Al Condestable saldubense y firme
defensor de las Causas Perdidas, Marín de Barcaiztegui, no le cuadraban ni las
cuentas ni los datos.
Ya era la tercera vez que miraba el recorrido de sus alguaciles
y no encontraba explicación alguna donde encajar su desasosiego. Soltó un recio puñetazo sobre la mesa,
haciendo saltar jícara, vasos y las migas de cuatro galletas, y en el acto se
arrepintió del desmán…la mesa, de buen castaño
riojano, secado a los aires de la sierra, devolvía el golpe con intereses,
haciéndole tintinear todas las falanges de la mano.
Y es que no le salía
una…medio año para preparar la inspección a aquellas tierras alavesas y justo
unos días antes, un asunto familiar sin consecuencias hacían imposible su viaje, teniendo que
delegar viaje, visita, y pernoctas en sus comisarios.
Sus comisarios…ahí
radicaba el problema…Los legajos eran claros, a la prístina falta de seriedad
de los sus apoderados se unía una total connivencia con los locales, como se
reflejaba en los testimonios recogidos , incluyendo compadreos y francachelas
varias…por todas las cantinas que visitaron, que no fueron pocas!!
Y es que ya el día antes de la
expedición, tres de los sicarios
destacados, Echevarría, Gordejuela y don
Rafael de la Venta se dedicarían a aprovisionarse de embutidos, vinos y
pimientos asados.
Y a la llegada del resto de la escuadra, Zarate, Llorente y
el Mancha,¡¡¡la cosa iría de mal en peor!!!…de ello daban fe los locales
nocturnos de Haro…(La ira iba
oscureciendo la tez de Marín, que golpeaba de nuevo la mesa sin pensar en
futuras secuelas. Da nada habían servido las advertencias ni amonestaciones
previas…aquello se había ido de las manos…la mano…como dolía la condenada…)
Por lo menos la fonda no informaba de
trastornos ni desordenes, los secuaces se habían comportado…-algo es algo…pensaba el atribulado contador-
Los papeles ya referían al día
siguiente, el de la exploración. Tras un reparador desayuno y separados por un
estricto asistente, los síndicos iniciaban ruta, guiados por el veterano
Zarate, cuya peregrinación a Santiago habíale dotado de inusitada fuerza, y el
circunspecto Llorente, como apoyo y crítico del primero.
A la vera acompañaban el local
Gordejuela y el calmado Venta, seguidos, de cerca, por el quejumbroso
Echevarría; al fondo derecha, la retaguardia estaba protegida por Mancha y su
pequeña jumenta.
Comenzaba la escuadra, entonces, una exploración hacia tierras
de
Labastida, bordeando viñedos y taludes arcillosos, para ascender de forma
suave por El Calvario y Ermita de San Ginés (el
calvario estaba pasándolo Marín, que, en este momento, introducía su diestra en
el pocillo con agua fresca…).
Por aquellas alturas se adelantaba el blando
Echevarría, merced a urgencias intestinales, (serían por los caldos nocturnos, mascullaba Barcaiztegui…). Los folios mostraban la zozobra de sus compañeros
al no aparecer el bien lustrado Echevarría hasta pasados unos largos y
angustiosos minutos…¡de ascenso!. Para más inri, la trocha era estrecha y
salpicada de piedras, hoyas y agujeros, obligando a cargar a hombros las
monturas. Al final de la misma aparecía el rumboso abacero…que no encontraba
acomodo
suficientemente recogido, decía el sujeto, descansado y fresco como
clavel en difuntos.
El infame sendero terminaba en
Peñacerrada, y continuaba por una buena pista a través de los hayedos norteños
en dirección a las praderías de Bonbalatxe, para, tras pertinaz rampa, llegar a
los bajos del Toloño y su monasterio, solitario desde el 1400.
Un ligero refrigerio bajo las piedras
desterradas (el destierro era poco, mejor
la tortura…ideaba la mente del líder lejano, frotando con árnica la extremidad
deteriorada) y el equipo tornaba en dirección Burgos por el camino de
Menditaza: una vertiginosa pista que descendía, peligrosa, hasta la condada
villa de Salinillas de Buradón.
Pasaban las leguas, los mojones y los villoríos de
Valdazores y Bortuza como si fueran a caballo...loco….
Pero el riojano no
aflojaba y saltaba a la general para seguir hasta Zambrana, arrastrando a sus
extenuados compañeros: Gordejuela y Rafael aguantaban la embestida con
elegancia y salero, Llorente confirmaba la ruta en su atlas, Echevarría veía
consumirse, sin remedio, las reservas de su montura y Mancha apretaba espuelas
y metía plato…todo pundonor…momentáneo.
El municipio de Zambrana pasaba como
el resto, borroso; le seguían Betrusa, y El Infierno, donde los fugados
cruzaban el Ebro. Al fondo asomaban los siniestros montes Obarenes y la pedanía
de Ircio (Marín tomaba nota con la zurda,
que la otra seguía en emplaste, de algunos comentarios sobre esta villa y los
clavos de Cristo, que aparecían en los documentos…), a la que llegarían extenuados.
Hubo necesidad de aprovisionarse de bebercios varios en la cantina
del lugar para calmar los ánimos.
El camino atravesaba luego la Sierra por el
paso del Portillo,
rodeaba el minipantano y seguía el cauce del Esperamalo para
caer en la localidad de Villalba de Rioja, villa de acogida familiar de don
Ángel, en donde reposarían los esforzados (¿¿¿reposar???,
¡¡¡ocho horas para hacer 60 kilómetros!!!...voto a…!!!...la mano de Marín,
independiente de su cuerpo y sus dolores, sacudía de nuevo la tabla alavesa,
dejando a su dueño sin habla, sin color y sin tres o cuatro huesos…)
En
Villalba, población muy arreglada, los síndicos eran recibidos, ¡muy bien
recibidos! por tía, tío, tiastro, primo, prima…y demás familia en la finca
familiar.
Y la acogida se convertía en un
banquete, leía con estupor Barcaiztegui, que revolviendo entre los pergaminos hallaba el testimonio de Llorente, hombre
de espíritu callado y comedido, pero de buena memoria:
..."En tal feliz compañía nos hallamos, la de doña Pilar, su marido don José Luis, don
Leandro y los herederos don José Daniel y doña Sonia, disfrutamos de viandas
locales que no desmerecen en absoluto a las de nuestra tierra; así, ante
nuestras flacas tripas, desfallecidas tras tan larga caminata, Pepe, desfilaron pimientos, embutidos, espárragos, ensaladas,
gildas, pasteles de hígado de pato (paté), costillas y chuletinas de lechazo
asadas con mañizos de vides, convenientemente regado todo ello con los
estupendos caldos blancos y oscuros de la región, de tal bella costura que daba
gloria vernos: hombres hechos y derechos y casi llorando de la emoción
(a vosotros sí que os hacia llorar yo…en
buena hora os mande a aquellas lejanías; malandrines, picaflores, rascatripas,
llenavientres…terciaba el manco…). Tras la pitanza vinieron los licores y los cafés,
tan agradecidos ellos para el acomodo de los manjares, que desaparecieron en un
visto y no visto. Fue menester (continuaba explayándose el funcionario Joaquín)
que nos enseñaran los jardines y las puertas para que consintiéramos en partir,
que de allí no se iba nadie…_
Tras la despedida llorada, (por lo
que dejábamos, que la parrilla seguía caliente) y con los buches a punto de
explotar, retomaban camino de Haro de forma apresurada, que la noche les pisaba
los talones y no era cosa de perderse por viñedos y campos de nabos.
Echevarría,
mascando la tragedia entre sus vigorosas carnes, tomaría recto camino hacia la
urbe, con su desfallecida jaca a punto de expiar.
El resto de aguerridos y
repletos auditores seguiría por el camino indicado, el de Cubillas hasta
reunirse con el desertor en la fonda cuartelera.
(Bueno, ya se acabó, descansaba el lejano canciller… de aquí a la cama…).
Tras el obligado reposo, el
otrora banquero y ahora feliz jubilado de sus tareas, Don Félix, había
reservado cena en una de los mesones de mayor fama de la localidad…(…pero…¿otra vez de pitanza???, Marin no
daba crédito a sus ojos, que frotaba con incredulidad…) Casa Terete, y
Hubo tanteos sobre si prolongar o no la noche, pero los ánimos estaban
calmos y los cuerpos redondos y espesos, por lo que se, en contra de los deseos del riojano, se retornó al
hostal a pernoctar.
El día siguiente amaneció gris y
lluvioso, y fresco de ambiente...por lo que se decidió dejar reposar las
monturas; se desayunó, esta vez sí, de forma grupal, (que el camarero estaba
amenazado) y el clan decidió hacer algo de turismo por Casalarreina, visitando
su afamado monasterio de La Piedad.
Para el almuerzo, el feliz peregrino había
concertado cita con otros de sus familiares, a la sazón hermana y cuñado, para
despedir la jornada de forma alegre y allí se fueron los visitadores a la
localidad de Foncea (sí como no!!!…no
fuera a ser que adelgazaran los bellacos, se reconcomía Barcaiztegui, añorando
la lejana Inquisición…).
Y para allá que se fueron, con doña Luci y su esposo
José Luis, a yantar en feliz armonía, y en compañía de una ruidosa peña de
cazadores.
Una vez rematados los platos y los postres, tocaba despedida, que los
hogares estaban lejos y los patronos esperaban al día siguiente.
Se escogió el
camino más recto en este caso, desoyendo los pareceres de Gordejuela, siempre
orientado al turismo nacional, por lo que las dos patrullas (Echevarría hacía
tiempo que disfrutaba de los placeres conyugales en León…) tomaron por la ruta
del interior, parando a medio recorrido hecho para aliviar un poco el apetito, que el fin de semana había sido parco en alimentos y profuso en esfuerzo...
…La familia del Condestable escuchaba, acongojada, los ruidos procedentes
del otro lado de la puerta…a través de la recia puerta se escuchaba un
estruendo de difícil explicación…ruidos de muebles haciéndose añicos, de
vajillas arrojadas contra la pared, de papeles destrozados…y por encima de
todo, los gritos de Marin…Me los cargo!!!...¡¡pisaverdes!, lechuguinos,
petimetres, currutacos…libertinoss…¡¡¡zampabodigos!!!…y seguían con hambre!!!!
Pd. Con mucho cariño y agradecimiento a esa entrañable familia de Angel, que tan bien nos trató...tanto en Villalba como en Foncea...un poco mas y nos quedamos a dormir!!!