domingo, 3 de abril de 2011

PRIENA...volveremos...

¿CUAANTOS SOOOIS???...SOIS…ois...la pregunta rebota entre las montañas, nítida, vibrante, poderosa…, unos cientos de metros por debajo, Pedro Pablo escudriña con ojos de halcón miope el origen de la llamada; a su lado, ocultos por la loma, el resto de integrantes de la cuadrilla escucha degustando la ansiada comida…-“¿quién ef efe?, inquiere Félix con media empanada de chorizo asomando por su carrillo inferior…-“Ni idea, debe ser un pastor…” responde el de la perilla. –“SIEEETE!!!”, atrona Moya… -“ESTAMOS COMIENDO AQUÍII ARRIIIBA!!”, replica la misteriosa voz…-”pues mira que bien… ¡NOSOTROS TAMBIÉN!!”, envalentonado, Pablo ataca… -“¿QUIEN EERES?”-“¡ANGEL VIIICTOR!!!”-“¡anda si es Angel Victor!” , adivina Paulino, aplastando en ese momento unos miles de margaritas… –“puef no lo parefe…”asevera Blas asesinando un panchón relleno de cecina…Los otros tres integrantes del grupo, Venta, Acedo y Mancha, atentos ellos, extraían de sus petates los tuppers repletos de delicatessen…. Fue la última vez que las dos cordadas de la expedición tuvieron contacto en la ruta. A partir de entonces, cada expedición abordaría diferentes peligros hasta culminar sus objetivos: la eterna lucha contra el crono en el caso de la facción de cabeza, y la bucólica contemplación paisajística de los segundos... Aunque el grupo había partido prieto de Cangas de Onís, sintiendo la baja in extremis del barbudo Pedro, abandonado por su blanca jumenta, fue en la aproximación a Llargamundi cuando Paulino con su cadena y Rafa con su cambio, certificaban la dureza de las primeras rampas. Así, mientras los escaladores de cabeza, comandados por Gaztelu y Manuel, y escoltados por un cambiante grupo de aspirantes: Rendueles, Barquín, Mulero, Marín y Pachu, entre otros, ascendían sin freno, unos kilómetros por detrás y por debajo, Moya auxiliaba a un extenuado Del Real, a punto de guillotinar a su anudada cadena…una vez solventado el percance, la feliz pareja recogía a Rafa Venta, de paseo por los alrededores y seguían trepando los riscos. Mientras, el grupo líder superaba sin mayores problemas la curva del Mastín Homicida, y coronaba la collada. Allí, tras un duro interrogatorio al letrado José María, que pleiteo hasta el final por su inocencia (-“que eran dos…no tres…”), se estableció contacto con los fugados de retaguardia, los cuales confirmaron su continuidad en el trayecto. A la vista de que iban a rodar cabezas a su llegada, la tropa puso pies en polvorosa, lanzándose al abismo de Prioro, pendiente asesina y traicionera donde las halla, y que hizo recordar los tiempos de cuando se frenaba con las alpargatas en la rueda trasera. Una vez abajo…¿hay que subir otra vez…?... pues sí, el bueno de Ángel Víctor, incansable él al desaliento reinante, dirigía con pericia las huestes hacía las alturas de Gamonedo, rico pueblo quesero. Aunque no olía a queso, unos pocos jornaleros decidieron esperar allí a los 2 + 1 de la zaga, que llegarían en perfecto estado dicharachero unos minutos mas tarde…unos cuantos minutos más tarde, que se entretuvieron explorando el camino de vuelta. Una vez espantados los caracoles curiosos de las bicicletas, salio el ya reunificado grupo al ataque…al ataque Paau…encontrándose con un feroz descenso al rio Sirviello…¿ahora…hay que subir??? ...pero...¡hombre…¿OTRA VEZ??!!!...¿donde está Ángel Víctor…?...no estaba, suerte que tuvo, bueno, pues a subir de nuevo…mejor dicho, trepar; el ascenso al collado Lincos se hizo largo y extenuante, solo interrumpido por los ánimos de unos excursionistas que, afortunados ellos, descendían de las alturas. El hormigón de la pista exhibía sus razones, y, ante la pérfida rampa final, el clan de cola decidió descansar y reponer fuerzas. Fue en ese momento donde, sorprendidos y hambrientos, oímos la enigmática voz del comandante de la ruta... Habían pasado 5 horas y 25 Km…, menuda media. Una vez aclaradas las gargantas, (léase rápido) el pelotón de ataque, que habían comido cuatro cacahuetes, atrincherados en una marquesina de autobús, arremetieron de nuevo contra las alturas, y tras portear raudos por la majada de Belbín, alcanzaron el lago Ercina, asustando con su rebufo a los turistas que allí pacían. …(velocidad normal…) alguún tiempo después…los mismos turistas contemplaban como otro pelotón, más pausado y tranquilo, serpenteaaba por las verdes praderías de una forma grácil a la par que elegante, y degustaba unos pinchos servidos por el eficaz barman Blas, escuchando por enésima vez el Moyano relato del cachopo con queso de cabra. Atrás quedaba Belbín con sus renovadas cabañas y refescantes fuentes, donde la compañía había reposado del pedregoso descenso, y Buferrera, con su desierta área recreativa. Del grupo atacante (¡vamos…vamos...!!) se desprendían, en ese momento, las unidades Marín y Camarero, que abandonaban la contienda en pos de una ducha temprana. El resto de los integrantes acometía de nuevo un porteo y otro más largo todavía, que, casi sin darse cuenta, (...si, casi…je…pobre Ángel...) los llevaba a las alturas del Picu Priena, atalaya indispensable de Covadonga. Desde aquí un descenso largo y retorcido con giros imposibles, por la Cuesta de Ginés, pondría las cosas en su lugar…a unos sujetos a los árboles y a otros a la hierba. De nuevo en la carretera, y a una moderada velocidad de 40 Km/h, llegarían a la carnavalesca ciudad de Cangas y a las zonas de aseo. Por las alturas de La Huesera, entre tanto, paseaban unos tranquilos ciclistas, que mochileando con sus monturas un corto trecho, desembocarían en una suave pista que los conduciría de nuevo, algunas rampas mediante, claro, hasta Intriago, y desde aquí, pinchazo por medio, a la ya citada Cangas, donde se reunirían de nuevo con sus veloces compañeros. Tras las duchas, cervezas y pinchos de rigor, donde Ángel Victor ejerció de buen anfitrión, intentando con ello que se le perdonaran sus numerosos pecados, hubo merendola en un mesón de la villa, aprovechando de nuevo Moya para hacer publicidad de su ya famoso cachopo de queso de cabra con cecina de jabalí. Y, ya con el tiempo apremiando los relojes, a algunos más que a otros, la cuadrilla retornó, bajo una refrescante llovizna, a sus vehículos, camino de sus casas.


Moraleja: "Si a viejo quieres llegar, a las rutas de Ángel Victor no vayas a pedalear..."