Qué tiempos aquellos en los que ir a León (Castilla, se
decía entonces) eran sinónimo de buen clima, de vacaciones, de opípara comida y
sobre todo, de un tiempo seco y placentero.
Era cuando, a la primera fiesta de
cambio, nuestros padres empaquetaban maletas, fiambrera, niños y perro en el
interior de minúsculos coches y tomaban camino de la casa de los abuelos, de
los tíos, de los hermanos o hasta de los primos si no había más remedio. Y en
aquellos pueblos de frescas casas de barro disfrutábamos de una libertad sin
igual, solo interrumpida por la inapelable hora de la siesta, cuando, contra
nuestra voluntad, éramos recluidos en el interior de alguna estancia a la
espera de que el astro rey aflojara un poco el ritmo de sus calderas.
Eran
tiempos de trigo, de alfalfa, de tractores, de aventuras con amigos de otras
ciudades, de paseos en gigantescas bicicletas de frenos de varillas.., en suma
de disfrutar de otro ritmo de vida, solo influenciado por ese implacable y
eterno sol que lucía día tras día, de la mañana a la noche. Pero los tiempos
han cambiado, hoy en día nuestros padres suben por el Pajares sin importarles
si han cargado mucho el coche, si llevan agua suficiente para el radiador o si
se acuerdan de cómo hacer el doble embrague para las rampas del
21%!!! (de
aquella tenía mi progenitor cierto pique con un cuñado suyo, propietario de un
flamante Simca 1000, feo como él solo...al que siempre batíamos por goleada en las dichosas
cuestas…vengándose luego de nuestro triste 600 en las rectas de La Robla, el
condenado, hasta el día en que se hizo un recto por el viñedo familiar…jejejjj…).
Y, lo que es más importante, también ha cambiado la meteorología: de aquellos
luminosos y calurosos días hemos pasado a unas jornadas grises, húmedas y
lluviosas…espera… ¿estamos en Asturias?, no que en el Principado no llovía, no.
Vienen estas memorias a colación de la ruta que el siempre
dispuesto terrateniente don Vega hace, año tras año por tierras leonesas, y a
la que fuimos invitados el sábado pasado.