Es la
bicicleta de montaña una disciplina…drástica, extrema…radicâl…(poner eco en la
entonación que da más miedo…) donde las rampas son escaladas y los descensos,
precipicios homicidas.
Donde se exige lo máximo a cada componente mecánico que
sufre, chilla y se retuerce como si tuviera vida propia. Donde cada individuo
se encuentra a si mismo…bueno o encuentra a otro si se pierde…
Si a la dureza,
de por sí, de esta práctica implacable,
se le suma un guía en un estado de euforia exultante, que lo mismo te canta una
jota que te avocera como un pastor alpino, a lomos de una montura que rivaliza
en peso con las cometas de hilo fino, tenemos los sujetos necesarios para la
tragedia…Ay…
Y fue esa ruta, la del sábado pasado, la marmita ideal para mezclar bien todos esos ingredientes, a fuego vivo de soplete
oxiacetilénico, ablandando las carnes y dejándolas bien sueltas para la siguiente
cocción…
Comenzaba la
debacle en el pueblo de El Condado, a donde llegábamos en estilo un poco
anárquico, lo habitual, vaya, cada uno por cuenta. La cordada montañera estaría
formada por el ya célebre Marín, acompañado de su lugarteniente Blas; la pareja
de hecho, que no de derecho, Yoli y Barquín; el dúo capaz y preparado Josmar y
Modesto y los tranquilos Lalo y Mancha. Al inicio de la rampa llegaba Jandrín,
de una tirada desde Gijón, que le parecía poca ropa la ruta y se temía la
presencia de Junco y Ramón, que ciclaban desde La Pola.
Ya al principio
el risco exhibía su poderío; con
pendientes del 18% para calentar las piernas, la línea se estiraba como una
goma de tirachinas y cada uno se colocaba en su lugar.
Adelante se iban los
Pepe, Modesto, Yoli y Manu, en terreno intermedia se situaban Josmar y Jandrín
y esperando los refuerzos aguantaban en retaguardia Lalo y Mancha. Blas, hombre atrevido donde los haya, quemaba
watios como si no hubiera un mañana, (el pillin portaba segunda bateria de repuesto en la abultada).
Pasados unos
kilómetros, (pocos a mi parecer, que aquello duraba más que un martillo en
manteca…) las tropas de zaga sintieron un viento que ascendía de los bajíos del
valle, pero ni viento ni brisa ni naa…Eran Junco y Ramón que ascendían por la
cuesta a ritmo de entreno
dominical, superando las peñas como si fuera asfalto…llano…intenté
subirme a su rebufo pero era como asomarse a un huracan...casi vuelo por el bardial.
El camino trepaba
en esos momentos duros, parejo al arroyuelo Riesco del Monte, y siempre a la sombra
de la Sierra de Peñamayor.
Unas pedaladas después, la senda se retuerce, agonica, (como este menda) sobre
sí misma unas cuantas veces y cambiamos de vertiente.
Marín, el de la cometa
rosa, se deja caer a posiciones traseras a saludar, pero el saludo dura poco,
se levanta aire y el maño levanta vuelo como una alondra hueca.
También visita la
zona Modesto, cuyo entrenamiento desconocemos y añoramos, pero poco dura el
encuentro, que se despeja la zona.
A estas alturas, Ramón y Junco ya están tocando el Collado de
Breza; a corta distancia llegan Jandrín,
Yoli y Barquin; y a grupeta suelta, irán
tomando cima el resto: El preparado Josmar, Pepe y Modesto y Lalo, que esprinta. El poderoso Blas, cuya batería se parece a una naranja seca, reposa en la caseta desde haca ya algún tiempo.
Mancha, que se ha retrasado unos doscientos metros, durante un descanso, da una pedalada seca y enreda la cadena en
los piñones (más que pedalada aquello fue una coz!)
Hizo falta desmontar rueda,
cadena y media mochila para poder acceder a la lazada. Y ni con esas…Al final,
un buen tirón, de los de toda la vida y el apoyo de media docena de Santos y
beatas, convocados por el forzudo, lograron deshacer el entuerto (-“Y ahora a
subir…macagoên tooo…”). Mientras tanto, el resto del pelotón reposaba en una de
las cabañas del Alto, con cervezas, chimenea y charleta de su propietario.
Por supuesto,
nada más llegar el del nudo, se emprendió la marcha….nada de descansar…a ver si
me iba a enfriar…perros….
A partir del
collado, la ruta entraba en una fase vacilante, las trazas se pierden (…y las
que había se las comieron los jabalises…) y no queda más remedio que llevar a
las jumentas por el ramal; se cruza un bosque en descenso y cuesta encontrar la
senda.
La topábamos, por fin, en el Collado Coballo, en donde ya estaban los
Junco y Ramón, afortunados ellos al escoger una vereda más elevada.
Al resto
nos tocó trepar por una pradería húmeda y pegajosa, de escandalosa pendiente..
Llegados
allí, las cosas se facilitaban y en un santiamén nos situábamos en Les Praeres,
donde disfrutar de un buen descanso; algunos escogían bocata lomo y otros
tirábamos de suministros propios.
Blas, aprovechando un descuido, sustituía la batería
agotada por otra nueva.
Estaba concurrido el local, eran fechas de Belenes de
montaña (no como nosotros, que acabaremos subiendo en verano…) y varios grupos
aprovechaban la racha de buen tiempo. Y el asfaltado de la carretera también ayuda,
claro, ahora sube cualquiera.
Bueno, al
lío; Después del merecido descanso, (sobre todo para Barquín , que el probe
sufre lo
¡mechachis, que inclinación!!!.
Una vez superada la misma, Modesto, hombre tranquilo y reposado,
echaba en falta la mochila; el bocadillo no, que ya lo había comido…y para
abajo que se fue (con la cantidad de mochilas que hay en las tiendas, por
Dios!!!…).
El profesor, habil descendedor , y mejor escalador, volvería a las
filas de la agrupación en pocos minutos…dando lugar a preguntas
Fue justamente durante la espera del docente, cuando el
nervioso Lalo, decidía reducir peso a su equipación, desprendiéndose de la
suela de una de sus zapatillas, y es que algunos, en su afán por subir mejor…no
saben que hacer…
A estas alturas ya habíamos perdido a Junco, que aburrido de
nosotros o con prisas maritales, había fugado a La Pola.
Solo restaba ya pasar
por Campa Gues y Campa Fresneu para dejarse caer ¡por fin!, hacia Muñera. Como
viene siendo habitual en las rutas de esta Casa, nada es tan fácil como parece,
y un otrora apacible descenso se había convertido en una seudo trialera
pringada y resbaladiza que ocasionaba algún
susto que otro.
Lo que resta suena a conocido, recogida de monturas y ropales sucios; adecentado,
en lo posible, de los cuerpos serranos, despedida a la suela de la zapatilla de
Lalo y al Mesón a brindar por la ruta. Ramón, que se había quedado con ganas
(no se de qué!!!...) continuaría ruta por el Valle de Ribota y Jandrín, otro
que canta, volvería por carretera, dando un rodeo….vamos que no queda uno sano.
Las cervezas estaban estupendas, y yo que andaba un poco destemplado, me
colé un caldo de marisco cuyo recuerdo, todavía, me hace saltar las lágrimas...Ayyyy....
Resumiendo una ruta excelente, con unos compañeros
magníficos….en la lejanía; lástima de la ausencia de rampas, asin no avanzamos en el entrenamiento…que no dais
un palo al agua…