Hay nombres propios, con letras grabadas
de forma indeleble en tu subconsciente, que te retrotraen a recuerdos,
experiencias o sensaciones, y que han
marcado de una forma dramática tu experiencia vital…(que dirían los cursis y
meapilas).
Todos
los tenemos: es el caso de aquel Don Agapito, atemorizante profesor de Ciencias
que sufrí en 4º de EGB o el de mi tía-abuela Pilar, que ayudó a Pelayo a echar
a los moros ( eso nos contaba mi padre…) o el no menos siniestro Cabrón de Peñíscola,
que atemorizó mis primeros campamentos…(hasta que cogimos al condenado y lo
tiramos al río, aunque clamaba que era el monitor de los pequeños…da igual, al
agua que fue).
Pero hay un nombre que los ha
arrinconado a todos últimamente, no por sus coscorrones, ni por sus pellizcos
inesperados ni por sus alaridos en medio de la noche, no, no, este es a causa de su extrema dureza e
intransigencia….Ayyy, no me atrevo ni a pronunciarlo…¡¡¡ERROZATE!!!.
Este nombre será por siempre protagonista
de mis pesadillas nocturnas….bueno, este¡…y el Zarpazo Nocturno de Blas!, pero
esa es otra historia.
Y es que cuando has ascendido más de 1000
metros en 11 kilómetros, con pendientes que no bajan del 8,5 pero que se acercan
al 20%, con curvas que se retuercen sobre sí mismas y te detienes, te paras, te
caes! para que te alcance la respiración que has dejado abandonada hace Dios
sabe cuando!, y mientras los buitres te sobrevuelan a tiro de bidón, te das
cuenta de que te has metido en un buen lío….AY…¿y cuánto dice que queda???...Y
es entonces cuando recuerdas los consejos de los veteranos, que resuenan como
un mantra en tu caldeada cabeza…: …noooovayyyaaaaiiiis…lleeevarunpiñondeltreintaycuaaatrooo…entreeenarraaaampas…y
te preguntas…¿Por qué no les haría caso…?...(¿dónde está el icono de desolación,
donde? Ah, no que eso es en el Whatsapp….))
Y allí estamos, en la cima del monte en
cuestión…monte…monte…!MONTAÑA,
bajo), Si, respondes sin dudar mientras miras de reojo la panceta que se fríe en una parrilla cercana…¿ves los puntos que se mueven arriba del todo??, (arriba del todo debe de ser la cota del Everest…por lo menos…), Si, claro, (la panceta está al alcance de la mano…), pues ese es el Larrau…!!ACABâRAMOS!, ¿todavía me queda eso???, trae para acá un trozo de pan…que ya viene el autobús.
Cinco galanes nos atrevimos a desafiar
a la ruta…Extrem…Irati
Todos
nos apuntabamos allá por el año pasado, confiando, como el alumno que se
matricula de todas de en Septiembre, que nos daría tiempo de sobra para
entrenar la prueba..iluso de mi…
El caso es que pasó el tiempo y nos
presentamos en aquellas lejanas tierras navarras, con buen humor y mejor ánimo,
al comprobar, de paseo al bucólico hotelico en Burguete, que los primeros puertos iban a ser mero trámite, que lo duro comenzaba a partir del pueblo de Orbaitzeta,
bueno un poco más adelante.
La partida era a las nueve de la mañana,
una hora cómoda para gente acostumbrada a madrugar…aunque algo juusta para el presumido
de Nacho, que entretenido en echarse sus aceites, sus potingues varios, sus
tiritas de respirar y su cremita para el sol, nos tuvo en un vilo hasta la hora
de la salida. Tal fue la rémora del Martinez, que nos obligaba a salir los últimos
de la comitiva, por una empedrada y cuidada calle principal, a la vera del
Anduña, y es que este pueblo de Ochogavía se llena de aficionados y no tan
aficionados, que los primeros de la línea parecen muy profesionales.
Los primeros compases de la ruta son
cómodos si no te enredas la melena con alguno de los 1500 ciclistas que te
rodean, con colinucas de fácil ascender y con la única preocupación de no
engancharse con nadie en las bajadas, que ahí es donde sale la vena Pelaya y
adelantamos hasta esos “estirados” pros.
Vamos pasando por puertos de nombres
espesos y aficionados a las erres.…Erremendia, Abaurreagaina…todo un
sube y baja pero de desniveles asequibles 7-8%; aunque los nervios se notan y
cada uno se reserva como mejor puede.
El primer susto aparece en 34
kilómetros: una rampa de hormigón de 700 metros con sangraderas oblicuas, con
un pequeño descanso a la mitad e inclinación en torno al 18%...si vas sentado
malo, si vas de pie, peor, que se bota mucho; el calor ya aprieta y hay que ir
con mucho cuidado para no asfixiarse o que te tiren; a medio camino hay un rellano
con sombra muy apetecible pero ya está ocupado por una centena de ciclistas, Cagon
too!!, no hay sitio para nadie más…toca seguir.
Tras la trepada aparece el avituallamiento
de Orbaitzeta, donde ya esperaban mis fieros compañeros, que habían asaltado el
tenderete como castores hambrientos, Blas llevaba plátanos hasta dentro del
botellín; un poco de bebida y arrancamos con alegría, pero esta dura poco…medio
metro o así: avisan con carteles que empieza una subida, ¿Otra!!!?¡ pero si acabamos de subir!!!
Aquí las pendientes se ponen serias…tiene
apellido corto el fulano, y sin erres…malo: Azpegui, 9,5%.
Este Azpegui se acaba pronto, menos mal, pero lo que no se sufre en la subida, lo pagamos en el descenso: una carretera rota y curvada que provoca decenas de pinchazos y roturas de ruedas de carbono.
Los baches están por todos los lados, la gravilla acecha en las curvas, el verdín en las cunetas y los malditos frenos de esta flaca no son capaces de sujetar la bicicleta ni en las curvas ni mucho menos en las rectas…(¿donde estará mi Canyón con frenos SLX??)..¡Ay…ay…ay!! se impone un ritmo más conservador, que esto es cicloturismo, no nos vayamos a escacharrar en algún bardial.
Mientras me sujeto con las dos manos al sillin y con los dientes al manillar, pienso en Blas, que seguro que ha disfrutado de lo lindo con sus bonitos frenitos de disquito…Grrrrrr.
Bajo lanzado (más que nada porque ya no
atino a frenar!!) detrás de otros dos colegas de penas, superando a decenas de
temerosos que descienden en primera corta, hasta que logramos parar con cierta
seguridad al borde de una granja, poblada de esas singulares ovinas que nos
observan desde la seguridad de una valla.
Los otros dos bajadores son navarros;
uno, de cerca de allí, anda dolido de una pata y el otro gimotea por algo en su
cambio trasero…pues vaya dos a los que me he juntado.
Seguimos y logramos
juntar una buena grupeta de cojos, cansinos, averiados y torpes que renqueamos por la carretera como una procesión de lisiados.
Un ligero llano para tomar aire
recalentado y comienza la subida del día….el ERROZATE. …¡DEMONIOS!
La
temperatura ya pasa de los 34º y la organización obliga a iniciar la subida de
uno en uno, para evitar atascos. La curva de entrada es cerrada y muy pindia, ¡JA, esta es la mía!, me levanto para coger impulso mientras supero a unos cuantos incautos por la
parte interna de la misma, Jejejejjj, dice mi sonrisa de lobo que se me congela
en la boca a los dos segundos: La rampa se empina en vertical y ya no me puedo
sentar, la flacucha zigzaguea descontrolada y boqueo como un atún asmático.
Primeros mil metros al 12, después
vendrá el 15, el 16, el ¡19! ¡Esto parece la Bonoloto, tiene todos los
números!!!
No hay un triste árbol donde cobijarse,
el asfalto echa humo, y hasta la brea derretida corre a esconderse en algún
hueco; las dos barritas que porto en el maillot hace ya tiempo que han dejado
de ser sólidas, son como sopas de chocolate caliente con tropezones.
Aquí ya no
hay grupos, solo pobres ciclistas solitarios que luchan, como pueden, contra un
ascenso incalificable. Y luego se quejan de que Los Lagos son muy duros!!!
Dicen que el Tour no pasa por aquí por las
estrecheces de la caleya, que no permitiría ninguna asistencia…¡pues yo voy
bien ancho!, tengo tanto sitio que voy de cuneta a cuneta...ahora a la derecha, ahora hacia la izquierda...Ay…ay…ay.
Es inútil mirar hacia arriba, la
inclinación es tal que en cada curva pierdo a los que me preceden y despisto a
mis perseguidores, mientras sigo encontrando grupos de pinchados y averiados.
De
los navarros hace ya tiempo que no sé
nada, atrás se han quedado los probes…y esto que no se acaba.
Por delante…muy por delante, en otra
categoría celestial ya descienden las cuatro estrellas Pelayas, que me lo
contaron luego (Perros, cómo andan!! ¡verguenza les debería dar!...abandonar a un compañero).
Blas y Gaby por la parte corta y Nacho y
Marín por la larga. Gaby anda algo perjudicado de sensaciones y Juan le sigue a
corta distancia. Los otros dos van sobrados…qué asco, piensa mi sombra, ¿qué
prisa tendrán?…
Sigo apretando los riñones como si me
fuera la vida en ello, cada pedalada es como levantar 40 kilos con cada pierna,
45, 50, a este paso me va a quedar un cuadriceps como un jamón de grande.
Pero la reserva se acaba, el puerto
sigue y sigue y no se ve el final.
La estrecha carretera se abre un poco y aprovecho
para coger aire a la sombra de un triste pino, un par de tragos de caldo de sales,
¡buagh! Y a levantar peso de nuevo.
La gente ya camina sin disimulo, y solo
unos pocos nos empeñamos en
pedalear.
La pendiente asciende 800 metros cada
kilómetro, ya voy por los 980, 1080, 1180, A lo lejos, muy lejos, se ve el
exiguo avituallamiento que marca el final del bicho, quedan todavía unos
cuantos minutos de sudor y levantamiento
de pesas para alcanzar la cima…1272 metros.
A partir de aquí, las sensaciones (las mías),
mejoran ostensiblemente, el asiento del bus es de una comodidad exquisita y los
compañeros de viaje hacen el trayecto muy entretenido…(los dos navarros ya estaban
dentro).
Mientras yo reposaba de los sinsabores
de la corta ruta, Gaby coronaba en solitario y con cierta ventaja el Col
Bagargiak, simil de estación invernal francesa, rodeada de unos inmensos
pinares y unos chalecitos muy apañados.
A unos minutos llegaba Blas, resoplando
cual locomotora de vapor, que se
Bastante retrasados asomarían por la zona
la pareja Nacho-Marín, algo cansados tras realizar un vertiginoso descenso desde
la cima del Errozate, seguido de un no menos duro ascenso al Col de Sourzay.
Refrescaban algo las meninges y proseguían ruta sin saber nada del resto de la escuadra,
desperdigada desde hacía ya unos cuantos kilómetros.
Y cerrando la comitiva y frescos como
rosas llegaba el furgón de los abandonados, entre chistes y chascarrillos, que
asaltaba el punto de avituallamiento como si estuvieran famélicos, y es que la
inactividad da mucha hambre, compañeros.
Una vez repostado el mini-Pullman con
bollos, barritas, bolsas de patatas fritas y botellones de Colas y agua, arrancaríamos en pos de los fugados, que nos sacaban una ligera ventaja.
En esos mismos momentos, el duo Blas-Gaby llegaban a Larrau con
cierta ventaja y justos para pillar transporte gratuito a la cima.
Al poco, Marín y Cia., o sea, Nacho,
miraban con desdén a las huestes acurrucadas en la misma aldea aquitana y tomaban
la misma carretera infernal a la cumbre, pero sin bajarse de sus jumentas…15 kilómetros de rampas les esperaban.
Pero estos dos son de otra pasta: Don
Nacho, adalid de las causas perdidas y jubilado feliz, dispone de años y años
de silencioso y nada madrugador entrenamiento, atesorado en sus cortas pantorrillas,
y Marín, el docto, esta temporada ha subido montes que solo él sabía que
existían.
Es más, hay quien afirma que esto ya le viene
desde pequeño….¿Recordáis aquella película catastrofista de los 70s: El Coloso
en Llamas?, ¡qué peliculón!, Paul Newman, Steve McQueen, la Faye Dunaway, Fred
Astaire…Bueno, pues había una trama paralela en la que dos heroicos bomberos
ascendían por la escalera hasta el piso 136, con la intención de alcanzar a la
azotea.
Larrau es un puerto emblemático, fue allí
donde Indurain cedió su trono al dopado Riis, poniendo punto final a los cinco
Tours que adornaban el mueble bar del navarro.
No es excesivamente duro, si se
hace en solitario,pero cuando se llevan casi 100 kilómetros
de pérfidos ascensos y no menos peligrosos descensos (mas tarde nos enteraríamos
de que un motero se había despeñado en una de las curvas), la larga rampa
castiga a los deportistas: las piernas parecen de madera de nogal, las pulsaciones
se quedan estáticas, el sudor se congela en la piel, y uno no es capaz de
mantener el impulso necesario para mover la bicicleta.
Los bordes de la carretera se llenan de
ciclistas desolados, que caminan ya desde los primeros metros de la subida, y
el autobús que transporta retirados se queda pequeño.
Nuestra guagua, sin embargo, asciende
con alegría no disimulada la larga cuesta, animando a los infelices que
dosifican sus pedaladas.
Son tramos largos y penosos, de pocos llanos.
En uno de ellos, atisbo a lo lejos los
estiramientos de los dos pelayos supervivientes: Marín intenta doblar una señal
de tráfico con el pie mientras Martínez degusta algo parecido a un bocadillo.
Los pierdo de vista en seguida, que si paramos se quema el embrague de la
fragoneta, y unas veinte curvas después alcanzamos la cima.
Esto es un delirio, una fiesta! que diría el manager; a
los miembros de la Organización se unen decenas de familiares y amigos que
esperan a los suyos entre gritos de ánimo y pancartas ostentosas.
Vislumbro a Blas y Gabriel, agazapados
detrás de un poste afrancesado, esperando por los otros dos valientes, hago
algunos aspavientos desde mi asiento pero como no me hacen caso me dedico a los
bollos.
El descenso del Puertaco es rápido, y la
carretera se llena de corredores en pos de la meta, a tan solo unos kilómetros.
Como era de esperar, llego el primero,
seco y descansado, rescato la Orbea del camión de reparto y me dedico a esperar
al resto de la grupeta.
Tardan los condenados, que estaban gastando
la batería de los móviles haciéndose fotos en el Larrau, y se hicieron esperar
un buen rato, cuando ya me dejaba querer por el plato de ensalada de pasta con
que nos obsequiaba los organizadores.
Al final, llegaron los mozos…tarde, pero llegaron, encima,
abandonaban a Blas, que renqueaba en los últimos metros.
Fotos de rigor con los
posters de la prueba y con la merienda, un poco de conversación mientras disfrutábamos de un
buen grupo musical y de vuelta al hotel, a ducharnos y ponernos guapetones para
la bien merecida cena.
Nacho, haciendo honor a su fama,
intentaría convencernos para rodar un poco el día siguiente, hasta el inicio
del Camino Francés, Saint Jean
de Pied de Port, a unos 30 kilómetros de distancia, pero la
falta de quorum anuló la iniciativa.
Al día siguiente tocaba desandar lo
andado, de vuelta a Asturias, con una breve parada en Cabezón de la Sal, a
degustar unas especialidades regionales ( rabas, hígado y ¿croquetas??) y en
San Vicente de La Barquera, que tenía yo capricho de corbatas.
Caramba con la Irati Extrem!, si no fuera por las fotos que nos sacan!!!
Todos nosotros sabemos que justo después
de finalizar algunas rutas largas y duras, la sensación de no volver a
realizarlas se va diluyendo rápidamente, puesto que es mayor nuestra afición a
la bicicleta que el desgaste físico-psicológica que nos ocasionan (otra vez el
meapilas este…).
Pero con esta NO, no y no, a no ser que
lleve la bicicleta de montaña, claro...se iban a enterar esas bajaditas…
Bueno, aunque también es verdad lo del
dicho gabacho:
"Fontaine, je ne boirai pas de ton eau, o lo que es lo mismo en correcto castellano, …
” Nunca digas de esta agua no beberé"…
Ay…que me veo en otra...edición...
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