domingo, 14 de julio de 2013

La que has liado Manuel, XX VCG

Que 20 años no es nadaque febril la mirada, errante en las sombras...decía la canción.
Si a Manuel Arrieta le hubieran asegurados hace dos décadas, mientras enseñaba los alrededores de Gijón a una fértil pandilla de quinceañeros, que con el paso del tiempo esa ruta se iba a convertir en un referente entre los ciclistas de monte de Gijón, habría tachado de iluso al dicente. Aunque luego, con su particular bonhomía y su media sonrisa, se habría quedado pensando si sería ello posible. Pues han pasado 20 años Manuel, La Vuelta, con mayúsculas, se ha graduado Cum Laude entre los aficionados; aquella tierna pandilla de rapaciños forman el núcleo duro de la Peña Pelayo, y tú, ya maduro y peinando rizosas canas, vuelves a acompañar a los ciclistas durante su recorrido. También Carlos de Luis, fiel a su
estilo, que exhibía la primera bicicleta con la que efectuó la marcha, cuyos desarrollo daban miedo solo de mirarlos…
En este tramo temporal, la ruta ha tenido de todo, recorridos hacia delante, hacia detrás, por el medio, atravesados, etc. De los primeros tiempos en que todo quedaba dentro de la parroquia hemos pasado a los actuales, donde es normal visitar varios concejos. Pero esta vez tenía que ser un poco diferente, y vaya si lo fue. Gracias a las buenas o malas artes del maestro Marín, exiliado temporalmente en frígida isla vikinga, y experto en caminos intrincados, el diseño de este año fue inédito y llamativo, y, por más que el licenciado jure y perjure lo contrario, mostrando trucadas cifras estadísticas, bastante más duro que los anteriores. De lo que damos veraz fe los Pelayos que recorrimos una y otra vez y otra más los tramos durante la eterna preparación de la ruta, y los dos cientos de participantes que finalizaron la prueba…Duro-duro.
Cómo sería, que en el segundo de los cortes, realizados para ajustar los tiempos de la cabeza y la cola del pelotón, los únicos que estaban allí eran unos agotados y sufridos guías, buscando agua por las cunetas…bueno, agua y un atajo.
Pero entremos en materia, los datos de la Vuelta abruman: 240 participantes dorsalizados, que sin dorsal corrían unos cuantos, casi 40  Pelayos, algunos guiando y otros acompañando, 72 km recorridos con un desnivel de 2500 m y un IBP de 212, y las  40 horas que duró la inscripción abierta da idea de la magnitud que ha alcanzado la ruta.
El corto tiempo en que se agotaron las plazas hacía prever un recorrido bastante más rápido que en años anteriores, de hecho, los primeros en llegar al punto final de La Arquera, lo hacían a las cuatro de la tarde, cuando lo planificado era una hora más tarde. Ojo, los primeros, que los últimos se hicieron esperar hasta las seis, pobres de ellos…
Cómo era de esperar, el experimentado geólogo había preparado un itinerario fatigoso y exigente.
Ya desde el primero momento, con rampas a la altura de Sotiello, quedó claro en los corredores, que el sudor iba a ser una constante en sus ropas, y no por el sol que ya empezaba a despuntar con timidez, si no por la dureza del terreno. Tras un breve paso por las alturas de Veranes, se ascendería hacía Aguda y posteriormente, tras bajar a Pinzales, hacía La Pedrera, donde aguardaba un buen desayuno. No hubo grandes contratiempos, excepto el sufrido por el aficionado Rectos, que quiso probar en sus carnes la consistencia del barro de uno de los pocos charcos que encontramos...¡no hay forma de mantenerlo limpio al rapaz!!!
Así contado parece que fue cosa de cinco minutos, pero no, ¡tres horas!, tres!!: los ascensos eran de los de apretar dientes, manos y piernas, con los computadores clavados en 3-4 km/h y el sudor recorría hasta el más nimio centímetro de piel, mientras se negociaban rampas extremas, y se saludaba guturalmente a conocidos...¿cóomo...vassss...?.....maaal...os habeis pasaaado...
El desayuno propiciaba que los más rezagados tomaran de nuevo contacto con las tropas profesionales, empeñadas ellas en que no las adelantara ni su sombra, ni, por supuesto, la del vecino.  A estas alturas, el pelotón de zaga, gran herramienta para recoger despistados, reparar averías y confirmar la mala preparación personal, estaba formado por un número creciente de unidades: el boticario Venta, el banquero Felix, el moreno Josmar, y los habituales de la zona: Acedo, Sr. Alfonso, el de la Mancha y el ilustre Paulino. Moya, iba en esta ocasión un poco adelantado, repartiendo collejas a discreción, como suele ser usual.
La organización estrenaba bicefalia en esta ocasión: mientras el siempre eficaz Echevarría, cuya desmesura con el micrófono crea estragos entre los participantes, establecía tiempos y estados en la carrera, el no menos excesivo Barcaizteguí, que tras una hábil maniobra se había colado en el coche del comandante Nacho (fino, fino...), colaboraba en situar caminos, senderos y vehículos en su lugar. Todo ello comunicado en tiempo real a los sufridos ciclistas a través de la red de emisoras de la casa.
Y así, entre suspiros, lamentos y sudores, dejamos la soleada campiña del desayuno y fuimos a buscar metas más altas, pues haber, habíalas.
Aquí las tropas de vanguardia aceleraron el ritmo en demasía, provocando el primer corte de las unidades de cola. Vadeado ese arroyo que precede al ascenso al bosque, donde más de uno probaría la dureza de las piedras mojadas, los sufridos cancerberos dirigieron un numeroso pelotón por las tierras de Munco, evitando el largo ascenso al pinedo de Muño, y, logrando con ello llegar con no demasiado retraso a la iglesia de la Collada, lugar de almuerzo (cerca de este lugar, y a la sombra de un centenario roble, se encuentra un modesto bodegón, que atrae a los ciclistas como la miel a las abejas y donde se congregaron unos cuantos, predominando el color azul entre ellos… ).
Si se preguntará a los extenuados participantes que recuerdo se llevaron de la jornada, podríamos apostar cual fue…el de todos: una dura, larga, empinada y soleada a mas no poder rampa de 600 metros de guijo
(aquí he estado atento Pepe…), piedras, cantos y zarzales, que esperaba a los jinetes a pocos minutos de la comida. Se puede decir sin rubor alguno, que ya somos hombres hechos y derechos y esto no lo leen nuestras santas..., que hubiéramos llorado si nos quedaran líquidos en el cuerpo, pero como estábamos secos, no hubo más remedio que tirar para arriba.
La endemoniada senda, conocida con temor por el nombre de la vaca, o algó así, desembocaba en Paraguezos, lugar ampliamente hollado por la comunidad del pedal. Y allí se fue reuniendo de nuevo el pelotón de cola o cierre, que ya no había nadie detrás.
Se echaba en falta al enorme Blas, que haciendo gala de una inexplicable energía, cabalgaba ya en lontananza…o eso decían…Daba igual, que ya éramos unos cuantos.
Desde el cruce se tomaba el fresco camino del pico, girando a la izquierda para rodear por el fondo del valle en dirección al cruce de Cuatro jueces. Allí, y mientras los esforzados continuaban senda hacía Candanal, sus barrizales y su pérfida pendiente de Brañaverniz, el cansado y derrotado grupo perseguidor (del final) giraba en dirección al valle de Rioseco, acompañando a una nutrida cuadrilla de rezagados.
En el descenso hacía las profundidades del valle, a través de una pista rota y despedregada, el rebotón Mancha, quizás pensando en la cena que vendría luego, hincábale un diente de su catalina mayor a una de las cubiertas del despistado Josmar, que veía fugar el aire de su rueda sin creérselo.
Tras dos cámaras, tres bombas y la intervención de todo el pelotón de atajo, se pudo continuar la fuga, que hubiera sido de mayor duración si no estuviera cerrado el chigre de Deva, pero como lo estaba, pues seguimos..
En La Arquera ya descansaba un numeroso grupo adelantado al tiempo y a los males de Peón. Mientras Luís madrazo y su moto porteaban agua a los infelices que ascendían en aquellos momentos por Brañaverníz, el resto se desperdigaba por la zona buscando una sombra que los cobijara.
Desde allí, y una vez reagrupado el pelotón, aguardaba un veloz descenso por carretera y pista hacia el camping de Deva donde nos recogería la policía municipal para conducirnos, debidamente protegidos al recinto de Las Mestas.
La próxima vez, por favor, que nos paren antes, si llega a venir el Alsa de la villa, acabamos todos en la estación..donde pare el autocar...
La entrada a Gijón, a diferencia de otras ocasiones, evitó el paso por el muro de San Lorenzo y su famoso carril-bici; en vez de ello, y tras pedalear por delante de la feria de muestras y vadear el Puente del Piles, se llegaría a Meta a través de la Carretera de Villaviciosa como en ocasiones precedentes.
Y hasta aquí puedo contar, como decía aquel locutor, el resto queda en familia...
Como siempre, hay que agradecer la participación del Patronato, de los miembros de la Cruz Roja, de los de Protección Civil, de la Guardia Civil con sus dos buenas motos, del resto de moteros y de nuestro excelente vehículo de apoyo logístico con sus buenas tortillas, gracias Pepe.
Y por supuesto a los dos cientos y pico de ciclistas que dan vitalidad y energía a la Vuelta al Concejo de Gijón año tras año, aunque les pese luego en las piernas.
Gracias a vosotros la Vuelta se mantiene viva.


...no se quejarán los participantes de estar mal atendidos...36 Pelayos en bici más otros siete en apoyo...casi nada.
Enhorabuena a todos.
Pd. ¡Pepe!, vuelve, deja de coger piedras que se va a caer el avión...ya toca preparar la XXI!!!