El hombre es un animal de costumbres, de arraigadas y tenaces costumbres, la fuerza del tiempo y de las comodidades actuales, han conseguido que, a diferencia de nuestros antepasados, siempre al filo nocturno de un dientes de sable o de cualquier otro depredador sediento de rosada carne fresca, podamos conciliar el sueño durante toda la noche, sin más solivianto que lloros intempestivos, visitas al excusado en caso de cenas excesivamente copiosas, o acciones de guerrilla encubierta. Por eso es aún más llamativo, que 14 hombres y una dulce fémina, hechos a los placeres de las zapatillas de franela, pijamas de algodón y batas de chinela, tomen sus monturas a la hora de la cena y comiencen una aventura que los habría de llevar hasta los confines del día siguiente. Pero así fue, y así he de narrarlo, como memoria de tal hazaña. La citada agrupación de ¿locos?, partió de la zona del Carmen, adonde habían ido a despedir a los valientes un reducido grupo de amigos, todavía en estado de sorpresa por la iniciativa. Allí se presentaron, pretrechados de luminarias, chalecos y demás parafernalia bélica los 13 + una. Y pronto el Senescal Marín, señor de los mapas y de sus asuntos, tomó la voz cantante y, aunque entonar, entona mal el pobre, el resto de la cuadrilla siguió sus pasos como ratones hamelinenses. Los despiertos montunos prendían sus fanales de proa acometiendo los primeros altos de La Pedrera y Pinzales para encontrarse ante el solícito Guzmán y su carruaje, repleto de viandas, ropas y otros enseres que hicieran más cómoda nuestra oscura odisea. No sería esta la única vez que el citado nos ofreciera sus servicios, puesto que si a alguien hay que agradecer que se hiciera posible esta locura colectiva es al querido Guzmán, sacrificando su sueño, su afición y casi su familia por apoyarnos con su auxilio durante toda la noche.
Los continuos subeybajas caleyeros de la zona ocasionaban un ligero percance en la jineta de la bella Emma, arreglada silenciosamente por el siempre dispuesto Juan Blas. Oportuno y vigilante, Barcaiztegui retransmitía la operación al resto de oyentes de la siguiente curva, mientras que la avanzadilla formada por Morís y de La Vara lidiaban con un celoso can y su dueña, asombrados ambos ante el baile de luces. Un par de revueltas del camino, a las que tan acostumbrados nos tiene el salesiano y cruzábamos saludos de nuevo con Guzmán, atento a nuestras lámparas.