miércoles, 11 de abril de 2007

De lo que acaeció en tierras zamoranas... por no escuchar los consejos


"Ahora esoy arriba, ahora estoy abajo" - Coco

Después de la malograda Semana Santa del 2006, empezó a bullir la olla (también llamada cabeza) para emprender una nueva aventura en tierras sanabresas, acompañados de nuestras monturas. Esta vez, el objetivo era el llamado Cañón de la Forcadura, un descenso de 600 metros desde la Laguna de los Peces hasta Vigo de Sanabria.

Una vez en Puebla de Sanabria, nos acercamos a la Oficina de Información, donde una preciosa morena nos aconsejó que no nos metiéramos con las bicis; recientemente, un señor con niños le había contado que lo pasó mal allí... Y nosotros pensamos ¿un señor (eso debe de ser una persona con bigote) y además con niños? Naaaaaa, está chupao. Así que nos fuimos a comer pulpo y a beber vino, para coger fuerzas para el día siguiente.

El viernes, día 6, salimos de Trefacio por una fuerte pendiente para tomar un camino tradicional que nos llevaría hasta Vigo de Sanabria. Lo bonito de las subidas fuertes es que suelen acabar con bajadas más bonitas aún, con su polvo, sus piedras y su barro habitual. En Vigo cogimos otro camino que nos llevó, entre barro, barro y algo más de barro a San Martín de Castañeda, donde se encuentra el centro de interpretación del parque natural. Tras echar un vistazo a la maqueta en relieve y ver lo que nos esperaba, nos dieron un librito con información de rutas cicloturistas por la zona, entre las que no se encontraba la nuestra: evidentemente, son rutas ciclo-turistas, y nosotros somos ciclo-pelayos. Así que no nos dejamos amedrentar, nuevamente.

Entonces comenzamos la subida a los lagos (lagunas), de 12Km, con una pendiente llevadera y con numerosos miradores para contemplar tanto el lago de Sanabria como el cañón de la Forcadura, que a distancia se veía perfectamente ciclable. Tras un sprint final, nos acercamos a la laguna de los Peces para mordisquear los bocadillos y mentalizarnos antes de la bajada. No miramos el paisaje, porque el frío viento nos helaba las pupilas.



Por fin empezamos a bajar. El primer tramo no parece muy ciclable, con piedras gordas mal colocadas y fuerte pendiente, aunque Pablo y Willy intentan demostrar que puede ser hasta divertido. El segundo tramo es igual que el primero, y el tercero y el cuarto, por ahí le andan, hasta que se acaba la pendiente fuerte, pero no los pedruscos. Nos encontramos con unos caminantes que nos informan que el terreno va a ser similar a éste durante mucho trecho, y que vienen comprobando que no es ciclable hasta el puente, para ellos, y que más nos valdría dar la vuelta. Pero nosotros tenemos dobles (ya se sabe, doble o nada). Total, que seguimos avante, a veces montados, a veces empujando la bici y a veces con la burra al hombro (en total, la cilcabilidad no llegaba al 50%), disfrutando de saltos, pedrolos y caídas sin importarnos los inconvenientes: aquí se viene a participar y divertirse, como decía Torrebruno.


Por fín llegamos al puente, que consiste, como su propio nombre no indica, en un pedrusco sobre el río, y empieza lo bueno. Pero empieza despacio, así que tenemos casi que trepar con la máquina al hombro por piedras XL. Y así enfilamos el último tramo (del cañón), rodando a toda ostia por un sendero de dos palmos de ancho, con caída del más torpe al atravesar unos matorrales, llegando entre nubes de polvo a Vigo, nuevamente.

Ya cansados, tomamos otro de los caminos tradicionales, con menos pendientes, que nos devuelve a Trefacio, donde nos espera la cerveza fría y el baño caliente.



Al día siguiente dejamos las bicis y nos fuimos a visitar las cascadas y la laguna de Sotillo. Y como uno nunca aprende de los errores, evaluamos la subida para ver si era ciclable, así que no se descarta otra incursión descerebrada a la zona en un futuro.

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