aquellos momentos peleaba con algún edil para conseguir duchas calientes, cosa que consiguieron en breve, y que es de agradecer.
El final de la ruta
para los que nos quedamos fue el habitual, una excelente y agradable comida de fraternidad con Los Rebollines, en el lugar que también viene siendo habitual. Allí, disfrutamos de una entretenida comida,
rodeados de esa simpatía y habilidad que caracteriza a estos amigos y a sus familias.

Del sorteo
no nos tocó nada esta vez, no por que no estuviera atento Rubén Patricio, que, con cuatro dorsales que llevaba, tenía todas las de ganar, si no, quizás, porque lo que si trajimos fueron muchas ganas de recorrer esos caminos de nuevo con estos mismos amigos y otros ausentes salmantinos.

Y como de bien nacido es ser agradecido...¡Como no nos toque el jamón, no volvemos!!!., (perdón, perdón, ha sido un lapsus mental...)...Muchas gracias por todo Rebollines.

lunes, 19 de septiembre de 2011

TERRITORIO VAQUEIRO, TRAVESIA 2011

Sumetum, tierra de altas brañas y profundos valles, de solitarios y altivos vaqueiros, de frondosos bosques y abruptas cañadas, de animales fieros y de otros tiernos…
En silencio, la columna descendía por el cortado que a duras penas contenía a los jinetes y a sus monturas. Era un tramo harto peligroso, cualquier paso en falso conllevaba una caída fatal al fondo del barranco. Los infantes extremaban las precauciones y sujetaban las yeguadas para evitar que un inoportuno traspiés diera con sus tristes huesos en la profunda sima.
“En silencio”..., había dicho el Guarda Mayor al dar salida a la expedición - “el enemigo está cerca, al otro lado del valle, frente a nosotros...En silencio..., caminaban los soldados, uno tras otro con gran lentitud...solo el ulular del frío viento y el seco graznido de los cuervos (croark…croark…) era audible en la collada.
...En silencio....el licenciado Camarero iba a la cabeza de la soldada, guiando a los soldados con mucho tiento, con mucha precaución, con mucha prudencia, con mucha cautela, con ... -"¡PAAAACHUUUU!!!, ABREEVIA, QUE NOS DAN LAS UVAS!!!!... El citado, veterano de varias batallas y cuyas patillas blancas denotaban su avanzada edad, miró hacia atrás con dificultad, mientras trastabilleaba a punto de perder el equilibrio...-“es que el estribo derecho no me suelta...JOOOH...”...
Estaban las tropas en el segundo día de los dos que duraba la travesía, siempre amenazadas por hostiles grupos de rebeldes úrsidos, que aunque no se veían, por aquellos lares pasteaban........

Allí estábamos, en una mañana luminosa y alegre, en Huergas, 16 efectivos más un joven tamborilero, vigilado de cerca por el siempre vocinglero Barredo. Rodeando nuestro exiguo batallón, otros 330 jinetes con monturas de variado pelaje. El bienconocido Hermano Parra, saludonos con afecto, repartió unos cuantos consejos, y, ya sin más, dio la salida a la expedición de este año. De nuestro Tercio se adelantaron ya, rápidos, los competitivos Juanes (Juanín, Xuan y Juan Ardura), Jorge, y los felices cuñados Rendueles. El resto de la cuadrilla se repartía por la zona intermedia del pelotón, que iba ganando metros y se estiraba al pasar por Torre de Babia. A partir de aquí, todavia se alargaría aún más, al encontrarnos ya con las primeras rampas que, aún siendo totalmente ciclables (que palabra más relativa…) obligaron a nuestros caballeros a hincar zapato en suelo y tirar de las grupas de sus compañeras de fatigas. Después de una larga caminata por pastizales de altura, (de bastante altura, que no había quién los subiera…) dimos bien en llegar a la famosa Laguna de Los Verdes, donde gracias al erúdito don Ángel Victor, supimos del origen de dicha herbacea charca (pensaba yo que lo de morrena se decía a las mujeres de rompe y rasga, pero no…). Unos momentos de solaz asueto, que el cansancio ya era notorio y proseguimos la marcha, aprovechando que los pastizales dejaron paso a las pistas que permitían un trote alegre por momentos. Llegando a la cascada del río Sañeu, estaba dispuesto un estupendo refrigerio, que aprovechamos para agrupar la cuadrilla. Formaban este corro los señores Gordejuela, Ángel Victor, Marguerido, Camarero, Zarate, Ardura con su inseparable Camilo, y el somnoliento Garrido, entre otros. Cerrando la expedición y a cola de la misma, oíanse, como un eco en las montañas, las voces del duo Barredo. Desde esta zona, y a través de unos hermosos valles, alternando de nuevo praderas con pistas con senderos, acometeríamos el largo y polvoriento ascenso al Alto de La Farrapona. Tocaba de nuevo avituallamiento, esta vez de postín, con multitud de viandas y refrescos. Y servía en este punto el siempre dichoso don Patricio, que nos recomendó, muy vivamente, echáramos mano o mejor boca, de los alimentos energéticos, pues nos quedaban algunos tramos complicados que vencer. Así lo hicimos, y tras los saludos de rigor, los miembros de la brigada fueron emprendiendo la marcha, según terminaban sus raciones. Arrancamos en descenso hacia el Lago de La Cueva, y desde este, en un feroz ascenso entre piedras, excursionistas y la sin par bella Emma, hasta la majada de Cerveriz, asomándonos al lago del mismo nombre, allá, en la lejanía. Una vez en las alturas, y, superada la Vega de Camayor, la ruta giraba hacia la diestra para enfrentarnos a unos de los hitos del camino: ¡¡¡EL PORTEO!!! asín, con mayusculas, una escalada con la jumenta a cuestas durante unos largos, pero que muy largos, 20 minutos. Durante ese espacio de tiempo inmaterial, por la mente del jinete desfilan un sinfín de consejos: -“cógela por el tubo diagonal…”…” no, no, mejor por el horizontal”…” Bah, qué sabrán estos ceporros, tíratela a la espalda”…a donde apetecía tirarla era al abismo!!!...ya queda menos, solo 50 metros….25…10…arghhh!!!, en un postrer esfuerzo, se logra la cima…por cierto, ¡que paisaje!. Allí nos daba la bienvenida un Asturcón con banderola al viento, que no había peña en la que no te toparas con uno, o con dos...;un ligero y tenue sendero nos depositaba en una elevada campiña, que había que descender...¡EN PICADO!!, por lo que menester era desmontar de nuevo y confraternizar con la pradera; algunos osados y bienaventurados jinetes sí que lograron descender montados, el resto de los mortales ora caminando, ora paseando, hicimos nuestro peculiar via-crucis hacia el fondo del valle. Allí nos esperaba una corta pero muy exigente trialera, en la que había que ir ganando palmo a palmo el terreno, y, si el descenso no era manco, todavía nos esperaba la madre de todas las rampas…los mismos valientes que habían descendido a lomos de sus jacas, veían como estas rehusaban a los pocos metros y daban la vuelta. Solo eran 2500 metros de camino, -"¡pero qué camino señores!...“ y que inclinación!!”. En fin, todo se acaba y antes de que nos abandonáramos a la desesperación y al desánimo, conseguimos hacer cumbre y descender de forma pausada, sin fuerzas para frenar…hacía el pueblo de Valle de Lago, donde recuperar nuestras fuerzas, ya muy escasas y nuestro humor. Y aquella tranquilidad tan típica de esas tierras vaqueiras vino a romperse como un cántaro en la cabeza del enamorado al aparecer por el lugar el hiperactivo Barredo y su mozo (...pero, Pablo…¿no lo habíamos dejado atrás???). La explicación llegó pronto: acompañados de los célebres César y don Paco, asturcones viejos, habían descendido por el camino de Valle de Lago, evitando así todos nuestros males. Salimos al poco de los arrabales de la aldea y, tras una ligera subida en la que el ímpetu de Barredo desmontó a un sudoroso Mancha, el resto fue un descenso rápido y veloz hacia los cuarteles en la Pola. Allí nos reuniríamos con el resto de compañeros, con los que compartimos unos momentos de relajo y disfrute por las tabernas locales y su posterior cena; algunos con fuerzas visitarían, más tarde, un oscuro, pues era de noche, lugar de juego y alterne…servido por una recia y menesterosa mesonera…exceptuando, claro está, la caterva de marmotas que se quedó en la fonda a dormitar.


La mañana siguiente amaneció fresca y nublada, y algunos reclutas, a juego con la misma, se levantaron grises y plomizos, esto es, pesados de ancas...Salimos de la misma Pola de Somiedo, ascendiendo por la rampa que habíamos disfrutado el día anterior. Llegando a Coto, tomamos el camino de La Sombra, aunque sol no había, no, que las nubes lo tapaban . A partir de aquí, el ascenso se hizo largo y cansino, pero muy cansino, o quizás éramos nosotros los que estábamos cansados. Al cabo de bastante tiempo,, y arrastrando nuestros sacos de huesos, llegamos a la cresta de aquella loma, entre acebos y piornales y nos dejamos caer hacia la Braña de Mumian, donde los Guardas nos agruparon a todos para descender hacia Llamardal de una forma silenciosa, vista la cercanía de la población Úrsida, que nos observaba con desidia desde el otro lado del monte, mientras mordisqueaban unos endrinos. Estaba la Braña Mumián recorrida por un viento frío y descarnado, que helaba los huesos de los reclutas poco preparados, allí mismo, tuvimos de asistir al aguerrido Ángel Víctor, que temblaba como hoja carcomida, el pobre, quizás por un deficiente equipaje, quizás por la excesiva ingesta nocturna de licores varios la nocheee...la madrugada pasada.. Como ya relaté, fue aquella una caminata tensa e insegura, por un lado el barranco, y por el otro el pedrero. A la mitad de la misma, hallábase la incomparable doncella Emma con algunos invitados animando a los infantes a seguir con mas brío (bueno...animando...animando, menuda guerra nos dio...casi nos tira abajo con su ímpetu…). Y con maña y recato descendimos, unos mejor que otros, hasta enlazar con la subida al Puerto, por agujereados senderos vacunos al lado de la cómoda carretera. Del Puerto a la aldea de La Cueta, se corría por una blanca y virginal pista de hormigón, con lo que en breve nos encontramos almorzando en esta última villa, eficazmente atendidos por la dulce Susana. La senda, unos plátanos después, iniciaba un suave ascenso por el fondo de la cañada, hasta desembocar en un pedrazal que hubo que atravesar andando...y con las jacas a hombros de nuevo. Era el último esfuerzo, vislumbrando ya la braña de Murias Llongas, con sus pocos teitos arrinconados contra la montaña. A partir de aquí, una rápida pista nos depositaría de nuevo en el pueblo de Coto, y de este a Pola, donde finalizarían las cabalgadas. Para celebrar el final de las incursiones, la intendencia Asturcona había preparado un gran festín, con profusión de alimentos y bebidas, contando incluso con maestros parrilleros que brasearon unos cuantos kilos de costillares y embutidos para las milicias. Y allí estábamos, entre chascarrilos y alabanzas a la ruta cuando al fin nos alcanzaron (a los postres, arroz con leche) la familia Barredo, que venían de sufrir lo indecible, averías incluidas, por los montes sometanos. Detrás de ellos, el atribulado Alperi, que también había sufrido lo suyo escoltando a la familia. Al zagal, compensaronlo con el trofeo al mas joven, y al padre, con una rueda nueva. Y así, fartucos y contentos, retornamos a nuestro hogares con un sonrisa en el rostro…-"Vicente!!!, despierta, que ya acabé…que cruz...si no fuera porque no ronca, el bendito..."

Muchas más historias quedan en el papel, pero lo que no puede quedar es el sentimiento de gratitud a nuestros amigos Asturcones por obsequiarnos estos dos días de maravillosas rutas por el concejo de Somiedo.
Muchísimas gra
cias