lunes, 15 de abril de 2013

¡POR FIN LLEGÓ EL SOL!


Dixitque Deus: “Fiat lux”. Et facta est lux, (Libro de gënesis, cap. 1) y llegó la luz por fin, y con ella, el calor, el sudor en el rostro, la alegría, 
la vuelta a las costumbres hace tiempo perdidas: las risas, las puyas, las enviiidias.
Y llegó la luz, no tras meses de tinieblas, si no de agua, de lluvias incesantes que anegaron los caminos, los prados y los rodamientos de alguna bicicleta.
Pues así como al pobre Noe le tocó lidiar con aquellos cuarenta días y cuarenta noches de agua ("Adhuc enim et post dies septem ego pluam super terram quadraginta diebus et quadraginta noctibus et delebo omnem substantiam, quam feci, de superficie terrae”, Génesis, el 7), por estos lares no le anduvimos a la zaga y nos marcamos unos buenos 62 días colmados de persistentes y tenaces aguaceros…en lo que va de año!!!
La ruta escogida en un esplendoroso día primaveral, era la del cordal de Peón, pero ante las dudas por el estado de las sendas, colmadas de agua y de árboles tronchados, se decidió dar un tranquilo paseo por la zona de Candanal, Argañoso y Deva. Y de esa manera tranquila los computadores (que palabra más contundente hoy en día…) dieron fe de unos humildes 35 kilómetros, en un tiempo estimado (por la patrona al llegar a casa) de ¡cinco! buenas horas de pedaleo alterno, ese que alterna de forma elegante el pedalear con el caminar.
Docena y media de jinetes fueron esta vez los afortunados en disfrutar de una jornada soleada y calurosa, entre los cuales, se encontraba una joven ciclista recogida por la zona de Deva y convencida por el siempre amable Modesto para acompañarnos en nuestra sencilla excursión, inocente ella.
Hubieran sido más de no mediar el Maratón del Sella al día siguiente, que obligaba a guardar armas y antihistamínicos a sus temerosos participantes.
Dado el estado de la flora vegetal, radiante de salud y vitalidad, fue algo normal que los pinchazos atrasaran algo nuestro avance: hasta tres veces hubimos de detenernos para reparar los ojales de nuestras ruedas. Dos de ellas causadas por los afilados pinchos silvestres y la tercera por un contundente y recio zapatazo del joven Saúl, también rebosante de vitalidad y alegría, que, de certera y bien dirigida coz, cercenaba la frágil válvula frontal de Guzmán; un poco más arriba y al de la perilla le cambia la voz. 
Y los caminos seguían ascendiendo, entre prados y bardiales, entre vacas y  potrancos. 
Fue por aquella zona donde se afrontaba al temido repecho pedregoso, sendero imposible por inclinación y dificultad, con un comienzo empinado que sólo los más atrevidos y avezados intentan superar, aun a riesgo de su integridad física.
 Pero hete aquí que las nuevas tecnologías, armas del diablo, permiten guardar esos trances complicados que preferiríamos no protagonizar. ¡Ah!, qué momento para que al rojizo normando le entrara la tos…o la disentería, o ambas a la vez. Pero no, allí estaba, pletórico de energía y reflejos para inmortalizar al caído, pero dicho está:  “Mea est ultio, et ego retribuam in tempore”, o sea que la próxima, llevo yo la cámara… 
Una vez sofocadas risas y carcajadas, y comprobado el buen estado del finado, aguardaba una larga rampa peatonal culminando en una casería donde reposar y dejarse fotografiar, esta vez de forma ortodoxa. Fue allí donde el sagaz comandante, siempre atento a las oportunidades, se haría con una botella de añeja sidra, para engrosar su bien escondida colección particular. Como astuto hombre de negocios que es, y previniendo posibles encuentros con aldeanos avariciosos, disimuló la frasca dentro del petate de Guzmán.
El camino nos llevaría, ya sin muchos disgustos, a las alturas del cruce de Cuatro Jueces, y de allí, en rabioso descenso, cada uno por donde su montura quería, al lavadero de Rioseco. Unos instantes de descanso y se retomaba la marcha, por caminos ya trillados, hacia la senda de La Camocha, donde las fuerzas ya se separaban en franca retirada a sus cuarteles.
Y para poco más dio la jornada; monturas embarradas de nuevo, arañazos por doquier, alguno más que otros, y un suave tono rojizo sobre los pellejos de los participantes, que ocasionaría pequeñas observaciones conyugales.
En resumen, una perfecta jornada de bicicleta con buen tiempo, mejor compañía y un más que digno sartenazo que nos llevamos para casa.


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