Que feusco se prometía el día cuando nos retiramos a la piltra el viernes; el Hombre del Tiempo (no confundir con el Fantasma del Tiempo Pasado) apuntaba una y otra vez el dedito hacia un nubarrón, justito justito sobre Picos de Europa. Aún así, algunos inconscientes ajustamos los despertadores para poder llegar "puntuales" a la cita.
A las siete de la mañana, entre legaña y legaña, se podían apreciar las estrellas en el cielo, lo cual no significa nada, pero queda bonito decirlo. Estaba oscuro, pero eso suele pasar todas las noches, así que lo borro. A las ocho en punto pasadas, nos juntamos los tres únicos corajudos ciclistas que no nos amedrentamos por nada y emprendimos ruta hacia Arriondas; no nos acercamos más a nuestro destino final porque pretendíamos embarrarnos primero por la senda marcada a Covadonga. No había casi frío, así que todo perfecto para comenzar la ruta.
Tras rodar un rato por la senda peatonal (aprovechando que estaba sin peatones), en Las Rozas nos cambiamos de lado y comenzamos nuestras primeras pistas del día; como el sendero va muy llano junto al río, optamos por equivocarnos y subir una buena pendiente en la que decidimos que ya no había frío, por unanimidad. Retomado el camino correcto más adelante, atravesamos Cangas de Onís y llegamos a Soto, donde nos esperaba el cuarto Pelayo, que nos haría de guía durante la subida. Saltándonos el track previsto, que abusaba del asfalto, recorrimos varias pistas llanas (más o menos, ya se sabe que en Asturias la horizontal perfecta no existe) hasta Mestas, donde lo llano se acabó y nos hicimos unos 100 metros de desnivel extra, pero muy emocionantes (no podíamos ni hablar).
Ya entonada la musculatura, empezamos el asalto a la montaña, primero por asfalto, llevadero, hasta Demués, donde un señor de rojo, con cuernos y rabo y un tridente en la zarpa, nos dijo que empezaba el Invierno ¡qué tontería! si primero tiene que llegar el Otoño. Unas pistas de tierra bien compactada, alternadas con tramos de hormigón cuando el desnivel se hacía obsceno (apuntaba hacia arriba como la de un recién casado) nos llevaron hasta el Collado el Regueru; lo que nos quedaba ciclable, hasta el Collado Camba, era prácticamente inciclable, resbalaban hasta las lagartijas. Ninguno de los tres mosqueteros consiguió pasar de la primera curva, aunque nuestro guía dio un recital de cómo se pedalea por las paredes.
Entonces empezamos a trabajar la musculatura superior, cargando la máchina a hombros para salvar esa especie de calzada romana que nos separaba de la Majada de Belbín. Recuperando la postura erguida, volvimos a montar, parte por senderos, parte por pradería (inciso: menudo tirón me pegó por entrar a plato en la pradería, no solté un buen taco porque estábamos en un Parque Nacional...), y finalmente por pistas, para llegar a la Vega de La Ercina, no sin antes visitar el camión de apoyo a los helicópteros de la Vuelta a España (gótico tardío). Entre otras cosas, pudimos comprobar que nadia había embarrado tanto las bicis como nosotros, lo que indica el camino elegido por la mayoría para hacer la subida. Unas fotos y a buscar sitio cerca de la meta, para ver llegar a los profesionales. No voy a comentar las vueltas que dimos para, al final, quedar a 250 metros de la llegada, porque no me apetece, y en ese momento teníamos algo de hambre (pasaban de las 3:30 de la tarde, ó 15:30 para los que teneis reloj digital).
Tras dar buena cuenta de los bocatas, los ciclistas hicieron su llegada triunfal a toda leche, pero como estaban trabajando no pudimos convencerlos de que parasen a charlar un rato; así que les aplaudimos, ¡hala!. Llegaron todos, y cuando vimos el coche escoba, que para nuestro asombro era una furgoneta (a ver quien barre el salón con eso) iniciamos el retorno en medio del barullo de coches y ciclistas que se iban y los aficionados cargados de sidra que venían. Foto de recuerdo y muñeca chochona.
La bajada por carretera no tendría nada de especial que contar, si no fuera por el aguacero que se llevó nuestro sudor ganado con tanto esfuerzo. Tras dejar atrás el Mirador de la Reina (llovía tanto que ni la saludamos) encontramos el camino que debíamos tomar para continuar nuestra aventura off-road. Aquí se nos despidió el cuarto Pelayo, que decía que ese camino nos iba a obligar a cargar mucho trecho con la bici a hombros; y nosotros que no, hombre, y el que sí, que no es ciclable, y nosotros, cabezones, que qué va, si es solo un poquito al principio, que no es por donde dices tú, y él, empecinado, que nó, que no se puede rodar... y tenía razón.
La bajada empezó bajando (con la bici al hombro) para luego acometer una subida de pradería que nos llevó más arriba del punto de partida (con la bici al otro hombro). Siguiendo la ladera, por un sendero perfecto, pero para hacerlo andando, fuimos variando el firme: primero pedruscos, luego alternancia de bultos y baches (gentileza de las patas de las vacas), un poco de bosque, para finalmente ir mejorando y poder montar ¡Si no llega a ser por la vaca cabezona que se nos puso delante y nos obligó a ir a su paso! (el toro por lo menos se aparto pronto). Y se acabó el sufrimiento. Una pista de hormigón de las que te hacen saltar los empastes dio paso a la pista de tierra que nos acercó a Abamia y a las caleyas que nos supieron a gloria.
Y ya en Corao, felices y contentos y exhaustos y yo que se cuantas cosas más, enfilamos la carretera en dirección a Arriondas antes de que la noche dejara caer sobre nosotros su tupido velo (o sea, que nos dejara a oscuras y con el culo al aire, por eso de mejorar la visibilidad). Disfrutamos de un prelavado en marcha, gracias a la segunda remesa de lluvia, aunque en esta ocasión no fue tan intensa (pero vaya lo que jodía...).
En resumen: haciendo recuento, teniendo en cuenta que la subida a los lagos es de 12 Km, a ver como carajo nos salen 75 Km (la media no la muestro, porque tiene un tomate). Y el año que viene, al Angliru...