"No llegas a tiempo, y buena cara traes" - la Máquina de Reñir
Bien, otro año más volvemos al Fitu con mal tiempo, como manda la tradición. Esta vez éramos unos 30 (Nacho, entre voy y no voy, no dejó hacer cálculos exactos), entre los de BTTPelayo -no pongo "pelayos", por la mala prensa-, Asturcón y amigos varios. Y la mascota.
Llovía, pero salimos. Más o menos protegidos, pudimos ver en acción el nuevo modelo de casco "I'm-singing-in-the-rain" que evita que se mojen los pensamientos -o cualquier otra flor que lleves en el pelo-. Y en esto que llegando al campo de golf de Berbes deja de llover y sale el sol, que ya no nos abandonaría... hasta 100 metros más arriba. Mientras Juanjo se entretenía cogiéndose las pelotas (10 en total), fuimos subiendo a nuestro ritmo, con la pista en buen estado pero con muchos troncos atravesados: dos técnicas para pasarlos, el bunny-hop y el jó, bueno... pie a tierra. Lo que no faltaron fueron las cámaras de fotos en los pasos complicados. Como averías, un cambio con dobladillo y un pinchazo.
Llegamos a la carretera, y por unanimidad (una animidad bastante decaída), decidimos saltarnos la subida al Bustacu y tiramos directamente al mirador del Fitu en donde, todo hay que decirlo, no se podía ver nada. Picoteamos algo y emprendimos la bajada a toda pastilla -poca pastilla quedó entera al final-, disfrutando de patinaje sobre barro tierno, vadeo de charcos oceánicos y salto de ramas. La única avería en este tramo, una rotura de cadena, y ya sabeis que si se rompe la cadena... (K. Nietze, de Minesotta, rompió la cadena y perdió su trabajo al día siguiente).
Apoteósica la bajada a la playa, con todos los elementos -en contra- que se pueden pedir en esto del MTB, y todos de cabeza al río para quitarnos las costras de barro antes de que se secaran y quedásemos tiesos como estatuas. El agua estaba tan fría que hasta había pingüinos, que huyeron al vernos llegar.
Llovía, pero salimos. Más o menos protegidos, pudimos ver en acción el nuevo modelo de casco "I'm-singing-in-the-rain" que evita que se mojen los pensamientos -o cualquier otra flor que lleves en el pelo-. Y en esto que llegando al campo de golf de Berbes deja de llover y sale el sol, que ya no nos abandonaría... hasta 100 metros más arriba. Mientras Juanjo se entretenía cogiéndose las pelotas (10 en total), fuimos subiendo a nuestro ritmo, con la pista en buen estado pero con muchos troncos atravesados: dos técnicas para pasarlos, el bunny-hop y el jó, bueno... pie a tierra. Lo que no faltaron fueron las cámaras de fotos en los pasos complicados. Como averías, un cambio con dobladillo y un pinchazo.
Llegamos a la carretera, y por unanimidad (una animidad bastante decaída), decidimos saltarnos la subida al Bustacu y tiramos directamente al mirador del Fitu en donde, todo hay que decirlo, no se podía ver nada. Picoteamos algo y emprendimos la bajada a toda pastilla -poca pastilla quedó entera al final-, disfrutando de patinaje sobre barro tierno, vadeo de charcos oceánicos y salto de ramas. La única avería en este tramo, una rotura de cadena, y ya sabeis que si se rompe la cadena... (K. Nietze, de Minesotta, rompió la cadena y perdió su trabajo al día siguiente).
Apoteósica la bajada a la playa, con todos los elementos -en contra- que se pueden pedir en esto del MTB, y todos de cabeza al río para quitarnos las costras de barro antes de que se secaran y quedásemos tiesos como estatuas. El agua estaba tan fría que hasta había pingüinos, que huyeron al vernos llegar.
Epílogo: como en los cómics de Asterix, nos juntamos al final para comer jabalí (y callos y arroz con leche) y contar batallitas.