Hay momentos en que las palabras se quedan cortas, vacías, en
los que no apetece decir nada, solo dejarse llevar por los sentidos y disfrutar
de parajes irrepetibles, de esos que te dejan sin respiración mientras escuchas
el silencio de las montañas, mecido por el suave ulular de una brisa fresca, e
iluminado por un suave sol primaveral. Es en esos momentos cuando miras a los
compañeros de viaje y agradeces interiormente su compañía, sin hablar, sin
pestañear, mientras escuchas una más que agradable explicación sobre fenómenos
raros…rraaros.
Y, de repente, sin previo aviso, como una tormenta inesperada...: -"¡¡OLISTOLITO!!!...el
palabro, a medio camino entre una imprecación cursi y el saludo a un viejo
amigo, retumba como trueno solitario sobre nuestras cabezas antes de arrancarse
montaña abajo, provocando un par de desprendimientos y una estampida de bisontes
cercanos.
El causante del desasosiego general, erguido y orgulloso, y
ajeno a la zozobra que amenaza entre los bachilleres, contempla embelesado sus
antiguos predios: reinos de caliza, de pizarras, de cuarcitas cuaternarias, de
plataformas carbonatadas, de paleorelieves marinos, de ¡pedrolos!, en fin, de
cualquier clase y condición
También pasan por su mente los fríos interminables de
una tesis larga y retirada por esas mismas montañas, perseguido en ocasiones
por celosos furtivos que vigilaban sus pasos..
El resto del exiguo grupo, que adopta expresiones de
angustia y temor, ante el desconocimiento del inusitado vocablo, recupera un
poco la cordura ante la consiguiente explicación por parte del licenciado: -“...un bloque se superpone a otro y la parte que se superpone va
deshaciéndose y a medida que se deshace van cayendo morrillos enormes…van cayendo y quedan preservados dentro de lo que es la
cuenca carbonifera…”-...-”Aaaahhhh…"- responde el coro de lechuguinos sin
entender nada….
La cuadrilla, mermado por las lesiones y bajas anticipadas,
intenta recuperarse del descalabro de ascender hasta los 1800 metros del camino
de Herreruela de Castillería por una rampa dura y sostenida, sin apenas
esquinas donde descansar del interminable repecho y con tan poco oxígeno en el
cerebro ya es duro hasta respirar…-“respira Pau, que paramos aquí…”.
El valle se desenrolla hacia abajo como una lámina coloreada,
en dirección a Cervera, donde se encuentra el amistoso Hostal Peñalabra, que
aloja al curso estudiantil, y donde el geólogo ha dejado a sus féminas
queridas, con la esperanza de que no se aburran en demasía por la Tejeda de Tosande
( no, no era una fábrica de tejas, ¡lelos!, si no un bosque de tejos…), y no
descubran el tono rojizo que empieza a teñir su clara piel, a la que no ha
protegido suficiente (lo cierto es que después de la cena, no volvimos a saber
nada de él…hasta el día siguiente…). -“...el
carbonífero activo estructuralmente es más moderno que el carbonífero
explotable. Primero son la cuencas carboníferas que dan el carbón y acaban con
una etapa de compresión que es cuando se levanta la Cordillera Cantábrica…”…Comprimidos
están los estudiantes mirando arriba hacia al pico Valdecebollas, encaramado en
los 2140 metros, y rodeado por tardías nevadas. Llevan ya unos doce kilómetros
en plato pequeño y les quedan por lo menos otros dos de lucha contra el
terreno.
El ascenso allá arriba, una vez finalizada la conferencia, claro, se
produce de manera tranquila y peatonal, porque no hay forma humana de avanzar
montado en las yeguas!!!, así que toca hacer
pierna. Será una hora larga de
portear el equipo cada cual a su estilo y manera, de los más variopintos,
aunque se impone el “arrastre animal”, porque la nieve forma “donuts” en las
ruedas, hasta la llegada al mismo vértice del pico hortelano.
Las vistas desde el mismo son aún más impresionantes, si
cabe, observando la impresionante mole caliza del Espigüete, (que de espigado
tiene poco, es más bien achatado y gordo), respaldado por los lejanos Picos de
Europa y los parques de Fuentes Carrionas y Saja-Besaya mientras que por los bajíos
corren las aguas del Pisuega y el Carrión.
Conforman la aterida colegiata, que se refugia tras el
monolito del picacho mientras mastican algo que les de gracia: los avezados
montañeros Moya y Del Real, los ya veteranos Barquín y Lorente, el grácil y esbelto Blas y el
grafista Mancha.
Han llegado todos ayer por la tarde, mas o menos juntos en
un trayecto largo y perdido, sobre todo para el navegador ruso de Blas, empeñado
en llevarnos por la Nacional Seistrrrreeinnntra y cuatrrrro…sin la ayuda de esa
excelente copilota de Marín, estaríamos camino de Zaragoza…para las fiestas del
Pilar!!!
El caso es que aquí estamos, rodeados de macizos calcareos,
plegamientos y perolitos de esos de los que indica el titular de la cátedra, -“…y luego está reactivada durante la orogenia alpina que es
cuando se forman los Alpes y además se produce una compresión levantándose de
nuevo la Cordillera Cantábrica…”, (con tanto levantamiento seguro que
nos sale alguna loma de más por el camino…) cuando nos damos cuenta de que
tenemos hambre…pero qué mucha hambre y hay todavía un largo tramo hasta el
lugar escogido para almorzar…y el hecho es que los bocadillos de lomo, cortesía
de la hostelera, que llevamos en las mochilas sueltan un aroma sobrecogedor.
Se
impone descender, no sin antes darle un poco de aire a la rueda de Joaquín, que
está un poco floja, y tomamos el camino nevado que baja hacia el Este, en
dirección a un afloramiento tectónico de esos que los legos llamamos “el monte
ese de ahí” y el estudioso que nos
acompaña, que pasó una juventud muy aburrida y solitaria, , vaya…denomina…:-”...sedimentación turbidítica de tipo terrígeno...”,
quedándose tan ancho mientras las personas humildes echan mano de alguna piedra
con la que reducir la duración de la plática.
La bajada hacia lo que sea eso grande -“... estamos claramente pisando una situación sinorogénica…”
(los asistentes vuelven a coger las piedras…) se hace de forma caótica y
desordenada, toda vez que no existe senda marcada sobre la que circular,
llegando disgregados al inacabado y mastodóntico refugio El Golobar, testigo de
ese grandonismo ibérico que es nuestra seña de identidad hispánica y que se repite
década tras década: si en aquella ocasión fue un refugio, ahora son aeropuertos,
metrotrenes, etc, etc….
El refugio se encuentra a 1.800 metros de altitud y la carretera
que lleva a él desde Brañosera presume de ser la de mayor altitud de la región.
Se trata de una carretera más bien rota y llena de guijarrillos por donde nos
lanzamos, tras esperar a Joaquín, que en esta ocasión estaba abonando la flora
local. Descenso rápido, ¡muy rápido! en el que las fuerzas de choque se ponen
en cabeza, ya sea por su mayor volumen o masa corporal…Paulino y Blas marcan
unos nada despreciables #@# km/h (cifras censuradas por el bienestar familiar de
los pupilos…) adelantando al resto del recreo que siguen sus fugaces estelas.
En Brañosera toca parada para engullir ¡por fin! el bocadillo de lomo, cuyos
grasas goteaban ya por alguna mochila, en el mesón Cholo, (por cierto, lleno
hasta las trancas, apuntarlo para ir a comer algún día perdido) y reponer los
líquidos consumidos.
Pero nuestras alegrías durarían menos que los ya citados emparedados: lo que tardó el preceptor del grupo en mostrarnos la salida del pueblo: un
rodeo hacía Barruelo de Santullan con una primera parte plagada de rampas retorcidas
en las que hay que agarrar el manillar con las pestañas para no caerse hacia
atrás. Y todo ello bajo los esfuerzos del estómago para digerir el lomo y las
cervezas…sin alcohol…
Un buen rato después y cuando ya estábamos a punto de atrapar al Sartenero Mayor, que mantenía una prudente distancia entre él y nuestras piedras, el camino apuntó hacia abajo y nos condujo por un fresco bosque de hayas, helechos y otras plantas más (arándanos silvestres, apunta el botánico Pablo) pasando por antiguos caleros en dirección a la villa.
Un buen rato después y cuando ya estábamos a punto de atrapar al Sartenero Mayor, que mantenía una prudente distancia entre él y nuestras piedras, el camino apuntó hacia abajo y nos condujo por un fresco bosque de hayas, helechos y otras plantas más (arándanos silvestres, apunta el botánico Pablo) pasando por antiguos caleros en dirección a la villa.
De Barruelo se va hacia Villabellaco, cuyo nombre,
malpensados, no tiene nada que ver con Pepe; al parecer proviene de Vellaco o
Velasco, antiguo poseedor de aquellos parajes, y donde, diose la casualidad que
sufrimos una cruel bellaquería: el tener que ascender durante ¡cuatro!
interminables kilómetros por una pérfida y funesta carretera. Por supuesto, ese
fue el momento para que los amantes de las bicicletas finas y delicadas
marcaran el ritmo a sufrir por los demás alumnos.
Este puerto de 2ª especial,
cuyo premio se llevó el barbudo Barquín, está situado en Valle de Santullán,
donde hay unas cuantas esculturas y un camino en homenaje a un artista local, (Ursicino
se llamaba, hay un “fierro” a la entrada del pueblo que hay que echarle
imaginación...).
A los pocos minutos aparecería el resto del pelotón, con gestos hoscos y acusatorios, y todos juntos y en armonía, tomaríamos una pista que rodea Peña Cilda (...¿cómo la de la película?...si la de los Picapiedra…) devolviéndonos a San Cebrián de Muda con unos 50 kilómetros en las piernas y francas sonrisas en los rostros. Como siempre, el ladino doctor Barcaiztegui había reservado una de sus encerronas para el final: una larga e inacabable pradería en la que el cansancio acumulado nos hacía ver cigüeñas donde solo había palos trapeados, fueron momentos de angustia y desolación, no por lo trapos acigueñados, no, por aquel prado no se acababa nunca!!.
A los pocos minutos aparecería el resto del pelotón, con gestos hoscos y acusatorios, y todos juntos y en armonía, tomaríamos una pista que rodea Peña Cilda (...¿cómo la de la película?...si la de los Picapiedra…) devolviéndonos a San Cebrián de Muda con unos 50 kilómetros en las piernas y francas sonrisas en los rostros. Como siempre, el ladino doctor Barcaiztegui había reservado una de sus encerronas para el final: una larga e inacabable pradería en la que el cansancio acumulado nos hacía ver cigüeñas donde solo había palos trapeados, fueron momentos de angustia y desolación, no por lo trapos acigueñados, no, por aquel prado no se acababa nunca!!.
Poco restaba desde allí al lugar de partida, San Cebrián. Allí
en el pueblo y mientras ajustábamos las monturas en sus lugares de transporte
(caramba con el minicoche de Joaquín, menuda sótano trae en el maletero!!...)
saludamos a la guardesa eclesiástica, agradable mujer donde las halla, que
portaba una llave tan grande como el orgullo de Blas al verse delgado, que sale
en todas las fotos presumiendo de perfil, y que nos relató sus tareas monacales
con gran desparpajo.
De San Cebrián acelerando hasta Cervera, lugar de recogimiento; había que asearse convenientemente y prepararse para la final de la Copa, previo paso por un buen local del pueblo dotado de ¡8! Pantallas televisivas…como para no gustarte el futbol. La cena posterior transcurrió con calma y tranquilidad, eso sí, vimos al maestro educador un poco callado y con las orejas…rojas…gachas.
De San Cebrián acelerando hasta Cervera, lugar de recogimiento; había que asearse convenientemente y prepararse para la final de la Copa, previo paso por un buen local del pueblo dotado de ¡8! Pantallas televisivas…como para no gustarte el futbol. La cena posterior transcurrió con calma y tranquilidad, eso sí, vimos al maestro educador un poco callado y con las orejas…rojas…gachas.
Más tarde un reducido grupúsculo decidió rematar la cena con
unos bebercios por los bares de la zona, pero el cansancio obligaba a los
valientes a retornar pronto al hostal, donde ya roncaban a pierna suelta
Llorente y Blas.
Al día siguiente la oficialidad había previsto una sencilla
ruta partiendo de San Martín de los Herreros y subiendo a alguna peña cercana
pero los ánimos de los presentes no estaban por la labor, y solamente los
esforzados Barquín y Juan, que alguna promesa habían hecho, (si no, no se
entiende) montaron en sus jumentas para alcanzar
el Jubileo. El resto del grupo haría lo mismo, pero en forma de tranquilo paseo
dominical, pero la cosa nos salió rana, porque a medio camino, un chaparrón de
los que te mojan hasta los calcetines que dejaste en casa, hizo que
retornáramos a los coches chapoteando como patos en el río, acompañados por una
mastina y su quejumbroso retoño.
Allí ya estaban los montaraces, que también recortaron la ruta ante el riesgo de ahogarse por el camino, y porque se sentía un poco solos, aunque no lo confesaran.
Allí ya estaban los montaraces, que también recortaron la ruta ante el riesgo de ahogarse por el camino, y porque se sentía un poco solos, aunque no lo confesaran.
Vuelta al Hostal a despedirse y a recoger los equipajes, que
nunca entran donde vinieron y retorno a los hogares, previo paso por Reinosa
para comer y en Unquera a aprovisionarse de corbatas para toda la familia.
Y como moraleja, si alguna vez veis una piedra, roca o montaña, (algunas llevan una casa encima), que no tenga nada que ver con el entorno, que se sienta triste y desamparada, como cuando estáis en medio de un grupo de carreteros, entonces seguro que es un olistolito de esos...
-"…normalmente situado dentro de formaciones olistostrómicas…”
…¡¡¡Pepeeee!!!...que nos hundes, hombre...!!!
N.A.: frases reales del tenaz geólogo, rescatadas del archivo sonoro de la expedición.